Cómo una madre camina por el sendero de la fe, después de que sus hijos perdieran la suya: Parte 1 de 2

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Cómo una madre camina por el sendero de la fe, después de que sus hijos perdieran la suya

Parte 1 de 2

No, no habíamos perdido nuestra casa en un terrible incendio. No, no habíamos recibido un diagnóstico de salud que amenazara la vida de nadie. No, no había habido una muerte trágica o inesperada. Pero cuando nuestro hijo, un adulto joven, nos dijo que ya no quería formar parte de nuestra iglesia, sentí que como madre cristiana había perdido mi definición de lo que era un hogar. Me pareció que había quedado al descubierto una grave enfermedad espiritual, y que nuestra familia como la conocíamos había muerto.

Por fuera, escuché a nuestro hijo dar la noticia. Por dentro, me costaba respirar. Habían sido años de inversión física, emocional y espiritual mientras intentábamos criar a nuestros hijos en un entorno espiritualmente enriquecedor. Recuerdo haber sentido un enorme peso de responsabilidad ante Dios por haberlo defraudado como madre cristiana, por no haber tenido éxito en la crianza de nuestro hijo de una manera que lo condujera a él. ¿Había habido fallas espirituales y de crianza que habían contribuido a tal resultado? ¿Cómo podía seguir adelante como madre cristiana cuando la decisión de nuestro hijo era irreversible? La escritura en Proverbios 22:6 me remeció profundamente. La había leído muchas veces, pero nunca la había contemplado desde la perspectiva del fracaso.

Me sentí impulsada a buscar inmediatamente su perdón y simplemente quise huir lejos, muy lejos, a un refugio tranquilo para estar a solas con Dios, los dos solos. ¿Pero querría él estar conmigo después de semejante revelación? No estaba muy segura.

Pero no teníamos idea de que esta experiencia se repetiría muchas veces. En unos cuantos años nuestros otros hijos siguieron el ejemplo y perdimos por completo una generación entera de nuestra familia que iba a la iglesia.

Han transcurrido muchos años desde que ocurrieron estas crisis en nuestras vidas y nos hemos asentado de lleno en el otro lado. Sin embargo, amigos míos, les contaré un secreto: mi corazón todavía se estremece con dolorosas punzadas cuando me permito mirar atrás. La nostalgia por la “antigua familia” aflora especialmente todos los años en la Fiesta de los Tabernáculos y en muchos sábados y días santos. Previamente estas ocasiones eran momentos familiares significativos para nosotros y ahora ya no compartimos esta dimensión con nuestros hijos. No obstante, así como los años han transcurrido en segmentos de tiempo más largos desde la última vez que experimentamos aquellos momentos en familia, también ha crecido mi perspectiva, y cada año las punzadas disminuyen un poco más.

¿Están los adolescentes en su familia cuestionando su fe y considerando la posibilidad de abandonar su iglesia? ¿Siente miedo ante esta posibilidad potencial con sus hijos más jóvenes? ¿Es usted un padre cuyos hijos ya han abandonado el nido espiritual y que todavía lucha por encontrar sentido y resolución a esta pérdida?

Si usted encaja en cualquiera de estos escenarios, este artículo es para usted. Obviamente, en cada situación individual existen complejidades y matices en las relaciones interpersonales que no pueden ser abordados en este espacio. Pero espero que al compartir algunas ideas nacidas del tiempo, el autoanálisis y tal vez de la madurez que otorga la gracia de Dios, usted estará mejor equipado para tener una perspectiva más equilibrada y mesurada que la que yo tuve inicialmente hace muchos años.

Cómo desentrañar lo que ocurre cuando nuestros hijos cuestionan o abandonan la fe

1. No se culpe

Al igual que yo, es posible que usted luche contra sentimientos de culpa, ansiedad o remordimiento por la situación de su hijo en relación con Dios y su fe. Es posible que le asalten pensamientos que le dicen que la decisión tomada por él es el resultado de su crianza o de sus defectos personales. Los padres cuyos hijos han abandonado la Iglesia tienden a mirar hacia atrás y a dudar de todo lo que hicieron al educar a sus hijos; por otro lado, a veces los padres cuyos hijos se quedaron pueden verse tentados a pensar que todo lo que hicieron fue correcto. Sin embargo, ninguno de estos extremos es cierto.

