¿Qué enseña la Biblia acerca de la gracia? 5ta parte
¿Qué significado tenía la palabra “gracia” en el mundo del primer siglo?
Las palabras tienen significado, y algunas son difíciles de entender cuando han sido extraídas de su contexto original. En contraste con su significado actual, el término gracia –proveniente de una traducción de la palabra griega charis– tenía un significado muy diferente cuando era usada en los tiempos grecorromanos, el período en que Pablo y los otros apóstoles y escritores del Nuevo Testamento vivieron y predicaron.
Pablo utilizó la palabra charis más de cien veces en sus cartas a diferentes individuos y congregaciones dentro del Imperio romano. Los conversos griegos y romanos que leían u oían esta palabra deben haberla entendido en un contexto muy diferente al del siglo XXI, y su interpretación de lo que Pablo y otros quisieron decir con “gracia de Dios” pudo haber sido bastante distinta a la nuestra. Comprender este contexto del primer siglo ayuda a aclarar lo que realmente significa para un seguidor de Cristo estar bajo la gracia. Veamos por qué.
En la Biblia, la palabra charis (gracia) por sí sola podía ser usada como un saludo de gran significado (“Que la gracia y la paz estén con usted”), como una descripción de cómo Dios concede un favor poderoso, como expresión de un acto inmerecido de bondad divina, y mucho más. Puede que esto nos suene extraño en la actualidad, pero para un ciudadano grecorromano o grecojudío que hablaba en griego y que escuchaba o leía esta palabra en el contexto bíblico, el significado describía algo que normalmente no consideraríamos hoy en día: una poderosa relación entre un dador de obsequios y aquellos que los recibían. ¿Cuál es el punto? Pablo y otros autores del Nuevo Testamento frecuentemente reflejaban este significado cuando mencionaban la palabra charis (gracia). Aprender más acerca de esta relación nos brinda una perspectiva más profunda en cuanto al significado de la gracia en las Escrituras.
Patrocinadores y clientes
Veamos algunos antecedentes muy importantes. En tiempos de Jesús y los apóstoles, en el Imperio romano existía un sistema conocido como “patrocinio”, o “mecenazgo”, que aportó el trasfondo físico y cultural en el cual fue escrita gran parte del Nuevo Testamento.
En el siglo XXI, la palabra mecenazgo generalmente evoca un sentido de nepotismo vulgar u obsequios recibidos de manera deshonesta (como “mecenazgo político”, mediante el cual se otorgan obsequios a cambio de favores ilegales o actos inapropiados).
No obstante, aunque tal mecenazgo político también existía en tiempos de Pablo, el mecenazgo o patrocinio en aquel entonces generalmente significaba algo muy diferente. Al escuchar la palabra charis, los ciudadanos del Imperio romano deben haberla entendido de manera positiva. Además de referirse a obsequios no merecidos, una situación que involucraba charis (gracia) típicamente era considerada como una buena relación, con expectativas y beneficios mutuos y duraderos, y una dinámica nueva y poderosa para ambas partes.
Aquí hay un contraste digno de considerar: en el mundo moderno, si alguien quiere comenzar un negocio o construir una casa, probablemente debe acudir a un banco (o institución similar) para conseguir un préstamo, y la expectativa obvia es que el préstamo debe ser pagado con interés. En el mundo grecorromano del primer siglo, la sofisticada banca comercial de hoy no existía. La riqueza en la sociedad romana se concentraba en alrededor del 4 % de la población. Esta gente conformaba la aristocracia de la clase alta, conocida como patricios. Los ciudadanos comunes y pobres eran llamados plebeyos.
Los prestamistas de dinero frecuentemente se aprovechaban de otros cobrando altos intereses, pero había una mejor manera de obtener ayuda para salir adelante en la vida: una persona común que buscaba ayuda económica o similar, como un trabajo, podía quizás encontrar a una persona adinerada con quien desarrollar una relación que involucraba charis (gracia), o la entrega inmerecida de beneficios u obsequios de la persona superior a la inferior. La persona que proveía el dinero, apoyo o beneficio se conocía como patrocinador (patronus en latín). La persona que recibía el dinero o apoyo era conocida como cliente (cliens en latín).
Tal patrocinio incluso formaba parte de la vida en la Iglesia primitiva. Por ejemplo, nunca existieron “iglesias” físicas durante las primeras décadas después de la muerte y resurrección de Jesús. Algunos miembros de la Iglesia primitiva cumplían el papel de patrocinadores físicos y espirituales al abrir sus residencias privadas y ofrecer espacios para reuniones y servicios sabáticos.
De hecho, Pablo se refiere a la diaconisa Febe, que sirvió en esta capacidad (Romanos 16:1-2), y destaca su generosa actitud y servicio hacia él y otros. Cuando Lucas escribió los libros de Lucas y Hechos, evidentemente fue apoyado por un patrocinador llamado Teófilo (vea Lucas 1:1-4; Hechos 1:1).
