¿Qué enseña la Biblia acerca de la gracia? 2da parte: Parte final del capítulo 1 y Capítulo 2- Cómo la gracia nos reconcilia con Dios

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¿Qué enseña la Biblia acerca de la gracia? 2da parte

Parte final del capítulo 1 y Capítulo 2- Cómo la gracia nos reconcilia con Dios

Continuación del capítulo 1

Charisma: la palabra del Nuevo Testamento traducida como “gracia”

La palabra griega del Nuevo Testamento que generalmente se traduce como “gracia” es charisma. Se define como “gracia, particularmente la que causa gozo, placer, gratificación, favor, aceptación, una bondad concedida o deseada, un beneficio, agradecimiento, apreciación. Un favor hecho sin expectativa de retribución, la expresión absolutamente gratuita de la amabilidad amorosa de Dios hacia los hombres y cuyo único motivo es la bondad y benevolencia del Dador; un favor no ganado e inmerecido” (Spiros Zodhiates, The Complete Word Study Dictionary: New Testament [Diccionario completo de estudio de palabras: Nuevo Testamento], 1992, p. 1469).

Charisma es el equivalente en latín de la palabra castellana “caridad”, que significa amor y también don. Viene del verbo griego chairo, que significa “regocijarse”. También es el origen de nuestra palabra castellana “carisma” y, menos directamente, de “gracia”. Según sus muchos usos vemos que “gracia” significa ser favorecido, ser aceptado, ser receptores de las bendiciones y la bondad de Dios. También vemos que es un don que refleja el amor de Dios. La palabra “gracia” en el Nuevo Testamento se usa por primera vez en referencia a Jesucristo en Lucas 2:40: “Y el niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él”.

Cuando Jesús era pequeño, probablemente no había nada más importante para Dios Padre que hacer todo lo que pudiera por este niñito judío: nutrirlo, cuidarlo, protegerlo, y ayudarlo de todas las maneras posibles a cumplir la misión que los dos habían planeado juntos con anterioridad. La gracia de Dios, toda su atención y favor posibles, estaban concentrados en él.

También vemos en este caso que no podemos limitar la definición de gracia simplemente al perdón de los pecados o al perdón inmerecido porque, como Dios en la carne (Mateo 1:23), Jesús claramente nunca había pecado y por lo tanto no necesitaba perdón.

El perdón de nuestros pecados es solo una parte de la definición de la gracia. Así que cuando pensamos en nosotros mismos como si estuviéramos bajo la gracia, no se trata únicamente de que Dios haya perdonado nuestros pecados, las cosas que hemos dicho y los malos pensamientos y actitudes que hemos tenido. ¡La gracia de Dios abarca mucho más!

A medida que crecemos en gracia y conocimiento (un concepto que analizaremos más adelante), una buena manera de ver la gracia es hacerlo desde el punto de vista de Dios, que no nos quita lo malo, sino que nos da lo bueno.

Tome en cuenta algunas cosas que él nos da: el entendimiento de su plan y propósito para nosotros; la oportunidad de la vida eterna; la oportunidad de tener una relación amorosa con él y con su Hijo; la invaluable instrucción y revelación que nos ha dado, la Biblia; el entendimiento del Reino de Dios y de cómo podemos entrar en ese reino, y el perdón de nuestros pecados. Y estas son solo bendiciones espirituales, sin mencionar las bendiciones físicas. ¡Todo esto, y mucho más, forma parte de su gracia!

La ley de Dios: parte de su gracia

Aquellos que realmente entienden la Palabra de Dios saben que la ley de Dios también es parte de su gracia. La ley de Dios es parte de su benignidad hacia nosotros: nos da la luz, las directrices sobre cómo vivir y la habilidad para evitar el dolor y el sufrimiento que provienen del pecado debido el quebrantamiento de esa ley (1 Juan 3:4).

El mal uso del contraste entre lo que es estar bajo la ley y estar bajo la gracia es un argumento falso fabricado para confundir a la gente y eliminar sutilmente la ley de Dios, la cual es uno de los dones más hermosos y llenos de misericordia que un Dios amoroso pudo habernos dado. Esa ley le enseña a la gente cómo vivir y será la característica más destacable de su reino venidero en el mundo de mañana (Deuteronomio 6:24; 10:13; Josué 1:8; Isaías 2:3).

