Las 12 tribus de Israel en la profecía
Séptima parte (Continuación)
El siglo británico
Gran Bretaña no siempre había sido grande. De hecho, la mayor parte de la ascensión de Gran Bretaña y los Estados Unidos se produjo después de 1800. Solo un par de siglos antes de convertirse en el principal poder mundial, la posición de Inglaterra había sido similar a la de todas las otras naciones de Europa.
El emperador Habsburgo del Sacro Imperio Romano, Carlos V, describió la posición relativa de Inglaterra entre las naciones europeas en la víspera del siglo XVI. Según se dice, él comentó: “Yo le hablo a Dios en latín, a los músicos en italiano, a las damas en español, a la corte en francés, a los sirvientes en alemán, y a mis caballos en inglés”.
¿Cómo pudo producirse un cambio de fortuna y prestigio tan extraordinario para los ingleses en los siguientes 200 años?
El crecimiento industrial y económico del mundo angloamericano comenzó a adquirir impulso a mediados de la última parte del siglo XVIII. Los historiadores económicos no se ponen de acuerdo sobre el punto en el cual el proceso de industrialización alcanzó su masa crítica. Pero, generalmente hablando, las fechas más tempranas sugieren que fue en la segunda mitad del siglo XVIII, y la más tardía, a finales del mismo siglo.
Gran Bretaña también experimentó una explosión demográfica que comenzó durante ese mismo período. El historiador Colin Cross nota que “uno de los misterios inexplicables de la historia social es la explosión en el tamaño de la población de Gran Bretaña entre 1750 y 1850. Por generaciones la población británica no había variado, o solo había aumentado levemente. Luego, en el curso de un siglo, casi se triplicó: de 7.7 millones en 1750 a 20.7 millones en 1850. . . Gran Bretaña era un país dinámico, y una de las marcas de tal dinamismo fue su explosión demográfica” (Fall of the British Empire [La caída del imperio británico],1969, p. 155).
Esta ventana de tiempo parece estar directamente relacionada con las promesas de primogenitura que recibieron los descendientes exiliados de José. A pesar de que los historiadores se han preguntado por qué la revolución industrial no comenzó antes en la historia, esta bendición divina puede ayudar a explicar por qué el gigantesco crecimiento de la capacidad industrial se expandió tan dramáticamente en ese periodo.
La Biblia revela que Dios controla los acontecimientos y los lleva a cabo según su plan y su propio calendario (Isaías 46:9-10). Él declaró hace mucho tiempo, a través del patriarca Jacob, que los descendientes de José recibirían las promesas de primogenitura en “los días venideros” (Génesis 49:1, 22-26).
Otros conflictos bíblicamente profetizados distinguen a nuestra era moderna como “los días venideros”, los mismos que culminarán con los eventos profetizados en Mateo 24 y el libro del Apocalipsis. Estos confirman que el cumplimiento de las promesas de Dios a Abraham respecto a los últimos días se ha estado llevando a cabo. (Para comprender mejor las profecías de los últimos tiempos, solicite su copia gratuita del folleto ¿Estamos viviendo en los últimos días? a una de nuestras oficinas cercana a usted o descárguela de nuestro sitio www.iduai.org).
El año 1776 fue una fecha relevante. En ese entonces la máquina a vapor ya estaba siendo utilizada de manera práctica, y en el curso de la siguiente década –solo unos años antes de que la Revolución francesa de 1789 aminorara significativamente el desarrollo en Francia– se convirtió en un éxito comercial.
Ese mismo año, los colonizadores de Estados Unidos declararon su independencia. Esta separación de los Estados Unidos de Gran Bretaña cumplió la profecía de que Manasés y Efraín serían pueblos diferentes: uno, una gran nación, y el otro, una “multitud de naciones” (Génesis 48:16, 19).