Una relación duradera con roles definidos
Convertirse en el cliente de un patrocinador en la sociedad grecorromana no era un compromiso ligero. Según las reglas de la sociedad (registradas por algunos ciudadanos influyentes de ese entonces, incluyendo a ciertos romanos notables como Tácito y Cicero), cuando un nuevo cliente entablaba una relación de dependencia con un patrocinador romano, se comprometían en un acuerdo y una relación “basados en la confianza y la lealtad mutua” (Pablo Sampley, editor, Paul in the Greco Roman World: a Handbook [Pablo en el mundo grecorromano: Un manual], vol. 2, 2016, p. 206).
Una vez que se establecía ese contrato social, comenzaba una nueva dinámica en la relación. Se esperaba que el nuevo cliente “le mostrara respeto y gratitud al patrocinador, le hiciera ciertos servicios... y apoyara sus actividades políticas, económicas y sociales” (ibíd.).
¿Qué hacía el patrocinador por su cliente? “El influyente patrocinador protegía los intereses económicos, sociales y legales del cliente permitiéndole beneficiarse de sus propias conexiones sociales y el acceso a sus recursos” (ibíd.).
En resumen, el nuevo cliente podía recibir fondos necesarios u otros beneficios importantes, pero ahora ya embarcado en una relación vitalicia con el patrón, quien esperaba a cambio un cierto modo de pensar en sus clientes, como también actos de gratitud (obras).
El libro Relational Grace: The Reciprocal and Binding Covenant of Charis [Gracia relacional: El pacto recíproco y vinculante de charis] lo explica de esta manera en la introducción de su contraportada: “Charis (gracia) es la palabra que los autores del Nuevo Testamento, especialmente Pablo, usaban en ocasiones para explicar el regalo que Cristo le dio a la gente. ¿Pero cuál es la naturaleza de ese obsequio? Desde el siglo V, algunos eruditos de la Biblia han enseñado que la gracia es algo otorgado por Dios gratuitamente, y que exige muy poco o nada a cambio... [sin embargo] ‘gracia gratuita’ no es lo que Pablo y otros quisieron decir.
“En el mundo antiguo, la práctica de la gente de otorgar y recibir favores y obsequios venía acompañada de claras obligaciones. Los autores del Nuevo Testamento usaron charis como ejemplo de la misericordia de Dios por medio de la expiación de Jesucristo, la cual también requiere las obligaciones de un pacto...
“Ser salvo por la gracia significa acudir a Cristo, ser bautizado y unirse a la comunidad de santos [o cristianos], y vivir continuamente con gratitud y alabanza por el don de Dios. Todas estas expresiones de gracia se encuentran tanto en el uso griego como paulino de la palabra. Saber lo que significa charis nos ayuda a entender lo que Dios espera de nosotros una vez que hemos aceptado su gracia” (Brent Schmidt, 2015, contraportada).
La gracia y la fe
¿Cuáles eran los beneficios en esta relación tanto para el patrocinador como para el cliente? El acto de charis (dádiva de bondad, traducido como gracia) se llevaba a cabo con el entendimiento de que este obsequio jamás podría ser pagado (en el sentido de simplemente pagar el préstamo). La expectativa del patrocinador era que el cliente mantendría un gran nivel de lealtad y gratitud hacia él. Ese aspecto de la relación está encarnado por la palabra griega pistis, que es la misma palabra traducida como fe y fidelidad en versiones en español del Nuevo Testamento.
En otras palabras, un cliente bajo el sistema de patrocinio romano recibía un obsequio (charis) que probablemente jamás podría ser pagado en su totalidad con dinero ni bienes. El rol del cliente era exhibir y demostrar una lealtad total, incluyendo demostraciones públicas de gratitud. La práctica de pistis refleja confianza agradecida –una creencia poderosa, enérgica y viva– en que el patrocinador verdaderamente hará lo que ha prometido hacer. Esta relación de charis era importante para la supervivencia y el avance del mundo grecorromano del primer siglo y además, como confirman los historiadores, una práctica generalizada
Para el lector de la Biblia en el siglo XXI podría ser difícil entender lo siguiente: cualquier romano, griego o incluso judíocristiano del primer siglo que leía o escuchaba las cartas de Pablo u otros apóstoles que contenían la palabra charis, habría comprendido de inmediato que esa palabra se refería a la relación de un patrón con su cliente.
Por lo tanto, es importante distinguir el significado de la palabra gracia en términos de lo que era el patrocinio en el primer siglo en comparación con su definición en el siglo XXI.
También es importante comprender que la compleja relación formada al dar y recibir charis o gracia no era una simple transacción. Dar y recibir charis en el primer siglo creaba una relación poderosa y dinámica — una conexión positiva que duraba toda la vida. En el Nuevo Testamento, esta relación de charis está basada en la fe y confianza en el lado humano, como expresa Hebreos 11:6 al decir que “cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan” (Nueva Versión Internacional), y debe existir una continua fidelidad.
