#290 - 1 Pedro 3: "Los deberes cristianos; Cristo le advirtió a los ángeles caídos"

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#290 - 1 Pedro 3

"Los deberes cristianos; Cristo le advirtió a los ángeles caídos"

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Sin embargo, no toman en cuenta lo que puede hacer el Espíritu Santo cuando un hombre se entrega completamente a Dios y Dios le da una gran responsabilidad. Recuerda lo que le dijo Dios a Moisés: “Mira, yo he llamado por nombre a Bezaleel… y lo he llenado del Espíritu de Dios, en sabiduría y en inteligencia, en ciencia y en todo arte, para inventar diseños… para trabajar en toda clase de labor” (Éxodo 31:2-5). Si Dios puede hacer esto con un artesano, ¡cuánto más podrá hacer con un apóstol especialmente elegido para ser unos de los líderes principales de la iglesia! El Comentario del Conocimiento Bíblico explica: “A pesar de que Pedro fue llamado por los líderes judíos un hombre ‘sin letras y del vulgo’ (Hechos 4:13), [que se refiere principalmente a no ser entrenado por las escuelas rabínicas], el texto también añade que ellos quedaron “maravillados” por el denuedo y el poder de su personalidad guiada por Dios. El ministerio de Pedro duró más de treinta años… y él vivió y predicó en un mundo multilingüe. Es razonable creer que después de treinta años [de escribir y administrar los asuntos de la iglesia principalmente por medio de cartas escritas en griego], Pedro alcanzó la maestría en el idioma griego. Sin duda Pedro tuvo el tiempo y el talento para convertirse en un excelente comunicador del evangelio mediante el idioma griego”. 

Así, Pedro es un gran ejemplo para nosotros de lo que Dios puede hacer con personas sencillas pero entregadas de todo corazón para servirle. Como dijo Pablo: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta” (Filipenses 4:19). Pedro tuvo sus fallas, pero nadie puede dudar de su entusiasmo, su capacidad para corregirse y su entrega total. Por todas las evidencias disponibles, esta epístola fue escrita en los tiempos cuando la iglesia pasaba por una dura prueba. Pedro los estaba animando a no flaquear. Se calcula que esta epístola debe haber sido escrita alrededor del año 64 d.C., justo antes o en el comienzo de la feroz persecución de Nerón. El historiador romano Tácito cuenta del terrible incendio que devoró gran parte de Roma en nueve días, la sospecha de que fue Nerón el instigador y su acusación de que fueron los cristianos. Escribe: “Ni el uso de regalos imperiales ni los intentos de apaciguar los dioses pudo acallar el siniestro rumor de que fue Nerón quien había ordenado el incendio [para limpiar a Roma de los sórdidos barrios populares]. Por lo tanto, para desviar las miradas sobre sí, acusó a un pueblo que se llaman cristianos, y cuyo fundador, un tal Cristo, había sido ejecutado por Poncio Pilato en el reinado de Tiberio. Esta peligrosa religión, que fue suprimida por un tiempo, surgió de nuevo no sólo en Judea donde se había iniciado, sino que llegó hasta Roma, donde todo lo vergonzoso y horrible llega para ser practicado”.

Nerón ejecutó a miles de la forma más espantosa. Algunos fueron envueltos en brea e incendiados para iluminar los jardines de Nerón en las noches. Otros fueron cosidos dentro de pieles de animales y luego sueltos para ser devorados por sus feroces perros cazadores. Muchos fueron lanzados a los leones en el Coliseo. Pedro tiene que escribirles a los hermanos en Asia Menor para advertirles que las pruebas están llegando a su área y deben permanecer fieles a la fe. Les recuerda el privilegio de ser llamados por Dios y la futura recompensa. Dice: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia” (1 Pedro 2:9-10). 

Pedro les recuerda a los gentiles conversos que Dios los había incluido como parte de su pueblo santo y que ahora eran parte del nuevo pacto de Dios, con todos sus privilegios. Pedro usa la cita en Éxodo 19:5-6: “Vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa”. ¡Qué privilegio para los gentiles cristianos que ahora son parte de ese nuevo pacto y también son un linaje real!

Ellos constituirán parte de ese pueblo ejemplar que sería una luz para las naciones y ayudarían en la conversión de los llamados. También deben recordar que, en el futuro, la recompensa para ellos será aún más grande al recibir la vida eterna y entrar en el reino, como dice la escritura: “y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra” (Apocalipsis 5:10). Pedro los prepara para enfrentar las persecuciones con el espíritu enseñado por Jesús. ¿Qué deben hacer ante estas persecuciones? Pedro les dice que tienen que ser un ejemplo ante los inconversos y no pueden recurrir a la fuerza o la violencia para defenderse. No deben devolver agresión por agresión, sino que tienen que asumir la misma actitud de Cristo ante la violencia.