En realidad, la gracia y la ley van de la mano. La ley en sí es la gracia de Dios, como acabamos de mencionar, y sin la ley no habría necesidad de la gracia del perdón. La gracia incluye la forma en que Dios extiende su favor a los pecadores que se arrepienten y perdona su previa desobediencia a su ley. Esto es necesario porque “Todo el que comete pecado quebranta la ley; de hecho, el pecado es transgresión de la ley” (1 Juan 3:4, Nueva Versión Internacional; énfasis nuestro en todo este artículo). Si no hay ley que quebrantar, como algunos argumentan, no existiría el pecado (Romanos 5:13). Y si no hay pecado, la idea misma de la gracia como el perdón de Dios no tendría significado. Aún más, es mediante la gracia que Dios nos proporciona los medios para obedecer su ley, tal como veremos.

La ley de Dios es una parte crucial de su gracia, un obsequio de su parte. Es su guía, su manual de instrucciones para la forma en que debemos vivir. Es un reflejo de su mente, de su pensamiento perfecto (Salmos 19:7). ¡Qué hermosa dádiva, qué hermosa guía, qué hermosa dirección para una vida pacífica y productiva! Todo lo bueno que Dios nos da es parte de su gracia. Nos referiremos a esto en mayor detalle más adelante en esta guía de estudio.

La gracia estaba presente en la Iglesia primitiva

Observe esta notable declaración acerca de la Iglesia primitiva en Hechos 4:33: “Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos”. Esto describe la obra de la Iglesia primitiva en sus comienzos.

Note que a los seguidores de Cristo no solo se les dio gracia, sino que abundante gracia. Con esta abundante gracia vino gran poder, por medio del cual “los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús”. Tenían gran poder porque tenían abundante gracia. La gracia y el favor de Dios les dio poder, tal como nos puede dar poder a nosotros hoy.

Si hay algo digno de destacarse como una gran ayuda de parte de Dios para la Iglesia primitiva, es su gracia, manifestada al entregarle su Espíritu Santo y abrirle increíbles puertas para que tuviese un buen comienzo. La Iglesia estaba experimentando mucha gracia proveniente de Dios. Los apóstoles tenían gran autoridad y daban testimonio de la resurrección de Jesucristo y el poder de Dios.

¿Cómo podría aplicarse esto a nosotros hoy en día? ¿Ha considerado orar para que la gracia, el favor divino que se le dio a la Iglesia primitiva, se le dé a la Iglesia de Dios en la actualidad? ¿Le pide regularmente a Dios que abra puertas, que nos dé su poder y un mayor y más profundo entendimiento, que multiplique nuestra fuerza para que su obra pueda llevarse a cabo en nosotros y a través de nosotros y su Iglesia, que nos ayude a seguirlo y obedecerle mejor? ¡Porque todo esto proviene de la gracia de Dios cuando nos da su poder!

Abrir los corazones y las mentes de la gente que oye el mensaje que se le ha encomendado proclamar a su Iglesia también es un aspecto de la gracia de Dios, parte de la benignidad de los dones que provienen de él.

Llamados por la gracia de Dios

Notemos también Romanos 5:17: “Pues si por la transgresión de uno solo [Adán, el primer hombre] reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia”.

La gracia y el perdón de Dios no habrían sido necesarios si los seres humanos, comenzando por Adán, no hubiesen pecado poniéndose así en el lugar de necesitarlos. Pablo aquí habla de “la abundancia de la gracia” que hemos recibido a través de Jesucristo porque esta gracia cubrió los pecados que cometimos. Y sabemos lo que habría quedado para nosotros si esa pena de muerte no hubiese sido removida. Es un gran obsequio que esto sea así y ya no sea una carga para nosotros.

Otro pasaje en Romanos menciona el hecho de que Dios llama y escoge a algunos por medio de su gracia. Note Romanos 11:5 (NVI): “Así también hay en la actualidad un remanente escogido por gracia”.

El llamado a ser escogido en este tiempo para ser parte de la Iglesia de Dios y su familia es una expresión de su gracia, y el llamamiento que hemos recibido para comprender la verdad de Dios también es posible mediante su gracia.

Pablo sigue diciendo: “Y si es por gracia, ya no es por obras; porque en tal caso la gracia ya no sería gracia” (v. 6, NVI). La gracia, la benignidad de Dios, no es algo que uno puede ganar o comprar, sino un obsequio. Es algo que proviene de él gratuitamente porque usted está bajo su favor, porque se ha convertido en su amigo.

