El primer mandamiento: ¿Qué es lo más importante para nosotros?

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El primer mandamiento

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El primer mandamiento: ¿Qué es lo más importante para nosotros?

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“Yo soy el Eterno tu Dios, que te saqué de la tierrade Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éxodo 20:2-3).

Cuando alguien le preguntó a Jesucristo cuál era el mandamiento principal de la ley, él respondió nombrando el precepto que hace hincapié en la suprema importancia de nuestra relación personal con Dios: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mateo 22:34-38; ver también Deuteronomio 6:5).

Este es el compromiso más importante que podemos hacer en toda nuestra vida: establecer, cultivar y mantener una relación personal con Dios. Es el meollo del primero de los Diez Mandamientos, que dice: “No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éxodo 20:3).

Son muchas las cosas que pueden interponerse entre nosotros y nuestro Creador; y hablando en términos prácticos, la fuerza que ejerce la mayor influencia en nosotros y determina nuestros ideales es lo que se convierte en el objeto de nuestra adoración. Pero si permitimos que cualquier cosa que no sea el Dios verdadero ocupe el primer lugar en nuestra vida, no será posible que establezcamos o mantengamos una relación genuina con él.

La base de nuestra relación con Dios

La Biblia es muy clara en lo que se refiere a nuestra relación con Dios: ¡Él es nuestro Creador!

El profeta Isaías reprendió a los antiguos israelitas por no captar lo que significa confiar en Dios y honrarlo: “Levanten los ojos al cielo y miren: ¿Quién creó todo eso? El que los distribuye uno por uno y a todos llama por su nombre. Tan grande es su poder y su fuerza que ninguno de ellos falta. Israel, pueblo de Jacob, ¿por qué te quejas? ¿Por qué dices: ‘El Señor no se da cuenta de mi situación; Dios no se interesa por mí’? ¿Acaso no lo sabes? ¿No lo has oído? El Señor, el Dios eterno, el creador del mundo entero, no se fatiga ni se cansa; su inteligencia es infinita” (Isaías 40:26-28, Versión Popular).

En resumidas cuentas, todo lo que somos y todo lo que poseemos proviene de Dios. El apóstol Pablo nos advierte que no seamos altivos ni pongamos “la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos” (1 Timoteo 6:17). La única fuente confiable de seguridad —ahora y en el futuro— es la relación que tengamos con nuestro Creador.

En la Biblia se nos asegura que nuestro Hacedor es un ser vivo y real, el único y verdadero Dios: “El Eterno es el Dios verdadero; él es Dios vivo y Rey eterno; a su ira tiembla la tierra, y las naciones no pueden sufrir [soportar] su indignación” (Jeremías 10:10).

Dios creó para nosotros una morada maravillosa: nuestro hermoso planeta. Lo hizo de forma que nos proveyera de todo lo que necesitamos para nuestra subsistencia física y material. Desea que disfrutemos y apreciemos todo lo que él nos ha dado.

Al mismo tiempo, quiere que entendamos que nunca debemos dirigir nuestra adoración hacia ninguna de las cosas que creó, ni debemos considerarlas como la fuente de nuestra vida y bendiciones. Únicamente el Creador debe recibir ese honor, no la creación.

La adoración a la naturaleza

La adoración que el hombre tiene por la naturaleza, o por algún aspecto de la misma, ha dado lugar a un sinnúmero de religiones idólatras. El Eerdmans Handbook to the Bible (“Manual Eerdmans de la Biblia”) explica, en forma concisa, las bases de las religiones contemporáneas del antiguo Israel: “Las grandes culturas idólatras de Egipto y Mesopotamia reflejaban fielmente el medio en que vivían. Su religión, al igual que la de sus vecinos los heteos y los cananeos, se centraba en la naturaleza. Ellos no tenían el concepto real de un solo Dios, el Creador todopoderoso. Y así atribuían los caprichos del clima, los sucesos agrícolas y la geografía del mundo a su alrededor a toda una serie de dioses” (1973, p. 10).

Tanto los egipcios como los moradores de Mesopotamia creían que las fuerzas de la naturaleza eran espíritus poderosos que gobernaban su mundo. Esta adoración supersticiosa del sol, la luna y las estrellas, así como de la “madre” naturaleza y la mayoría de sus fenómenos, tales como los rayos, el trueno, la lluvia y el fuego, continúa hasta el presente en algunas partes del mundo.