Les dice: “Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma, manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles; para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras” (1 Pedro 2:11-12). Es cierto, que quizás pocos van a entender nuestro comportamiento al guardar el sábado, las Fiestas Santas e insistir en comer sólo alimentos bíblicamente limpios. Pero un día, al regreso de Cristo a la tierra, ellos entenderán las razones bíblicas y reconocerán que hicimos lo correcto. Dios dice sobre ese reino y esos futuros sacerdotes: “Enseñarán a mi pueblo a diferenciar entre lo santo y lo profano, y a discernir entre lo limpio y lo impuro. Cuando haya pleito, ellos juzgarán conforme a mis derechos. Mis leyes y mis decretos guardarán en todas mis fiestas solemnes, y santificarán mis sábados” (Ezequiel 44:23-24, NRV).

Pedro los insta a ser buenos ciudadanos y orar hasta para los líderes duros y crueles para que Dios intervenga y haya paz y buenas leyes. Dice: “Por causa del Señor someteos a toda institución humana, ya sea al rey como superior [parece que Nerón, el peor de los emperadores, gobernaba en ese entonces, pues reinó desde 54-68 d.C.] y aún así Pedro dice que le debían respeto “por causa del Señor” y que no debían rebelarse a pesar de todas las persecuciones e injusticias que padecían. 

Vemos aquí que Pedro jamás instó a que formaran un ejército de “cristianos” armados para defenderse, no existe tal cosa en todo el Nuevo Testamento. Luego dice: “[Someteos] a los gobernadores, como por él enviados para castigo de los malhechores y alabanza de los que hacen bien. Porque esta es la voluntad de Dios: que haciendo bien, hagáis callar la ignorancia de los hombres insensatos; como libres, pero no como los que tienen la libertad como pretexto para hacer lo malo, sino como siervos de Dios. Honrad a todos. Amad a los hermanos. Temed a Dios. Honrad al rey” (1 Pedro 2:13-17). 

¿Qué podían hacer los esclavos cristianos? ¿Deberían recurrir a la violencia o la rebelión si su amo los trataba mal? No, al contrario, Pedro les dice: “Criados [de oiketai, o esclavos domésticos, en vez del término general doulos], estad sujetos con todo respeto a vuestros amos; no solamente a los buenos y afables, sino también a los difíciles de soportar. Porque esto merece aprobación, si alguno a causa de la conciencia delante de Dios, sufre molestias padeciendo injustamente. Pues, ¿qué gloria es, si pecando sois abofeteados, y lo soportáis? [Cristo dijo esto en Mateo 5:46]. Mas si haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios. Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente; quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre él madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados. Porque vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas” (1 Pedro 2:18-25). Claramente, ésta no es la actitud que vemos en el mundo cristiano actual. Todos se defienden agresivamente igual que el resto del mundo.

Respecto a los esclavos, Barclay menciona: “La esclavitud comenzó en Roma por medio de las conquistas, pues los esclavos venían de los prisioneros de guerras. Llegaron a ser una inmensa multitud, como la mitad del imperio, o unas sesenta millones de personas. No solo hacían los trabajos más desagradables, sino que había esclavos médicos, maestros, músicos, actores, secretarios y mayordomos. De hecho, todo el trabajo en Roma se realizaba por los esclavos. La actitud romana era—¿de qué servía ser los amos del mundo si tenían que trabajar? Mejor era dejar el trabajo a los esclavos y así los ciudadanos podían disfrutar de una vida ociosa y mimada. Sabían que jamás se agotaría el suministro de esclavos, puesto que no se les permitía casarse, sino solo cohabitar, y así los hijos nacidos les pertenecían a los dueños. No obstante, muchos de los esclavos eran miembros amados y dignos de confianza de la familia, pero según la ley romana, no eran considerados como personas, sino como cosas”.

Para un esclavo, convertirse en cristiano era muy complicado. Tenían que pedir permiso, o guardar las leyes de Dios en privado. Pero ya esto existía en el mundo judío, así que no sería la primera vez que tendrían que adaptarse. De hecho, después de la destrucción de Jerusalén en el año 70 d.C., la mayoría de los judíos sobrevivientes fueron hechos esclavos, y aun así, siguieron con su fe, guardando el sábado, etc. 

Luego de aconsejar a los esclavos, ahora Pedro aconseja a las mujeres de la iglesia: “Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa” (1 Pedro 3:1-2). 

Las mujeres en esa sociedad casi no tenían derechos. Eran un poco superiores a los esclavos. Según la ley romana, eran propiedad primero de los padres y después de los esposos. Ellos podían divorciarse de ellas casi por cualquier motivo, con tal que devolvieran la dote a los padres. Era fácil que ellas se resintieran por los abusos. Pero Pedro les aconseja que ellas también deben imitar el ejemplo de Jesús y vencer el mal con el bien.

Dice: “Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos”. Barclay comenta: “Como las mujeres no podían ocuparse en otras cosas que el hogar, las damas prósperas enfocaban su atención en las cosas externas, como el vestido y los adornos. En la alta sociedad, se teñía el cabello negro o rojizo y se encrespaba. Usaban pelucas, especialmente color rubio, importado de Alemania. Los artefactos de tocador eran de marfil, madera y a veces, hasta de oro y gemas. El color favorito de los vestidos era púrpura, pero eran muy costosos. Las joyas favoritas eran los diamantes, las esmeraldas, el topacio y el ópalo, pero sobre todo se amaban las perlas. 

