La solución bíblica a la duda

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La solución bíblica a la duda

La reina Ester se enfrentaba a un dilema: Amán acababa de enviar un decreto “para destruir, matar y exterminar a todos los judíos” (Ester 3:13). Mardoqueo, primo mayor de Ester, le pidió que suplicara al rey Asuero de Persia por la vida de su pueblo (Ester 4:8). Pero Ester respondió a Mardoqueo: “Todos los siervos del rey . . . saben que cualquier hombre o mujer que entra al patio interior para ver al rey, sin ser llamado, una sola ley hay respecto a él: ha de morir, salvo aquel a quien el rey extendiere el cetro de oro, el cual vivirá; y yo no he sido llamada para ver al rey estos treinta días” (v. 11).

Uno pensaría que el rey no tendría ningún problema con extender su cetro de oro a la mujer más bella y especial del reino, a la que había seleccionado personalmente. Sin embargo, ¡Ester le confió a Mardoqueo que el rey no la había llamado en 30 días!

Así que Ester tenía razones para dudar, ¡una razón de vida o muerte! ¿Cómo saber lo que haría el rey? O, en este caso, ¿qué no haría?

Pero Mardoqueo la convenció de actuar: “Porque si callas absolutamente en este tiempo, respiro y liberación vendrá de alguna otra parte para los judíos; más tú y la casa de tu padre pereceréis. ¿Y quién sabe si para esta hora has llegado al reino?” (v. 14).

En caso de duda, ¡ayune!

Ester pidió a todos los judíos que ayunaran con ella durante tres días y tres noches. Al igual que Ester, el rey Josafat de Judá, cuando se hallaba bajo el ataque de una multitud de naciones al punto de que la supervivencia de Judá era poco probable, encontró la solución para cuando simplemente no se sabe qué hacer: “. . . y Josafat humilló su rostro para consultar al Eterno, e hizo pregonar ayuno a todo Judá. Y se reunieron los de Judá para pedir socorro al Eterno; y también de todas las ciudades de Judá vinieron a pedir ayuda al Eterno . . . Porque en nosotros no hay fuerza contra tan grande multitud que viene contra nosotros; no sabemos qué hacer, y a ti volvemos nuestros ojos”
(2 Crónicas 20:3-4, 12).

Pedro tuvo que aprender esta misma lección cuando salió resueltamente de la barca al encuentro de Jesús, quien lo instó a que se acercara. El apóstol no se sumergió en las aguas hasta que bajó la vista y vio las embravecidas olas azotadas por el viento, que le hicieron apartar los ojos de Jesús. “Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?” (Mateo 14:28-31). Jesús se valió de este incidente para enseñar una lección de fe en oposición a la duda. Cuando permitimos que nos invada la incertidumbre, titubeamos y nos hundimos. Y así como Cristo tendió la mano a Pedro, nos rescata también a nosotros. Cuando cerramos los ojos y nos enfocamos en Jesucristo que mora en nosotros, incluso lo que parece extraordinariamente imposible se convierte en un camino (probablemente estrecho y difícil, como nos dice Mateo 7:14) que conduce a la fe en espera de ser desarrollada.

Sin embargo, a pesar de todas sus dudas, Ester se armó de valor y dijo: “. . . me presentaré ante el rey, por más que vaya en contra de la ley. ¡Y, si perezco, que perezca!” (Ester 4:16, Nueva Versión Internacional). Probablemente, haciendo una larga pausa a la entrada de la sala del trono y pronunciando en silencio una conmovedora oración, Ester se acercó al rey. Pronto podrían rodar cabezas, ¡incluidas las más bonitas del reino!

Pero el rey Asuero no solo acogió a Ester, sino que le ofreció lo que quisiera: ¡incluso hasta la mitad de su reino! Una oferta extraordinaria, pero ¿quien podía dudar de que cumpliría su promesa? La palabra del rey persa era tan relevante, que un decreto escrito no podía ser alterado.

¡Pero Jesucristo tiene un trono y una oferta aún mejores!

Gracias a la muerte de Jesús durante la Pascua, siempre somos bienvenidos a acercarnos “confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:16).

No obstante, Jesús superó la oferta del rey y respondió con otra promesa: “Les digo la verdad, si tienen fe y no dudan [su mensaje a Pedro mientras se hundía]. . . Hasta pueden decirle a esta montaña: ‘Levántate y échate al mar’, y sucederá . . . Ustedes pueden orar por cualquier cosa, y si tienen fe la recibirán” (Mateo 21:21-22, Nueva Traducción Viviente).

Podemos contar plenamente con la promesa del Hijo de Dios, incluso más de lo que Ester podía contar con la del rey persa. Si podemos confiar en la oferta de un rey humano, ¿por qué no en las promesas del Rey de reyes, “que no miente” (Tito 1:2)?

¿Qué quiso decir Jesucristo con echar al mar una montaña? En este caso, “montaña” es una alegoría de una prueba muy difícil. Sea lo que sea, ¡Dios quiere que confiemos en él!

Jesús promete otras cuatro veces en los Evangelios, y el apóstol Juan dos veces en su epístola (siete veces en total, que es el número de la culminación y la perfección) que, si pedimos algo en su nombre, él lo hará. (Le sugerimos que estudie por cuenta propia estos pasajes: Juan 14:13-14; 15:7, 16; 16:23-24; 1 Juan 3:22; 5:14-15).

