Las dieciocho palabras
Aquí está usted nuevamente, luchando contra una prueba muy dolorosa. Vez tras vez las cosas fracasan, y nada parece resultar bien. La mayoría de sus amigos aparentemente no están muy preocupados, y los que intentan ayudar en realidad no ayudan. Usted ora a Dios y le pregunta: “¿Por qué debo soportar esta terrible circunstancia?”
Es casi seguro que, tarde o temprano, todo verdadero cristiano tendrá que enfrentarse a una situación angustiosa de algún tipo. Para algunos podría ser una grave crisis de salud, y para otros un problema financiero, matrimonial o laboral. Otros tendrán que luchar contra sentimientos de soledad, depresión, una gran debilidad de carácter o cualquier otro problema. Durante estas pruebas pueden pronunciarse palabras como: “¡A nadie le importa, y ni siquiera Dios parece darse por enterado de mis penurias!” ¿Cómo sé esto? Porque así me sentí en cierto momento, durante un largo periodo de desempleo que tuve que enfrentar hace muchos años.
Cómo afrontar y manejar las inevitables pruebas
Pero ¿significa entonces que si un cristiano expresa sentimientos negativos en tiempos difíciles es porque sus esfuerzos de amar y confiar en Dios y vivir por la fe de Jesucristo han fracasado? La respuesta es no. Aunque nuestras pruebas indudablemente son legítimas y reales y a menudo muy estresantes, no son únicas, y nuestras reacciones ante ellas pueden ser similares a las de otros que nos precedieron en la fe (1 Corintios 10:13). Por ejemplo, cuando los hombres de fe se enfrentaban a situaciones traumáticas, a veces expresaban su frustración e incluso cuestionaban el poder, el amor y la misericordia de Dios. Veamos un ejemplo de esto en Salmos 77:7-9: “¿Desechará el Señor para siempre, y no volverá más a sernos propicio? ¿Ha cesado para siempre su misericordia? ¿Se ha acabado perpetuamente su promesa? ¿Ha olvidado Dios el tener misericordia? ¿Ha encerrado con ira sus piedades?” Como vemos, algunos miembros del pueblo de Dios en generaciones pasadas se volvían irritables e impacientes, y de la misma manera esto puede suceder, y sucede, hoy en día.
Pero ¿por qué permite Dios a veces que sus devotos siervos pasen por grandes pruebas durante largos periodos de tiempo? Aunque ciertamente podría detenerlas al instante, ¿por qué no lo hace? La Biblia proporciona respuestas a estas preguntas, que revelan el deseo de nuestro Creador no solo de enseñarnos lecciones vitales, sino también de descubrir lo que hay en lo más profundo de nuestros corazones. En este sentido, si consideramos el tremendo poder y autoridad que Dios nos dará como seres espirituales en su reino futuro, tiene que saber de antemano y sin reservas que permaneceremos inalterablemente leales y obedientes a él bajo todas las circunstancias, incluso hasta la muerte (Apocalipsis 12:11). Además, Dios permite que haya problemas en nuestras vidas para que podamos ver claramente nuestros defectos y debilidades, de modo que “sigamos adelante hasta llegar a ser maduros en nuestro entendimiento” (Hebreos 6:1, Nueva Traducción Viviente). Y su deseo es que desarrollemos cualidades de carácter indispensables, como el hábito de esperar paciente y fielmente su ayuda (Romanos 5:3-4). Todo lo que él hace está diseñado para fortalecernos, de modo que podamos creer y actuar de acuerdo con dieciocho palabras muy importantes, que veremos más adelante, cuando pasemos por pruebas.
Cómo mantenernos fieles en nuestros momentos de más debilidad
En las Escrituras Dios asegura que nos proporcionará la ayuda que necesitamos para soportar cualquier dificultad o persecución (Santiago 1:2-4). Pero ¿cómo podemos estar seguros de que una prueba experimentada en un momento vulnerable de nuestra vida no provocará nuestra derrota espiritual? Examinemos esto desde una perspectiva positiva: si Dios ve que permanecemos fieles en nuestros momentos de más fragilidad, ¿no tendrá entonces confianza en que siempre seremos fieles? Reflexionemos nuevamente sobre cómo el rey David, a pesar de que a veces se sentía asediado y acosado, nunca se rindió ante Dios (Salmos 143:3). También el apóstol Pablo se enfrentó a tremendas angustias, quizá hasta el límite de su resistencia, pero no abandonó a su Creador ni su camino de vida (2 Corintios 1:8). ¿Por qué? Porque él, al igual que David, comprendió y aplicó la esencia de las dieciocho palabras.
