Participantes de la naturaleza humana

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“Así Dios nos ha entregado sus preciosas y magníficas promesas para que ustedes . . . lleguen a tener parte en la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4, NVI).

En capítulos anteriores analizamos pasajes que hablan sobre la definición bíblica de la naturaleza misma de Dios. No obstante, ningún conocimiento tiene validez alguna si no se pone en práctica. Saber y creer que Dios existe no nos es de gran ayuda si continuamos comportándonos como si no existiera. En Santiago 2:19 se nos dice que “también los demonios creen, y tiemblan”.

Analicemos ahora otro aspecto muy importante de este asunto: cómo se relaciona Dios con su creación humana y lo que quiere que logremos espiritualmente con su ayuda.

No nos olvidemos de que Jesús es el mediador entre Dios y los hombres, y también el autor de nuestra salvación (1 Timoteo 2:5; Hebreos 2:10). Es a quien el Padre asignó para que nos ayudara a eliminar la gigantesca separación que existe entre la falibilidad humana y la asombrosa perfección que hay en ellos. Se nos ha dicho que lleguemos a ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto (Mateo 5:48). De hecho, se nos da la meta de llegar a ser imagen de su madurez espiritual.

Debemos llegar, en todo el sentido de la expresión, a “tener parte en la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4, NVI) a fin de que nuestro comportamiento refleje el carácter de Dios mismo. Esto tiene que ver con el propósito de nuestra existencia.

La imagen de Dios en el Nuevo Testamento

En Génesis 9:6 se confirma el hecho de que, a pesar de que la maldad había invadido el mundo del hombre, los hombres, mujeres y niños continuaron llevando la “imagen de Dios”. Miles de años después, los apóstoles de Cristo corroboraron esta enseñanza bíblica fundamental.

En el Nuevo Testamento se reafirma que los seres humanos continúan llevando la imagen de Dios (Santiago 3:9; 1 Corintios 11:7). Pero lo que es aún más importante para nuestra salvación, Jesús mismo es “la imagen del Dios invisible” (Colosenses 1:15; comparar con 2 Corintios 4:4). Debido a que el pecado ha desfigurado tremendamente la imagen de Dios en nosotros, la creación de la semejanza espiritual —el carácter— de Dios tiene que lograrse por medio de Jesucristo.

Es el justo y perfecto Cristo quien justifica a aquellos que han pecado y se han acarreado la pena de muerte (Romanos 6:23). El apóstol Pablo escribió: “Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él; si en verdad permanecéis fundados y firmes en la fe . . .” (Colosenses 1:21-23).

Paso a paso

Aunque no hemos vivido a la altura de nuestro asombroso potencial humano, Cristo —quien refleja “la imagen de Dios” mucho más que nosotros— nos abre el camino para reconciliarnos con el Padre. Este es el único medio por el cual podemos alcanzar la inmensa meta de reflejar el carácter de Dios en nuestras vidas.

La salvación es un proceso que toma tiempo. Avanzamos espiritualmente paso a paso. El primer paso es un verdadero y genuino arrepentimiento de nuestros pecados, aceptando completamente la sangre de Cristo como pago por nuestras infracciones de la ley espiritual de Dios.

El siguiente gran paso es el bautismo, seguido de la imposición de manos de los ministros de Dios. Esto representa el comienzo formal de una vida de lucha constante contra el pecado con la ayuda de nuestro gran Sumo Sacerdote Jesucristo. De allí en adelante, si seguimos el ejemplo de Cristo y vencemos nuestra naturaleza humana, lograremos nuestra salvación final en el Reino de Dios. (Para una mejor comprensión de estos importantes pasos espirituales, no deje de solicitar estas tres publicaciones gratuitas: Transforme su vida: La verdadera conversión cristiana, El camino hacia la vida eterna y Usted puede tener una fe viva.)

Si damos estos pasos, y continuamos creciendo en gracia y conocimiento, manteniéndonos fieles hasta el fin, Dios cumplirá el paso final al resucitarnos a la vida eterna. Como lo explica el apóstol Pablo en 1 Corintios 15:21-22: “Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre [Cristo] la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados”.

