Es imprescindible estudiar la Biblia
El apóstol Pablo reprendió severamente a los cristianos en Corinto por sus actitudes y comportamiento que, en el aspecto espiritual, dejaban mucho que desear (1 Corintios 3:1-4). Les dijo que la causa de esa situación era, en parte, su falta de conocimiento de los caminos de Dios. Pablo escribió: “Vuelvan a su sano juicio, como conviene, y dejen de pecar. En efecto, hay algunos de ustedes que no tienen conocimiento de Dios; para vergüenza de ustedes lo digo” (1 Corintios 15:34, Nueva Versión Internacional).
No podemos honrar y servir de manera apropiada a Dios o a su Hijo a menos que conozcamos cuál es su voluntad (Romanos 12:2; Colosenses 4:12; Hebreos 10:36). Ese conocimiento lo adquirimos por medio del estudio cuidadoso y metódico de la Biblia. En 2 Timoteo 2:15 leemos la exhortación que Pablo le hizo a uno de sus más allegados discípulos: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad”.
Un poco más adelante, en la misma epístola, le dijo: “Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras [en ese entonces sólo existían los escritos que ahora se conocen como el Antiguo Testamento], las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús” (2 Timoteo 3:14-15).
¿Qué es lo que hace a las Escrituras tan necesarias para nuestra salvación? Pablo lo explica en los versículos 16-17: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”.
Aprendemos los caminos de Dios cuando estudiamos su Palabra y analizamos con detenimiento el significado de sus instrucciones. Notemos la actitud de uno de los salmistas: “¡Cuánto amo yo tu ley! Todo el día medito en ella. Tus mandamientos me hacen más sabio que mis enemigos porque me pertenecen para siempre. Tengo más discernimiento que todos mis maestros porque medito en tus estatutos. Tengo más entendimiento que los ancianos porque obedezco tus preceptos. Aparto mis pies de toda mala senda para cumplir con tu palabra. No me desvío de tus juicios porque tú mismo me instruyes. ¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! ¡Son más dulces que la miel a mi boca! De tus preceptos adquiero entendimiento; por eso aborrezco toda senda de mentira” (Salmos 119:97-104, NVI).
Notemos ahora la amonestación dada a algunos que no habían estudiado lo suficiente como para poder discernir correctamente la voluntad de Dios: “En realidad, a estas alturas ya deberían ser maestros, y sin embargo necesitan que alguien vuelva a enseñarles las verdades más elementales de la palabra de Dios. Dicho de otro modo, necesitan leche en vez de alimento sólido. El que sólo se alimenta de leche es inexperto en el mensaje de justicia; es como un niño de pecho. En cambio, el alimento sólido es para los adultos, para los que tienen la capacidad de distinguir entre lo bueno y lo malo, pues han ejercitado su facultad de percepción espiritual” (Hebreos 5:12-14, NVI).
Al leer el resumen del apóstol Pablo en Filipenses 1:9-11 podemos darnos cuenta de la importancia que él le daba a nuestro crecimiento espiritual por medio del cuidadoso estudio personal de las Escrituras: “Esto es lo que pido en oración: que el amor de ustedes abunde cada vez más en conocimiento y en buen juicio, para que disciernan lo que es mejor, y sean puros e irreprochables para el día de Cristo, llenos del fruto de justicia que se produce por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios” (NVI).