La naturaleza y el carácter de Dios

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Al abordar el tema de qué o quién es Dios, no debemos olvidarnos de la verdad más importante acerca de él: que Dios el Padre y Jesucristo son seres que poseen infinito amor. El apóstol Juan resumió perfectamente la naturaleza y el carácter divinos de ambos al escribir que “Dios es amor” (1 Juan 4:8, 1 Juan 4:16).

El amor de Dios es generoso y busca continuamente el bien de otros. Cuando Dios permitió que Moisés viera algo de su gloria, se le reveló como el “Dios clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor y fidelidad, que mantiene su amor hasta mil generaciones después, y que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado” (Éxodo 34:6-7, NVI).

El amor es el cimiento del carácter y la ley de Dios. Es la raíz de todo lo que Dios le ha revelado a la humanidad en las Sagradas Escrituras (Mateo 22:35-40). El apóstol Pablo consideró el amor como la virtud cristiana “más excelente” (1 Corintios 13:13, NVI). Es el primer aspecto del fruto del Espíritu de Dios que mencionó (Gálatas 5:22). En Colosenses 3:14 escribió que el amor es el “vínculo perfecto”; es lo que proporciona la unión perfecta de todo. Es el cumplimiento de la ley de Dios (Romanos 13:10).

Esta asombrosa virtud comprende hasta el amor a nuestros enemigos (Mateo 5:44-45; Lucas 6:35).

Una vez que nos arrepentimos, podemos empezar a mostrar esta clase de amor por medio del Espíritu Santo. Dios quiere que aprendamos a pensar como él piensa y a obrar como él obra.

Cuando practicamos esa clase de amor, mostramos la imagen de Dios (reflejamos su carácter), aunque todavía somos humanos. El apóstol Pablo nos dice que nuestra actitud “debe ser como la de Cristo Jesús” (Filipenses 2:5, NVI), en quien se personificó el amor de Dios a grado tal que dio su propia vida por nosotros.

En uno de los pasajes más conocidos de la Biblia se nos dice que “tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16, NVI). Dios no sólo quiere darnos el inapreciable don de la vida eterna, sino que también quiere compartir con nosotros todas las cosas como miembros de su familia divina (Hebreos 2:6-8; Romanos 8:16-17). Vez tras vez en las Escrituras se nos revela que en Dios se personifica perfectamente el amor.