¿Y qué hay de nosotros? ¿Qué pasaría si Dios permitiera que Satanás nos perturbara de alguna manera? Tal vez el diablo trataría de intimidarnos para que nos creamos incapaces de soportar una gran presión. Pero alimentar tal idea no sería más que una gran mentira, ¡ya que Dios no llama a nadie al fracaso! Por el contrario, él está plenamente comprometido con nuestro éxito y ha prometido estar siempre a nuestro lado (Isaías 41:10). Él nos proporcionará todo lo que necesitamos para superar cualquier obstáculo y tener la fuerza espiritual para desviar todas las flechas incendiarias del diablo (Romanos 8:31-32; Efesios 6:16). Así, cuando ejercemos fe en Dios y en su gran poder, podemos ver cómo él resuelve los detalles de nuestra angustiosa situación. Puede que él cambie las circunstancias (o puede que no), pero sin importar cómo y cuándo decida actuar, al final seremos bendecidos porque le amamos y confiamos plenamente en él (Salmos 28:7).
No espere a que lleguen los problemas
Más arriba leímos cómo el apóstol Pablo soportó pruebas extremadamente difíciles. Del mismo modo, consideremos a nuestro Salvador, Jesucristo, quien experimentó un sufrimiento inimaginable y sin embargo nos dejó un ejemplo imborrable de fe bajo fuego (1 Pedro 4:12-13). Y lo hizo por nosotros. ¿Por qué? “Para que no se cansen ni desanimen” (Hebreos 12:3, Dios Habla Hoy, énfasis nuestro en todo este artículo). Si pensamos en eso cuando nos hallemos bajo presión, podremos sentirnos más que seguros de que Dios nos apoyará y fortalecerá de manera absoluta (1 Pedro 4:1-2). Pero todo esto depende de nuestra disposición a creer y aplicar las dieciocho palabras.
Por supuesto, ¡cualquier prueba puede ser una piedra de tropiezo si lo permitimos! En consecuencia, debemos permanecer cerca de Dios en oración y saturar nuestras mentes con su Palabra mientras continuamente despertamos su Espíritu dentro de nosotros, tal como lo hizo Jesús (Juan 7:38). En este sentido, no debemos esperar a que lleguen los problemas para acercarnos a Dios (Santiago 4:8). Por el contrario, debemos comprometernos a orar a diario y agradecerle constantemente su amor y apoyo inagotables por medio de su Espíritu (1 Tesalonicenses 5:17; 2 Timoteo 1:6).
El fiel ejemplo del patriarca Job
No obstante, como ya dijimos, a veces la situación a la que nos enfrentamos simplemente parece demasiado difícil como para soportarla. En este caso, imaginemos lo que vivió el patriarca bíblico Job. Dios permitió que Satanás lo atormentara gravemente y, como resultado, perdió a todos sus hijos y todas sus riquezas en un solo día (Job 1:13-19). Poco después perdió la salud, cuando el diablo lo afligió con espantosos furúnculos por todo el cuerpo (Job 2:7). Pero ¿por qué sufrió Job estas atroces pruebas? ¿Era él acaso un terrible pecador que se negaba a arrepentirse? ¡En absoluto! De hecho, Job 1:1 dice que “era irreprensible y recto, temeroso de Dios y rehuía el mal”.
Al principio Job sufrió pérdidas horrorosas, pero inmediatamente después de enterarse de ellas hizo una declaración muy significativa, según leemos en Job 1:21: “Desnudo vine a este mundo, y desnudo saldré de él” (DHH). Y continuó con las siguientes palabras: “El Señor me lo dio todo, y el Señor me lo quitó; ¡bendito sea el nombre del Señor!” Estas dieciocho palabras resumen lo que necesitamos creer y poner en práctica cuando nos enfrentamos a nuestras propias pruebas. Job reconoció que Dios tenía el control absoluto y confió en él incondicionalmente. Lo mismo debemos hacer nosotros.
Estas dieciocho palabras expresan lo que debemos hacer
Por último, Dios nos da todas las cosas buenas (1 Timoteo 6:17). Sin embargo, a veces permite que nos sean quitadas para enseñarnos lecciones importantes y poner a prueba nuestra fidelidad y obediencia. Por lo tanto, nunca renunciemos a él ni a su camino de vida debido a pruebas dolorosas. Al contrario, honrémoslo y confiemos plenamente en él, con la absoluta seguridad de que siempre nos amará, ayudará y sostendrá (Hebreos 13:5). Así, cuando nos encontremos con acontecimientos problemáticos, estaremos preparados para decir estas dieciocho palabras y creer en ellas firmemente: “El Señor me lo dio todo, y el Señor me lo quitó; ¡bendito sea el nombre del Señor!” EC