¿Quién era Jesús?

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“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” (Juan 1:1).

En el Nuevo Testamento, excluyendo la Epístola a los Hebreos, el Evangelio de Juan es el que quizá nos da la explicación más completa acerca de la divinidad de Jesucristo. Como ya lo leímos antes, en Juan 1:1-3, 14 claramente se expone que el Verbo estaba con el Padre hasta el momento en que se convirtió en el Cristo o “el Ungido”.

Como lo explica un estudioso de la Biblia: “El Nuevo Testamento establece que él [Jesucristo] existió antes de vivir en la tierra como un personaje histórico. Así se nos anima a inquirir no sólo: ‘¿Cuál era esa forma anterior de existencia suya?’ . . . sino también: ‘¿Qué es lo que se dice que él hizo en esa existencia previa?’” (F.F. Bruce, Jesus Past, Present and Future: The Work of Christ [“Jesús, su pasado, su presente y su futuro: La obra de Cristo”], 1979, pp. 11-12).

En otra obra de consulta se dice: “En el prólogo [el pasaje inicial del Evangelio de Juan] la preexistencia y divinidad de Cristo son expresadas de manera explícita. El Logos [el Verbo] no sólo estaba con Dios en el principio, sino que era Dios (1:1), y fue este Logos quien fue hecho carne y es identificado con Cristo” (The New Bible Commentary: Revised [“Nuevo comentario bíblico: actualizado”], p. 928).

En el Evangelio de Juan hay otros pasajes que nos revelan detalles muy significativos que nos ayudan a entender aún más este asunto. Notemos algo más que se nos dice en el primer capítulo: “El siguiente día vio Juan [el Bautista] a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: Después de mí viene un varón, el cual es antes de mí; porque era primero que yo” (vv. 29-30).

Juan el Bautista nació antes que Jesús (Lucas 1:35-36, Lucas 1:57-60) y empezó su ministerio antes que Jesús empezara el suyo. Pero aun así Juan dijo: “era primero que yo”. ¿Por qué? Precisamente porque Jesús era el Verbo preexistente antes de su nacimiento humano (Juan 1:14).

Algunos diálogos con los fariseos

En respuesta a algunas de las acusaciones de los fariseos, Jesús les dijo: “Aunque yo doy testimonio acerca de mí mismo, mi testimonio es verdadero, porque sé de dónde he venido y a dónde voy; pero vosotros no sabéis de dónde vengo, ni a dónde voy” (Juan 8:14).

Años después, el apóstol Pablo expresó el mismo concepto: “Porque los habitantes de Jerusalén y sus gobernantes, no conociendo a Jesús, ni las palabras de los profetas que se leen todos los días de reposo, las cumplieron al condenarle” (Hechos 13:27).

Tal como ocurrió en ese tiempo, hoy en día sólo muy poca gente entiende realmente quién era Jesús, de dónde vino, qué es lo que está haciendo y qué es lo que aún hará. En la Biblia, este grupo pequeño pero especial es llamado las “primicias” o “manada pequeña” (Santiago 1:18; Lucas 12:32).

Luego, en esta larga discusión los fariseos le preguntaron a Jesús: “¿Quién te haces a ti mismo?” (Juan 8:53). Sencillamente no se daban cuenta de la verdadera identidad de aquel con quien estaban hablando. Lo mismo sucede hoy. Muy poca gente entiende realmente los verdaderos orígenes de Jesucristo.

Jesús pacientemente les explicó: “Abraham vuestro Padre se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó” (v. 56). Pero ¿cómo fue posible esto? El patriarca Abraham había vivido cerca de dos mil años antes de que naciera Jesús. “Entonces le dijeron los judíos: Aún no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham? Jesús les dijo: “De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy” (vv. 57-58).

Aquí debemos hacer una breve pausa para meditar sobre lo que dijo Jesús.

Podemos saber que el Verbo (Juan 1:1) se relacionó personalmente con Abraham en su tiempo porque Cristo es reconocido como el “Yo Soy” de la Biblia. Jesús dijo: “Abraham vuestro Padre se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó” (Juan 8:56). Recordemos que Cristo existió con el Padre desde antes que todo lo demás —visible e invisible— fuera creado (Colosenses 1:16). Ni él ni el Padre tuvieron un principio porque tienen vida inherente en sí mismos (Juan 5:26).

