¿Necesito pedir el perdón de mis pecados todos los días?

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¿Necesito pedir el perdón de mis pecados todos los días?

El pecado es un obstáculo en el andar de vida cristiano y es también un obstáculo para el cumplimiento del propósito del gran plan de salvación de Dios para la raza humana; pues se opone directamente a nuestra potencial salvación eterna como hijos e hijas de Dios en su Reino eterno.

Jesucristo hará por cada ser humano lo que simplemente no podemos realizar por nosotros mismos. Pero queda algo que podemos y debemos hacer en íntima relación con Dios y Cristo: “ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad.” (Filipenses 2:12-13).

El apóstol Pablo dijo que morimos a diario (1 Corintios 15:31), siempre y cuando continuemos arrepintiéndonos de nuestros viejos hábitos y pecados que surgen a veces; y que también nos renovamos diariamente, esforzándonos por seguir el ejemplo de vida de Jesucristo, una vida sin pecado (2 Corintios 4:16).

Dios promete perdonar a aquellos que se arrepientan, confiesen sus pecados y se alejen de ellos, y se vuelvan hacia una vida de obediencia.

La vida eterna en la familia de Dios está disponible solo para aquellos que se arrepienten de sus pecados. No hay excepciones posibles, porque “todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23).

Aunque Dios "quiere que todos los hombres sean salvos", no obliga a nadie a arrepentirse (1 Timoteo 2:4). Su benignidad y longanimidad nos llevan al arrepentimiento (Romanos 2:4), pero él no toma la decisión por nosotros. La decisión sigue siendo nuestra.

El arrepentimiento no es un concepto etéreo que nadie pueda comprender por completo. De hecho, en su sentido más básico, arrepentimiento significa cambiar. Debemos cambiar nuestra mentalidad, cambiar nuestra forma de pensar, cambiar nuestro comportamiento, cambiar nuestras prioridades, cambiar nuestras vidas.

Aquellos que eligen arrepentirse genuinamente, pronto se dan cuenta de que Dios está activo en su vida diaria, trabajando en ellos para inculcarles un profundo deseo de cambiar en cualquier forma que sea necesaria para agradarle. Y también desarrollan el deseo de conocer la voluntad de Dios, y saber lo que él espera de ellos.

El inicio de una vida de crecimiento espiritual

“Entonces Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.” (Hechos 2:38).

El bautismo simboliza nuestro reconocimiento de la necesidad de que nuestra antigua forma de vida pecaminosa sea “muerta” y sepultada para siempre (Colosenses 3:5; Colosenses 2:12). Mientras que nuestro levantamiento del agua simboliza nuestro comienzo a “andar en vida nueva” (Romanos 6:3-6). Por supuesto, nuestro carácter espiritual no se transforma inmediatamente en esos pocos segundos. El bautismo es una señal de nuestra dedicación y compromiso de por vida con ese objetivo.

El perdón de Dios no elimina nuestra naturaleza humana, es decir, la tendencia negativa que tenemos todas las personas a pecar. Debido a que todavía vivimos en este mundo malo y todavía tenemos naturaleza humana, pecaremos de nuevo. Nuestra naturaleza humana es producto de los pecados que cometimos en el pasado y también el efecto que tuvieron en nuestras vidas los pecados cometidos por otros hacia nosotros, como resultado de la influencia de Satanás sobre el mundo entero. El apóstol Pablo habló con sinceridad sobre su continua lucha contra su naturaleza humana en Romanos 7:14-25.

Ahora, sin embargo, con el Espíritu Santo de Dios podemos acercarnos "confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro" (Hebreos 4:16).

Diariamente, debemos acudir a nuestro Padre misericordioso a través de nuestro también misericordioso Sumo Sacerdote para pedir perdón. Esto es a su vez una búsqueda audaz para hallar las soluciones que necesitamos para superar nuestra naturaleza pecaminosa.

En esta búsqueda, debemos examinar y evaluar nuestra propia vida (1 Pedro 4:17; 1 Corintios 11:31-32), mirándonos en el espejo de la ley de la libertad de Dios y también en la vida perfecta y sin pecado de Jesucristo (Santiago 1:21-25).

Diariamente debemos esforzarnos por ser más y más maduros, o dicho de otro modo, más perfectos, espiritualmente hablando (Mateo 5:48); viviendo y aplicando la ley de Dios, que es santa, justa y buena (Romanos 7:12).

¿Cómo se encuentra en este proceso?

La necesidad de pelear esta batalla contra el pecado no debe desanimarnos, ya que, como Pablo dice, podemos alcanzar la victoria a través de Jesucristo (1 Corintios 15:57). Jesús nació no solo para hacer posible el perdón del pasado, sino para ayudarnos a conquistar las fortalezas del pecado, es decir, los hábitos arraigados que son tan difíciles de desalojar de nuestras vidas.

Esto nos da todas las razones que necesitamos para animarnos en nuestra lucha diaria contra el pecado. Después de todo, Cristo ha experimentado las mismas tentaciones que nosotros y comprende plenamente nuestra difícil situación. “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado.” (Hebreos 4:15).

¡Jesucristo está siempre listo para ayudarnos a obtener la victoria sobre el pecado!

Dios promete perdonar a aquellos que se arrepientan, confiesen sus pecados y se alejen de ellos, y se vuelvan hacia una vida de obediencia. Diariamente tenemos que tratar de dejar de hacer lo que está mal y esforzarnos nuevamente para hacer lo que es correcto. El proceso de conversión y de vivir la vida según Cristo nos ordenó, requiere trabajo duro.

Para nosotros, cuyas mentes Dios está abriendo a sus verdades bíblicas, no hay mejor momento que ahora para arrepentirnos de nuestras formas de vida pasadas y comenzar a seguir sus caminos. ¡Todos los días debemos arrepentirnos e invocarlo a través de Jesucristo, nuestro Señor y Salvador!

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