#287 - Santiago 3: "La fe y obras; el poder de la lengua; la verdadera sabiduría"

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#287 - Santiago 3

"La fe y obras; el poder de la lengua; la verdadera sabiduría"

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Pero lo que Lutero atacó fueron las obras católicas, como, por ejemplo, la venta de indulgencias, que es una supuesta forma de reducir el castigo en el purgatorio por los pecados. La Iglesia Católica insistía que se necesitaba cumplir con sus siete sacramentos para ser salvo. Lutero “protestó” en contra de las indulgencias basadas en el sacramento de la penitencia. Sin embargo, es importante entender que en esta polémica nunca estuvo en juego el guardar o no los mandamientos de Dios, sino “los mandamientos” de la Iglesia Católica.

La protesta de Lutero inició la Reforma Protestante que pronto desembocó en una sangrienta guerra entre los dos bandos, los ejércitos católicos del Papa contra los ejércitos protestantes de Lutero. Esta guerra dividió a Europa en dos y duró ¡30 años! En la historia se llama, “La Guerra de los Treinta Años” (1618-1648). Imagínense vivir en una guerra religiosa que dura treinta años y en que se cometieron horribles crímenes en ambos lados. Al final fue un empate y agotados, firmaron la Paz de Westfalia que creó las dos zonas religiosas que existen hasta hoy día: el norte de Europa con una mayoría protestante y el sur con una mayoría católica.

Lo increíble es que ¡ni Lutero ni el papado tuvieron la razón en la polémica de la fe y las obras! Las iglesias bajo Lutero terminaron con una fe vaga, con tendencia a lo sentimental, que se ve en muchas iglesias protestantes y evangélicas. Por otra parte, la Iglesia Católica insistió en las obras católicas para la salvación, que fueron creadas artificialmente por teólogos y centradas en los sacramentos como la penitencia, la comunión, el bautismo infantil, la confirmación y la extremaunción; ningunos de los cuales se encuentran en la Biblia. 

Todavía enseña la Iglesia Católica básicamente los mismos sacramentos que se necesitan para obtener la salvación que durante los tiempos de Lutero, salvo que ya no se venden indulgencias, sino que se conceden por el Papa por ciertos servicios prestados. Por ejemplo, en una encíclica, el Papa Pío XII mencionó: No debemos ocultar la verdad de la enseñanza católica… la única verdadera unión que puede existir es que regresen los cristianos que se han separado a la única verdadera iglesia de Cristo. En cuanto a los que no pertenecen al cuerpo visible de la iglesia… ninguno puede tener asegurada su eterna salvación… puesto que todavía están privados de las ayudas [es decir, los sacramentos] y los favores [de los santos y la Virgen María] desde el cielo que sólo se encuentran dentro de la Iglesia Católica” (El Cuerpo Místico, 29 de junio de 1943).

Sin embargo, la respuesta correcta de toda esta polémica no es: “la fe sola” de Lutero, ni “las obras católicas”, sino la fe y las obras bíblicas, como lo explicó Santiago: “¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras? Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios. Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe. Asimismo también Rahab la ramera ¿no fue justificada por obras, cuando recibió a los mensajeros y los envió por otro camino? Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta” (Santiago 2:21-26). 

El Nuevo Comentario del Nuevo Testamento aclara: “La pura verdad es que Pablo y Santiago estaban tratando diferentes facetas del mismo tema. Mientras que Pablo, al enseñar sobre la justificación, estaba combatiendo el legalismo judío, Santiago estaba atacando el antinomismo, [o la creencia que no se tiene que guardar la ley de Dios para ser salvo]. Es decir, ellos no eran antagonistas enfrentándose entre sí, sino eran colaboradores que estaban, espalda con espalda, confrontando diferentes adversarios del Evangelio”.

Esta es una verdad que jamás debemos olvidar cuando algunos intentan confrontar a Pablo contra Santiago. En realidad, ellos están del mismo lado, defendiendo la misma verdad, pero contra dos adversarios distintos. Pablo tuvo que combatir la herejía farisea que enseñaba que guardar la ley era suficiente en sí para salvarse, sin la necesidad del sacrificio de Cristo. Edersheim explica: “En cuanto al modo de salvación, la doctrina de los rabinos puede ser ampliamente resumida bajo la designación de la justicia por medio de las obras… uno podía entrar en el paraíso por sus propios méritos” (Usos y Costumbres de los Judíos, p. 192). Otro autor añade: “La ley para el judaísmo se convirtió en el único mediador entre Dios y el hombre… La justicia y la vida en este mundo y el venidero estaban asegurados al guardar la Ley… Todos los mandamientos, los escritos y los orales [las tradiciones fariseas] deben ser guardados… La vida de Pablo como fariseo fue de una obediencia legalista de la Ley. Pablo nos cuenta que fue un judío “irreprensible” que guardó intachablemente la letra de la Ley (Filipenses 3:5-6). Nos relata que fue muy celoso al guardar no sólo la Ley escrita, sino las tradiciones orales de los escribas (Gálatas 1:14). De hecho, la clave para entender la perspectiva de Pablo respecto a la Ley es que lo había llevado a la soberbia y la jactancia (Filipenses 3:4-7)” (Teología del Nuevo Testamento, George E. Ladd, pp. 497-500).

