¿Se puede creer en los evangelios?

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¿Se puede creer en los evangelios?

Muchas personas suponen que la creencia en la Palabra de Dios es un asunto de fe ciega. Pero ¿es así en realidad? La revista Las Buenas Noticias está dedicada a demostrar que tenemos razones contundentes y fuerte evidencia para creer en la Palabra de Dios; por lo tanto, nuestra fe debe ser tan sólida como una roca frente a las críticas que se le hacen a la Biblia.

En esta edición nos referimos precisamente a este tema. ¿Existió Jesucristo en realidad? ¿Cómo encajan los evangelios con la historia comprobable y lo que nos muestra la arqueología? Se han escrito libros enteros sobre este tema y cada vez se descubren más cosas, así que demos un vistazo general.

Primero, hagamos una lista de personajes que aparecen en los evangelios y cuya existencia ha sido confirmada por la arqueología y la historia. Estos son algunos de ellos, en orden alfabético: Anás (sumo sacerdote), Arquelao (gobernador de Judea), Augusto César (emperador romano), Caifás (sumo sacerdote), Felipe (gobernador de Galilea), Herodes Antipas (gobernador de Galilea), Herodes el Grande (gobernador de Judea), Jesucristo, Juan el Bautista, Poncio Pilato (procurador romano en Judea), Quirino (gobernador de Siria) y Tiberio César (emperador romano).

¿Qué evidencia tenemos de la existencia de estas personas? En el caso de los gobernantes, existen monedas y estatuas. En el caso de personas menos conocidas, existen escritos históricos (además de la Biblia) e inscripciones que llevan sus nombres y que corresponden a los mismos lugares y momentos históricos mencionados en la Biblia.

Consideremos otra forma de verificación: las ciudades y pueblos mencionados en los evangelios que han sido identificados y confirmados a través de la historia y por medio de la arqueología. Estos incluyen Belén, Betfagué, Betsaida, Cesarea de Filipo, Capernaum,Caná, Corazín, Emaús, Enón, Gadara, Genesaret, Gerasa, Jericó, Jerusalén, Magdala, Naín, Nazaret, Nínive, Sidón, Sicar, Tiberias y Tiro.

Lo más asombroso es que ochenta por ciento de las ciudades y pueblos mencionados en los evangelios han sido hallados, ¡y solo faltan siete por ser descubiertos!

Se debe tener en cuenta que ya han transcurrido 2000 años y que muchas de estas ciudades y pueblos fueron arrasados por los romanos hace casi veinte siglos. El hecho de que hayan podido identificar esta cantidad de sitios es realmente extraordinario y demuestra que los escritores de los evangelios sabían exactamente de qué estaban hablando y estaban familiarizados con los lugares que mencionaron. Tanta exactitud hubiera sido imposible si, como arguyen los detractores de la Biblia, los escritores bíblicos hubieran inventado sus historias años más tarde o hubieran estado viviendo lejos de donde ocurrieron estos eventos.

Analicemos una tercera categoría de evidencia que verifica los relatos bíblicos: las estructuras específicas confirmadas por la arqueología y la historia.

Medite en este tema por un momento: no sería nada extraño que personajes como los mencionados anteriormente aparecieran en libros e inscripciones y que se hayan encontrado estatuas de ellos. Pero, ¿qué se puede decir de los edificios y estructuras específicos? ¿Cuántos de ellos son mencionados en libros, identificados en inscripciones o registrados de alguna manera para la posteridad? Muy pocos.

Y, por supuesto, el tiempo se encarga finalmente de destruirlos a todos. Pero es asombroso ver cuánta evidencia de muchos edificios y estructuras mencionados específicamente en los evangelios ha sido hallada por los arqueólogos. He aquí una lista: el estanque de Betesda (Jerusalén), la sinagoga de Capernaum, el templo de Gerizim (Samaria), el templo de Herodes (Jerusalén), el palacio del sumo sacerdote (Jerusalén), el pozo de Jacob (Samaria), la casa de Pedro (Capernaum), el pretorio (Jerusalén) y el estanque de Siloé (Jerusalén).

Como ya dijimos, es realmente extraordinario que tantas de estas estructuras hayan sido halladas cuando se consideran los estragos que provoca el tiempo y la completa destrucción de Jerusalén a manos de los romanos en el año 70 d. C. y nuevamente en 135 d. C.

Los escritores de los evangelios también describen con gran precisión muchos otros detalles: geografía, prácticas agrícolas, métodos de pesca, costumbres gastronómicas, prácticas religiosas y mucho más. Si los autores de los evangelios acertaron en tantas cosas, no tenemos razones válidas para poner en duda el objetivo primordial de sus relatos: que Jesucristo era el Hijo divino de Dios y que vivió, murió y resucitó para que nosotros tuviéramos acceso a la maravillosa promesa de salvación.

Por lo tanto, ¡confiemos en lo que ellos nos entregaron con tanta exactitud!   BN