Otro importante suceso tuvo lugar alrededor de ese mismo tiempo. Un profesor escocés de filosofía moral de la Universidad de Glasgow, Adam Smith, publicó la obra Wealth of Nations (La riqueza de las naciones), que se convirtió en el pilar intelectual y filosófico para que Inglaterra desarrollara lo que desde entonces se conoce como economía capitalista. El sistema capitalista pronto comenzó a impulsar al mundo occidental en general, y a la economía británica en particular, a niveles sin precedentes.
Y aunque es posible que los diplomáticos y hombres de Estado británicos carecieran de un gran plan para la construcción de su imperio, este se convirtió en el imperio más grande y benefactor en la historia de la humanidad. Con razón que los historiadores describen los años 1800 como “el siglo británico”.
La nación de Estados Unidos florece
Las guerras entre Francia e Inglaterra, que culminaron con la victoria británica sobre Napoleón en Waterloo en 1815, tuvieron una influencia indirecta en la ascensión de Estados Unidos a una posición de grandeza. Napoleón necesitaba dinero para sufragar los costos de una inminente guerra con Inglaterra, lo cual lo llevó a vender grandes territorios norteamericanos a Estados Unidos, lo que se llamó la Compra de Luisiana.
La adquisición del territorio de Luisiana en 1803 le dio instantáneamente a la república de Estados Unidos una categoría de superpotencia mundial. La joven nación compró aproximadamente dos millones de kilómetros cuadrados de la tierra más fértil en el mundo –el Medio Oeste de Estados Unidos– ¡por menos de tres centavos por acre! De la noche a la mañana el tamaño de Estados Unidos se duplicó, fortaleciendo enormemente a la nación material y estratégicamente.
Después de esa transacción, llevada a cabo en 1803, el país se expandió a lo largo del continente en menos de una generación, añadiendo inmensas franjas de territorio con vastos recursos naturales. En 1867 Estados Unidos agregó casi 1 500 000 kilómetros cuadrados cuando compró Alaska a Rusia por 7.2 millones de dólares — alrededor de dos centavos por acre.
Aunque nadie se dio cuenta en ese tiempo, estas grandes bendiciones no explotadas llevaron a los ciudadanos de Estados Unidos a alcanzar el primer lugar de riqueza per cápita en el siglo siguiente. A pesar de que en ese tiempo los detractores ridiculizaron abiertamente la compra de Alaska, las ganancias derivadas de sus recursos –madera, minerales, petróleo y productos similares– en la actualidad se cuentan en decenas de miles de millones anuales.
Una mancomunidad de naciones
El otro cumplimiento de la predicción de Jacob –que Efraín se convertiría en una “multitud de naciones” (Génesis 48:19) – de a poco comenzó a ganar impulso. Empezó como resultado de la victoria de Gran Bretaña sobre Francia en 1815. Al final de las guerras napoleónicas, la Marina Real gobernaba los océanos.
La economía británica, estimulada por este conflicto, emergió con una supremacía económica sin paralelos. La ambición francesa de obtener la preeminencia mundial, que se había mantenido de manera más o menos continua desde los días de Luis XIV (1643-1715) y el inicio de lo que algunos historiadores llaman “la segunda guerra de los Cien Años”, había fracasado rotundamente.
Gran Bretaña se vio libre y en posesión del poder político, económico y militar para desarrollar un imperio que pronto se extendería alrededor del mundo. A medida que Manasés (Estados Unidos) moderno comenzó a construir una nación que dentro de poco se extendería de mar a mar, Efraín (Gran Bretaña) se convirtió en el heredero de tierras alrededor del mundo.
Los británicos construyeron un imperio en el cual nunca se ponía el sol. La diversidad de su estructura imperial era casi infinita, y estaba compuesta prácticamente de gente de todos los grupos étnicos. Además, estaba gobernado por medios tan centralizados como el raj (gobierno británico) en la India y la oficina del agente general en Egipto, o tan independientes como el estado de dominio otorgado a Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica.
Desde un punto de vista físico, gran parte del dominio angloamericano de los dos siglos pasados provino de la bendición de la geografía y el clima favorable y la aparente fuente infinita de recursos naturales acumulados durante este tiempo.
