#302 - Romanos 8-10: "La adopción del cristiano y el estado de los judíos"

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#302 - Romanos 8-10

"La adopción del cristiano y el estado de los judíos"

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Sin el Espíritu Santo, espiritualmente hablando, no somos nada. Como Pablo menciona: “Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado” (Romanos 7:14). Pero al tener el Espíritu Santo, “lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu [en uno]” (Romanos 8:3-4). Ahora existe un nuevo camino con la ayuda del Espíritu Santo y por medio del sacrificio de Jesucristo, que nos llevará a la vida eterna, a pesar de nuestra naturaleza carnal.

Pablo sigue: “Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne [al estilo de vida anterior], para que vivamos conforme a la carne, porque si vivís conforme a la carne moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne [dejan de vivir carnalmente], viviréis. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor [del juicio de Dios], sino que habéis recibido el espíritu de adopción por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” (Romanos 8:12-15).

Pablo reconoce que la lucha sigue entre el espíritu y la carne, pero ahora no estamos bajo la condena de Dios, pues tenemos el favor de Dios, y nos trata como hijos amados. Podemos ir ante él y llamarlo “papito”, como significa la palabra aramea “Abba”.

Así, a pesar de que éramos personas desobedientes y merecíamos la ira y el castigo de Dios, al arrepentirnos y mostrar “obras dignas de arrepentimiento” (Hechos 26:20), Dios nos perdona y nos adopta como hijos.

Pablo usa el concepto de la adopción [huiothesia en griego] según la ley romana, vigente en esos días en el Imperio. Barclay explica: “Sólo cuando entendemos lo serio y lo complicado que era el proceso para la adopción según la ley romana, que podemos captar cabalmente lo que significa esta analogía. El primer paso era llamado el mancipatio donde se usaba una balanza para simbolizar la venta y la compra del hijo que iba a ser adoptado por el nuevo padre. Luego venía la ceremonia del vindicato, en que el padre que adoptaba al hijo iba al magistrado romano para la aprobación legal. Una vez aceptado el caso, el hijo pasaba a ser un pleno miembro con todos los derechos de un hijo natural. Por ejemplo, Julio César adoptó al joven Octavio como hijo, y fue su sucesor como el nuevo emperador del Imperio Romano. Lo mismo ocurrió cuando el emperador Claudio adoptó a Nerón, que fue su sucesor – con nefastos resultados.

Somos adoptados por Dios al ser bautizados y recibir el Espíritu Santo, que nos convierte en hijos, no del mundo, sino de Dios. Él nos considera hijos legales con todos los derechos de un hijo natural – como fue Cristo, y así podremos recibir la herencia junto con él. “Los judíos y los gentiles reciben esta “adopción” entro de la familia de Dios – y con todos sus privilegios” (Robertson).

Pablo explica: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados. Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8:16-18). Al convertirnos en hijos legítimos de Dios y coherederos con Cristo, las pruebas y los sufrimientos que pasamos en esta vida no son dignas de compararse con el poder entrar en el reino de Dios y gozar de la eternidad como hijos amados de Dios.

Pablo es inspirado a incluir en esta herencia venidera la renovación de la creación, que espera ser remozada al volver Cristo a la tierra. Es el comienzo de la renovación y el embellecimiento de todo el universo. Nos dice Pablo: “Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza, porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Romanos 8:19-21).

De lo que sabemos, por lo menos todo nuestro sistema solar necesita renovación. Los planetas muestran señales de devastación y soledad. Sabemos que la rebelión de Lucifer causó grandes estragos al intentar destronar a Dios en el cielo y que fue lanzado de vuelta a la tierra. Leemos: “¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero…! Tú que decías en tu corazón; Subiré al cielo… sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo. Mas tú derribado eres hasta el Seol, a los lados del abismo” (Isaías 14:12, 14-15)

Esta destrucción será reparada una vez que llegue el reino de Dios, que comenzará primero renovando a la Tierra, y luego el resto del sistema solar. Dice Pablo “Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo” (Romanos 8:22-23).

Al igual que el resto de la creación necesita ser renovada y embellecida, también nosotros necesitamos ser transformados en espíritu, y la naturaleza humana ser cambiada a la naturaleza de Dios. Entonces no existirá corrupción de ninguna forma en nosotros. Queremos desesperadamente ese cambio, que ocurrirá cuando Jesús regrese a la tierra. Esa es nuestra gran esperanza.