Nerón tenía una habitación con paredes tapizadas en perlas, y hubo mujeres que usaban aretes con perlas que valían una fortuna. En medio de toda esta ostentación, Pedro les pide a las mujeres de la iglesia que sean moderadas, y que enfoquen en vez en las virtudes que adornan el corazón y no tanto en lo externo”.

Pedro les dice que su atavío sea “el interno, del corazón, en incorruptible belleza de un espíritu manso y tranquilo, que es de grande valor ante de Dios” (1 Pedro 3:4 NRV). Explica un comentario: “Mientras el mundo valoraba la belleza externa y ropa y joyas costosas, la mujer con un espíritu amable y tranquilo era la preciosa a los ojos de Dios. Pedro no dice que las mujeres no deben usar joyas ni ropas finas, pero que la mujer cristiana no debe enfocarse en la ropa exterior como una fuente de la verdadera belleza” (C. del Conocimiento Bíblico).

Típicas vestimentas de la mujer

Pedro les recuerda del ejemplo de las mujeres fieles del Antiguo Testamento: “Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos; como Sara obedecía a Abraham, llamándole señor [Génesis 18:12], de la cual vosotras habéis venido a ser hijas, si hacéis el bien, sin temer ninguna amenaza” (2 Pedro 3:5-6).

Los hombres también tienen una gran responsabilidad para tratar correctamente a sus esposas. “Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil [físicamente hablando], y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo” (1 Pedro 3:7).

El hombre es más fuerte que la mujer, pero no es así para dominarla, sino para protegerla mejor y ayudarla con los trabajos más pesados. Aquí hay un concepto revolucionario para ese entonces, que la mujer fuera coheredera del reino de Dios—y no una sub-heredera. Ella tendrá los mismos derechos y privilegios que el hombre en el reino de Dios, y hasta más, si lo hace mejor. Pedro termina la sección animando a todos a practicar estas virtudes cristianas. “Finalmente, sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables; no devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis bendición” (1 Pedro 3:8-10). En otras palabras, debemos predicar con el ejemplo.

Sigue: “¿Y quién es aquel que os podrá hacer daño, si vosotros seguís el bien? Mas también si alguna cosa padecéis por causa de la justicia, bienaventurados sois. Por tanto, no os amedrentéis por temor de ellos, ni os conturbéis, sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros; teniendo buena conciencia, para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, sean avergonzados los que calumnian vuestra buena conducta en Cristo” (1 Pedro 3:13-16). La palabra “defensa” es apología en griego, y significa la capacidad de responder con buenas razones a los interrogantes que nos hacen respecto a nuestra fe. Como dice Pedro, hay que prepararse para ello, y la mejor manera es asistir a la iglesia, que es un tipo de universidad bíblica y un gimnasio espiritual. Allí se aprende cómo defender la fe y aplicarla correctamente.

Otra vez Pedro recurre al ejemplo de Cristo: “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu; en el cual también fue y predicó a los espíritus encarcelados, los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua” (1 Pedro 3:18-20).

Pedro quiere que recordemos que Cristo era el Verbo, que vivió antes de venir a la tierra como hombre, y que está a cargo de todo bajo Dios el Padre. Aquí nos revela un incidente que muestra el poder de Cristo, pues él juzgó a la generación que pereció en el Diluvio, y les anunció a los espíritus, o los ángeles caídos que fomentaron gran parte de la corrupción de la humanidad el resultado de sus acciones. El término “predicó” es ekerusso y significa “anunciar con la autoridad de un heraldo”, aquí refiriéndose al ser enviado por Dios el Padre. No sólo le advierte Dios a los hombres, sino también a los ángeles caídos el destino de sus obras. Como dice Pedro en su segunda epístola: “Porque si Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que arrojándolos al infierno [de tartaroo o lugar de confinamiento] los entregó a prisiones de oscuridad, para ser reservados al juicio” (2 Pedro 2:4).

Luego, Pedro relaciona el Diluvio con el bautismo cristiano. “En la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua. El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva (no quitando las inmundicias de la carne, sino como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios), quien habiendo subido al cielo está a la diestra de Dios; y a él están sujetos ángeles, autoridades y potestades” (1 Pedro 3:20-22). Aquí tenemos un ejemplo de tipos y antitipos. Dice que el bautismo es un antitupon [impresión de un sello) o figura del Diluvio que es el tupon [sello]. Explica Barclay: “Claramente entre el sello y su impresión hay una gran similitud. Así, hay personas, eventos y ritos en el Antiguo Testamento que son tipos, y encuentran sus antitipos en el Nuevo Testamento. Podemos decir que los acontecimientos en el A.T. prefiguran los sucesos en el Nuevo Testamento”.