Los territorios británicos se concentraron en las regiones más productivas de las zonas templadas. Una fuente abundante y fiable de alimentos les permitió mantener el crecimiento constante de la población desde el siglo XVIII al XX. Indudablemente, los descendientes modernos de José han sido una “rama fructífera” (Génesis 49:22-25; vea también Levítico 26:9; Deuteronomio 6:3; 7:13-14; 28:4-5).
Los pueblos de Gran Bretaña y Estados Unidos heredaron un tesoro escondido de recursos naturales. Lo que les faltaba a los británicos dentro de sus propias islas, lo obtuvieron mediante un imperio que se extendía por el mundo entero. Los estadounidenses encontraron todo lo necesario para obtener grandeza económica nacional (vastas extensiones de tierra fértil; bosques aparentemente ilimitados; oro, plata y otros metales preciosos esperando ser explotados; y cantidades masivas de hierro, carbón, petróleo y otros depósitos minerales) dentro de los confines de Estados Unidos continental e incluso aún más en Alaska.
Ambos pueblos poseían “el fruto más fino de los montes antiguos”: “la abundancia de los collados eternos” y “las mejores dádivas de la tierra y su plenitud” dentro de los territorios que controlaban de manera exclusiva (Deuteronomio 8:9; 28:1, 6, 8, 13: 33:13-17).
Las puertas militares y comerciales del mundo
La promesa de Dios a Abraham incluyó otra cláusula: “. . . y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos” (Génesis 22:17). En este contexto, puerta se refiere a un pasaje estratégico que controla el comercio o acceso militar de una región. Algunos ejemplos de puertas estratégicas son el estrecho de Gibraltar y los canales de Suez y Panamá.
Es un hecho de la historia que Gran Bretaña y Estados Unidos se apoderaron del control de la mayoría de las tierras y portales oceánicos más importantes (vea el mapa en la página 5). Estos fueron de fundamental importancia para su dominio económico y militar en los siglos XIX y XX. Analicemos cómo los descendientes de José adquirieron los tres portales marinos tan cruciales mencionados más arriba.
El primer ejemplo ocurrió como resultado de la guerra de Sucesión española (1701-1714). El rey español, Carlos II (1661-1700), no tuvo hijos. La carencia de un heredero provocó una controversia sobre la sucesión del trono español. Por un tiempo se tuvo la impresión de que el asunto podría resolverse pacíficamente, sin embargo, cuando Carlos designó como su sucesor a Felipe IV (nieto de Luis XVI, rey de Francia), desestabilizó el equilibrio de poder europeo.
La decisión de Carlos confirmó el peor temor de los gobernantes europeos en cuanto a las intenciones de Francia. En Versalles se oyó murmurar al embajador español cuando se arrodillaba frente al nuevo rey (ahora, Felipe V de España): “Il n’y pas de Pyrenees” – "no hay más Pirineos" [cordillera montañosa situada al norte de la península ibérica, entre España, Andorra y Francia]. Él insinuó que la ascensión del rey ocasionaría la unión de Francia y España, pero el creciente dominio de Inglaterra impidió que esto ocurriera.
En 1701, Inglaterra, que se hallaba en guerra con Francia, estaba determinada a restablecer un balance favorable de poder en Europa. Su plan tuvo éxito, y el intento de Francia de dominar el continente fracasó. De hecho, Inglaterra emergió del conflicto con la fuerza naval más grande de Europa, confirmando así su condición de gran potencia mundial.
Como resultado de la guerra, Inglaterra adquirió Terranova, Nueva Escocia, el territorio de la bahía de Hudson, Menorca, y lo más importante, Gibraltar, un portal marino internacional indispensable. Su posesión de Gibraltar le significó poder controlar la entrada y salida del mar Mediterráneo. Estas adquisiciones fueron parte de los términos del acuerdo llamado Paz de Utrecht (abril 11, 1713).
