¿Cómo puede alguien contristar al Espíritu Santo?
Efesios 4:30 nos advierte que no contristemos al espíritu santo y es una advertencia directa para quienes han creído, han sido bautizados y han recibido el espíritu santo.
El espíritu santo dentro de una persona es la presencia del Cristo viviente. Contristarlo significa causarle tristeza, angustia y dolor emocional a Cristo mismo. A través de su presencia en nosotros, Cristo es testigo de cada palabra que sale de nuestra boca, de cada pensamiento y cada acción. Algunas de éstas podrían causarle dolor.
¿Es posible que un ser divino sufra dolor?
Dios es todopoderoso e inmutable. A pesar de ello, se revela como un ser que tiene sentimientos y que expresa emociones. Por ejemplo, en Génesis 6:5-8, Dios se lamenta y se duele a causa de las acciones malvadas de la humanidad y sus pensamientos. Jesús también nos dijo que su vida en la carne nos mostraba cómo era el Padre. Jesús experimentó emociones: indignación, ira, tristeza, amor, gozo.
Específicamente, ¿qué le produce dolor a Dios?
Dios puede dolerse por lo que hacemos, lo que pensamos y por lo que está en nuestros corazones. El contexto inmediato de Efesios 4:30 nos da fuertes indicaciones de que existen ciertos elementos de nuestros corazones, mentes así como ciertas acciones que podrían contristar al espíritu santo. Veámoslas más detenidamente.
Las palabras que pronunciamos
Efesios 4:29 nos invita a reflexionar en las palabras que pronunciamos. Se nos aconseja tener una conversación que edifique, que ayude y sea de beneficio para los demás, que traiga gozo, placer (gracia). Es seguro suponer que las “palabras corrompidas” se refieren a aquellas que destruyen a las personas, las hieren y que va en contra de su bienestar.
Las Escrituras están repletas, de inicio a fin, de advertencias sobre nuestras palabras. Quizás esto se deba a que las palabras son la ventana más reveladora de nuestra alma.
Algunos ejemplos de palabras corrompidas
Efesios 4:31 nos brinda ejemplos específicos de comunicación corrupta o nociva:
Amargura. Es decir, palabras cortantes, hirientes. Literalmente, hace referencia a un sabor o aroma pungente y desagradable; las Escrituras utilizan el término para describir realidades espirituales.
Ira, la cual se puede dividir en dos categorías.
1. Ira apasionada (“Thumos”, en griego): Es decir, arrebatos repentinos de indignación.
2. Ira a “fuego lento” (“Orge”, en girego): Es decir, hostilidad calculada y duradera. Por ejemplo, cuando se trama una venganza.
Gritería, por ejemplo la que se puede dar cuando hay una controversia y hay alegatos.
Maledicencia, es decir: hablar falsedades y decir palabras hirientes contra la reputación o el carácter de una persona.
Las palabras pueden revelar lo que está oculto en nuestros corazones. Es posible que no seamos conscientes de lo que se mueve en nuestro interior a menos que hagamos el esfuerzo de escucharnos con mucha atención. Prestar atención a las palabras que pronunciamos es una herramienta que Dios nos ha dado para explorar nuestros corazones y así detectar actitudes que le hieren. Acto seguido, podemos trabajar para eliminarlas.
Cómo ahondar en nuestros corazones
Si bien examinar nuestras palabras constituye una herramienta útil para conocer nuestro corazón, concentrarse en decir lo “correcto” no debería ser nuestra meta definitiva. Una persona puede decir palabras agradables a los demás, ser cortés, no mostrar su ira y aun así estar tramando cómo vengarse de alguien más o cómo aprovecharse de las demás personas.
He aquí algunos ejemplos que se dan en Efesios 4:
A Dios le desagrada el engaño. La persona que dice lo “correcto” pero que hace cosas equivocadas no agrada a su Creador. Alguien que tiene palabras suaves y agradables pero que guía a los demás hacia filosofías que se asemejan a laberintos y que llaman a lo bueno malo y a lo malo bueno no le agradan a Dios. Por el contrario, esto le contrista (Efesios 4:25).
A Dios no le agradan los conflictos no resueltos, los resentimientos y las enemistades. Uno puede contener las palabras cargadas de ira que uno desea decir pero para verdaderamente agradar a Dios en lugar de contristarlo, hay que ir más allá y perdonar, buscar la reconciliación y hacer las paces (Efesios 4:26).
Es de esa manera como abordamos la ira “a fuego lento” que nos puede conducir a más pecados y también la ira volátil, que si no se resuelve rápidamente puede convertirse en la primera, la cual es más peligrosa.
Las enemistades y los resentimientos no resueltos contristan el espíritu santo en nuestro interior. La exhortación constante de Dios es de perdonarnos los unos a los otros, así como Cristo nos ha perdonado, nos ha reconciliado con Dios y ha hecho la paz.
A Dios no le agrada la avaricia o la holgazanería. Pablo le escribe a una congregación. Es poco probable que los miembros de la iglesia estuvieran sustrayéndose sus carteras durante los servicios o embolsándose los cubiertos de plata cuando se visitaban. Pablo está, muy probablemente, dirigiéndose a individuos que constantemente practicaban la filosofía del obtener. A ellos Pablo les exhorta a trabajar y dar en lugar de obtener (Efesios 4:28).
Solemos pensar que la avaricia es un pecado frecuente de los ricos, pero ¿acaso no es avaricia el que alguien que no quiere trabajar desee los frutos del trabajo de otra persona?
La palabra de Dios inculca la generosidad y ayudar a los demás en tiempos de necesidad. Sin embargo, el propósito de Dios no es premiar a quienes se rehúsan a trabajar. Su propósito es, por el contrario, ayudar a las personas a recuperarse después de una crisis económica. Las bendiciones de Dios vienen, con frecuencia, como una oportunidad para que la persona trabaje y genere ingresos para salir adelante.
Dios posee una mente activa que irradia bienestar para que los demás sean partícipes de él y lo disfruten y ¡él desea que uno sea como él! La pereza y la avaricia contristan el espíritu santo.
Endurecimiento de corazón
Efesios 4:17-19 aborda el desprecio consciente de los valores de Dios y debería leerse con Romanos 1:18-32. Aunque los valores de Dios son evidentes en la creación de la que formamos parte, la mayoría de la humanidad ha decidido rechazar lo que puede ser conocido de Dios y han escogido su propia manera de vivir.
En las secciones citadas arriba de las Escrituras, podemos observar que el resultado es una gran inmoralidad sexual. No se trata de un desliz moral sino que es el resultado de un corazón endurecido a fuerza del hábito y razonamiento humano engañoso hasta que la persona termina convenciéndose de que la conducta mala es buena.
Las relaciones sexuales fuera del matrimonio, el aborto, el abuso sexual, estos son algunos pecados que contristan el espíritu de Dios en nuestro interior.
¿Por qué Dios se duele?
Tengo un hijo y dos hijas. Tengo un deseo natural a ver a mis hijos alcanzar ciertas metas: que se ubiquen en un tipo de trabajo en el que se desempeñen bien, que formen una familia y que aspiren a la resurrección de los primeros frutos al retorno de Cristo.
Si veo que toman malas decisiones que conducen hacia el camino equivocado, estaré contristado.
Dios experimenta lo mismo: se duele cuando ve que alguno de sus hijos, tan preciosos para él, se encamina por una senda que se aleja de la vida eterna y del gozo eterno que él desea compartir con ellos.