¿Se está perdiendo algo especial?
Cuando yo era niño, la televisión transmitía una serie de anuncios en un esfuerzo por frenar el ausentismo escolar y la asistencia irregular en las escuelas públicas. Dichos comerciales eran protagonizados por varias celebridades, que por lo general caminaban mientras hablaban con la cámara y concluían con el eslogan “Si faltas a la escuela, te estás perdiendo mucho”. Ignoro cuál fue el verdadero impacto de estos comerciales en el ausentismo, pero fueron realmente inolvidables.
Cuando empecé a enseñar en el sistema escolar público [de los Estados Unidos], este adagio me pareció muy cierto. Tuve algunos estudiantes cuya asistencia bordeaba el 40%. En una buena semana, estaban presentes en sus clases solo dos de los cinco días hábiles. Otros estudiantes asistían a clases aún menos que eso, y venían una vez cada diez días solo para evitar que se les aplicara la “regla de los diez días” [que obliga a las escuelas a dar de baja a los alumnos que faltan diez días seguidos] en nuestro estado, que exigía que se volvieran a matricular.
Debido a sus ausencias, estos estudiantes batallaban mucho académicamente para mantenerse a la par de sus compañeros. Tenían dificultades para establecer relaciones con los otros estudiantes y con sus instructores, y perdían suficientes materias como para atrasarse rápidamente debido a las lagunas en sus conocimientos y su falta de responsabilidad.
Cuando podíamos controlar la asistencia de los estudiantes, su nivel de rendimiento académico aumentaba casi exponencialmente. Y no solo eso, sino que cuando comenzaban a asistir a la escuela con regularidad, hacían amigos, se integraban a clubes y actividades deportivas y, por lo general, formaban parte de la estructura escolar de manera positiva.
Resulta que cuando se falta a la escuela, efectivamente se pierde mucho.
Nuestra instrucción espiritual
En nuestra vida espiritual aprendemos las lecciones de nuestra vida mediante un formato práctico, lo que significa que salimos al mundo que nos rodea y experimentamos oportunidades y situaciones que nos ayudan a poner en acción estos principios espirituales. Estas lecciones tienen lugar durante las circunstancias normales de la vida, y nos brindan la oportunidad de reflexionar y practicar cómo interactuar apropiadamente con los demás en nuestra calidad de cristianos.
Pero una de las mejores maneras de aprender esos principios es en un ambiente educativo más formalizado.
Es importante reconocer que si bien una gran parte de nuestra instrucción proviene del aprendizaje práctico, estas oportunidades formales de aprender junto a nuestros hermanos no son solamente sugeridas, sino ordenadas por Dios.
El libro de Levítico describe estas sesiones formales como una especie de programa de estudios para el pueblo de Israel. Dios le indica a su pueblo cuáles son los tiempos en que deben reunirse y adorarle. En Levítico 23:1-3, él explica la importancia de las fiestas y dice que son sus fiestas, es decir, que no pertenecen a un pueblo o grupo de personas en particular.
También son descritas como “santas convocaciones”, como es el caso del sábado semanal y los sábados anuales, asambleas que deben ser guardadas y apartadas como santas. Son un llamado sagrado a reunirse y adorar a Dios en las ocasiones que él ha establecido. El resto de Levítico 23 describe estos días y cómo guardarlos.
Dios espera que su pueblo se presente en el sábado semanal y en los sábados anuales, y que se reúna para adorarlo en estos tiempos. No era algo que se sugería, sino que era obligatorio.
Aun en ese entonces, había medidas precautorias para los individuos que no podían asistir por razones específicas. Estas por lo general tenían que ver con enfermedades, lesiones, o una edad potencialmente avanzada. Dios entiende estas situaciones, pero parece que a veces (particularmente en esta era moderna de la Iglesia de Dios) se vuelve fácil para las personas que no tienen estos problemas simplemente no asistir.
Tal vez sea más fácil quedarse en casa y escuchar la transmisión de los servicios por Internet, o reunirnos en nuestra casa con un par de amigos cercanos en vez de ir a los servicios en otro lugar. O tal vez sea más fácil apoyar la obra de Dios desde lejos en lugar de poner manos a la obra.
¿Es esto acaso lo que Dios desea?
Lo que nos perdemos
En el libro de Hebreos se aborda este concepto de “perderse algo especial”. En Hebreos 10:24-25, el autor se refiere a la importancia de reunirse ante Dios. A juzgar por la forma en que este pasaje fue escrito, aparentemente varios hermanos habían dejado de reunirse, los suficientes como para que el tema debiera ser tratado.
Él señala que como habían dejado de acudir, ciertas funciones muy importantes del cuerpo de Cristo habían comenzado a sufrir. El reunirse regularmente permitía a los hermanos alentarse mutuamente al amor y a las buenas obras y a exhortarse y animarse unos a otros, particularmente cuando aumentaban las pruebas y persecuciones de los cristianos. Estas relaciones, forjadas y fortalecidas por los lazos de la comunión, proporcionaban un apoyo esencial para los miembros de la congregación en tiempos de dificultad.
Asistir a los servicios no se trata únicamente de lo que recibimos personalmente del servicio, sino de lo que somos capaces de brindar a alguien más.
Resulta que si faltamos a la Iglesia, nos perdemos mucho. Pero, ¿qué nos falta si no nos reunimos y adoramos regularmente? ¿Qué es lo que realmente nos estamos perdiendo?