Más de un siglo y medio después, los británicos ganaron control directo de otro crucial portal oceánico al otro extremo del Mediterráneo, el canal de Suez. Los británicos permanecieron en Suez por casi tres cuartos de siglo. Este pase artificial de 160 km entre el mar Mediterráneo y el mar Rojo ha sido desde hace mucho una de las vías de transporte más utilizadas del mundo, ya que eliminó el largo y arduo viaje alrededor de la punta sur de África. De acuerdo con la profecía bíblica, Dios le dio este portal marítimo al pueblo británico — los descendientes modernos de Efraín, el hijo de José.
Un tercer portal marítimo de fundamental importancia adquirido por los descendientes de José fue el canal de Panamá. Tal como la compra que hizo Tomás Jefferson del territorio de Luisiana o la adquisición de Benjamín Disraeli de acciones del canal de Suez, el presidente Teodoro Roosevelt tomó los pasos necesarios para asegurarse Panamá con audaz determinación, pero también de manera legalmente cuestionable. Roosevelt dijo en cuanto a esta proeza: “Me tomé el istmo, comencé el canal, y luego hice que el Congreso, en vez de objetar el canal, me objetara a mí” (Roger Butterfield, The American Past [El pasado americano], 1966, p. 323).
Una bendición para otras naciones
El ascenso a la grandeza de Gran Bretaña y Estados Unidos fue simplemente extraordinario. El historiador James Morris dice: “Durante los . . . años del reino de la reina Victoria [1837-1901], el imperio había crecido más de diez veces, desde posesiones dispersas ignoradas, a un cuarto de la masa terrestre del mundo . . . Había cambiado el rostro de los continentes con sus ciudades, vías férreas, iglesias . . . y el estilo de vida de pueblos completos, imprimiendo sus propios valores sobre civilizaciones, desde los crees [numeroso grupo indígena norteamericano] hasta los birmanos, además de establecer varias naciones con plenos derechos. Nunca había existido un imperio así en la historia . . . “ (Heaven´s Command: An Imperial Progress [Orden del cielo: Un progreso imperial], 1973, p. 539, énfasis nuestro).
Morris añade: “Los imperialistas pensaban que el derecho de los británicos no era simplemente gobernar un cuarto del mundo, sino que en realidad era su deber. . . Distribuirían a lo largo de la Tierra sus propios métodos, principios y tradiciones liberales de tal manera, que el futuro de la humanidad sería rediseñado. Se establecería la justicia, se librarían de la miseria y se educaría a los salvajes ignorantes, todo por obra del poder y el dinero británicos” (Pax Britannica [Paz británica], p. 26, énfasis nuestro). Dios estaba usando al pueblo de habla inglesa para introducir un nuevo grupo de normas y libertades individuales en el resto del mundo.
Los británicos probaron ser administradores capaces que mejoraron drásticamente la infraestructura y el nivel de vida en los países que gobernaban. Y a pesar de que no siempre todos los aspectos de su administración fueron llevados a cabo tan justa y equitativamente como debiera haber sido, la intención profetizada por Dios fue cumplida. Los hijos de José condujeron al mundo a una era de conocimiento, prosperidad y avances tecnológicos sin precedentes. Por primera vez, la Biblia, además de obras y publicaciones de referencia bíblicamente orientadas, comenzó a ser distribuida globalmente.
Con el tiempo, y después de practicar una política aislacionista por muchos años, Estados Unidos se vio forzado (por eventos que estaban más allá de su control) a adoptar un rol mayor en los asuntos mundiales, convirtiéndose en el modelo internacional de libertad y derechos individuales. Atacado por Japón en 1941, un Estados Unidos poco preparado de pronto se encontró en guerra con las Potencias del Eje. Rápidamente se preparó con toda su fuerza industrial, proceso que había comenzado en los primeros años de la guerra para ayudar a Gran Bretaña.
