Lección 18 - Trasfondo histórico de los evangelios
Las parábolas de Jesucristo (2da parte)
La parábola de la semilla de mostaza
Ahora Jesús entrega la tercera parábola, que tiene que ver con la semilla de mostaza: “Otra parábola les refirió, diciendo: El reino de los cielos es semejante al grano de mostaza, que un hombre tomó y sembró en su campo; el cual a la verdad es la más pequeña de todas las semillas; pero cuando ha crecido, es la mayor de las hortalizas, y se hace árbol, de tal manera que vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus ramas” (Mateo 13:31-32).
El nombre técnico de la planta de mostaza en Oriente Medio es sinapis negra, la cual produce una flor amarilla aromática. Su semilla es negra por fuera y amarilla por dentro y al molerla se obtiene aceite de mostaza, de donde se extrae el ingrediente básico de nuestra salsa de mostaza tradicional. Es una fuente rica en aceite y proteínas, en una proporción de 50 y 44 % respectivamente. Es sin duda una de las semillas más pequeñas y, sin embargo, luego de varios meses de sembrada puede convertirse en uno de los arbustos herbáceos de mayor tamaño (casi 4 metros de altura), donde las aves pueden anidar fácilmente.
The Expositor’s Bible Commentary (Comentario bíblico del expositor) señala: “Esta semilla es descrita como ‘la más pequeña de todas las semillas’, pero llega a convertirse en ‘el más grande de los arbustos’. De acuerdo al pensamiento rabínico, la semilla de mostaza era famosa por su pequeñez. Se convierte en árbol, enorme en comparación con la pequeña semilla, y suficientemente grande como para que las aves se posen en sus ramas o se cobijen bajo su sombra. La imagen alude a pasajes del Antiguo Testamento que representan un gran reino, cual árbol grande con pájaros posados en sus ramas (Jueces 9:15, Ezequiel 17:22-24, 31:3-14, Daniel 4:7-23)”. (Notas sobre Mateo 13:31).
Cristo usa esta analogía para describir cómo Dios a menudo lleva a cabo su especial obra con la humanidad. En principio dicha obra parece muy pequeña, modesta e insignificante, pero un día se convertirá en la más importante de todas las obras de la Tierra. Veamos varios ejemplos bíblicos en los cuales Dios comenzó cosas a partir de algo sencillo y, sin embargo, al final los resultados fueron enormes:
1. El justo Abel, que a pesar de no haber tenido descendientes físicos, gracias a su fe tuvo muchos descendientes espirituales (Lucas 11:49-51; Hebreos 11:4).
2. Noé, un hombre que en su momento era la única persona justa que había en la Tierra poco antes del diluvio. También seguimos su ejemplo espiritual (Hebreos 11:7).
3. Abraham, aparentemente destinado a no tener hijos debido a la esterilidad de su esposa Sara. Sin embargo, milagrosamente engendró a Isaac, el hijo de la promesa, cuyos descendientes espirituales, incluidos nosotros, llegarían a ser tan numerosos como las estrellas del cielo (Génesis 15:5-6).
4. La tribu de Israel, compuesta por un pequeño grupo de 75 personas cuando entraron en Egipto, creció hasta convertirse en millones cuando salieron de allí (Hechos 7:14). Cuando Israel llegó a ser una gran multitud, se le recordó: “No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido el Eterno y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos “ (Deuteronomio 7:7, énfasis nuestro).
5. Jesucristo, siendo Dios en la carne, era un modesto artesano de Galilea; tenía alrededor de 120 seguidores en aquel crucial Pentecostés de Hechos 2, pero en el futuro tendrá poder sobre todas las cosas bajo Dios el Padre (1 Corintios 15:28).
6. La Iglesia es una “manada pequeña” (Lucas 12:32), descrita en Apocalipsis como un grupo perseguido que guarda los mandamientos y está destinado a ejercer poder sobre las naciones (Apocalipsis 2:26-27).
7. El Reino de Dios es en sí muy pequeño si se considera a los pocos convertidos ahora y que perseverarán hasta el fin; pero un día abarcará toda la Tierra y aún más allá (Isaías 9:7, Daniel 2:44, Romanos 8:16-19).
La parábola de la levadura
Enseguida viene la parábola de la levadura: “Otra parábola les dijo: El reino de los cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer, y escondió en tres medidas de harina, hasta que todo fue leudado” (Mateo 13:33).
William Barclay explica el fundamento histórico: “En Palestina, el pan se hacía en casa; tres medidas de harina era la cantidad promedio que una familia relativamente grande necesitaba para hornear pan . . . Para ilustrar esta parábola del reino, [Cristo] se valió de algo que a menudo había visto hacer a su madre, María. La levadura consistía en un poco de masa que se conservaba de una preparación anterior y que se fermentaba al guardarse.