Irónicamente, este concepto también ha sido adoptado por algunas religiones modernas que enseñan que Dios es la suma de todas las fuerzas naturales del universo. Pero todas estas religiones tienen una cosa en común: No pueden distinguir entre el Creador y su creación.

Mucha gente confía en la astrología. Al hacerlo, ya sea que se den cuenta o no, están atribuyéndole poder divino a la creación —las estrellas— en lugar de a su Creador. Dios nos advierte que no adoptemos esta actitud: “No sea que alces tus ojos al cielo, y viendo el sol y la luna y las estrellas, y todo el ejército del cielo, seas impulsado, y te inclines a ellos y les sirvas; porque el Eterno tu Dios los ha concedido a todos los pueblos debajo de todos los cielos” (Deuteronomio 4:19). La astrología es simplemente una forma de buscar guía espiritual en la creación en lugar de buscarla en el Creador.

Ensalzar a la creación es la piedra angular del concepto materialista del universo, el cual goza de tanta aceptación en la actualidad. La teoría de que la vida evolucionó de materia inerte, no es más que un intento de explicar la creación —nuestro extraordinario universo— sin la inteligencia de un Creador.

No obstante, hay científicos responsables que contradicen la creencia de una generación espontánea de vida. Algunos han demostrado la imposibilidad científica de que la vida proceda o evolucione de lo que no tiene vida. Las investigaciones demuestran que las células, que son las unidades básicas de la vida, están formadas de tantos sistemas interactivos y sumamente complejos que la posibilidad de vida originada espontáneamente es un desafío incluso para el concepto más exagerado de la ley de probabilidades.

Michael Behe, profesor de bioquímica, escribe: “El resultado de estos esfuerzos acumulados para investigar la célula —la exploración de la vida en el plano molecular— es un grito claro, fuerte y penetrante de ‘¡diseño!’ El resultado es tan claro y significativo que debe ser considerado como uno de los grandes logros en la historia de la ciencia” (Darwin’s Black Box [“La caja negra de Darwin”], 1996, pp. 232-233). El Dr. Behe refuta la posibilidad misma de que la vida hubiera podido evolucionar. En otras palabras, las sólidas pruebas científicas demuestran que la existencia de la creación exige la existencia de un Creador.

¿Por qué la gente se vuelve a la superstición y a la idolatría?

Hace unos 2.000 años el apóstol Pablo explicó que, en gran medida, la superstición y la ceguera religiosa se deben a la tendencia humana de atribuirle a la creación física inteligencia y poderes que pueden dar vida. Escribió: “Habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén” (Romanos 1:21-25).

El primer mandamiento nos advierte que no aceptemos una religión o filosofía que enseñe que nuestra vida y bienestar se originan o dependen de algo que no sea el Dios verdadero. No hay más que un solo Dios, y fuera de él no hay otra fuente de vida y bendiciones. No existe ningún otro poder que controle los cielos y la tierra: “He aquí, del Eterno tu Dios son los cielos, y los cielos de los cielos, la tierra, y todas las cosas que hay en ella” (Deuteronomio 10:14). Sólo él creó y sostiene el universo en que existimos.

Este es el poderoso mensaje del primer mandamiento. Nosotros tenemos que adorar y servir a nuestro Creador, el Dios obrador de milagros quien libró al antiguo Israel de la esclavitud en Egipto, y no atribuir nuestra existencia ni nuestras bendiciones a ninguna otra fuente. Debemos amarlo, respetarlo y honrarlo a fin de que podamos tener una relación personal e íntima con él como hijos suyos.

¿Cómo puede ser más real para nosotros el Dios verdadero?

Por medio de las admirables obras de Dios podemos comprender mejor su carácter. David expresó su tremenda admiración por el cuidado y preocupación que Dios tiene por su creación: “En la hermosura de la gloria de tu magnificencia, y en tus hechos maravillosos meditaré. Del poder de tus hechos estupendos hablarán los hombres, y yo publicaré tu grandeza. Proclamarán la memoria de tu inmensa bondad, y cantarán tu justicia. Clemente y misericordioso es el Eterno, lento para la ira, y grande en misericordia. Bueno es el Eterno para con todos, y sus misericordias sobre todas sus obras” (Salmos 145:5-9).