Dios desea darle todo. ¡Su gracia es tan profunda, que incluso quiere darle una herencia que va más allá de la imaginación humana! Eso es lo que Pablo nos dice en 1 Corintios 2:9: “A eso se refieren las Escrituras cuando dicen: Ningún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado, ninguna mente ha imaginado lo que Dios tiene preparado para quienes lo aman” (Nueva Traducción Viviente).

Estos versículos solo describen someramente la plenitud de lo que Dios ha planeado para nosotros por medio de su gracia. El panorama completo es mucho más amplio que el espacio que tenemos aquí para cubrirlo. Para aprender más, asegúrese de descargar o solicitar nuestra guía de estudio gratuita ¿Por qué existimos?, que le ayudará a entender esta maravillosa verdad en mucho más detalle.

La gracia como ayuda en la lucha contra el pecado

En Romanos 7 vemos algunas de las obras de la gracia en nuestras vidas. El apóstol Pablo describe aquí sus luchas diarias, exactamente el tipo de batallas que todos enfrentamos en nuestro cuerpo, mente y espíritu. Según escribe, “hay otro poder dentro de mí que está en guerra con mi mente. Ese poder me esclaviza al pecado que todavía está dentro de mí” (v. 23, NTV).

Pablo escribió estas palabras mucho después de haberse convertido en apóstol, probablemente unos veinte años después de haber servido a Dios predicando el evangelio, levantando iglesias e incluso llevando a cabo milagros. Sin embargo, él aún libraba sus propias batallas personales internas.

Continúa en los versículos 24-25: “¡Soy un pobre desgraciado! ¿Quién me libertará de esta vida dominada por el pecado y la muerte? ¡Gracias a Dios! La respuesta está en Jesucristo nuestro Señor. Así que ya ven: en mi mente de verdad quiero obedecer la ley de Dios, pero a causa de mi naturaleza pecaminosa, soy esclavo del pecado” (NTV).

Pablo confiaba en la ayuda que provenía de Dios el Padre y de Jesucristo por medio del Espíritu Santo. Confiaba en su bondad y en toda la fortaleza que Cristo le daba para luchar contra la debilidad de la carne.

Cada día, cuando oramos y le pedimos a Dios que perdone nuestros pecados y debilidades y que nos dé la fortaleza para no repetir nuestros errores y las cosas malas que hemos hecho o dicho, es por medio de su gracia que adquirimos el deseo, la voluntad y determinación para continuar adelante, porque contamos con su favor. Él desea darnos esa ayuda, y nos la dará cuando nos entreguemos y sometamos nuestras vidas a él y permitamos que su Espíritu nos guíe. Debemos orar por esa ayuda cada día para que cualquiera sea la lucha y desafío que enfrentemos, Dios, por medio de su gracia, nos guíe a cambiar.

Pablo expresa un pensamiento muy similar en Romanos 2:4: “¿No ves que desprecias las riquezas de la bondad de Dios, de su tolerancia y de su paciencia, al no reconocer que su bondad quiere llevarte al arrepentimiento?” (NVI).

Aquí podríamos sustituir fácilmente “bondad” por “gracia”: “al no reconocer que su gracia quiere llevarte al arrepentimiento?” La benignidad y la gracia de Dios son esencialmente lo mismo, porque toda cosa buena que proviene de Dios es parte de su gracia. De la misma manera, se nos dice en otra parte que Dios da el arrepentimiento (Hechos 11:18; 2 Timoteo 2:25).

Arrepentirse y arrepentimiento son los términos que utiliza la Biblia para instarnos a dejar nuestra propia manera de vivir y en cambio buscar el camino de Dios para nuestra vida y pensar como él piensa. Este es un requisito para la salvación (Hechos 2:37-40) y un primer paso necesario al responder a la gracia que Dios nos da.

La benignidad de Dios y su gracia son lo que nos lleva al arrepentimiento. Cuando recibimos un buen obsequio suyo debemos reconocer que nos está exhortando a hacer las cosas de manera correcta, a hacer los cambios necesarios para poder reconciliarnos o restaurar una buena relación con él, y acercarnos aún más a Dios. ¡Esta es la respuesta que él espera de nosotros como recipientes de su gracia!

Capítulo 2

Cómo la gracia nos reconcilia con Dios

“En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (Efesios 1:7).

Cierto psicólogo condujo un estudio en el cual habló con los presos en una penitenciaría. Les preguntó a varios de ellos: “¿Por qué estás aquí?” Las preguntas fueron muy reveladoras. Uno dijo, “Fui incriminado”. Otro dijo, “Complotaron contra mí”. El tercero dijo, “Fue un caso de identidad equivocada”. Y otro, “La policía andaba buscando culparme”. Ni uno de ellos admitió ser culpable; todos eran inocentes — al menos en su parecer.