“El meollo de la parábola es una cosa en particular: el poder transformador de la levadura, que cambia la naturaleza de toda una masa. El pan sin levadura es como una galleta dura, seca, insípida y poco apetitosa; el pan horneado con levadura es blando, suave, esponjoso, delicioso y agradable para comer. El efecto de la levadura transforma la masa; de igual modo, el reino produce una transformación en la vida, y una de sus manifestaciones es cómo el cristianismo transforma a una persona. En 1 Corintios 6:9-10 Pablo compila una lista de los más terribles y repugnantes tipos de pecadores y luego, en el siguiente versículo, concluye con una extraordinaria declaración: ‘Y esto erais algunos’. Jamás olvidemos que la función y el poder de Cristo es convertir a los malos [o pecadores] en buenos”.
Esta parábola sobre la levadura es similar a la anterior sobre la semilla de mostaza, pero desde un ángulo diferente. Una pequeña cantidad de levadura, que parece tan insignificante, puede hacer que finalmente la masa crezca mucho más. Esto muestra cómo el Reino de Dios puede crecer, tanto colectiva como individualmente. A nivel personal, el Espíritu de Dios trabaja en nosotros casi imperceptiblemente, pero poco a poco nos permite crecer espiritualmente. Pedro exhorta a los lectores de esta epístola a mantener “buena vuestra manera de vivir entre los gentiles; para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras” (1 Pedro 2:12).
Colectivamente, así como la levadura parece imperceptible en la masa, pero actúa tan poderosamente, la Iglesia está destinada algún día a hacer una gran diferencia en el mundo, cuando ocurran los eventos apocalípticos del tiempo del fin y Jesús regrese a establecer su reino que abarcará toda la Tierra (Lucas 1:33).
La parábola del tesoro escondido
Cristo entrega ahora la quinta parábola: “El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo” (Mateo 13:44).
Vemos que Cristo compara simbólicamente las verdades de Dios con un tesoro escondido, como se explica en Mateo 13:51-52. Así que esto tiene que ver con una de las dos formas principales en que una persona encuentra ese tesoro espiritual, recordando siempre que Dios tendrá la última palabra y hará el llamado (Juan 6:44).
Así pues, este es un ejemplo de alguien que no estaba buscando específicamente la verdad y, no obstante, de repente la encuentra. Ahora, la persona puede acogerla y darle el primer lugar en su vida, o dejar pasar la oportunidad. Por supuesto, es necesario aceptar el llamado para que sea de alguna utilidad.
Como Barclay explica, “Aunque esta parábola nos suene extraña, para la gente de Palestina en tiempos de Jesús era perfectamente normal. En el mundo antiguo existían los bancos [en los templos sagrados], pero no podían ser usados por el ciudadano promedio. La gente común y corriente usaba el suelo como el lugar más seguro para guardar sus más preciados bienes. En la parábola de los talentos, el siervo inútil ocultó su talento en la tierra para no perderlo (Mateo 25:25). Según un refrán rabínico de aquel entonces, solamente había un depósito seguro para el dinero: el suelo. Esto era aún más cierto en un territorio como este, en que el huerto de un hombre podía convertirse en cualquier momento en un campo de batalla. Palestina era probablemente el país más codiciado del mundo, y cuando en el horizonte asomaban nubarrones de guerra, era una práctica común que antes de huir la gente ocultara sus objetos de valor en el suelo, con la esperanza de regresar algún día y recuperarlos. Josefo habla de ‘el oro y la plata y el resto de los más preciados bienes que los judíos tenían, y que sus propietarios atesoraban bajo tierra ante la incertidumbre de la guerra’ . . . La ley rabínica judía era muy clara en tales casos: ‘¿Qué hallazgos pertenecen al que los encuentra y cuáles puede declarar? Pertenecen al que los encuentra — si un hombre halla frutos o dinero disperso . . . estos pertenecen al que los encuentra’”. (Notas sobre Mateo 13:44).
Así, en este caso, una persona tropieza con el cofre del tesoro de las verdades de Dios y está dispuesta a sacrificar cualquier cosa o todas las cosas con el fin de apropiárselo.
La parábola de la perla de gran precio
La siguiente parábola se relaciona con la anterior: “También el reino de los cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas, que habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró” (Mateo 13:45-46).
Esta es la segunda manera de llegar a la verdad de Dios: buscando diligentemente hasta encontrarla. Jesús ya había dicho a sus discípulos: “No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen” (Mateo 7:6). Aquí las perlas se comparan con las cosas santas de Dios, es decir, sus preciosas verdades. En el Imperio romano, las perlas eran algunos de los adornos más caros imaginables. No había entonces tal cosa como una perla “cultivada”, así que una perla natural era muy rara y difícil de conseguir.