Pablo aclara: “Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos [el reino de Dios], con paciencia lo aguardamos. Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad [al mantenernos enfocados en esa esperanza de ser parte del reino de Dios]; pues qué hemos de pedir como conviene no lo sabemos [de la perspectiva de Dios], pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles [nos inculca las ganas de estar en ese reino]. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos” (Romanos 8:24-27). Tal como un pequeño niño a menudo no sabe expresarse con claridad ante sus padres, ellos igual entienden lo que quiere decir y cumple con lo que necesita – así es Dios con nosotros. Cuando oramos puede que no seamos muy elocuentes, pero Dios sabe cuál es nuestra intención, y nos concede su favor. Dios prefiere una oración simple dicha de corazón que miles de palabras bonitas y religiosas repetidas vez tras vez.

¿Cómo podemos orar según la voluntad de Dios? Juan contesta: “cualquiera cosa que pidiéramos la recibiremos en él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él… Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye… y sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho” (1 Juan 3:22; 1 Juan 5:14-15).

Al seguir la voluntad de Dios, Pablo menciona uno de los beneficios: “Y sabemos que a los que aman a Dios todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28). Esto significa que, a largo plazo, las cosas resultan para bien para los que aman y obedecen a Dios. Los hilos de diferentes colores de un gran tapiz a veces no parecen tener sentido, pero una vez terminada la obra, se ve la hermosa imagen en todo su esplendor. Así, a veces cosas que no parecen tener sentido en nuestras vidas, sí lo tendrán al final. Hay un ejemplo clásico con la vida de José, que al final, aunque fue vendido por sus hermanos y pasó por tantas decepciones y pruebas, le dijo: “Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo” (Génesis 50:20).

Pablo nos anima que, al mantenernos fieles al camino de Dios, a la larga, heredaremos junto con Cristo ese incomparable reino de Dios. Dice: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos” (Romanos 8:29). He aquí una clara afirmación de que vamos a ser parte de la familia de Dios, con Jesucristo como nuestro hermano mayor. Pablo menciona que, ante tal perspectiva, las pruebas, los sufrimientos y hasta nuestra muerte eventual, no son dignas de compararse con lo que viene después. Proclama: “Y a los que predestinó [al tener un plan preparado para nosotros de ser llamados], a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó. ¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? (Romanos 8:30-32). Otra vez se recalca que recibiremos “todas las cosas” junto con Jesucristo. ¿Podemos captar lo que esto significa y por qué es tan importante perseverar hasta el fin? Vale soportar todo lo que venga.

Pablo menciona que, gracias a la ayuda de Dios, nada detendrá la marcha triunfal hacia el reino de Dios. Pregunta: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió [por nosotros]; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”. (Romanos 8:33-39). Así concluye explicando el triunfo cristiano.

Pasando a otro tema, Pablo ahora se enfoca en el papel que tienen sus hermanos judíos en este plan de Dios, pues, aunque la mayoría ha rechazado esta invitación para dirigirse por este camino hacia el reino de Dios, a la postre, también ellos serán incluidos. Dice: “Verdad digo en Cristo, no miento, y mi conciencia me da testimonio en el Espíritu Santo, que tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón. Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne; que son israelitas, (1) de los cuales son la adopción, (2) la gloria, (3) el pacto, (4) la promulgación de la ley, (5) el culto y (6) las promesas (7) de quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, (8) vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén” (Romanos 9:1-5). Aquí vemos ocho ventajas que tienen los israelitas sobre el resto del mundo. Por eso fue tan trágico que rechazaran a su propio Mesías.

Pablo elabora por qué fue así. Dice: “No que la palabra de Dios haya fallado; porque no todos los que descienden de Israel son israelitas, ni por ser descendientes de Abraham, son todo hijos; sino: En Isaac te será llamada descendencia. Esto es: no los que son hijos según la carne [descendencia física] son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según las promesas son contados como descendientes” (Romanos 9:6-8).

Pablo aclara que Dios siempre ha llamado sólo algunos israelitas, el remanente fiel de Israel, mientras que la mayoría solía apostatar. Dios menciona que, de toda esa primera generación de israelitas, fue Caleb el que entró en la tierra prometida, “por cuanto hubo en él otro espíritu [otra actitud], y decidió ir en pos de mí” (Números 14:24). Pablo explica que en su tiempo también había un remanente fiel, que tuvo “otro espíritu” y decidió ir en pos de Dios. Muchos gentiles también decidieron obedecer a Dios de corazón y eran considerados judíos “en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra” (Romanos 2:29).

