Introducción a la apologética: Cómo conversar sobre nuestra fe
Para nuestros lectores jóvenes
Mantener una conversación acerca de religión en la escuela o el trabajo puede ser una tarea intimidante. Para muchos jóvenes cristianos, las realidades a las que se enfrentan en las redes sociales y en la vida cotidiana reflejan una sociedad que acepta y tolera el cristianismo cada vez menos.
Las creencias, estilos de vida y valores cristianos contradicen a muchas voces destacadas del mundo moderno. Frente a esto, es fácil ponerse a la defensiva o sentirse inseguro cuando oímos comentarios con los que no estamos de acuerdo o que simplemente se burlan de Dios o de nuestras creencias.
Sin embargo, mantener conversaciones respetuosas sobre nuestras convicciones religiosas con los demás es una manera importante de vivir nuestra fe, y una disciplina que todos debiéramos esforzarnos por dominar. Así que, si eres nuevo en el mundo de la apologética –o si nunca has oído hablar de ella– ¡permíteme explicarte lo que es y cómo puedes practicarla en la vida cotidiana!
Apologética
La palabra apologética no significa tener que disculparnos por nuestra fe cuando alguien no está de acuerdo con lo que uno dice o cree. [Según la RAE, la apologética es el “Conjunto de los argumentos que se exponen en apoyo de la verdad de una religión”]. La apologética significa defenderse tranquilamente y con buenos fundamentos; por ejemplo, respondiendo a algo polémico cuando conversas con otra persona, de manera que tu argumento tenga sentido y sea relevante para ella. Como dijo Salomón en el libro de los Proverbios: “A todo el mundo le gusta una respuesta apropiada; ¡es hermoso decir lo correcto en el momento oportuno!” (Proverbios 15:23, Nueva Traducción Viviente).
Para practicar la apologética cristiana en conversaciones con amigos, gente conocida o extraños, es importante comprender primero la profundidad de las creencias de la otra persona antes de hacer cualquier tipo de defensa de las nuestras. Para ello, podemos hacer una pregunta tan sencilla como: “¿Qué quieres decir cuando afirmas que . . . ?” Y, desde luego, ¡este puede ser además un buen momento para elevar una rápida y silenciosa oración a Dios para que te guíe!
Esta pregunta, o cualquier otra que hagamos con el afán de entender a la otra persona antes de esperar que ella nos entienda a nosotros, es la clave para averiguar qué tipo de argumentos tiene realmente contra Dios y el cristianismo. Esta es la espina dorsal de las conversaciones eficaces y significativas, porque para algunos existen escollos intelectuales en cuanto a Dios, mientras que otros tienen dificultades personales basadas en sus experiencias con el cristianismo, y eso no es algo que podemos descubrir a simple vista.
Veamos algunos ejemplos
Para empezar, veamos un ejemplo ineficaz de apologética en una conversación. Supongamos que alguien dice no creer que la Biblia haya sido inspirada por Dios. Si respondemos: “Bueno, la Biblia dice en 2 Timoteo 3:16 que ‘toda la Escritura es inspirada por Dios’”, nuestra respuesta va a caer en saco roto.
Aunque esta escritura sea cierta, nuestro interlocutor está diciendo que no está seguro de que la Biblia sea una fuente fiable. Por tanto, si citamos un versículo bíblico para defenderla, estamos intentando convencerlo de que confíe en una fuente citando la misma fuente que le provoca dudas. Esta respuesta no tendrá ningún sentido para él, porque en su mente se produce un razonamiento circular.
En el otro lado del péndulo, si intentamos convencer a alguien de que la Biblia es verdadera hablándole de todas las pruebas históricas que se nos ocurren para validar las Escrituras, o diciéndole que lo único que necesita es tener fe, también podemos hacerle perder interés porque no hemos intentado entender primero por qué piensa como lo hace.
Tenemos que empezar preguntándole la razón de su escepticismo respecto a las Escrituras y ayudarle a aclarar primeramente esas dudas. Así, por ejemplo, si la persona explica más a fondo sus motivos y tú descubres que la razón por la cual no confía en las Escrituras es porque cree que todos los textos religiosos son más o menos iguales, quiere decir que cualquiera de nuestras respuestas anteriores hubieran sido un vano intento por ponernos a su nivel. La verdad es que esta persona no se equivoca al creer que todas las religiones y sus textos no pueden ser igualmente verdaderos. El cristianismo, al igual que el resto de las religiones, merece ser reexaminado y respetado por sus diferencias, ¡y podemos animar a los demás a hacerlo!
