#300 - Romanos 5-6: "El bautismo, la justifiación y la santificación"

Usted está aquí

#300 - Romanos 5-6

"El bautismo, la justifiación y la santificación"

Descargar
300-ro5-6print (249.89 KB)

Descargar

#300 - Romanos 5-6: "El bautismo, la justifiación y la santificación"

300-ro5-6print (249.89 KB)
×

Este plan se lleva a cabo en varias etapas. La primera está limitada a los pocos que son llamados en esta vida, que Pablo llama “los que primeramente esperábamos en Cristo” (Efesios 1:12), y “la congregación de los primogénitos que están escritos en los cielos” (Hebreos 12:23). Luego, durante el Milenio, muchos otros tendrán su oportunidad para entrar en el reino, y finalmente, le tocará a la gran mayoría que será llamada en la segunda resurrección. Por medio del siguiente gráfico podemos resumir las etapas de este plan de salvación que cada persona tendrá que pasar con éxito.

Todo comienza al llegar al conocimiento de la ley de Dios, pues, como Pablo dice: “Porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Romanos 3:20). ¿Qué es el pecado? Juan contesta: “el pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4). A pesar de que no todos conocen lo que es el pecado, eventualmente todos igual llegan a cometerlo y quedan culpables de quebrantar la santa ley de Dios. Pablo explica: “por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Aunque lo ignoren, todos son legalmente culpables ante Dios y quedan “bajo la ley [o bajo su pena]”, cuya sentencia es la muerte física. La Biblia dice: “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después el juicio” (Hebreos 9:27). 

A pesar de esa condena y sentencia universal sobre la humanidad, hay buenas noticias: existe una salida para quedar absuelto de esa condena del pecado y de no morir para siempre. Es el plan de salvación que Dios ha revelado por amor a nosotros. Primero significa aceptar el sacrificio de Jesucristo por la fe para el perdón de los pecados, que se llama la “justificación”. 

Pablo lo explica: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios.” (Romanos 5:1-2). 

Dios, como juez justo, ahora puede perdonar nuestros pecados mediante el sacrificio de Jesús. Así la pena de la ley queda satisfecha, se saldó el castigo, y no queda ninguna condena contra nosotros. Quedamos libres, limpios y justos ante él sin merecerlo. Recuerden que “justificar”, dikaiosis en griego, es un término legal que un juez usaba para declarar a una persona absuelta de toda culpa. Esto no significa que era inocente, sino que, al pagarse la pena, quedaba absuelto de toda culpa. Por eso ya no somos “hijos de ira” (Efesios 2:3), sino “hijos de paz” al estar reconciliados con nuestro Dios. 

Luego de esa etapa de justificación, viene la de la santificación, que comienza después del bautismo, con la imposición de manos, cuando se recibe el Espíritu Santo. En esta etapa, que debe durar toda la vida, es necesario desarrollar las cualidades espirituales que Dios establece para no ser desechado (1 Corintios 9:26-27). Pablo explica: “También nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia” (Romanos 5:3). La palabra “paciencia” es hupomone en griego y una traducción más amplia sería “firmeza para soportar” (Versión Popular). Significa la capacidad de soportar dificultades y perseverar hasta lograr el objetivo propuesto.

Esa perseverancia a la vez conduce al desarrollo del carácter espiritual. Pablo sigue: “y la paciencia produce un carácter aprobado” (Romanos 5:4, Versión Nueva Reina Valera). El término en griego es dokime y significa someter un metal al fuego para purificarlo de toda escoria. También se usaba para probar y determinar la calidad de una moneda.

Ese carácter aprobado, Pablo dice, lleva a la “esperanza” (Romanos 5:4), de elpis en griego, que significa tener una perspectiva positiva del futuro. Es así porque se sabe que Dios va a llevar todo a buen término. Pablo explica que esa esperanza surge al comprender lo que Dios ha hecho por nosotros y el amor que nos tiene: “Y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:5).

¿Cómo manifiesta Dios ese gran amor? Pablo explica: “Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira” (Romanos 5:6-9). La esperanza se basa en el enorme amor que Dios nos tiene al haber instruido a su Hijo a morir y pagar por nuestros pecados, a pesar de que no lo merecíamos. Pablo sigue: “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, seremos salvos por su vida. Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación [el estar en paz con Dios]” (Romanos 5:10-11).

Aquí aclara que el sacrificio de Jesús sólo nos “justifica” o nos reconcilia con Dios, pero es la vida de Cristo la que nos salvará. Él es ahora nuestro Sumo Sacerdote y mediador en los cielos y por eso, seguirá actuando a favor de nosotros. Como dijo Pablo: “Estando persuadido que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6). Esa es la gran esperanza que tenemos.