No se culpe a sí mismo pero admita sus defectos, porque todos somos seres humanos imperfectos y, por tanto, también padres imperfectos. Asuma sus errores, confiéselos a Dios y también a sus hijos. La sanación que se produce cuando la gente se disculpa por sus errores es verdaderamente profunda. Pero, además, la ansiedad continua o la autoflagelación por el pasado no son útiles. Perdónese a sí mismo.

La verdad es que Dios no está limitado por los fracasos de los padres, así que libérese de esos pensamientos. Es un mito que si sus hijos dejaron la Iglesia fue porque usted hizo todo mal y que si se quedaron fue porque hizo todo bien. Incluso en el mejor y en el peor de los casos, ninguna de las dos cosas es cierta: hay muchas familias buenas cuyos hijos se han alejado de la fe, y del mismo modo, hay muchas familias con problemas cuyos hijos han permanecido en la fe. No hay una fórmula mágica y al fin y al cabo los padres no tienen la culpa de las decisiones espirituales de sus hijos adultos. Su vida es solo eso, su vida.

Recuerdo la paz que me invadió cuando finalmente llevé mi confusión interna ante el trono de Dios y le pedí específicamente que criara espiritualmente a nuestros hijos –sus hijos– y los guiara de vuelta a él en el momento en que respondieran con plenitud de corazón. Y cuando ocasionalmente la carga de la culpa o el remordimiento vuelve a asomar su fea cabeza, porque lo hace, simplemente repito el proceso y una vez más pongo todo ante el trono divino. En ciertos momentos como estos descubrí que la única manera de poder superar estos sentimientos era visualizar mentalmente el acto de abrir mis manos y dejar caer esa carga ante él.

2. No siempre tiene que ver con uno

Es muy útil entender que cuando nuestros hijos llegan a la adolescencia y a la edad de jóvenes adultos, no es raro que quieran desarrollar su propia identidad y que el cuestionamiento de sus valores y creencias pueda formar parte de ese proceso.

Su hijo busca convertirse en un ser individual, pero en ese proceso usted puede percibir su búsqueda como un rechazo personal hacia usted como padre. En realidad, él está diferenciándose y haciéndose más independiente antes de llegar a la edad adulta así que no tiene tanto que ver con usted, aunque así le parezca. Si adquirimos una comprensión intelectual de lo que está ocurriendo, estaremos mucho mejor equipados como padres para acompañar a nuestros hijos en este periodo, y especialmente cuando este proceso se mezcla con serios asuntos de fe.

¿Cómo podemos enfrentar esta situación? En primer lugar, recuerde que este puede ser un paso necesario para que su hijo establezca una relación auténtica y personal con Dios. Esfuércese por mantener intacta la relación con su hijo, aun por encima de los problemas. Recuerde que para entender primero hay que indagar. Espere una oportunidad apropiada para abordar el asunto y aproveche el momento para tratar de entender calmadamente su punto de vista.

Esta es la ocasión de reprimir las ganas de sermonear y de disponerse a escuchar más que a hablar. Ponga en práctica el mismo amor, gentileza, paciencia y gracia que recibe de Dios. Reafirme su amor por ellos para que sepan que aprecia sus virtudes incluso cuando discrepan. Dedique tiempo a evaluar si realmente conoce a su hijo preguntándole cuáles son sus metas y sueños, y procure saber qué es lo que más le apasiona. Puede que se sorprenda con lo que escuche.

Una cosa es bien clara: sin importar contra qué se rebelen nuestros hijos, incluida la religión, forzar las cosas no funciona. Sin embargo, al amarlos hoy dejamos la puerta abierta para enseñarles mañana.

Después de probar diferentes creencias, muchos volverán a los valores con los que fueron criados, y es muy posible que su hijo regrese al punto de partida y decida hacer eso. Pero no siempre es el caso, y este es el momento en que los padres deben hacerse esta pregunta y contestarla con toda honestidad: “¿Realmente quiere que su hijo ocupe un asiento junto a usted en la iglesia para sentirse cómodo, satisfecho y completo? ¿O quiere que esté allí con el propósito de adorar a Dios con un corazón que busca una relación personal con él?”