Puede que no hayamos pasado tiempo en una prisión, pero ¿hemos llevado vidas inocentes? ¿Hemos hecho algo que haya afectado nuestra relación con Dios? ¿Hemos hecho algo que nos haya sentenciado al castigo, como les sucedió a estos hombres?

La verdadera libertad proviene de Dios

A continuación presentamos parte de la carta de un preso enviada desde una penitenciaría, quien nos escribió para agradecernos por nuestra revista Las Buenas Noticias: “Encuentro su revista interesante, informativa y fiel a las Escrituras. Sus artículos reflejan no solo los problemas de esta era, sino que además me recuerdan que el plan de Dios nunca ha cambiado y me inspira a vivir en la prisión según sus leyes y mandamientos.

“Estoy encarcelado porque quebranté las leyes de Dios con mi desobediencia. Sí, también quebranté las leyes del hombre, pero el hombre no puede restaurar el alma o una nueva vida. Solo mi completa sumisión a la voluntad de Dios me ha permitido convertirme en un nuevo hombre por medio de Jesucristo. Su revista me mantiene en contacto con el mundo real y al mismo tiempo enfatiza el regreso inminente del Reino de Dios y su gracia plena. Estas son verdaderamente buenas noticias . . . Y le doy gracias a Dios por su ministerio”.

¿Qué se siente al llegar a comprender, tal como lo hizo este preso, que la verdadera libertad y restauración solo puede provenir de Dios, sin importar cuán larga sea la sentencia que uno tiene que cumplir en una prisión? ¿Apreciamos las buenas noticias del Reino de Dios venidero y la reconciliación que tenemos disponible con él después de haber transgredido su ley? Porque sin esto no solo estamos en una prisión, sino que estamos sentenciados a la muerte. ¡Es crucial que comprendamos cómo la gracia de Dios hace posible el perdón y la reconciliación con él!

Nos demos cuenta o no, el pecado ha afectado nuestra relación con Dios y nos ha alejado de él. ¿Cuál es la solución a nuestra separación de Dios? ¿Cómo podemos reconciliarnos con él? Y después de la reconciliación con él, ¿qué espera de nosotros? ¡Es vital que entendamos las respuestas a estas preguntas según las Escrituras!

Cambiando de ser enemigos de Dios a ser sus amigos

¿Cómo ha sido afectada nuestra relación con Dios por el pecado? La Palabra de Dios nos dice que “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Excepto por Jesucristo, quien fue Dios en la carne, todos han pecado y sido destituidos. Y nuestro pecado ha afectado nuestra relación con Dios.

Isaías 59:1-2 nos dice cómo ha impactado el pecado esa relación: “He aquí que no se ha acortado la mano del Eterno para salvar, ni se ha agravado su oído para oír; pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír”.

Las palabras de Isaías son francas y directas. Nuestros pecados son lo que nos separan de Dios, dañando nuestra relación con él. Nuestra relación con Dios ha sido dañada sin medida y necesita gran reparación. Dios no se separó de nosotros, sino que nosotros nos separamos de él por nuestros pecados, que es la desobediencia a su ley (1 Juan 3:4).

Entonces, ¿cuál es la solución a nuestra separación y alienación de Dios? ¿Qué debemos comenzar a hacer para tener una relación correcta con él?

Encontramos la respuesta en Isaías 55:6-7: “Buscad al Eterno mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase al Eterno, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar”. Esto claramente exige acción de nuestra parte. Dios espera que regresemos a él, nos arrepintamos y cambiemos, después de lo cual será misericordioso con nosotros.

¿Qué significa tener misericordia? Cierto relato cuenta que una madre se acercó al emperador francés Napoleón para pedirle que perdonara a su hijo. El emperador le respondió que el joven había cometido un delito y había sido juzgado culpable y que la justicia exigía su muerte. “Pero yo no pido justicia”, imploró la madre, “pido misericordia”. A esto Napoleón respondió: “Pero tu hijo no merece misericordia”. La mujer suplicó: “No sería misericordia si él la mereciera, y misericordia es todo lo que pido”. “Entonces”, respondió Napoleón, “tendré misericordia”, y perdonó al hijo de la mujer.