Luego, Pablo explica cómo llegaron todos los seres humanos a quedar bajo el pecado y la pena de la ley y aún más, cómo se podrá revertir ese proceso de condena. 

Menciona: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12). Noten primero que el pecado es una responsabilidad personal y no colectiva. No existe tal creencia bíblica como el “pecado original” que, según los católicos, uno nace ya culpable del pecado de Adán. Así asustan a las madres al decirles que la única forma de borrar ese pecado original es bautizar al infante. Es una ceremonia antibíblica y una burda mentira. Si fuera así, Jesús y los apóstoles hubieran enseñado a los miembros a bautizar a sus hijos, pero jamás lo hicieron. Noten que primero se necesita cierta edad para arrepentirse de sus pecados. Pedro dijo: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados” (Hechos 2:38). Solo es válido el bautismo de una persona adulta que se ha arrepentido y, libre y conscientemente, acepta el sacrificio de Jesucristo. 

Pablo explica que uno nace sin pecado, pero tarde o temprano, llegará a pecar, tal como lo hizo Adán, y entonces cae bajo la misma pena de la ley, que es la muerte física. A pesar de que la ley no fue formalmente dada hasta en el Monte Sinaí, todos anteriormente habían quebrantado esas leyes espirituales de Dios. Adán y Eva lo hicieron al desobedecer a Dios y comer del árbol prohibido y luego todo el resto de la humanidad siguió el mismo ejemplo. Pablo dice: “Pues antes de la ley [dada en el Monte Sinaí], había pecado en el mundo; pero donde no hay ley [consciencia de ella], no se inculpa el pecado. No obstante, reinó la muerte [pues la pena de la ley siguió vigente] desde Adán hasta Moisés, aun en los que no pecaron a la manera de la transgresión de Adán [pues no todos fueron rebeldes, pero sí pecadores], el cual es figura del que había de venir” (Romanos 5:13-14). 

Pablo explica que igual todos pecaron y murieron, pero habrá una futura oportunidad para que sean salvos, y así no tendrán que morir una segunda vez. Adán fue el prototipo de la humanidad, y mostró la tendencia prevaleciente que habría. Es como un modelo de avión que es probado en un túnel de viento. Según el comportamiento del modelo, así se comportarán todos los que están diseñados en forma parecida. Pero, aunque este prototipo de la humanidad mostró tener graves falencias hacia el pecado, Pablo explica que lo que hizo Jesús por nosotros compensa por esos daños momentáneos. El verdadero propósito del hombre no es ser carne y hueso para siempre, sino en convertirse en un ser espiritual perfecto, y eso sí se podrá lograr. El pecado de Adán inició el proceso de la primera muerte, pero el sacrificio de Jesucristo eventualmente nos podrá otorgar la vida eterna. Por eso el plan de salvación de Dios no quedó frustrado por el pecado de Adán y el resto de la humanidad, sino que el plan de salvación sigue vigente tal como Dios lo había propuesto. 

Pablo explica: “Pero el don [el sacrificio de Jesús] no fue como la transgresión; porque si por la transgresión de aquel uno murieron los muchos [al activar la sentencia de la muerte física], abundaron mucho más para los muchos la gracia y el don de Dios por la gracia de un hombre, Jesucristo. Y con el don no sucede como en el caso de aquel uno que pecó; porque ciertamente el juicio vino a causa de un solo pecado para condenación, pero el don vino a causa de muchas transgresiones para justificación [el sacrificio de Jesús es mucho más importante que lo que fue el daño por el pecado de Adán]. Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia. Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos” (Romanos 5:15-19). Recuerden también que Dios había previsto todo y por eso dice de: “la sangre preciosa de Cristo… ya destinado desde antes de la fundación del mundo” (1 Pedro 1:20).

Pablo sigue: “Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase [para que se pudiera ver la frecuencia y gravedad del pecado y así que nadie pudiera jactarse y el pecado quedaba legalmente establecido]; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia; para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro” (Romanos 5:20-21)”. 

Lo que Cristo ha hecho puede anular todo el daño que han hecho los pecados desde Adán hasta ahora. Pero, ¿significa esto que Cristo ahora lo hará todo por nosotros? Pablo refuta esto por completo: Dice: “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado [es decir, podemos seguir quebrantando la ley de Dios] para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (Romanos 6:1-2). Pablo explica que nunca se puede usar la gracia como licencia para seguir pecando. Es como si uno recibiera el perdón inmerecido del juez para luego salir, ignorar la ley y cometer más fechorías. Es ridículo. 