No, no siempre tiene que ver con usted. Tiene que ver con la relación de sus hijos con Dios y el maravilloso plan que él tiene para ellos. Debemos confiar en que él trabajará con nuestros hijos a su manera y en su tiempo perfecto, cuando estén más dispuestos a responder.

Padres, no traten de calcular la vida de sus hijos usando un calendario terrenal. Hágase esta pregunta: “¿Acepto la posibilidad de que el calendario de Dios pueda ser muy diferente al mío?”

3. Mírese a sí mismo y a su hijo como lo hace Dios

Tendemos a pensar que el rechazo a la fe es exclusivo de nuestra comunidad, pero no es así. Una de mis mayores fuentes de ayuda durante este tiempo difícil no provino de mi familia de la Iglesia, sino de una amiga muy cercana. Mientras tomábamos café, me expresó su dolor y conmoción ante la reciente revelación de sus hijos adultos jóvenes de que ya no estaban interesados en el catolicismo, la fe practicada por su familia durante generaciones.

Después de derramar suficientes lágrimas como para inundar la calle frente a nosotras y de horas de intercambio y discusión, decidimos de mutuo acuerdo reajustar nuestras expectativas. En lugar de enfocarnos en nuestro desencanto por las decisiones espirituales de nuestros hijos, nos centraríamos en nuestro amor por ellos y celebraríamos sus muchos y buenos atributos. Este fue un primer gran paso en la dirección correcta.

Con frecuencia he reflexionado sobre aquel día y he contemplado las numerosas veces en que Dios ha sentido lo mismo por mí durante mis momentos de extravío espiritual, tal como yo he sentido con nuestros hijos. ¿Cuántas veces ha derramado lágrimas de dolor por mí? ¿Ha hablado alguna vez con Cristo de su enorme desilusión por mis decisiones y comportamiento? ¿Cuántas veces le he destrozado el corazón?

Al hacerme estas preguntas adquirí una perspectiva radicalmente distinta. Llegué a ver que nuestra experiencia como padres no difiere en nada de lo que Dios Padre ha experimentado con cada uno de nosotros como sus hijos imperfectos.

El hecho es que el padre más perfecto de todos, nuestro Padre Dios, ya ha recorrido nuestro camino. Sus hijos se han rebelado contra él desde el principio de los tiempos, lo han decepcionado durante miles de años, lo han rechazado, e incluso han negado su existencia. Él tiene mucha más experiencia que nosotros en la crianza de los hijos y entiende plenamente la angustia, el dolor y la pérdida que sentimos. Nosotros, como sus hijos, tomamos decisiones contrarias a su camino y sin embargo él nos sigue amando. Se apresura a perdonar nuestros corazones arrepentidos, y su plan de gracia y misericordia para todos nunca ha flaqueado.

Mantener la perspectiva adecuada nos puede ayudar a ver a nuestros hijos de la manera en que Dios ve a sus hijos, y también a adquirir una perspectiva eterna que nos traerá consuelo.

Padres, recuerden simplemente amar a sus hijos y apreciarlos. Si les han causado daño, perdónenlos. Porque no importa adónde los hayan llevado sus decisiones, están a un paso de vivir con Cristo y del arrepentimiento, tal como ustedes.

4. No culpe a los demás

Lamentablemente, nuestros jóvenes han observado en primera fila la fealdad que se produce cuando Satanás revuelve la olla. Han observado con perplejidad y rabia cómo las divisiones han dividido a su familia de la Iglesia y a su ya limitado círculo de amistades adolescentes. Además, cuando surgen dificultades entre hermanos, nuestros hijos siempre están observando y perciben si hay hipocresía entre lo que decimos y lo que hacemos.

En su búsqueda de respuestas, los padres pueden intentar darle sentido a la salida de su hijo de la Iglesia señalando algunas de estas circunstancias negativas como las razones que contribuyeron a su decisión.

