Quinto Mes: A la sombra del Sinaí

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Quinto Mes

A la sombra del Sinaí

Cuando Moisés cumplió 80 años, su vida continuaba como pastor de ovejas de su suegro Jetro, sacerdote de Madián. Con el tiempo tuvo dos hijos, Gersón y Eliezer (Éxodo18:3-4). Luego guió las ovejas más allá del desierto y llegó al Horeb, el monte de Dios (Éxodo 3:1). Moisés llegó a la sombra del Sinaí. Era la misma montaña donde Dios iba a descender en nube, fuego y terremoto, para encontrarse con los hijos de Israel. De pronto, un día vio un extraño fenómeno, “Se le apareció el Ángel del Eterno en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró, y vio que la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía. Entonces Moisés dijo: Iré yo ahora y veré esta grande visión, por qué causa la zarza no se quema. Viendo el Eterno que él iba a ver, lo llamó Dios de en medio de la zarza, y dijo: ¡Moisés, Moisés! Y él respondió Heme aquí (Éxodo 3:4).

De esa manera, Moisés se enfrentó cara a cara con su destino. Eso era todo lo que Dios quería oír, entonces Dios le dijo “No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es” (Éxodo 3:5). Por supuesto que la presencia de Dios hizo que aquel lugar fuese santo. Ocurre lo mismo con los miembros bautizados de la Iglesia. Dios los llama santos debido a que el Espíritu Santo mora dentro de ellos y por eso Pablo dice “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?”  Pablo nos hace entender que, al ser templos vivos del Espíritu, ya no nos pertenecemos, sino que ahora Dios es nuestro dueño y Señor (1 Corintios 6:19).

Luego, Dios dijo a Moisés: “Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios. Dijo luego el Eterno: Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias, y he descendido para librarlos de mano de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel, a los lugares del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo” (Éxodo 3:6-8).

Moisés se sintió humillado e indigno, porque esa es precisamente la clase de siervo que Dios quiere usar. Pero el Señor aún no le dijo nada todavía. De repente Moisés oyó unas palabras que lo aturdieron: “El clamor, pues, de los hijos de Israel ha venido delante de mí, y también he visto la opresión con que los egipcios los oprimen. Ven, por tanto, ahora, y te enviaré a Faraón, para que saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel” (Éxodo 3:9-10). ¿Qué hubiese sucedido si en lugar de Moisés hubiésemos estado uno de nosotros pretextando que no somos dignos? ¿Acaso nos hubiésemos resistido por miedo de enfrentarnos al poderoso Faraón? ¿Qué dijo el Señor al respecto, en Salmos? “No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento, que han de ser sujetados con cabestro y con freno, porque si no, no se acercan a ti” (Salmos 32:9). Cuando Dios nos pide algo inesperado, debemos estar prestos a responderle: Heme aquí, Señor, ¿qué quieres que yo haga?

El pedido de Dios era sencillo porque primero le dijo “Te envío” y luego “para que saques de Egipto a mi pueblo”. Dios le dijo que iba a ser un instrumento en la liberación, porque el verdadero libertador sería Dios mismo. Moisés no entendió que él iba a ser solo un instrumento en manos de Dios. Y Moisés respondió “¿Quién soy yo para que vaya a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de Israel? Y Dios le respondió: Ve, porque yo estaré contigo; y esto te será por señal de que yo te he enviado: cuando hayas sacado de Egipto al pueblo, serviréis a Dios sobre este monte. Dijo Moisés a Dios:  He aquí que llego yo a los hijos de Israel, y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé? Y respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros” (v.11, 14).

“Ve, y reúne a los ancianos de Israel, y diles: El Eterno, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, me apareció diciendo: En verdad os he visitado, y he visto lo que se os hace en Egipto; Mas yo sé que el rey de Egipto no os dejará ir sino por mano fuerte. Pero yo extenderé mi mano, y heriré a Egipto con todas mis maravillas que haré en él, y entonces os dejará ir. Y yo daré a este pueblo gracia en los ojos de los egipcios, para que cuando salgáis, no vayáis con las manos vacías” (Éxodo 3:16, 19, 21).


Ab 2022