Pablo da tres ejemplos para mostrar que solo Dios sabe cuándo va a llamar a una persona y que es de su exclusiva responsabilidad. “Porque la palabra de la promesa es esta: Por este tiempo vendré, y Sara tendrá un hijo [Isaac]. Y no sólo esto, sino también cuando Rebeca concibió de uno, de Isaac nuestro padre (pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama), se le dijo: El mayor servirá al menor. Como está escrito: A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí [este hebraísmo, igual que en Lucas 14:26, significa dejar en segundo lugar, no odiar]. ¿Qué, pues, diremos? ¿Qué hay injusticia en Dios? En ninguna manera. Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca. Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (Romanos 9:9-16).

Pablo mostrará más tarde que Dios les ofrece a todos salvación, pero escoge cuándo llamará a cada persona. El tercer ejemplo es el Faraón. “Porque la Escritura dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra de manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer [temporalmente], endurece” (Romanos 9:17-18). Como dice Pablo después, este mismo Faraón tendrá una oportunidad para la salvación: “así también éstos ahora han sido desobedientes, para que por la misericordia concedida a vosotros, ellos también alcancen misericordia. Porque Dios sujetó a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos” (Romanos 11:31-32). Dios no hace acepción de personas, y en la segunda resurrección, el Faraón, junto con el resto del mundo desobediente, tendrá su oportunidad. Entonces se empezará en el Milenio a cumplirse ese llamado, dicho por Isaías: “Y el Eterno será conocido de Egipto… y se convertirán al Eterno… porque el Eterno… los bendecirá diciendo: Bendito el pueblo mío Egipto, y el asirio obra de mis manos, e Israel mi heredad” (Isaías 19:21-25).

Pablo explica que el plan de salvación de Dios no es injusto, pero si es profundo, y debemos tener fe en la justicia de Dios. Amonesta: “¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el algarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro [temporalmente] para nacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los casos de misericordia que él preparó de antemano para gloria, a los cuales también ha llamado esto es, a nosotros, no sólo de los judíos, sino también de los gentiles? (Romanos 9:20-24)

En su gran plan, Dios sabía que algunos decidirían seguir el camino malo y otros el camino bueno. Ellos escogerían ese papel por su propia voluntad, y serían tratados como corresponde, salvo a los que Dios llamó a cumplir tareas específicas, como Isaac, Jacob, y hasta este faraón, que era destinado a ser el que sería aplastado para que se cumpliera la profecía de que Israel saldría de Egipto en la cuarta generación (Génesis 15:13-14).

Pablo concluye: "¿Qué, pues, diremos? Que los gentiles, que no iban tras la justicia, han alcanzado la justicia, es decir, la justicia, que es por fe; mas Israel, que iba tras una ley de justicia, no la alcanzó. ¿Por qué? Porque iban tras ella no por fe, sino como por obras de la ley, pues tropezaron en la piedra de tropiezo [Cristo]. Hermanos, ciertamente el anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios por Israel, es para salvación. Porque yo les doy testimonio de que tienen celo de Dios, pero no conforme a ciencia. Porque ignorando la justicia de Dios procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios” (Romanos 9:30-10:3). Barclay explica: Fundamentalmente, la idea judía era que se podía, mediante la estricta observancia de la ley acumular un balance favorable ante Dios. El resultado sería que Dios quedaría en deuda con uno y así le debía la salvación”. Este es un concepto completamente equivocado, y no bíblico, que personificaban los fariseos. Pablo lo había intentado como fariseo, pero lo había llevado al orgullo religioso y a la autojusticia. Sin el sacrificio de Jesucristo y el Espíritu Santo, la justicia de la ley no puede ser satisfecha. Pero el pueblo judío en general rechazaba esa idea y se aferraba a la suya.

Pablo explica: “Porque el fin [de teleos – finalidad] de la ley es Cristo” (Romanos 10:4). La versión Nueva Reina Valera lo traduce correctamente: “Porque la finalidad de la Ley es conducirnos a Cristo, para justificar a todo lo que cree”. Sin Cristo y el Espíritu Santo en uno, la ley no puede ser satisfecha, pues nuestros pecados espirituales en realidad no son perdonados por sacrificio de animales. Todos quedan eventualmente bajo la condena de la ley. En el siguiente estudio, Pablo continuará desarrollando este tema.