“En el mundo antiguo”, explica Barclay, “las perlas tenían un lugar muy especial en el corazón de las personas. La gente deseaba poseer una perla costosa, no solo por su valor monetario, sino también por su belleza. Les era placentero simplemente tenerla y contemplarla. El hecho de poseer y apreciar una perla les causaba gran placer estético. Las principales fuentes de perlas en aquellos días eran las costas del mar Rojo y la lejana Gran Bretaña, pero un comerciante recorría los mercados del mundo para encontrar una perla que fuera de una belleza extraordinaria . . . La perla de gran precio sugiere que había otras perlas, pero solo una de gran precio. Es decir, hay muchas cosas buenas en este mundo, y muchas de ellas pueden ser atractivas para el hombre. Uno puede sentirse atraído por el conocimiento y alcance de la mente humana, el arte, la música y la literatura, y todos los triunfos del espíritu humano. Puede serle atractivo servir a su prójimo, aunque ese servicio sea motivado por razones humanitarias más que puramente cristianas, y tal vez hasta se sienta atraído por las relaciones humanas. Todo eso es maravilloso, pero no satisface lo suficiente. Lo realmente satisfactorio es aceptar la voluntad de Dios. Esto no significa menospreciar las otras cosas; también son perlas, pero la perla suprema es la decisión de obedecer a Dios que nos convierte en sus amigos.
“Encontramos en esta parábola el mismo punto que en la anterior, pero con una diferencia: el hombre que cavaba en el campo no estaba buscando un tesoro, sino que lo encontró accidentalmente. El hombre que buscaba perlas pasaba su vida en esa tarea. Pero, sin importar si el descubrimiento había sido el resultado de algo fortuito o de una búsqueda de toda la vida, la reacción fue la misma: vender y sacrificar todo para obtener el gran tesoro. Una vez más, la verdad es inalterable: que para el hombre que llegue a conocer la voluntad de Dios, ya sea por una súbita revelación o al final de una búsqueda larga y consciente, vale la pena aceptarla sin vacilación”. (Notas sobre Mateo 13:45).
Así, Jesús estaba explicando que uno de los aspectos del Reino de Dios tiene que ver con la forma en que uno encuentra la verdad y con lo que está dispuesto a sacrificar para hacerla suya.
La parábola de la red
Ahora viene la séptima parábola: “Asimismo el reino de los cielos es semejante a una red, que echada en el mar, recoge de toda clase de peces; y una vez llena, la sacan a la orilla; y sentados, recogen lo bueno en cestas, y lo malo echan fuera. Así será al fin del siglo: saldrán los ángeles, y apartarán a los malos de entre los justos, y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes. Jesús les dijo: ¿Habéis entendido todas estas cosas? Ellos respondieron: Sí, Señor. Él les dijo: Por eso todo escriba [un maestro de la Biblia, como él] docto en el reino de los cielos [conocedor de las verdades de Dios] es semejante a un padre de familia, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas” (Mateo 13:47-52).
Aquí Cristo se enfoca en otro aspecto del Reino de Dios: cómo será juzgada la gente.
Una vez más, Barclay entrega algunos antecedentes útiles: “Era lo más natural en el mundo que Jesús se refiriera a la actividad de la pesca al dirigirse a los pescadores. Era como si les dijera: ‘Miren cómo su trabajo diario les habla de las cosas del cielo’.
“En Palestina se pescaba principalmente de dos maneras. Una de ellas consistía en usar un esparavel o atarraya. Esta era una red manual que se echaba desde la orilla . . . La segunda manera de pescar era con red de arrastre, o trasmallo. Este es el método al que se refiere esta parábola. La red de arrastre era una gran red cuadrada con cuerdas en cada esquina y balanceada de tal modo que, en reposo, colgaba, por así decirlo, erguida en el agua. Cuando el barco empezaba a moverse, la red adquiría la forma de un gran cono en el que toda clase de peces eran atrapados. Entonces, la red era arrastrada a tierra para seleccionar la pesca. Lo que no servía, y lo que servía se recogía en recipientes”. (Notas sobre Mateo 13:47).
Esta parábola es similar a la del trigo y la cizaña, y puede aplicarse al mundo y a la Iglesia. Con respecto al mundo, todos serán juzgados y clasificados; algunos obtendrán su recompensa en esta vida, mientras que otros la tendrán en la vida futura. Del mismo modo, algunos vienen a la Iglesia pero no se convierten, aunque cumplen con todas sus obligaciones. En última instancia, solo Dios puede ver el corazón: las verdaderas motivaciones y la conversión genuina (1 Corintios 4:5). Así que debemos ser pacientes, porque Dios se encargará de las cosas, y en algunos casos nos sorprenderá con la revelación de quiénes fueron los que en verdad superaron las pruebas. Cuando Cristo regrese, él separará a los realmente fieles de los infieles en la Iglesia (1 Juan 2:28), así como a otras personas, durante todo el período del juicio futuro (Mateo 25:31-46).
Así, Jesús termina esta sección de parábolas como haría un escriba sabio, recordándoles que lo que él les está revelando son las verdades espirituales de Dios y cómo deben ser aplicadas. Sin duda les está ofreciendo el vino nuevo, las verdades de Dios magnificadas por Cristo, que necesitan ser vertidas en odres nuevos, es decir, en una mente convertida (Lucas 5:37-39). EC