Lo que hay en el fondo
Una vez conversé con una compañera de trabajo sobre un dilema personal que la aquejaba: no creía en la existencia de Dios debido al sufrimiento que experimentamos en la vida. Esta conversación comenzó cuando durante el receso alguien relató un desafortunado suceso que había afectado a alguien. De improviso, mi compañera de trabajo exclamó con vehemencia: “¡Por eso yo no creo en Dios, porque si Dios fuera real o si le importara, no hubiera permitido que les pasara tal cosa!”
Este tema obviamente era relevante para ella y había que abordarlo con tacto. Como la conocía desde hacía un año, sentí que era importante que se la escuchara y se le diera la oportunidad de oír una explicación sobre la confusión y el dolor que había experimentado en su vida. A medida que nuestra conversación continuaba, quedó claro que no estábamos debatiendo la existencia de Dios, sino si a él realmente le importaba el sufrimiento humano y merecía que se creyera en su existencia.
Me entristecieron sus sentimientos de desesperación y le hablé de un niño que conocí y que murió a muy temprana edad, y de cómo aún lloro al recordar su partida; todavía me estremece solo pensar en ello. Y le dije que aunque no sé por qué tuvo que sufrir ese niño (solo un Dios omnisciente podría saberlo), sigo creyendo que es posible que Dios sea amoroso en un mundo donde existe el mal.
Le expliqué que si Dios hubiera creado un mundo en el que no pudiera existir el mal, los humanos nunca hubieran podido escoger, y al hacerlo tampoco hubieran podido escoger amar. O, si Dios realmente fuera indiferente, podría no haber creado nada en absoluto. No obstante, debido a su sacrificio, a su camino de vida y a las promesas que ha hecho, me aferro a la esperanza de que él sabe cómo restaurar este mundo y resolver todo el mal, las injusticias y el sufrimiento que experimentamos. Nuestra conversación terminó de forma respetuosa, con una comprensión mutua de nuestras diferencias.
El ejemplo ante nosotros
Cuando observamos ejemplos de apologética en la Biblia, vemos a escritores que comprendían las raíces culturales de sus oyentes y tomaban en cuenta las diferencias de sus ideologías. Por ejemplo, al escribir su epístola, Mateo utilizó la genealogía para defender el linaje de Jesucristo ante los judíos. En cambio, Marcos no incluyó una introducción genealógica en su evangelio al apelar a un público gentil.
Asimismo, los escritos de Lucas ofrecen un relato histórico y ordenado de Jesús, que el apóstol respalda con otros relatos de testigos oculares, tal como lo hacían los griegos. Pero Juan escribió su evangelio y sus cartas desde una perspectiva teológica para referirse a los testimonios de Jesús y las ideas que circulaban entre su público judío-palestino de aquella época.
Pablo predicó a los ciudadanos de Atenas en el Areópago sobre su “Dios desconocido” como fundamento de su testimonio de Jesucristo (Hechos 17). Y Jesús le mostró a Tomás las marcas que había dejado en sus manos la crucifixión cuando Tomás se negaba a creer únicamente los informes de otros
(Juan 20:24-29).
Cualquiera fuera la perspectiva de los oyentes, vemos que quienes predicaron el evangelio antes que nosotros se acomodaban a las características de su público y defendían a Jesús tomando en cuenta este aspecto.
Y si bien gran parte de la perspectiva occidental del mundo tiene sus raíces en el cristianismo, nuestras escuelas, lugares de trabajo e instituciones son ahora predominantemente irreligiosas o ateas por naturaleza. Por tanto, en nuestras conversaciones espirituales con los demás, recuerda hacer preguntas y buscar las respuestas a las dudas de la gente: qué es lo que les impide creer en lo que la Biblia dice que es verdad. Convierte esas conversaciones polémicas en conversaciones significativas.
Cuando hacemos esto demostramos respeto hacia sus dudas y también amor, porque nos esforzamos por llegar a los corazones y las mentes de cada individuo al tiempo que utilizamos eficazmente la apologética para defender nuestra fe. EC