Pablo nos recuerda que una vez bautizados, comenzamos un camino nuevo de obediencia. Jamás podemos volver al camino del pecado y del mundo. 

Pablo pregunta: “¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” (Romanos 6:3-4). Noten que el verdadero bautismo representa ser “sepultado” en un tipo de “tumba acuática” donde todos los pecados son cubiertos y enterrados. Por eso no es válido ni bíblico el bautismo por “aspersión”, al rociar con agua: otra herejía aceptada por muchos hoy día. 

Barclay admite cuál era el verdadero bautismo en el Nuevo Testamento. Explica: “Debemos recordar que el bautismo en los tiempos de Pablo era diferente al que típicamente existe hoy día. En ese entonces era el bautismo de adultos… y ellos veían sus vidas divididas en dos partes: antes del bautismo y después del bautismo. El bautismo era por inmersión total, y simbolizaba ser sepultado, algo que el bautismo por aspersión no representa. Cuando alguien se sumergía bajo las aguas, era como si fuera momentáneamente enterrado. Cuando salía del agua, era como si hubiese resucitado de una tumba. Por eso el bautismo era un símbolo de morir y resucitar a una nueva vida”.

Pablo sigue: “Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; sabiendo esto, que nuestro viejo hombre [vieja forma de ser] fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. Porque el que ha muerto, [en esa tumba acuática] ha sido justificado [o perdonado] del pecado. Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él; sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él. Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; más en cuanto vive, para Dios vive. Así también vosotros consideraos muerto al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Romanos 6:5-11).

Pablo resume lo mismo en Gálatas 2:20, “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”. Esto significa no volver a la antigua vida ni pisotear la ley de Dios. Todo lo contrario, ahora se respeta mucho más y se procura guardar la ley de Dios. 

Por eso dice Pablo: “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos [mediante el bautismo], y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia. Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia” (Romanos 6:12-14).

Entonces, estar “bajo la gracia” significa estar bajo el perdón de Dios, puesto que siempre extiende ese perdón mientras procuremos guardar su ley. Pero si dejamos el camino de la ley de Dios, entonces podemos volver a estar “bajo la ley”, o bajo su condena. Pedro explica: “Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento. Pero les ha acontecido lo del verdadero proverbio: El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno” (2 Pedro 2:21). Es una macabra escena de alguien lavado en el bautismo, que vuelve a revolcarse en sus antiguos y sucios pecados.

Por eso Pablo insiste en que, si uno abusa de la gracia, quedará “bajo la ley”. Pregunta: “¿Qué, pues? ¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley [significa su pena], sino bajo la gracia? En ninguna manera. ¿No sabéis que, si os sometéis a alguien como esclavo para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?” (Romanos 6:15-16). Dios no perdonó nuestros pecados para que quedáramos libres para pisotear su santa ley. Es absolutamente absurdo, y, sin embargo, es lo que enseña el cristianismo tradicional, que insiste en que no hay que guardar las leyes de Dios, pues uno está bajo “la gracia” y puede dejar estos mandamientos de lado. Sin embargo, esto es lo que Judas señala: “convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios” (Judas 4).

Pablo insiste en la seria responsabilidad que ahora tiene el cristiano: “Mas ahora que habéis sido libertados del pecado [con el sacrificio de Jesús] y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna” (Romanos 6:22). Aquí está explicado el proceso de salvación: primero el perdón, luego la justificación, después la santificación y un día, la glorificación y la vida eterna. Hay dos caminos posibles: o ser perdonado por el sacrificio de Jesucristo, o ser condenado para siempre. Pablo aclara: “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor Nuestro” (Romanos 6:23). 

Esta es una escritura que sorprendió mucho al Sr. Armstrong cuando empezó a estudiar la Biblia. Siempre había escuchado que la pena [o el castigo] del pecado era ir al infierno. Pero la Biblia aquí decía que la pena era la muerte y no una vida eterna de un alma inmortal en el infierno. Luego leyó: “Mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Nuestro”. Otra vez lo aturdió, pues siempre había escuchado que uno ya tiene la vida eterna por su alma inmortal, pero aquí decía que no teníamos vida eterna, sino que era un don de Dios. 

Así se entiende que cuando uno muere, realmente no sigue viviendo por medio de un alma, sino que “duerme”, o queda en un estado inconsciente hasta que sea resucitado. Luego viene “el juicio”, dependiendo de la etapa de resurrección que le corresponde y se determinará si la persona recibirá la vida eterna en el reino como un don de Dios o terminará muriendo la segunda muerte, al ser incinerado en el lago de fuego. 

En el siguiente estudio Pablo se enfocará más en lo que significa la “santificación”.