No volvamos la vista atrás

No volvamos la vista atrás

Hace algunos años, mi trabajo consistía en asesorar agricultores en el campo. Antes de empezar la siembra, trazábamos los surcos siguiendo las estacas que habíamos sembrado en el terreno. Esto era imprescindible para que el agua de riego, que vendría después, corriera lentamente por la melga, humedeciendo cada plantita. Para abrir los surcos, se utilizaba un arado de madera tirado por bueyes que los mismos agricultores habían adiestrado para esa labor.

Arar la tierra para remover el suelo y abrir los surcos que luego recibirán la simiente es una práctica muy antigua. El arado posiblemente se originó en Mesopotamia en el siglo IV A.C. Consistía en una pieza de madera unida a dos asas. Los animales de tracción hacen el mayor esfuerzo al halar el aparejo, pero el agricultor dirige su trayectoria. El arado rústico es el precursor del arado de acero, desarrollado por el herrero John Deere en las praderas de Illinois, EUA en 1837, que revolucionó la agricultura.          

Observar a un agricultor hacerlo parece un trabajo muy sencillo, pero al intentarlo me di cuenta de que se requiere destreza y concentración, viendo constantemente hacia adelante. No se puede volver la mirada atrás ni un instante porque se pierde la dirección.  

La enseñanza de Jesucristo

Las parábolas de Jesucristo eran muy ilustrativas. Algunas se referían a prácticas agrícolas que los agricultores conocían muy bien. Al escuchar a uno de sus discípulos decir que le seguiría a donde fuera, Jesús le relató cómo, algunos que habían sido llamados, tuvieron una excusa para no seguirle. Entonces les dijo “Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el Reino de Dios” (Lucas 9:62).

Jesucristo nos advierte: “Acordaos de la mujer de Lot” (Lucas 17:32) hablando de la destrucción de Sodoma y Gomorra y, como Dios, por medio de sus ángeles sacó a la familia de Lot de la ciudad diciéndoles que corrieran y no miraran hacia atrás. “Entonces la mujer de Lot miró hacia atrás, a espaldas de él, y se volvió una estatua de sal (Génesis 19:26).

No soportando el actuar de hombres y mujeres, Dios le dijo a Lot y a su familia que huyeran, porque esas ciudades estaban a punto de ser destruidas. Les advirtió que huyeran hacia el monte. “Escapa por tu vida”, dijo el Señor, “no mires tras ti… escapa al monte, no sea que perezcas” (Génesis 19:17).

Al parecer, la esposa de Lot no sólo miró atrás, sino que en su corazón deseaba volver atrás al pecado. Parecería que, incluso antes de dejar los límites de la ciudad, ella ya extrañaba lo que Sodoma y Gomorra le había ofrecido.

No vivamos en el pasado

Existen sabias lecciones en el pasado, pero no reivindiquemos experiencias de las cenizas. Una vez hayamos aprendido, debemos mirar hacia adelante, porque la fe apunta hacia el futuro. Jesucristo dijo que debíamos ser como niños para entrar en el reino de los cielos. Mateo 18:3. El escritor y moralista francés, Jean de La Bruyére escribió: “Los niños casi no piensan en el pasado ni en el futuro, viven el presente, cosa que rara vez hacemos los adultos.”

El apóstol Pablo nos aconseja olvidar lo que dejamos atrás. Filipenses 3:13-14 nos dice: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.

En otras palabras, cuando abrazamos la fe, debemos seguir hasta el final actuando con amor y fidelidad hacia Dios, sometiéndonos a su voluntad hasta que se cumplan sus designios. No cometamos el error de lamentar lo que pudo haber sido y no fue, lo que teníamos y ahora no tenemos, porque esto puede ser una excusa para hacer las cosas a medias. 

Como cristianos, mantengamos la mirada fija en el Reino de Dios. Seamos obreros eficientes trabajando en un campo con mucha tierra por arar. Mateo 9:37-38 “A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies”. Una vez que hayamos puesto nuestra mano en el arado, ¡no volvamos la vista atrás!