La fuerza destructiva del miedo

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La fuerza destructiva del miedo

En el hemisferio Norte, a partir de finales de junio, los días literalmente se vuelven más cortos conforme nos acercamos a diciembre y la humanidad en su afán anímico más primitivo, dio explicaciones sombrías a esto fuese en el hemisferio que fuera. Por ejemplo, tenemos la creencia celta de que al llegar el final de la temporada cálida y lumínica (la temporada de cosecha), las barreras entre el mundo espiritual y el físico se estrechaban. O también las interpretaciones orientales del acercamiento de los muertos antes del renacimiento del Sol (que ocurre justamente en diciembre).

Muchas reminiscencias de dichas creencias terminaron quedando impresas en la cultura popular y en las tradiciones alrededor del globo a través del sincretismo religioso y cultural. Y así nos encontramos ahora, en medio de lanzamientos de películas de posesiones, fantasmas y demás temas sobrenaturales.

Es claro que estos temas son a todas luces poco saludables para cualquier cristiano que se jacte de serlo. Sin embargo, no todo es tan transparente. Hay contenido que sin tocar lo sobrenatural, nos produce suspenso, angustia, miedo o franca repulsión mediante imágenes o sencilla pero eficaz sugestión.

Hace no mucho conversando con una colega, discutíamos acerca de las razones que impulsan a las personas a consumir contenido que inspira miedo. Y con toda lógica, mi también amiga me respondía segura: es por la adrenalina que se libera al terminar los periodos de tensión. Ese bienestar es similar al de terminar de hacer ejercicio físico, o al de liberarse de una tarea estresante. Es un sistema de recompensa que Dios diseñó para mantenernos en constante movimiento, aprendizaje y edificación. Superar un reto nos traerá alivio y satisfacción.

¿Pero qué de malo tiene detonarlo artificialmente con una película o serie de terror u horror? ¿o cuál es el riesgo?

Igual que el miedo natural, nos vuelve vulnerables, susceptibles a cometer errores y a sentirnos aún más indefensos por entorpecer nuestra capacidad de respuesta. El simple hecho de poner en duda nuestra seguridad por propia voluntad es algo poco inteligente, porque ¡de por sí ya somos frágiles!

Pero sobre todas las cosas, el riesgo principal de buscar el miedo en la ficción para después, “sin costo” encontrar placer, es que el miedo nos vuelve más sensibles a nivel psíquico y espiritual.

La más clara muestra de esto quizá sea que durante los momentos en los que tenemos miedo, nos volvemos más necesitados de la compañía de nuestros semejantes (como los niños con pesadillas, o los adultos después de un evento traumático). Sin embargo, también nos encontramos más susceptibles a ser heridos.

¿Y quién desea herirnos? Nuestro adversario de toda la vida. Pedro nos advierte: Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar… (1 Pedro 5:8)

Ser sobrio es no buscar la ostentación o los excesos, sean del tipo que sean. Satanás busca cualquier pequeña grieta en la integridad de nuestras mentes y corazones para sembrar la duda, el temor y la angustia que nos alejan de Dios, y, por ende, de la certeza de sus promesas de protección, de vida y de futuro.

A simple vista el terror y el horror pueden parecer algo que podemos controlar, pero ¿y si no es así? ¿qué ocurre con nosotros cuando excedemos nuestra capacidad de exposición a la maldad, al sufrimiento y al miedo? No todo termina apagando la pantalla, o cerrando el libro, o los ojos. Nuestro espíritu humano es una fascinante creación del Eterno, y debemos cuidarla a toda costa. Es un regalo inapreciable que, por excesos, como en el caso del Rey Nabucodonosor, puede ser dañado o retirado de nosotros como consecuencia de nuestra falta de moderación.

El miedo no es un juego. Tiene un poder destructivo terrible. Y no solo en el nivel de la ficción sino en la vida real. Regímenes políticos y religiosos se han sustentado infinidad de ocasiones en el miedo de las personas, obligándolas a ser quienes no desean ser. ¿No podría ocurrir lo mismo con el miedo autoinducido? ¿Volvernos siervos de aquello a lo que tememos?

En esta temporada, tengamos precaución especial con las ofertas baratas de emoción que el mundo nos ofrece. Recordemos la luz brillante de la que venimos y seamos reflejo de ella en todo sitio al que vayamos. Con moderación, con buen criterio, con ánimo y la certeza de que en tiempos venideros el miedo no será necesario para producirle placer a un mundo necesitado de bienestar, porque su felicidad estará al alcance de la mano gracias a nuestro Padre que proveerá para todos por la Eternidad.