Por lo tanto, es lógico que Pablo atacara ese falso sistema fariseo de que uno no necesitaba a Cristo, pues la Ley era suficiente para obtener la salvación. 

En cambio, Santiago estaba atacando a los que deseaban abolir la ley de Dios, al decir que la gracia era suficiente, sin guardar nada. Dice que la fe, o la creencia en Dios y su Palabra, tiene que ser acompañada con las obras cristianas o es una fe vana. Pero Santiago bien sabe que guardar la ley de Dios no es suficiente en sí, sino que se necesita el sacrificio de Jesucristo para el perdón de los pecados. El dijo: “Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas” (Santiago 2:1). 

De este modo, Santiago y Pablo están hablando del mismo tema, pero con perspectivas distintas. No se contradicen, sino que se complementan. Pablo se enfocó en la fe que salva, y Santiago en las obras que muestran nuestra fidelidad a Dios. El mejor resumen bíblico de necesitar las dos cosas, la fe y las obras es: “Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios [las obras bíblicas] y la fe de Jesús [cuyo sacrificio nos salva]” (Apocalipsis 14:12).

Santiago ahora introduce otra perla de sabiduría relacionada a la anterior: Si uno tiene una fe y obras vivientes, basada en la Palabra de Dios, lo que uno dice va a ser consecuente con lo que uno hace. Dice: “Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación. Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto [de teleos, o que ha alcanzado plena madurez espiritual], capaz también de refrenar todo el cuerpo” (Santiago 3:1-2). 

Santiago había notado que personas convertidas al cristianismo empezaron a levantarse como maestros del evangelio, pero no estaban preparados para ello. Algunos querían copiar a los rabinos y el prestigio que tenían sin ser ministros. Barclay explica: “El maestro cristiano cargaba una pesada responsabilidad. En la iglesia, él tomó el lugar del rabino en el judaísmo. Hubo muchos rabinos buenos, pero eran tratados de una manera que podía fácilmente envanecerlos. El nombre rabino significa, “mi gran maestro”. Donde quiera que iba, era tratado con gran respeto. Hasta se enseñaba que el deber al rabino excedía al de los padres, pues ellos solo lo trajeron a uno al mundo mientras que el rabino los trae a la vida del mundo venidero. Era fácil que el rabino se convirtiera en lo que Jesús describió: un tirano espiritual, una ostentosa figura de piedad, un amante de los lugares más importantes en las funciones, que se gloriaba por el excesivo respeto que le daban. Cada maestro corre el riesgo de convertirse en “el Señor Oráculo” como decía Shakespeare. Ninguna profesión es más propensa a crear orgullo espiritual e intelectual”. 

Santiago usa seis ilustraciones para mostrar el peligro de usar la lengua en forma equivocada, al creerse alguien importante. “He aquí nosotros ponemos freno en la boca de los caballos para que nos obedezcan, y dirigimos así todo su cuerpo” (Santiago 3:3). 

Un caballo pesa por lo menos tres veces más que un hombre y es mucho más poderoso y veloz. No obstante, una vez que se le pone el frenillo en la boca del caballo, tiene que obedecer mansamente las instrucciones, pues el dolor de ir en contra del frenillo es mayor que cualquier otra cosa. David dijo: “Atenderé a mis caminos, para no pecar con mi lengua; guardaré mi boca con freno” (Salmos 39:1). El hombre sabio aprende a controlar lo que dice y sabe frenar la lengua a tiempo. Entonces será apto para enseñar, como dice Proverbios 10:19, “En las muchas palabras no falta pecado, mas el que refrena sus labios es prudente”.

Un solo hombre podía manejar un gran barco

He aquí la segunda ilustración: “Mirad también las naves; aunque tan grandes, y llevadas de impetuosos vientos, son gobernadas con un muy pequeño timón por donde el que las gobierna quiere. Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas” (Santiago 3:4-5). Un escritor del segundo siglo describió una de las grandes naves de granos, como la que viajó Pablo: “La tripulación parecía como un pequeño ejército y decía que cargaban suficiente grano para alimentar a todos de la provincia de Ática por un año. Y la seguridad de esa gran nave depende de un solo hombre, que controla un gran timón con un pequeño palo”. Así también, de la lengua depende la seguridad de las grandes cosas de la vida: en la escuela, en el trabajo, en la iglesia, en el matrimonio y en la familia. Proverbios 18:21 dice: “La muerte y la vida están en poder de la lengua, y el que la ama [cuidarla] comerá de sus frutos”.

