Dios quiere relacionarse con nosotros

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Dios quiere relacionarse con nosotros

Todos nos hemos enfrentado a la pregunta elemental: ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? Al hablar de nuestra relación con Dios, podríamos plantearla así: ¿Qué fue primero, la necesidad del hombre de relacionarse con Dios, o el deseo que Dios tenía de relacionarse con el hombre? Veamos la respuesta en las palabras del apóstol Juan: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4:19). También nos dice: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (v. 10). Es claro que Dios quería establecer una relación con los seres humanos y la planeó.

Debemos recordar siempre el propósito que Dios tenía al crearnos. En lecciones anteriores de este curso hemos tratado extensamente el propósito y el plan de Dios para con la humanidad. Aprendimos que Dios diseñó a los seres humanos para que reflejáramos su propio carácter, para que fuéramos como él. “El día en que creó Dios al hombre, a semejanza de Dios lo hizo” (Génesis 5:1). “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1:27).

Antes de profundizar en los detalles del compromiso de Dios y sus expectativas en cuanto a una relación con nosotros, necesitamos analizar ciertos principios básicos acerca de las relaciones.

Primero debemos definir qué es una relación. Es sencillamente un vínculo o una asociación continua entre dos o más personas.

Dios instituyó esta clase de relación con el antiguo Israel cuando dijo: “Andaré entre vosotros, y yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo” (Levítico 26:12). En unas cuantas palabras resume lo que quiere de su relación con los seres humanos. Veamos dos aspectos de esta sencilla declaración de Dios.

Primero expresa su deseo de que lo reconozcamos y lo aceptemos como el ser supremo. Luego expresa su deseo de asociarse —establecer una relación— con aquellos que se sometan a él como su Dios.

Cuando entendemos que Dios desea relacionarse con nosotros, debemos reconocer que en verdad lo necesitamos a él. El apóstol Pablo nos lo recuerda: “No es que nosotros mismos estemos capacitados para considerar algo como nuestro; al contrario, todo lo que podemos hacer viene de Dios” (2 Corintios 3:5, Versión Popular).

El apóstol Juan describe brevemente la naturaleza de la relación que Dios quiere establecer con nosotros. “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios . . . Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan 3:1-3).

Aquí vemos el propósito de la creación de la humanidad: Dios está formando una familia, su propia familia. Nos ha creado para que podamos tener una relación filial —de Padre a hijo— con él. Dios planea darnos de su propia inmortalidad. Pablo lo explica así: “Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad” (1 Corintios 15:53). Dios quiere que tengamos una relación eterna con él como hijos inmortales suyos.

Pablo nos dice que Dios es “nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:3-4). Dios ha planeado una forma de lograr que esta relación esté disponible para todos los seres humanos a su debido tiempo. Pedro lo expresó al decir: “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9).

Debemos notar que Pedro hace énfasis en que el arrepentimiento es un factor determinante para cimentar la relación entre Dios y el hombre. Dios desea establecer una relación, pero la condiciona a nuestro deseo de reconocer, confesar y arrepentirnos de nuestros caminos antiguos, y que decidamos buscarlo a él. Sólo entonces puede redimirnos de la paga del pecado que merecemos por nuestros pecados. (Si desea más detalles al respecto, le recomendamos que lea el recuadro “¿Por qué necesitamos un redentor?”, en la p. 11.)