La misericordia no es algo que merecemos. La misericordia es compasión. Hay una belleza y simplicidad en la forma que Dios trata con nosotros. Sí, hemos sido alejados de él por nuestros pecados, pero hay una solución y una manera de reconciliarnos con él. Dios muestra una misericordia inmerecida con aquellos que abandonan sus propios caminos y regresan a él.

Jesús contó la historia de un joven que tomó una decisión equivocada al darle la espalda a su padre y despilfarrar todo lo que este le había dado, y lo que le sucedió como resultado. La conocemos como la parábola del hijo pródigo, y se encuentra en Lucas 15.

Tal vez recuerden cómo termina la historia. Después de que el joven sufre las dolorosas consecuencias de rechazar la sabiduría y guía de su padre y pierde absolutamente todo, se da cuenta de que ha tocado fondo. Humillado y herido vuelve a su padre, dándose cuenta de que no merece nada, ni siquiera ser llamado hijo. Pero, para su asombro, es recibido con celebración y brazos abiertos.

Quizás usted se identifique con la historia del hijo pródigo, y pueda apreciar la lección de la parábola: que cuando volvamos a nuestros cabales y regresemos a Dios, él tendrá misericordia y nos perdonará y acogerá para que tengamos una relación correcta con él. ¡Pero esto no sucede si no nos apartamos de nuestros propios caminos egoístas, nos arrepentimos y cambiamos, y vivimos según sus caminos!

El perdón y la reconciliación

¿Cómo podemos reconciliarnos con Dios? Hemos notado que nuestros pecados nos separan de nuestro Padre celestial y, sin embargo, él está dispuesto a tener misericordia con nosotros si estamos decididos a arrepentirnos, cambiar y volvernos a él, tal como el hijo pródigo. Pero ¿cómo es esto realmente posible? ¿Cómo podemos ser reconciliados? Después de todo, Romanos 6:23 nos dice que “la paga del pecado es muerte”, lo que significa que la muerte es lo que merecemos por nuestros pecados. Estos pecados requieren que perezcamos; estamos sentenciados a la muerte.

Pero note la última parte de Romanos 6:23: “. . . mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”. Por medio de Cristo, Dios nos ofrece un obsequio si hacemos nuestra parte.

Note también Romanos 5: “Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira” (v. 9). El apóstol Pablo nos dice que es por medio del sacrificio de Jesucristo, quien nos dio su propia vida y derramó su sangre para pagar el precio de la muerte que merecemos, que ese castigo puede ser removido.

Pablo continúa: “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida. Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación” (vv. 10 y 11).

¡Esto es algo que nos debe causar regocijo y por lo cual debemos glorificar a Dios! Sí, nuestros pecados nos han apartado de él y nos han sentenciado a la pena de muerte. Pero Dios tendrá misericordia de nosotros ya que la sangre de Jesucristo pagó ese castigo por nosotros . . . ¡y esto debe hacernos sentir alegría!

Pablo explica en 2 Corintios 5:18-20 (NVI): “Todo esto proviene de Dios, quien por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo y nos dio el ministerio de la reconciliación: esto es, que en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándole en cuenta sus pecados y encargándonos a nosotros el mensaje de la reconciliación. Así que somos embajadores de Cristo, como si Dios los exhortara a ustedes por medio de nosotros: En nombre de Cristo les rogamos que se reconcilien con Dios”.

Por tanto, Dios nos explica a través de Pablo que podemos reconciliarnos con él, sanando esa relación que se había roto. Él nos implora que nos reconciliemos con él por medio de la sangre de Cristo. El sacrificio de Jesucristo hace posible que tengamos esta reconciliación con el Padre. Sin este, moriríamos para siempre porque la pena del pecado es la muerte, pero somos librados de esa pena si aceptamos el sacrificio de Cristo y nos reconciliamos con Dios.

El perdón es posible por medio de la gracia de Dios

Aquí hay otra carta que recibimos en nuestra oficina. Esta persona escribe: “Me gustaría aprovechar esta oportunidad que Dios me ha dado para agradecerles por sus generosos corazones al enviarme copias gratuitas de sus folletos. En los últimos años de mi vida adulta (tengo 22 años), he sentido que he perdido mi dirección. Me he dado cuenta de que durante esos tiempos, cuando el camino que recorría era oscuro y sentía verdadera desesperación y una inmensa soledad, Dios estaba curvando mi camino de vuelta a sus brazos y nunca me abandonó.