Ese mismo Verbo era el ser que siglos después del tiempo de Abraham habló con Moisés en el desierto del Sinaí y le dijo: “Yo soy el Eterno. Y aparecí a Abraham, a Isaac y a Jacob como Dios Omnipotente, mas en mi nombre el Eterno [en hebreo YHVH, o más conocido Yahveh] no me di a conocer a ellos” (Éxodo 6:2-3).

Debemos tener en cuenta también que algunas veces la palabra “Jehová” o “Señor” en la Biblia se refiere más bien al Padre que al Verbo. El contexto nos ayuda a entender a quién de ellos se está refiriendo.

Jesús mismo les explicó esto a los atónitos fariseos: “Y estando juntos los fariseos, Jesús les preguntó, diciendo: ¿Qué pensáis del Cristo? ¿De quién es hijo? Le dijeron: De David. Él les dijo: ¿Pues cómo David en el Espíritu le llama Señor, diciendo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies? Pues si David le llama Señor, ¿cómo es su hijo? Y nadie le podía responder palabra; ni osó alguno desde aquel día preguntarle más” (Mateo 22:41-46).

Un trascendental encuentro con Moisés

Anteriormente, Moisés le había dicho a Dios: “He aquí que llego yo a los hijos de Israel, y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé?” (Éxodo 3:13). Aquí nuevamente debemos hacer una pausa y reflexionar. La respuesta de Dios es tremendamente importante. El pasaje a continuación es uno de los más importantes en la Biblia. Revela la identidad del “Yo Soy” en Juan 8:58.

El Creador le contestó a Moisés: “Yo soy el que soy. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: Yo soy me envió a vosotros” (Éxodo 3:14).

YHVHo Yahveh (traducido como Señor o Jehová en diferentes versiones del Antiguo Testamento) comunica el mismo sentido. Implica una existencia inherente y eterna (cotejar con Juan 5:26). Nadie lo creó. Debemos entender que en las Escrituras Dios tiene muchos nombres, cada uno de los cuales nos dice algo acerca de su carácter y su naturaleza, maravillosos y divinos.

Continuando con el relato en Éxodo 3:14-15, leemos: “Así dirás a los hijos de Israel: Yo soy me envió a vosotros . . . Este es mi nombre para siempre; con él se me recordará por todos los siglos”.

Vemos una vez más que Cristo es el “Yo Soy” de la Biblia. Él era la Roca que estaba con los hijos de Israel en el desierto y los guiaba (Deuteronomio 32:4). El apóstol Pablo escribió: “Porque no quiero hermanos, que ignoréis que nuestros padres todos estuvieron bajo la nube, y todos pasaron el mar; y todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar, y todos comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo” (1 Corintios 10:1-4).

El “Yo Soy” del Antiguo Testamento es señalado también como “grande en misericordia y verdad” (Éxodo 34:6). Igualmente, en el Nuevo Testamento se nos dice que Jesús estaba “lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14). En Hebreos 13:8 leemos que “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”.

¿Fue Jesús el Dios del Antiguo Testamento?

A excepción de Jesucristo, ningún ser humano ha oído jamás directamente la voz de Dios ni ha visto su forma (Juan 1:18; Juan 5:37; Juan 6:46; 1 Juan 4:12). Así que YHVH, el “Yo Soy”, el Verbo, quien luego vino a ser Jesucristo, era el que trató directamente con los seres humanos en tiempos del Antiguo Testamento. Luego, Cristo murió por nosotros y vino a ser el máximo mediador entre Dios y los hombres (1 Timoteo 2:5), una función que ya había cumplido parcialmente como el Verbo preexistente antes de su nacimiento humano.

Así que de hecho el Verbo era el Dios del Antiguo Testamento, pero el Padre también ejerció esta función de manera muy real. Cristo trataba con los hombres como el representante del Padre, como su vocero (comparar Juan 8:28; Juan 12:49-50). Es más, en algunos pasajes del Antiguo Testamento puede resultar difícil saber exactamente de cuál de estos dos grandes personajes se está hablando, mientras que en el Nuevo por lo general la diferencia es clara.