La tercera ilustración es una chispa que causa un incendio forestal. “He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego! Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno” (Santiago 3:5-6). Tal como sólo se necesita un fósforo o una colilla de cigarrillo para incendiar kilómetros de bosques, también con sólo unas pocas palabras hirientes, se puede causar la destrucción de un matrimonio, un trabajo o una hermosa amistad. Proverbios dice: “Hay hombres cuyas palabras son como golpes de espada… El hombre perverso cava en busca del mal, y en sus labios hay como llama de fuego” (Proverbios 12:18; Proverbios 16:27). Santiago dice que las malas palabras hasta nos pueden llevar al juicio del mismo infierno [de gehena, o el lago de fuego]. 

Luego ilustra este concepto con la de un domador de animales. “Porque toda naturaleza de bestias, y de aves, y de serpientes, y de seres del mar, se doma y ha sido domada por la naturaleza humana; pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal” (Santiago 3:7-8). 

La imagen nos recuerda a un domador de leones. Con un látigo y una silla, hace que el león obedezca, y sin embargo, Santiago dice que la lengua es más difícil de domar que hasta un león, y es muy fácil que se convierta en la lengua de una venenosa serpiente. Explica: “Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios. De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así” (Santiago 3:9-10). 

Barclay comenta: “Los judíos religiosos debían repetir tres veces al día 18 oraciones, llamadas Eulogías, en la que cada una comienza con la frase, “Bendito eres tu, Señor”. Y sin embargo, esas mismas bocas y lenguas que alababan a Dios, eran las que maldecían al hombre. Muchas personas son muy amables con otros, y hasta predican el amor y la gentileza, pero en su hogar gritan, blasfeman e insultan. Hay mujeres que conversan muy piadosamente en la iglesia y después salen y asesinan la reputación de alguien con una lengua maliciosa”.

Santiago se extraña de este tipo de comportamiento y lo ilustra con las últimas dos imágenes. Pregunta: “¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga? Hermanos míos, ¿puede acaso la higuera producir aceitunas, o la vid higos? Así también ninguna fuente puede dar agua salada y dulce” (Santiago 3:11-12). 

En otras palabras, dice que las palabras de la persona deben ser consecuentes con los hechos, y no llenas de hipocresía, como Jesús dijo de los fariseos. “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad” (Mateo 23:27-28).

Santiago explica la diferencia entre la hipocresía y la verdadera fe: “¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre. Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa” (Santiago 3:13-16). 

Barclay comenta: “Santiago está preguntando, ¿quién quiere ser un maestro verdaderamente sabio? Entonces que viva su vida con tal gentileza y falta de vanidad que así se verá. Si está guiado por una ambición egoísta, irá en contra de la verdad que profesa. El término “celos amargos”, es la ambición egoísta unida a la lengua cortante. Respecto a la naturaleza terrenal y animal, los antiguos dividían al hombre en tres partes, cuerpo, alma y espíritu. El cuerpo (soma), es nuestro cuerpo físico de carne y sangre; el alma (psuche), es la vida física que compartimos con los animales, y el espíritu (pneuma) es lo que solo el hombre posee, que lo diferencia de los animales, y que lo hace un ser racional y parecido a Dios. Esto es confuso porque usamos el término “alma” en el sentido que los antiguos usaban la palabra “espíritu”.

En cambio, Santiago explica cuáles son los frutos de la verdadera sabiduría: “Pero la sabiduría que es de lo alto [que viene de Dios] es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía” (Santiago 3:17). Hay siete frutos espirituales descritos aquí: (1). Puro—de hagnos, que significa la pureza moral y espiritual que agrada a Dios, que Cristo explicó en Mateo 5:8, “Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”. (2). Pacífico—de eirenikos, el que establece buenas y pacíficas relaciones entre los hombres y entre uno y Dios. Cristo usó el término al decir: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9). (3). Amable—de epiekes, o la capacidad de ser equilibrado, de saber cuándo ser flexible y cuándo ser inflexible. (4). Benigna, de eupeithes, la manera de siempre estar dispuesto a someterse y obedecer a Dios, y fácil de corregir. Proverbios 25:12 habla del “oído dócil del sabio”. (5). Llena de misericordia, de eleos, el que se puede poner en el lugar del sufriente, y consolar y ayudar. (6). Sin incertidumbre, de adiakritos, o sin el ánimo dividido y de plena convicciones, lo opuesto al hombre de “doble ánimo” del capítulo 1:8. (7) Sin hipocresía, de anupokritos, es decir, que no está fingiendo, sino que es realmente lo que se ve.

Santiago termina esta sección explicando que sólo al tener eirene, o la paz que viene al formar buenas relaciones, se pueden producir esos frutos espirituales. “Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz” (Santiago 3:18).