“Me siento realmente inspirado y busco continuamente a Dios, y estoy seguro de que su revista y folletos son una de las formas que me llevarán de vuelta a nuestro Padre. Nuevamente, muchas gracias. Mi deseo es que prosperen más para ayudar a nutrir plenamente a millones de creyentes y no creyentes por medio de la gracia de Dios. Que Dios los bendiga siempre”.

Todo esto es posible por la gracia de Dios, no por algo que podamos hacer para merecerla. Nos hemos reconciliado con Dios por medio de la muerte de su Hijo Jesucristo. Como Juan 3:16-17 nos dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él”.

Dios envió a su Hijo al mundo a pagar la pena por nuestros pecados a fin de que pudiésemos ser salvos: salvos de la pena de muerte. Como se nos dice en 1 Juan 1:7, “la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”. Dios nos libera de la culpa que merecemos por nuestros pecados cuando aceptamos la muerte voluntaria de Cristo en nuestro lugar como pago de esa pena. Es por esto que cada uno de nosotros es responsable de la muerte de Jesucristo –no una sola persona, no un solo grupo de personas, sino todos nosotros– porque todos hemos pecado y nos hemos acarreado la pena de muerte (Romanos 3:23; 6:23).

Redimidos por Dios

Como leemos en Isaías, el arrepentimiento y retorno a Dios es nuestro punto de partida para recibir la redención y establecer una relación duradera con él. “Redimir” y “redención” son palabras que aparecen a menudo en la Biblia, y su significado básico es comprar de nuevo, asegurar la liberación o liberar mediante un pago. Y esto es exactamente lo que sucede para aquellos que se arrepienten genuinamente y vuelven a Dios. Son comprados nuevamente, liberados de la pena de muerte y de la esclavitud del pecado, y redimidos no con dinero sino con la preciosa sangre del sacrificio de Cristo (1 Pedro 1:18-19).

Pablo lo describe de esta manera en Romanos 6:16-18 (NVI): “¿Acaso no saben ustedes que, cuando se entregan a alguien para obedecerlo, son esclavos de aquel a quien obedecen? Claro que lo son, ya sea del pecado que lleva a la muerte, o de la obediencia que lleva a la justicia. Pero gracias a Dios que, aunque antes eran esclavos del pecado, ya se han sometido de corazón a la enseñanza que les fue transmitida. En efecto, habiendo sido liberados del pecado, ahora son ustedes esclavos de la justicia”.

El punto de vista de Pablo es que todos somos esclavos y que la única diferencia es de qué o de quién somos esclavos. Aislados de Dios, los seres humanos somos esclavos del pecado, que conduce a la muerte. Pero habiendo sido redimidos de esa esclavitud por la muerte propiciatoria de Jesucristo, servimos a un nuevo maestro, Dios, que nos lleva a una vida de justicia y a la vida eterna.

De nuevo, este arrepentimiento, redención y reconciliación son todos dones de la gracia de Dios hechos posibles por la sangre derramada de Jesucristo.

Vivir según cada palabra que proviene de Dios

¿Qué significa entonces ser “esclavos de la justicia”, como dice Pablo? ¿En qué consiste esto? Como vemos en Hechos 2:38, debemos arrepentirnos, bautizarnos y recibir el don del Espíritu de Dios. Hacemos esto por fe, confiando en Dios y en el sacrificio de Jesucristo como pago por la pena de muerte que merecemos por nuestros pecados. El bautismo produce el perdón mediante la muerte y entierro simbólicos del antiguo ser junto con nuestros pecados, y la resurrección simbólica a una nueva vida en Cristo (Romanos 6:1-11). Por medio de la imposición de manos de un verdadero ministro de Dios, recibimos el don el Espíritu Santo de Dios (vea Hechos 8:14-18).

Pero ¿qué viene después de esto? Aquellos que han sido reconciliados con Dios por la fe en el sacrificio de Cristo deben continuar viviendo en fe, es decir, en armonía con las instrucciones y creencias fundamentales expresadas en la Palabra de Dios. Tal como Jesucristo mismo dijo, citando Deuteronomio 8:3, “no sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca del Eterno” (Mateo 4:4; Lucas 4:4). Dios espera que seamos seres intachables después de aceptar el sacrificio de Cristo, viviendo según cada palabra que él dice.

Algunos creen que una vez que aceptan a Cristo no importa como vivan sus vidas desde ese punto en adelante: ya han recibido la salvación y nunca pueden volver a perderla, sin importar lo que pase. Este concepto se resume en la frase popular “Una vez salvo, siempre salvo”. ¡Pero esto es una mentira y un engaño satánico!