Desde luego, ya que Jesús vino a revelar al Padre (Mateo 11:27), la conclusión lógica es que en el Antiguo Testamento sólo unos pocos de los patriarcas y profetas hebreos conocían al Padre. Uno de ellos, por ejemplo, era el rey David (Hechos 2:30).

En Hebreos 1:1-2, que ya antes citamos en parte, leemos que “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el [o por ‘un’] Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo”.

En este pasaje inicial del libro de Hebreos hay una clara indicación de que el Padre es el poder influyente detrás de todo el Antiguo Testamento. Dentro del contexto, el segundo versículo explica el primero. Aunque Dios el Padre es la principal fuerza motriz de las Escrituras hebreas, el Antiguo Testamento, fue por medio de Jesucristo que él creó todo el universo.

El principio fundamental de que la Biblia se interpreta a sí misma también nos ayuda a entender el propósito de Hebreos 1:1 a la luz de otros versículos. En vista de que Dios creó el universo y todas las cosas por medio de Cristo (Efesios 3:9; Colosenses 1:16; Juan 1:3), podemos decir que trató con el hombre por medio del Verbo preexistente, Cristo.

El significado de Elohim

Volvemos ahora a la realidad bíblica de que Dios decidió manifestar su identidad personal en función de una relación familiar. Elohim es el vocablo hebreo para Dios que se usa en Génesis 1 y más de 2600 veces en todo el Antiguo Testamento.

Elohimes un sustantivo plural que por lo general se usa en forma singular —es decir, aparece con verbos en singular— cuando se refiere al Dios verdadero. De igual forma, en el idioma español ese mismo tipo de pluralidad o colectividad la expresan los sustantivos equipo, familia, conjunto, etc. Para dar un ejemplo, pensemos en un equipo de fútbol. Se dice que “el equipo X jugará el próximo domingo contra . . .”; no se dice “el equipo X jugarán contra . . .”. Aunque individualmente son varios jugadores (plural), colectivamente son sólo un (singular) equipo.

De hecho, Elohim es el plural de otro vocablo hebreo que es Eloah, el cual quiere decir “Poderoso”. Por tanto, Elohim significa “los Poderosos”, y ciertamente hay dos Poderosos: el Padre y el Verbo. Pero, conjuntamente, como Elohim, los dos son considerados como un Dios. Elohim dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza” (Génesis 1:26).

Debemos tener en cuenta que, siendo Elohim el nombre de la familia de Dios, cada miembro de la familia puede ser llamado por este nombre. (Algunos escritores bíblicos también usan la palabra elohim para referirse a dioses falsos. Así que un aspecto muy importante para entender el significado de este vocablo hebreo es definir cuál es la intención del contexto.)

Cuando Adán y Eva tomaron la fatídica decisión de desobedecer a su Creador al comer del fruto prohibido, Dios dijo: “He aquí, el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal” (Génesis 3:22). Y como podemos ver en los versículos 22-24, Dios les impidió que comieran del árbol de la vida.

La palabra hebrea que aquí se traduce como “sabiendo” por lo general quiere decir aprender o darse cuenta de algo por medio de una experiencia propia. Para Adán y Eva no fue suficiente aceptar simplemente la orden de Dios de no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Más bien decidieron ponerse en el lugar de Dios y decidir por sí mismos lo que era bueno y lo que era malo. El salmista menciona que los impíos dudan del conocimiento de Dios: “Y dicen: ¿Cómo sabe Dios? ¿Y hay conocimiento en el Altísimo?” (Salmos 73:11).

Es necesario tener en cuenta que la expresión “uno de nosotros” nos muestra claramente que el “nosotros” está formado por más de uno. De hecho, el propósito de nuestro Creador ha sido desde un principio que el hombre llegue a ser “como uno de nosotros”, pero eso tiene que ser conforme al plan y tiempo de Dios. Ese plan incluye que nosotros nos sometamos voluntariamente a vivir de toda palabra que sale de la boca de Dios (Mateo 4:4).