Si no nos reunimos, perdemos la oportunidad de pasar un tiempo valioso con aquellos de mente similar.
La Iglesia es una comunidad de creyentes que se conectan unos con otros a través del Espíritu Santo de Dios. Tienen una creencia compartida en Dios y en su forma de vida, y desean aprender a vivir más plenamente de esta manera.
En Filipenses 2:1-4, el apóstol Pablo escribe sobre lo alentador que es estar unidos y ser confortados por el amor. Él enfatiza fuertemente que seamos de una sola mente, de un amor y acuerdo, y que velemos por los intereses de los demás.
Cuando todos los hermanos buscan humildemente maneras de considerar a los demás como mejores que a sí mismos, se crea una comunidad y se fortalecen los lazos de amistad. Nos acercamos más como resultado de nuestra mente y propósito compartidos; y a medida que nos acercamos más, nuestro amor por los demás crece, tal como Cristo exhortó a sus discípulos a hacerlo (Juan 13:34-35).
Si no nos reunimos, perdemos la oportunidad de estimularnos mutuamente al amor y a las buenas obras.
Las conversaciones en los servicios sabáticos (cuando hablamos del camino de Dios) nos proporcionan oportunidades para ayudarnos mutuamente a vivir más plenamente este modo de vida, y dichas conversaciones se realizan mejor en persona. El libro de Proverbios llama a este concepto “hierro con hierro se aguza”.
Querámoslo o no, nuestro carácter es influenciado por aquellos con quienes pasamos nuestro tiempo. 1 Corintios 15:33 lo explica de una manera levemente distinta: “No erréis; las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres”. Lamentablemente, por más que lo intentemos, las influencias negativas del mundo que nos rodea se abren camino en nuestras vidas y fácilmente pueden hacer que perdamos esa agudeza.
Cuando nos reunimos con hermanos de ideas afines y con los que tenemos una relación sólida, se produce un efecto de agudización increíble. Podemos hablar de nuestras pruebas y dificultades, y nuestra fe y carácter pueden mejorar. Podemos restaurar el filo de esa hoja a través de estas interacciones mutuas.
Pero esta clase de relación no puede ser desarrollada sin reunirse regularmente.
Si no nos reunimos, perdemos la oportunidad de animarnos mutuamente.
A medida que la sociedad que nos rodea se vuelve cada vez más hostil a las personas de fe, es más importante aún asegurarnos de que nos reunamos. Este era el punto que el autor de Hebreos estaba enfatizando. Les decía a los hermanos que no abandonaran su costumbre de reunirse sino que se exhortaran y animaran unos a otros, particularmente cuando vieran la cercanía del día del regreso de Cristo.
Tenemos una importante responsabilidad, la de animarnos unos a otros a medida que las cosas se ponen más difíciles. Las congregaciones de creyentes son el único apoyo físico que podemos tener en tiempos de dificultad, porque es el único lugar donde encontraremos personas de mente similar, personas que realmente entienden.
Cuando lidiamos con dificultades, a veces toda la diferencia la hace simplemente el saber que no estamos solos, y entender que hay otros que también están experimentando pruebas similares. Reunirse para adorar a Dios, para tener compañerismo y construir esos lazos, puede ser un increíble consuelo.
En 1 Tesalonicenses 5:9-11, Pablo habla del Día del Señor y anima a los hermanos a prepararse para este tiempo venidero de desafío y gozo. Él les dice a los hermanos que se preparen espiritualmente para este tiempo, pero también que se animen y edifiquen unos a otros. Estamos todos juntos en esto. Nos necesitamos unos a otros.
Lo necesitamos a usted.
¿Está aprendiendo la verdad por primera vez?
La Iglesia de Dios Unida tiene congregaciones en los Estados Unidos, América Latina y en muchas otras partes del mundo. Sus miembros son cálidos y amigables, y sus pastores realmente se preocupan. Los miembros trabajan juntos para ayudarse mutuamente a crecer en gracia y conocimiento y para ser más como nuestro Hermano Mayor, Jesucristo.
Si usted no ha asistido a los servicios antes, o incluso si ha dejado de hacerlo por algún tiempo, tome ese primer paso.
Acérquese al pastor local o a un miembro que conozca. Súbase las mangas e involúcrese directamente en la obra de Dios, formando parte de una comunidad espiritual activa y vibrante de creyentes con ideas afines. Los alumnos que enseñé y que se convirtieron en parte de la comunidad escolar finalmente sobresalieron y se convirtieron en estudiantes mucho mejores.
Aunque Dios nos enseña muchas lecciones a través de la vida práctica, se requieren períodos formales de instrucción. El Creador del universo exige nuestra presencia ante él cada semana y debemos reconocer la importancia de ese mandamiento: es una orden de dar de nuestro tiempo para asistir y aprender más acerca de él y de su camino.
Cuando no lo hacemos, nos perdemos estas lecciones. No aprendemos el camino de Dios tan efectivamente, y al abandonar nuestra asamblea debilitamos el cuerpo. Cuando hacemos esto, corremos el riesgo de perder oportunidades de acercarnos más los unos a los otros, de incitarnos al amor y a las buenas obras y de animarnos mutuamente frente a las pruebas y dificultades.
Si usted falta a la Iglesia, se pierde algo muy importante.
¿Se lo está perdiendo? EC