La respuesta apropiada cuando se recibe gracia
Cuando el Nuevo Testamento habla de la gracia, refleja elementos y aplicaciones de este sistema de patrocinio. Este entendimiento saca a la luz el verdadero poder y las obligaciones de una relación llena de gracia con Dios. La analogía cultural es clara y se aplica bien en la actualidad: Dios sirve como nuestro patrocinador divino dándonos su favor y perdón inmerecidos y el obsequio inigualable de la vida eterna, regalos que jamás podríamos pagar.
¿Qué debemos hacer a cambio como clientes? El Dr. David deSilva, profesor de griego y del Nuevo Testamento y experto en la cultura del primer siglo, explica en el artículo “Gracia”, en Eerdmans Dictionary of the Bible (Diccionario bíblico de Eerdmans), lo que se esperaba de los clientes de un patrocinador en ese entonces, y como se aplica esto a nuestro tiempo actual: “La respuesta apropiada de aquellos que se han beneficiado del obsequio de Dios... involucra el ofrecimiento absoluto de sí mismos al servicio de Dios, haciendo lo que es recto a sus ojos (Romanos 12:1; Romanos 6:1-14). Tal como en el [Antiguo Testamento], esta respuesta está centrada no solo en honrar a Dios, sino en el amor, la generosidad y el servicio leal hacia otros creyentes (Gálatas 5:13-14; Gálatas 6:2; Romanos 13:9-10). La dádiva es gratuita y sin coerción, pero el oyente antiguo sabía que aceptar un obsequio significaba también una obligación hacia quien se lo daba” (2000, p. 525).
Al juntar esto con todo lo que hemos visto anteriormente, vemos que se espera que un cristiano se comprometa a ser una nueva persona y deje atrás los antiguos caminos pecaminosos en esta nueva relación formada a partir de charis (gracia). Como Pablo escribió en Romanos 12:1: “Por lo tanto, hermanos, tomando en cuenta la misericordia de Dios, les ruego que cada uno de ustedes, en adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios” (NVI).
El camino que lleva al comportamiento justo que Dios desea de nosotros es iluminado por su ley, que sirve como el patrón divino de conducta. Nosotros, como seres humanos falibles, violamos con frecuencia este patrón de conducta, sin importar qué tan bien intencionados seamos (Romanos 7:18). También enfrentamos constantemente la presión espiritual de un adversario, Satanás el diablo, quien quiere que nos desviemos del camino.
Pero la aplicación de charis (gracia) nos salva cuando tropezamos y caemos. Cuando nos arrepentimos, somos limpiados del pecado y se restaura la relación correcta que debemos tener con nuestro patrocinador divino, Dios. Así, cuando de manera recíproca ejercemos fe, fidelidad y confianza en nuestro patrocinador divino, en realidad no estamos “bajo la ley [bajo su penalidad], sino bajo la gracia” (Romanos 6:14).
La ley de Dios, que no ha sido abolida en lo más mínimo y que está resumida en el código moral de los Diez Mandamientos, mantiene su autoridad y, como Pablo dice, es justa y buena (Romanos 7:12). Y como Jesucristo mismo afirmó, “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4; Lucas 4:4: citado de Deuteronomio 8:3).
Por lo tanto, la ley de Dios señala la manera en la que debemos actuar con fe y fidelidad (pistis) en esta relación que fue iniciada por nuestro patrocinador, quien “nos amó primero” (1 Juan 4:19). Pablo nos dice que “si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida” (Romanos 5:10).
Pablo entendía profundamente que “por gracia [charis] sois salvos por medio de la fe [pistis] . . . pues es don de Dios” (Efesios 2:8). Cualquiera que escuchara o leyera estas palabras en el primer siglo las hubiera vinculado de inmediato con la poderosa relación que esto implica, la cual requiere confianza y el compromiso de mantenernos fieles.
Así que la gracia, como vemos, no es contraria a la ley de Dios en lo más mínimo. La gracia necesita de la ley de Dios para definir el estándar de conducta requerido para desarrollar una relación profunda, indispensable para un vínculo establecido por charis. De hecho, por medio de la gracia es que Dios ha dado su ley, nos perdona por quebrantarla y nos ayuda a continuar en ella. La relación de charis es evidente en la “incomparable... grandeza de su poder a favor de los que creemos” (Efesios 1:19, NVI).
¡Qué aclaración más fantástica sobre la profundidad de esa relación con Dios Todopoderoso basada en la gracia que durará por toda la eternidad! Con razón la Biblia misma concluye con este mensaje de exhortación: “Que la gracia [charis] del Señor Jesús sea con el pueblo santo de Dios” (Apocalipsis 22:21, Nueva Traducción Viviente). EC