Si pedimos algo “para que el Padre sea glorificado en el Hijo” (Juan 14:13), “para que lleve más fruto” (Juan 5:2) que perdure y permita que Cristo y sus palabras moren en nosotros (como él dijo que desea), y si hacemos lo que Juan indica “[guardando] sus mandamientos y [haciendo] las cosas que son agradables delante de él” (1 Juan 3:22), y que todo se haga “conforme a su voluntad”, ¿por qué no nos concedería Jesús nuestra petición? Por supuesto, él se reserva el derecho a responder cuando y como lo considere mejor para nosotros y todos los involucrados. ¡Esto debería infundirnos una fe a prueba de toda duda!

Pero es aún más asombroso que eso: ¡Dios “es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos” (Efesios 3:20), pues “para Dios todo es posible”! (Mateo 19:26).

“El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos”

La duda es apropiadamente descrita como uno de los cuatro enemigos de la fe (junto con el razonamiento humano, el miedo y la preocupación).

“Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor. El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos” (Santiago 1:5-8).

Deuteronomio 28:66 promete a las personas o naciones desobedientes: “Tu vida siempre penderá de un hilo; día y noche vivirás con miedo, sin ninguna seguridad de sobrevivir” (NTV). Qué frase tan gráfica para representar la inutilidad de ser de doble ánimo: ¡colgado del cuello, como Amán en su propia horca! Ser de doble ánimo significa obedecerle a Dios u obedecerle a Satanás. Satanás fue el primer escéptico, y convenció a un tercio de los ángeles para que dudaran de que Dios sería capaz de detener su invasión. Engañó a los primeros humanos para que dudaran de las sencillas instrucciones que Dios les dio, y desde entonces todos nos hemos corrompido.

Sin ninguna duda Dios tiene planeadas magníficas tareas para nosotros en el futuro, y también sesiones de entrenamiento y capacitación a fin de prepararnos para esos desafíos.

Es fácil olvidar que Abraham y Sara, el padre y la madre de los fieles, lucharon contra la duda durante 25 años antes de que Dios les concediera el hijo prometido, Isaac. ¿Cómo lo hicieron? “. . . por cuanto oyó Abraham mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes” (Génesis 26:5). “Por la fe también la misma Sara . . . creyó que era fiel quien lo había prometido” (Hebreos 11:11).

Mi prueba de fe, dificultades y dudas

Encontrar una esposa de acuerdo al Señor me pareció eterno, pero esto solo duró 15 años después de la universidad. Por el camino vi cómo muchas de mis relaciones que parecían prometedoras se desmoronaban en el momento clave, y lo difícil era ver la mano de Dios en todo ello. “¡Bueno, pero entonces, ¿por qué no me envía la persona adecuada?!”, gritaba exasperado. Lo peor era escuchar lo que muchos hermanos bienintencionados decían sobre los solteros cada vez más viejos, y sus teorías sobre lo que nos pasaba.

El 15 de abril de 1989 fue el último sábado de mi año de tercer diezmo. ¡Qué apropiado fue ese día para la resolución de ese gravoso problema de 15 años! Recuerdo que aquella mañana me dije a mí mismo que aquel podría ser el día tan esperado. Ese sábado, mi compañero de cuarto necesitaba que lo llevara a los servicios en Glendora, California, así que no fui a mi lugar habitual, el Auditorio del Colegio Ambassador en Pasadena.

En la puerta se hallaba María. Y fue como si una voz me dijera: “¡Aquí está!” ¡Dios nos había preparado a ella, a sus dos hijos y a mí precisamente para ese maravilloso día! Curiosamente, esta oración contestada que cambió mi vida me causó problemas relacionados con la celebración de la Pascua ese año, ya que ambos teníamos planes para la Pascua y la Noche de Guardar. ¡Así que tuvimos que estar separados!

No seamos como Tomás

La respuesta a la duda es pedirle diariamente a Dios la fe de Jesucristo. Si surge una situación que nos hace titubear, el primer paso que debemos dar es buscar al Señor, ayunar y enfocar decisivamente nuestros ojos en Cristo. Mi oración diaria es 2 Tesalonicenses 1:11: “Que [Dios] les dé el poder para llevar a cabo todas las cosas buenas que la fe los mueve a hacer” (NTV).

La fe se demuestra cuando nos humillamos, entregándole todo a Dios y esperando que cumpla cada una de sus promesas cuando y como sea mejor para todos. Debemos ser como niños, receptivos y fáciles de enseñar. ¡La fe infantil es una confianza serena y libre de dudas!

El apóstol Tomás se convirtió en el símbolo de los escépticos a pesar de no estar presente ocho días antes, cuando Jesucristo resucitado se apareció a los demás discípulos, les mostró sus manos y sus pies y “ellos, de gozo, no lo creían” (Lucas 24:33-41). Una buena pregunta que vale la pena hacernos es la que Jesús hizo a los discípulos en el versículo 38: “¿Por qué les vienen dudas?” (NVI).

Heidi Braun, editora de nuestra publicación en inglés United News, lo expresó muy bien: “Durante mi propia trayectoria he aprendido . . . que la duda no equivale a la incredulidad absoluta, sino que a menudo es una herramienta que me ayuda a fortalecer mi fe y me revela cuáles aspectos de ella necesito mejorar”.

Recuerde lo que Jesús le dijo a Tomás: “Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron” (Juan 20:29). ¿Qué tiene Dios reservado para nosotros? ¡Quizá estemos aquí para un momento como este! ¡No lo dude!  EC