La obediencia conduce al entendimiento
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La obediencia conduce al entendimiento
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La segunda clave procede naturalmente de la primera: la actitud correcta conduce a la fiel obediencia a las leyes de Dios, las cuales forman gran parte del fundamento de la Biblia.
El apóstol Santiago nos exhorta con estas palabras: “Sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era. Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace” (Santiago 1:22-25).
Vemos entonces que además de acercarnos a Dios con humildad, es necesario que pongamos en práctica lo que aprendemos de su Palabra. Debemos empezar a vivir de acuerdo con lo que aprendemos para que Dios continúe dándonos más entendimiento.
Si nos negamos a aceptar el entendimiento que Dios nos revela, al no estar dispuestos a ponerlo por obra, no nos revelará más de su verdad. Él nos declara este principio: “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del sacerdocio; y porque olvidaste la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos” (Oseas 4:6). Si queremos entender la Biblia, primero debemos aprender acerca de la ley de Dios y empezar a obedecerla.
En Salmos 111:10 podemos leer que “el principio de la sabiduría es el temor del Eterno; buen entendimiento tienen todos los que practican sus mandamientos”. En Romanos 2:13 el apóstol Pablo hace hincapié en esto también: “Porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados”. Si una persona estudia la Biblia sólo por ver qué dice, mas no para hacer lo que manda, esa persona no está agradando a Dios y por tanto no puede esperar su ayuda.
Es triste decirlo, pero muchos piensan que Jesucristo vino a abolir la ley de Dios, aunque él mismo lo negó en forma terminante: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido” (Mateo 5:17-18).
Jesús claramente dijo que todos los mandamientos de Dios debían ser “cumplidos” de una manera más completa que como los cumplían los fariseos (v. 20). Él hizo hincapié en la necesidad de tener en cuenta el propósito espiritual de la ley y no simplemente la letra; demostró que para obedecer realmente a Dios es necesario guardar ambos aspectos de la ley (vv. 21-48).
Algunos de los que seguían a Jesús no obedecían las leyes de Dios, de manera que él les advirtió: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21). Jesús quería que sus seguidores honraran y obedecieran completamente los mandamientos de Dios, tal como él lo había hecho siempre. Su perspectiva era muy clara: “Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor” (Juan 15:10). Las enseñanzas de Cristo no contradicen ni anulan los mandamientos de Dios, sino que los apoyan firmemente.
Como claramente se nos explica en 1 Corintios 2:6-14, para poder conocer las cosas de Dios es necesario recibir el Espíritu Santo. Con respecto a esto el apóstol Pedro declaró: “Nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen” (Hechos 5:32).
Por tanto, para entender las verdades espirituales se necesita la segunda clave, que es una obediencia fiel a la instrucción y a las leyes perfectas de Dios tal como están consignadas en la Biblia.
Conviene aclarar que aunque la obediencia es necesaria para continuar recibiendo entendimiento espiritual, esto no quiere decir que tal obediencia nos hace merecedores de la salvación. Sólo Dios, por su gracia y misericordia, puede perdonar nuestros pecados; sólo él nos ayuda para que podamos vencer el pecado, y nos ofrece la salvación como una dádiva. No obstante, Dios espera que nosotros hagamos nuestra parte conforme él hace la suya. El apóstol Santiago hace resaltar este principio: “¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando [a fin de obedecer a Dios] ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras?” (Santiago 2:21-22).
La obediencia trae muchos beneficios, los cuales se hacen patentes al que obedece. El rey David escribió: “Gustad, y ved que es bueno el Eterno; dichoso el hombre que confía en él” (Salmos 34:8). Y Jesús dijo: “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta” (Juan 7:17). Así pues, a quien pretende estudiar y entender la Palabra de Dios le es indispensable tener una actitud humilde de obediencia voluntaria.