El Espíritu Santo: La promesa de la ayuda de Dios

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El Espíritu Santo: La promesa de la ayuda de Dios

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Una de las piedras angulares del nuevo pacto es esta promesa de Dios: “Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón” (Jeremías 31:33). En Ezequiel 36:26-27 nos dice cómo va a hacer esto: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra”.

Necesitamos la ayuda de Dios, por medio de su Espíritu, para obedecerlo con todo el corazón y lograr que nuestros pensamientos, actitudes y acciones estén de acuerdo con los suyos. Debemos permitir que el Espíritu Santo se convierta en la fuerza que guía nuestras vidas si es que queremos tener este “corazón nuevo”.

Para entender cómo el Espíritu de Dios obra en nosotros, debemos entender qué es ese Espíritu. El Espíritu de Dios no es una “persona” separada que forma parte de la “Santísima Trinidad”. No hay pruebas bíblicas que respalden la creencia común de que el Espíritu Santo es una persona separada. En las Escrituras, el Espíritu Santo es descrito la mayoría de las veces como el poder de Dios que obra en nuestras vidas y nos guía (Romanos 8:14).

Ayuda divina por medio del Espíritu de Dios

Veamos algunas de las formas en que nos guía el Espíritu de Dios.

El Espíritu Santo nos mantiene en contacto con la mente de Dios. El Espíritu Santo trabaja con nuestra mente. El apóstol Juan lo describió así: “Y el que guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado” (1 Juan 3:24). Por medio del Espíritu Santo que él nos da, podemos ser influenciados por Dios para el bien. Esto es un contraste bastante grande con el mundo que nos rodea y con nuestra propia naturaleza, que nos influencian al mal.

El Espíritu Santo también nos ayuda a comprender más profundamente la verdad de Dios. Cuando Jesús les prometió a los apóstoles que les enviaría el Espíritu, dijo: “él os guiará a toda la verdad” (Juan 16:13).

El Espíritu de Dios nos inspira un entendimiento más profundo de su palabra, propósito y voluntad. Como nos dice 1 Corintios 2:9-11: “Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios”.

Sin el Espíritu de Dios una persona no puede entender completamente la palabra de Dios y su voluntad, “porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (v. 14).

El Espíritu Santo hace posible que venzamos. Nada que Dios nos pida es demasiado difícil de alcanzar si tenemos su poder obrando en nuestras vidas. Romanos 8:26 nos dice que el Espíritu de Dios “nos ayuda en nuestra debilidad”. Pablo habló por todos nosotros cuando dijo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13).

Jesús prometió a los cristianos que “para Dios todo es posible” (Mateo 19:26; Marcos 10:27). La vida cristiana debe ser una vida de triunfo y de victoria. Dios no quiere que sigamos siendo los mismos que éramos cuando nos llamó inicialmente. En lugar de ello, nos dice: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento” (Romanos 12:2). El cristianismo es una vida de superación y de crecimiento, de transformar nuestros pensamientos y mente para parecernos cada vez más a Jesucristo (Filipenses 2:5).

El Espíritu de Dios convence a nuestra conciencia y nos ayuda a ver el pecado como es en realidad. Hablando del Espíritu Santo, que sería dado a sus seguidores después de su muerte, Jesús dijo que convencería al mundo de “pecado” (Juan 16:8). El Espíritu de Dios en nosotros, trabajando con nuestra conciencia, nos ayuda a reconocer y a evitar el pecado.

El Espíritu de Dios produce frutos según Dios en nosotros. Tal como un manzano produce manzanas, el Espíritu de Dios produce cierta clase especial de fruto en nuestra vida. Pablo hace una lista de lo que debe ser evidente en aquellos que son guiados por el Espíritu de Dios: “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5:22-23).

El Espíritu de Dios también consuela, nos anima y nos exhorta. Jesús prometió enviar a sus seguidores un “Consolador” (Juan 14:16). La verdadera reafirmación y fortaleza provienen del Espíritu de Dios morando en nosotros. No debemos estar excesivamente preocupados por muchas cosas que nos pueden pasar. El Espíritu de Dios nos da la seguridad de que cualquier cosa que pase será para bien: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28).

Creciendo hasta la madurez espiritual

Cuando entendemos correctamente la verdad que está en las Escrituras, vemos que el Espíritu Santo es el poder de Dios que puede transformar nuestras vidas y ayudarnos a entender mejor su propósito y voluntad para nosotros.

También es una clave para entender todo el propósito y la intención del nuevo pacto. Dios no estableció el nuevo pacto para abolir sus leyes, que son santas, justas y buenas (Romanos 7:12). Lo estableció para reparar la falla de su pueblo (Hebreos 8:8): la debilidad, desobediencia y falta de fe que son inherentes a todos nosotros y nos llevan a pecar (Romanos 3:10-18). Por medio de su Espíritu, Dios nos da el poder para desarrollar un carácter santo y justo, y resistir la tentación y todo lo que nos impulsa a pecar.

Con el Espíritu de Dios obrando en nosotros, puede cumplirse la maravillosa promesa de Dios que encontramos en Jeremías 31:33-34: “Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Eterno: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Eterno; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice el Eterno: porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado”.