Los humanos somos seres incompletos, una especie aún no terminada. No obstante, la vida eterna puede ser nuestra si cambiamos nuestra vida y constantemente nos presentamos ante el trono de gracia en busca de la ayuda espiritual que tan urgentemente necesitamos. Nuestro Abogado y Sumo Sacerdote siempre está dispuesto a ayudarnos cuando tropezamos y caemos (1 Juan 1:7-9; 2:1-2). Ningún ser humano puede obtener la salvación sin aprovechar constantemente la gracia de Dios por medio del sacrificio redentor de Jesucristo.

Aunque Dios nos creó como seres físicos, de carne y hueso, nos dio el potencial de llegar a ser finalmente espíritu como él es espíritu. Así lo dice la Biblia. Pablo continúa: “Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán [Cristo], espíritu vivificante . . . El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre [Cristo], que es el Señor, es del cielo . . . Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial” (1 Corintios 15:45-49).

Es más, como hemos visto, Cristo es la imagen del Padre. Así, pues, seremos la misma clase de seres que son el Padre y Cristo; no seremos sólo seres espirituales creados, como los ángeles, sino que seremos seres divinos nacidos del espíritu y parte de los Elohim, ¡la familia de Dios que gobierna el universo!

Cuando entendemos correctamente las Escrituras, podemos ver esta verdad repetida una y otra vez en la Biblia. Dios promete que los verdaderos cristianos tendrán su imagen en todo el sentido de la palabra. Esta promesa aparece en diferentes maneras en el Nuevo Testamento, pero una de las más alentadoras es la que encontramos en Romanos 8:29: “Porque a los que antes conoció [Dios], también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos”.

Cristo es el pionero de nuestra salvación. Él fue primero y conoce el camino. Nos asegura que muchos lo acompañarán en su gloria divina. Pero somos nosotros quienes tenemos que esforzarnos y procurar hacer firme nuestra vocación y elección (2 Pedro 1:3-10).

Cómo lograr nuestro asombroso potencial

Es el “nuevo hombre”, en nuestra mente y corazón, que vive espiritualmente en la imagen de Dios ahora (Efesios 4:22-24; Colosenses 3:10). Es esta transformación interna la que finalmente nos llevará a nuestro cambio absoluto y definitivo a una imagen completa de Dios. Empero, nadie puede lograr por sí solo este cambio de carácter. Jesús dijo: “. . . separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5). La imagen espiritual de Dios sólo puede ser renovada en nosotros por medio de la presencia viva de Cristo en nuestras vidas.

En uno de los pasajes más inspiradores del Nuevo Testamento, el apóstol Pablo escribió: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).

Nuestro destino final es una vida abundante, inmortal en el Reino de Dios como parte de la familia divina. Eso es lo que Cristo hizo posible (Juan 10:10) y por eso Dios nos creó a su imagen. Por eso es tan importante comprender la verdad acerca de la naturaleza de nuestro Hacedor.

Juan escribió: “¡Fíjense qué gran amor nos ha dado el Padre, que se nos llamó hijos de Dios! . . . Queridos hermanos, ahora somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que habremos de ser. Sabemos, sin embargo, que cuando Cristo venga seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es” (1 Juan 3:1-2).

Por último, Pablo también deja claro que los creyentes son “hijos de Dios” y “herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Romanos 8:16-17). Y enseguida agrega que “las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (v. 18).

En otras palabras, lo que este apóstol dice es que en la resurrección los verdaderos seguidores de Cristo estarán en el mismo plano de existencia del Padre y del Hijo; habrán sido transformados en la misma clase de seres que son ellos. Aunque parezca increíble, este es el asombroso potencial de toda la humanidad; y aunque seremos millones o hasta miles de millones, estaremos en perfecta unión como uno solo. Porque en ese trascendental tiempo todos participaremos plenamente de la naturaleza divina; ¡seremos miembros de la familia misma de Dios por la eternidad.