Otro salmo contiene esta exclamación: “Alaben la misericordia del Eterno, y sus maravillas para con los hijos de los hombres. Porque sacia al alma menesterosa, y llena de bien al alma hambrienta” (Salmos 107:8-9). Moisés dijo que Dios “hace justicia al huérfano y a la viuda . . . ama también al extranjero dándole pan y vestido” (Deuteronomio 10:18). Por su parte, Jesús nos hace ver que Dios es tan amoroso y misericordioso con todos que incluso “hace salir su sol sobre malos y buenos, y . . . hace llover sobre justos e injustos” (Mateo 5:45). Dios se preocupa por el bienestar de todos los seres humanos, aun por el de aquellos que ignoran su existencia.

¿Por qué es tan importante que entendamos el carácter fundamental de Dios? Porque él quiere crear en nosotros ese mismo carácter: su naturaleza divina. El apóstol Pedro nos dice que Dios “nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas [lleguemos] a ser participantes de la naturaleza divina . . .” (2 Pedro 1:4).

Comprender esto requiere un tremendo cambio mental. Como el apóstol Pablo nos dice en Romanos 12:2: “No os conforméis a este siglo [mundo], sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”. ¿Qué clase de renovación debe llevarse a cabo en nuestra forma de pensar? Pablo mismo nos da la respuesta en Efesios 5:1: “Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados”. Y en Filipenses 2:5 nos dice: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús”. Dios quiere que imitemos el ejemplo perfecto que Jesucristo nos dejó: su forma de pensar, sus actitudes y su concepto de la vida, y que de esta manera lleguemos a ser cada vez más como él (ver también 1 Corintios 11:1; 1 Tesalonicenses 1:6; 3 Juan 11). ¿Cómo se efectúa este cambio en nuestra mente?

Estudiar y practicar la verdad de Dios

Aprendemos a conocer a Dios siguiendo sus caminos e imitando el amor que él tiene para los demás: “En esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos”, y: “El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1 Juan 2:3; 1 Juan 4:8).

La Biblia es el libro de texto que nos dice lo que necesitamos saber acerca de Dios. Jesucristo nos dice: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4; ver también Deuteronomio 8:3). El apóstol Pablo explicó que “toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:16-17).

Para poder conocer a Dios tenemos que estudiar esas Escrituras inspiradas. Nosotros también debemos actuar conforme a la exhortación que poco antes le había hecho Pablo a su discípulo Timoteo: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15).

La relación familiar

La relación que Dios quiere tener con nosotros es la de hijos con su padre: “Seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso” (2 Corintios 6:18).

Aquí podemos ver en qué consiste el impresionante propósito de nuestra existencia: el continuo desarrollo de un carácter justo y la realización de nuestro potencial como miembros de la familia de Dios (ver el mismo versículo y también Mateo 5:48).

El apóstol Juan hace resaltar la importancia de esta relación tan especial: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan 3:1-3).

Jesucristo nació con el propósito de ser el Salvador de la humanidad: “A Jesús, que fue hecho un poco inferior a los ángeles para que por la gracia de Dios sufriera la muerte en beneficio de todos, lo vemos coronado ahora de gloria y honor por haber padecido la muerte. Al conducir muchos hijos a la gloria, convenía que Dios, para quien y por medio de quien todo existe, perfeccionara mediante el sufrimiento al autor de la salvación de ellos. Tanto el que santifica como los que son santificados son de la misma familia. Por eso no se avergüenza Jesucristo de llamarlos hermanos” (Hebreos 2:9-11, Nueva Versión Internacional).

Este es el increíble y asombroso propósito por el cual usted nació: ¡para llegar a ser un miembro de la familia misma de Dios!

¡Qué amor tan maravilloso es el que nos manifiesta el Dios viviente, el Creador del universo! Quiere que seamos parte de su familia. Quiere que vivamos por siempre en su reino. Jesucristo nos dice que lo más importante en la vida es que busquemos “primeramente el reino de Dios y su justicia” (Mateo 6:33). Nuestro Padre celestial nos ha dado esta vida física para que podamos desarrollar una relación permanente con él y así poder recibir la vida eterna como hijos suyos.

Nosotros debemos amarlo, honrarlo y respetarlo al grado de que él sea la autoridad y el ejemplo máximos en nuestra vida. Sólo él es Dios. No debemos permitir que nada nos impida servirlo y obedecerlo como él quiere que lo hagamos.