Estados Unidos emergió de la Segunda Guerra Mundial como la nación más poderosa del orbe. Sin embargo, en vez de utilizar su fuerza para dominar y oprimir a las naciones más débiles de un mundo destrozado, se propuso reconstruir a sus enemigos derrotados, exhibiendo una compasión muy rara en los anales de los asuntos internacionales.
Desde 1945 hasta 1952 Estados Unidos canalizó 24 mil millones de dólares (150 mil millones en dólares actuales) a la causa de rescatar y reconstruir Europa, incluyendo Alemania. En Japón, Estados Unidos gobernó el país por varios años, reconstruyéndolo y poniéndolo nuevamente de pie. En años recientes, estas antiguas naciones enemigas han reaparecido como potencias económicas mundiales.
Desde entonces, tanto Estados Unidos como Gran Bretaña han canalizado otros muchos miles de millones de dólares de ayuda internacional hacia otros países. Estas son solo algunas de las formas en las cuales Gran Bretaña y Estados Unidos han sido una bendición para las naciones del mundo. No obstante, junto con esas bendiciones también ha habido esfuerzos equivocados e injusticias. Tal es el legado de las naciones que han sido grandemente bendecidas y que no se han preocupado de obedecer al Dios que los bendijo.
¿Continuará la dominación angloamericana?
Los siglos XIX y XX presenciaron el dominio de los asuntos mundiales por parte de los pueblos angloamericanos. ¿Continuará este patrón en el siglo XXI?
La dominación mundial británica se acabó hace mucho tiempo. Las dos grandes guerras del siglo XX le costaron mucho a Gran Bretaña y su gente. Los conflictos le robaron dos generaciones de hombres jóvenes y la agotaron económicamente. Para fines de la Segunda Guerra Mundial, los británicos se encontraron sin los recursos ni la voluntad para preservar su imperio.
Después de que Gran Bretaña le dio a India su independencia en 1947, el Imperio británico comenzó a disolverse vertiginosamente. Su predominio dio paso rápidamente a la hegemonía estadounidense en la segunda mitad del siglo XX.
Y aunque el poder militar, económico, industrial y técnico de Estados Unidos aún se mantiene en un lugar supremo, su rápido decaimiento moral no es buena señal de lo que trae el futuro. Los valores bíblicos sobre los cuales los padres fundadores y el pueblo estadounidense construyeron los Estados Unidos de América han dado paso a la negación de Dios y al mismo tipo de enfoque egoísta y materialista que llevó al colapso de los antiguos reinos de Israel y Judá.
Sin un cambio de dirección y énfasis, ¿será diferente el futuro de Estados Unidos?
Demasiados estadounidenses y británicos se han rehusado a reconocer a Dios y sus bendiciones. En su arrogancia intelectual y espiritual, muchos han decidido negar la existencia de un Creador y aceptar la religión falsa de la evolución y su teología humanista secular.
Ellos prefieren creer que las maravillosas bendiciones de riqueza y poder nacional son una simple casualidad o el resultado de sus propios esfuerzos. Tal como el antiguo Israel, han caído en su propia trampa y han optado por ignorar las palabras de advertencia de Dios:
“Cuando hayas comido y estés satisfecho, alabarás al señor tu Dios por la tierra buena que te habrá dado. Pero ten cuidado de no olvidar al señor tu Dios. No dejes de cumplir sus mandamientos, normas y preceptos que yo te mando hoy. Y cuando hayas comido y te hayas saciado, cuando hayas edificado casas cómodas y las habites, cuando se hayan multiplicado tus ganados y tus rebaños, y hayan aumentado tu plata y tu oro y sean abundantes tus riquezas, no te vuelvas orgulloso ni olvides al señor tu Dios, quien te sacó de Egipto, la tierra donde viviste como esclavo” (Deuteronomio 8:10-14, NVI).
En el próximo capítulo veremos lo que les depara el futuro a Estados Unidos y Gran Bretaña. Nos guste o no, lo que les espera afectará a toda la humanidad. EC