Sí, como pueblo de Dios tenemos que imitar mejor a Cristo en todo lo que hacemos. Pero también debemos reconocer la realidad de que mientras Satanás gobierne esta Tierra, nunca cesará en sus intentos de separar al pueblo de Dios y habrá divisiones, acciones que hieren, palabras que destruyen y conductas indignas de cristianos.

Como padres, podemos inclinarnos a señalar con el dedo estas experiencias y a alimentar amargura contra aquello que, según nuestra percepción, ha lastimado a nuestros hijos y ha empañado su visión de la Iglesia y la religión. Pero simplemente no podemos andar en un perpetuo estado de culpa y falta de perdón hacia quienes pueden no haber actuado como Cristo hubiese querido que actúen. Medite en Marcos 11:25 y Hebreos 12:14-15, y perdónelos.

Padres, a la naturaleza humana le gusta mirar al otro lado de la habitación y encontrar a otra persona o personas a las cuales culpar porque creemos que han contribuido (o incluso han propiciado) que nuestro hijo decida que nuestra iglesia no es para él. Es fácil pensar que encontrar a alguien a quien culpar aliviará nuestro dolor, pero no es así.

5. Comparar nunca es provechoso

Seamos sinceros: comparar nuestra circunstancia familiar con la de otras familias es un completo engaño. Haga frente a estos sentimientos sin ambages y llévelos ante Dios. Con toda honestidad, ha habido momentos en los que he permitido que me afecte el observar a otras familias que están todas juntas en la fe. Si no se mantienen bajo control, estos sentimientos solo conseguirán fomentar en usted una mentalidad poco cristiana que puede volverse permanente.

Para aplicar la regla de oro, no tengamos envidia de quienes puedan estar experimentando una unidad espiritual con sus familias en este momento. Del mismo modo, esforcémonos por no ser tan sensibles a palabras dichas sin pensar que pueden hacer que nuestro corazón se sienta atribulado y triste. La mayoría de la gente en realidad habla sin mala intención y simplemente no ha experimentado nuestra pérdida. Por lo tanto, no tiene idea del profundo dolor que sus palabras pueden ocasionarle a nuestro corazón.

Cuando aprendemos a alegrarnos con los que se alegran, se abre la puerta para que los demás miren más allá de lo suyo y quieran entender mejor las enseñanzas de nuestro Salvador sobre el amor, la compasión y el duelo por aquellos de nosotros cuyas situaciones familiares son muy diferentes a las suyas. Romanos 12:15 dice: “Alegraos con los que se alegran y llorad con los que lloran” (La Palabra).

6. No pierda su propia fe

Hace varios años una amiga me expresó los problemas que experimentaban con su hijo, un adulto joven, quien pasaba por dificultades, se había alejado de la Iglesia y estaba tomando malas decisiones en su vida. Esto era una fuente de extrema preocupación, desánimo y vergüenza para ellos.

Su círculo de amigos de la iglesia podía atestiguar que tanto ella como su esposo habían dedicado sus vidas a la correcta crianza de su familia. Formaban una pareja maravillosa y cariñosa que había invertido tiempo y energía en los campamentos juveniles de su iglesia y en las muchas actividades y conexiones que ayudarían a mantener a su hijo en ella.

Mi amiga me contó entre lágrimas cómo esto había desembocado en una crisis existencial multifacética. ¿Por qué su hijo había resultado tan diferente a todos sus compañeros cuando habían seguido el mismo modelo? Estaba absolutamente dolida con Dios por no haber cumplido su promesa registrada en Proverbios 22:6: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él”. Esta prueba dolorosa y personal dio comienzo a un camino de cuestionamiento de su propio sistema de creencias y finalmente, al igual que su hijo, ella también se apartó de la fe.

Esta conmovedora experiencia me impactó enormemente. Yo había adoptado el camino de la culpa personal porque sentía que no había aplicado adecuadamente Proverbios 22:6 (y por tanto no había cosechado su recompensa), pero ella había optado por desilusionarse de Dios porque según su opinión él no mantuvo su promesa hecha en esta escritura. Ninguno de nuestros puntos de vista sobre este pasaje es único, por lo que ciertamente este tema merece un análisis más profundo. EC

Continuará