Vea lo que Pablo escribió en Romanos 6:1-2 inmediatamente después de explicar cómo somos hechos salvos por la gracia de Dios: “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?”

Pablo muestra cuán insensato es pensar que una vez que nuestros pecados han sido perdonados, lo que requirió el sacrificio y muerte de Cristo en nuestro lugar, podemos continuar pecando. Si morimos simbólicamente con Cristo por nuestros pecados, ¿cómo es posible justificar que podemos continuar viviendo una vida de pecado? ¿Podemos continuar pecando? Pablo responde claramente, “En ninguna manera”.

“Santos, intachables e irreprochables delante de él”

A pesar de lo que algunos enseñan, no podemos continuar llevando una vida en la que quebrantamos los mandamientos de Dios y esperando que siga extendiéndonos su gracia. Pablo describe en mayor detalle lo que significa estar reconciliados con Dios en Colosenses 1: “En otro tiempo ustedes, por su actitud y sus malas acciones, estaban alejados de Dios y eran sus enemigos” (v. 21, NVI). Aquí nuevamente vemos, como leímos anteriormente en Isaías 59:1-2, que nuestros pecados –nuestras “malas acciones”– nos alejaron de Dios y nos hicieron enemigos de él.

Continuando en Colosenses 1:22, dice: “Pero ahora Dios, a fin de presentarlos santos, intachables e irreprochables delante de él, los ha reconciliado en el cuerpo mortal de Cristo mediante su muerte”. Por tanto, nuevamente vemos la necesidad de aceptar y tener fe en el sacrificio de Cristo para que nuestros pecados pasados sean perdonados y así podamos reconciliarnos con Dios a través de su muerte.

¿Y qué viene después de esto? “. . . con tal de que se mantengan firmes en la fe [esto quiere decir, confiando en la verdad que hemos aprendido y poniéndola en práctica], bien cimentados y estables, sin abandonar la esperanza que ofrece el evangelio. Este es el evangelio que ustedes oyeron y que ha sido proclamado en toda la creación debajo del cielo, y del que yo, Pablo, he llegado a ser servidor” (v. 23).

Sencillamente tenemos que continuar en esa fe después de aceptar la muerte y sacrificio de Cristo en nuestro lugar. Debemos seguir adelante sin alejarnos de lo que hemos aprendido en cuanto a la fe del evangelio del Reino de Dios y de cómo podemos entrar en ese reino por medio de Jesucristo. (Para aprender más acerca de lo que esto significa, descargue o solicite nuestras guías de estudio gratuitas El Evangelio del Reino de Dios y ¿Por qué existimos?)

Viviendo “sobria, justa y piadosamente”

Es fundamental que todos aquellos que confían en Dios recuerden que tienen que vivir una vida piadosa después del bautismo, tal como el apóstol Pablo nos recuerda. Note lo que escribió en Tito 2:11-14: “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras”.

¿Importa, entonces, cómo vivimos después de que nuestros pecados son perdonados? ¡Por supuesto que sí! Dios se fija en cómo vivimos; se fija en las obras de nuestra vida y en cómo tratamos a la gente a medida que él nos libera de nuestras obras pecaminosas. Él espera que crezcamos, aprendamos y nos desarrollemos.

¡Jesús fijó la vara muy alta para nosotros! Vemos esto en Mateo 5:48 (NVI): “Por tanto, sean perfectos, así como su Padre celestial es perfecto”.

La vara que Jesús fijó refleja la naturaleza y el carácter divinos de nuestro Padre celestial. Se nos dice que seamos como él es – no como la gente a nuestro alrededor, sino como él. Esto solamente es posible a través de Dios el Padre y Jesucristo, que viven en nosotros por medio del Espíritu Santo (vea Juan 14:16-17, 23).

Se espera que seamos perfectos, que nos alejemos de los pecados en nuestra vida y crezcamos en gracia y entendimiento (2 Pedro 3:18). ¡Tenemos que tratar de vivir una vida justa cuando nos reconciliamos con Dios! Abordaremos más adelante cómo crecer y buscar la justicia. (Para aprender más sobre cómo ser como Dios por medio del Espíritu Santo, descargue o solicite nuestra guía de estudio gratuita Transforme su vida: La verdadera conversión cristiana).

Los pecados son sepultados con la sangre de

¿Qué pecados fueron sepultados con la sangre de Cristo? Como notamos anteriormente, Dios perdona nuestros pecados pasados al bautizarnos — pecados de los que nos arrepentimos y que dejamos de practicar. Y ese perdón es total. Como el rey David escribió en Salmos 103:12, “Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones”.