Sólo nuestro Creador tiene la sabiduría y el derecho de precisar qué es bueno y qué es malo para nosotros. Él sabe qué es lo que más nos conviene y no fue su propósito que aprendiéramos acerca del mal por experiencia propia. En Salmos 19:7-8 nos dice: “La ley del Eterno es perfecta, que convierte el alma; el testimonio del Eterno es fiel, que hace sabio al sencillo. Los mandamientos del Eterno son rectos, que alegran el corazón; el precepto del Eterno es puro, que alumbra los ojos”. Él quiere que confiemos en él y en su criterio.

Satanás engañó a Eva para que procurara obtener el conocimiento divino por un atajo, y Adán decidió seguirla en el error. Unos 4000 años después Satanás le presentó el mismo atajo a Jesús, pero él rechazó firmemente la tentación (Mateo 4:8-10). No existen atajos para llegar a algo tan hermoso como será formar parte del reinado eterno de Dios. Más bien, “es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios” (Hechos 14:22).

La unidad divina en la solución de problemas

Más adelante en la historia de la humanidad podemos ver una vez más la directa intervención del Padre, en este caso en la torre de Babel, al leer una expresión muy similar a la que vimos anteriormente: “Ahora, pues, descendamos, y confundamos allí su lengua, para que ninguno entienda el habla de su compañero” (Génesis 11:7). Esta fue una decisión compartida.

Notemos el contexto. ¿Qué fue lo que originó esta drástica medida? “Y dijo el Eterno [YHVH, el “Yo Soy”]: He aquí el pueblo es uno [unido con el propósito de hacer algo malo], y todos éstos tienen un solo lenguaje; y han comenzado la obra, y nada les hará desistir ahora de lo que han pensado hacer” (v. 6).

Las increíbles habilidades que poseemos para planear e idear forman parte de lo que significa estar hechos a imagen de Dios. Y la lamentable situación en que se encuentra nuestro mundo es una clara prueba del mal uso que la humanidad en general les ha dado a esas capacidades. Como seguidores de Cristo debemos desarrollar una imaginación activa que es moral, permitiendo que las leyes de nuestro Creador gobiernen esas maravillosas habilidades que él mismo nos dio.

Aquí en Génesis 11 podemos darnos cuenta de que el Eterno (YHVH) examinó la situación crítica en Babel y consideró el tremendo potencial, casi ilimitado, de la humanidad. Pero fueron los Elohim (el Padre y el Verbo juntos) quienes decidieron dispersar a toda esa gente por medio de la repentina creación de muchos idiomas.

De no haber sido así, es posible que los tremendos adelantos científicos y tecnológicos de la actualidad hubieran sido logrados desde hace mucho tiempo, mucho antes del tiempo y propósito que Dios ha fijado para el hombre. La gran barrera que significaba la variedad de idiomas fue superada sólo en el siglo pasado. Hoy en día, por medio del gran conocimiento que existe del ADN y la genética, los científicos parecen estar a punto de descubrir los secretos de la vida misma.

El intercambio divino

Aquí YHVH (el Verbo, quien luego vino a ser Jesucristo) examinó el estado de las cosas, pero de hecho intervino Elohim. Esta misma clase de interacción divina ocurrió anteriormente, poco antes del gran diluvio. YHVH (el Eterno) vio que “la maldad de los hombres era mucha en la tierra” y decidió destruir la humanidad que había creado, pero tomó nota del justo Noé (Génesis 6:5-9). En los versículos 11-13 se repite mucho de este relato, pero en esta ocasión fue Elohim quien confirmó la decisión que previamente había tomado YHVH, teniendo en cuenta la moralidad del patriarca Noé, que permitió que la humanidad pudiera sobrevivir.

Los dos seres divinos eran y son de un mismo propósito y toman decisiones para resolver problemas en una unidad perfecta y divina. Pero es el Eterno (YHVH, el “Yo Soy”) quien a veces, pero no siempre, inicia los hechos por medio de una declaración divina. En la traducción a otros idiomas se pierde la profundidad de este maravilloso intercambio.

Así, pues, en este sentido, el Padre también era en gran parte el Dios del Antiguo Testamento. Pero obró continuamente por medio de la intervención directa del Verbo preexistente.

