El diezmo

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El diezmo

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La palabra diezmar (cuyo significado tanto en hebreo como en griego es “dar o tomar la décima parte de algo”), significa dar una décima parte de “todo el producto” (Deuteronomio 14:22), ya sea de nuestro salario, de la renta de nuestras inversiones o propiedades, o de otras ganancias, con el propósito de respaldar una causa religiosa. La motivación para diezmar es reconocer, en un acto de adoración, que Dios es el Creador y el Dueño de la tierra y todo lo que hay en ella, incluyéndonos a nosotros mismos.

Aunque el diezmo fue escrito o codificado como ley en el pacto que Dios estableció con Israel, históricamente fue practicado por todos aquellos que siguieron fielmente a Dios antes del establecimiento de ese pacto. Después de derrotar a cuatro reyes, Abraham apartó el diezmo del botín de la guerra y se lo entregó a Melquisedec, sacerdote del Dios Altísimo (Génesis 14:18-22). Obviamente, Abraham entendía que el pago del diezmo era la forma apropiada de honrar a Dios con las posesiones físicas. También vemos que Abraham le entregó los diezmos a Melquisedec, un representante del Dios Creador.

Abraham reconoció el principio implícito en el hecho de dar el diezmo a Dios; él es el verdadero “dueño de los cielos y la tierra” quien hizo posible su victoria, así como todas las bendiciones. A lo largo de la Biblia Dios nos recuerda que todas las cosas le pertenecen, y su pueblo así lo reconoce (Éxodo 19:5; Job 41:11; Salmos 24:1; Salmos 50:12; Hageo 2:8). Moisés exhortó a Israel: “Acuérdate del Eterno tu Dios, porque él te da el poder para hacer las riquezas . . .” (Deuteronomio 8:18). El acto de diezmar es, principalmente, un acto de adoración mediante el cual reconocemos que Dios es el origen de nuestra existencia, bendiciones y protección.

Jacob también siguió el ejemplo de su abuelo Abraham. Cuando Dios le reconfirmó las promesas que le había hecho a Abraham, Jacob le prometió: “. . . de todo lo que me dieres, el diezmo apartaré para ti” (Génesis 28:20-22).

Más tarde, la práctica del diezmo fue incorporada como una ley escrita dentro del pacto con Israel. La tribu de Leví, que no recibió tierras por herencia como las demás tribus (Números 18:23), debía recibir los diezmos del producto agrícola como su salario por el trabajo de servicio eclesiástico que realizaba para la nación. A su vez y de acuerdo con los diezmos que recibían, los levitas apartaban la décima parte y se la entregaban a la familia sacerdotal de Aarón (vv. 26-28).

Con el correr del tiempo se dejó de pagar el diezmo, de manera que Dios corrigió fuertemente a la nación de Judá que había sobrevivido al exilio (Malaquías 3:8-10). Según las palabras de Dios, cuando uno no diezma está robándole a él, y como consecuencia el pueblo estaba bajo maldición. Pero les prometió que si volvían a cumplir obedientemente con el diezmo, derramaría bendición hasta que sobreabundara.

Unos siglos más tarde, Jesús reafirmó claramente la práctica del diezmo. “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello” (Mateo 23:23).

En lugar de aprovechar esa oportunidad para abrogar la práctica del diezmo, Jesús confirmó plenamente su deseo de que el diezmo se continuara guardando, al igual que el cumplimiento sincero de otros aspectos “más importantes” de la ley que obviamente ellos no estaban cumpliendo.

En Israel se daban los diezmos y ofrendas a la tribu de Leví para su sustento y su servicio a Dios; asimismo, en el Nuevo Testamento el respaldo financiero de la iglesia permitía que el ministerio pudiera cumplir con su labor. Encontramos ejemplos y principios relacionados con esto en Lucas 10:1, Lucas 10:7-8; 1 Corintios 9:7-14; 2 Corintios 11:7-9; Filipenses 4:14-18 y Hebreos 7.

Cuando analizamos Deuteronomio 14 podemos identificar otros dos propósitos del diezmo: asistir a las fiestas de Dios (Levítico 23; Deuteronomio 14:22-27) y ayudar a los pobres y necesitados (vv. 28-29). Debido a que creemos que es necesario guardar las fiestas santas y ayudar a los pobres y necesitados, reconocemos la continuidad de esta práctica.

La Iglesia de Dios Unida continúa enseñando que el diezmo es una ley universal y que la obediencia voluntaria a esta ley refleja la naturaleza dadivosa y sin egoísmo de Dios, nuestro Creador y Proveedor.

En cuanto a la administración de esta ley, la iglesia considera que es su deber enseñarles a las personas que deben diezmar, pero cada quien es responsable de decidir si lo hace o no. Diezmar es un asunto personal de fe entre la persona y su Creador. Enseñamos que la persona que esté siguiendo fielmente a Dios debe obedecerlo en esta ley fundamental, pero no le incumbe a la iglesia obligar a nadie a hacerlo. Debido a la enorme complejidad económica del mundo actual, la iglesia continuamente recibe muchas preguntas técnicas acerca del diezmo y nos esforzamos diligentemente en establecer pautas administrativas sabias y prudentes al respecto, de acuerdo con la voluntad y la dirección de Dios.

Cuando diezmamos con la actitud entusiasta y positiva del dador alegre (2 Corintios 9:6-8) honramos a Dios y respaldamos físicamente en la obra que está llevando a cabo: predicar el evangelio al mundo y hacer discípulos en todas las naciones (Mateo 24:14; Mateo 28:19-20). Él ha provisto el sistema financiero perfecto para poder hacerse cargo de su obra, proveer los recursos para que las personas puedan asistir a sus fiestas, y ayudar a los pobres y a los necesitados.