Como nos dice Romanos 3:23, “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” . Todos hemos pecado y nos hemos alejado de nuestro Padre celestial, y solo cuando regresemos a él, nos reconciliemos y aceptemos el sacrificio de Jesús, las cosas cambiarán para nosotros.

Pablo luego continúa en este pasaje: “. . . pero por su gracia son justificados gratuitamente mediante la redención que Cristo Jesús efectuó” (v. 24, NVI). Nuevamente vemos que todo esto es posible por y mediante la sangre de Jesucristo.

Y continúa: “Dios lo ofreció como un sacrificio de expiación que se recibe por la fe en su sangre, para así demostrar su justicia. Anteriormente, en su paciencia, Dios había pasado por alto los pecados” (v. 25).

Por lo tanto, Dios en su paciencia y misericordia escogió no castigarnos por los pecados que habíamos cometido en el pasado, “pero en el tiempo presente ha ofrecido a Jesucristo para manifestar su justicia. De este modo Dios es justo y, a la vez, el que justifica a los que tienen fe en Jesús” (v. 26).

Por tanto, debemos creer y tener fe en que el sacrificio de Jesucristo hace esto por nosotros y que él murió para pagar por nuestros pecados y llevarnos al arrepentimiento. Él nunca quiso que confundiésemos la gracia y el perdón como permiso para ignorar o desobedecer las enseñanzas fundamentales que Dios revela a lo largo de las Escrituras.

Él más bien enseño, tal como hemos visto, que el hombre debe vivir “de toda palabra que sale de la boca de Dios". ¡Debemos vivir según la Palabra de Dios desde el momento del bautismo en adelante!

¿Qué ocurre si pecamos después?

¿Pero qué pasa si pecamos después del bautismo? ¿Pueden esos pecados posteriores ser también sepultados con la sangre de Cristo? Encontramos la respuesta en 1 Juan 2: “Y él es la propiciación [o sacrificio expiatorio que nos reconcilia con Dios] por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo. Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (vv. 2-6).

Como vemos aquí, se espera que caminemos como nuestro Salvador lo hizo y vivamos como él vivió: de manera justa, sin pecado, obedeciendo los mandamientos de Dios. Y si pecamos, debemos arrepentirnos y continuar viviendo una vida de justicia.

Somos la obra maestra de Dios

¿Por qué, entonces, necesitamos la gracia de Dios? Nada que hagamos puede lograr que merezcamos el perdón y la salvación, porque estos son dones de Dios. Somos salvos por su gracia, como vemos en Efesios 2:8-9: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”.

Luego Pablo añade en el versículo 10: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas”. Sí, la gracia es un don de Dios, pero aun así se espera que vivamos una vida de justicia después de aceptar ese don. La Biblia es consecuente y clara al explicar esta enseñanza de que la salvación es un don de Dios, pero que a pesar de serlo, la expectativa es que debemos obedecer a Dios si es que decidimos recibirlo.

Note lo que Jesús mismo dijo en Mateo 7:21: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”. No es suficiente que reconozcamos a Dios el Padre y a Jesucristo como Señor, Maestro y Gobernante, ¡sino que también debemos obedecerles para estar bajo su gobierno!

Ciertamente el perdón y la salvación son dones de Dios y no pueden ser ganados. Como seres humanos, no poseemos nada de suficiente valor como para pagar por el perdón de nuestros pecados y nuestra salvación. Sin embargo, Jesús nos dice aquí claramente que a menos que sometamos nuestra voluntad a Dios y nos comprometamos a hacer la suya, no tendremos parte en su reino. Y nos dice en otra parte que, a menos que nos arrepintamos, pereceremos (Lucas 13:3, 5).

No ganamos la salvación por medio del arrepentimiento, pero el arrepentimiento es un prerrequisito para recibirla. Tenemos que buscar el perdón de nuestros pecados, y eso viene por la gracia de Dios. No hay nada que podamos hacer por nosotros mismos para lograr esto y, por lo tanto, Dios espera que actuemos como corresponde para recibir ese don.

Cuando sumamos todo lo anterior, vemos que una buena manera de describir la gracia de Dios es como su favor gratuito e inmerecido hacia nosotros, motivado por su amor y preocupación por sus criaturas, especialmente para aquellos que aceptamos su invitación a entablar una relación con él. ¡La gracia abarca todos los maravillosos dones que Dios tan amablemente nos da! EC

Continuará