Jesús: Dios y hombre al mismo tiempo

Jesucristo ahora es el “mediador entre Dios y los hombres” (1 Timoteo 2:5). Pero para poder cumplir con esa importantísima responsabilidad tenía que haber sido tanto Dios como hombre. Él ciertamente fue un hombre en toda la acepción de la palabra, o sencillamente nuestros pecados no son perdonados y no tenemos salvación. El apóstol Pablo lo llama “Jesucristo hombre” (mismo versículo) y el apóstol Pedro habló de él como “varón aprobado por Dios” (Hechos 2:22).

En un pasaje citado anteriormente, Pablo nos exhorta a que tengamos una actitud como la de Jesucristo, “el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:6-8).

La condición humana de Jesús era total y completa en el sentido de que vivió la vida de un ser humano físico que terminó con la muerte. Sentía hambre y comía, se cansaba y descansaba, y caminaba y hablaba tal como lo hace cualquier ser humano. En su aspecto físico no había nada que lo hiciera diferente de los judíos de su tiempo (Isaías 53:2).

La diferencia básica estaba en el aspecto espiritual. Jesús constantemente recibía del Padre la ayuda espiritual que necesitaba (Juan 5:30; Juan 14:10). De hecho, tenía el Espíritu de Dios desde antes de nacer, siendo engendrado en el vientre de María por medio del Espíritu Santo. Aunque fue tentado como cualquiera de nosotros, Jesús nunca quebrantó la ley de Dios; jamás pecó (Hebreos 4:15; 1 Pedro 2:22).

Una de las más siniestras herejías en los casi dos mil años de la cristiandad es la de que Jesucristo no era realmente hombre, que no fue tentado realmente para que pecara. El apóstol Juan condenó duramente esta falsa enseñanza (1 Juan 4:3; 2 Juan 7).

Esta herejía, que comenzó en el primer siglo, aún persiste en el tiempo presente, apartando a mucha gente de la verdad de Dios. Tenemos que entender que si Jesús no hubiera sido realmente un ser humano, entonces su sacrificio por nuestros pecados habría sido inútil y de nada nos hubiera servido.

El Hijo del Hombre y el Hijo de Dios

En el Nuevo Testamento Jesús es mencionado como el “Hijo del Hombre” más de 80 veces. Fue el término que usó más frecuentemente para referirse a sí mismo.

En muchas ocasiones Jesús se refirió a sí mismo como el Hijo del Hombre en relación con sus sufrimientos y su sacrificio expiatorio por los pecados de la humanidad (Mateo 17:22; Mateo 26:45; Marcos 9:31; Marcos 14:41). Aunque de origen divino, intencionalmente se identificaba con nuestras dificultades humanas: las desventuras y los sufrimientos del género humano. El profeta Isaías lo llamó “varón de dolores, experimentado en quebranto” (Isaías 53:3).

Conociendo las flaquezas y dificultades humanas, Jesús nos dice: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11:29-30).

En Mateo 19:28, hablando de su cargo como el gobernante supremo de este mundo en el futuro Reino de Dios, Jesús se refirió una vez más a sí mismo como el Hijo del Hombre. También usó esta expresión cuando se identificó como “Señor del día de reposo”, haciendo notar que el séptimo día, el sábado, debería guardarse con misericordia y compasión (Marcos 2:27-28; Mateo 12:7-8; Lucas 6:5).

Luego, cuando fue a la región de Cesarea de Filipo, Jesús les preguntó a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?” (Mateo 16:13). Ellos mencionaron varias de las creencias más conocidas pero equivocadas acerca de quién era él. Pero Pedro le dijo: “Tú eres el Cristo [el Mesías], el Hijo del Dios viviente” (v. 16). Jesús le hizo notar a Pedro que el Padre mismo le había revelado esa verdad (v. 17).

Todos sus apóstoles llegaron a comprender la misma verdad y en ocasiones se referían a él con ese título (Mateo 14:33; Juan 20:31; Romanos 1:3-4). Jesucristo ciertamente es el Hijo de Dios, con todo lo que implica ese título.