Pentecostés - Carta de Víctor Kubik

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Pentecostés - Carta de Víctor Kubik

El Día de Pentecostés está a la vuelta de la esquina. Se nos ha ordenado que cada año estudiemos, contemos y observemos esta fiesta por una poderosa razón: este día encierra un profundo significado personal para usted y para mí. Espero que dedique algo de tiempo a meditar sobre aquel día en que la Iglesia espiritual de Dios fue fundada por medio de un milagro sobrenatural, ¡un milagro tan increíble, que supera la capacidad de expresión humana para describirlo en palabras! El Espíritu Santo prometido fue derramado generosamente y con gran poder sobre la asamblea de discípulos de Cristo. Indudablemente, este fue un día glorioso y único en la historia humana.

Justo antes de que ocurriera dicho milagro, los discípulos “estaban todos unánimes juntos”, según leemos en Hechos 2:1. ¿Qué significa esto? ¿Es acaso esta frase un simple cliché, o una expresión optimista? Permítanme compartir mis pensamientos y reflexiones acerca de este día y lo que verdaderamente significa “estar unánimes”. Lo que quiero decirles se basa en la ferviente oración de Jesús respecto a sus seguidores poco antes de ser torturado y crucificado.

En dicho pasaje, ¡Cristo en realidad está orando por nosotros en la actualidad! “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno” (Juan 17:20-23, énfasis nuestro en toda esta carta).

Así, vemos que Jesucristo tenía un intenso deseo: que sus seguidores se unieran y se mantuvieran unidos tanto en propósito como en acción. El apóstol Pablo arrojó más luz sobre ese deseo cuando escribió acerca de la Pascua: “La copa de la bendición que bendecimos, ¿no es la comunión [del griego koinonia: profundo compañerismo] de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan” (1 Corintios 10:16-17).

Quiero animarle a meditar en la Declaración de Visión de la Iglesia de Dios Unida, que está tomada directamente de lo que se conoce como “el capítulo de la unidad”, Efesios 4: “Crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor” (vv. 15-16).

¡La unidad representa el resultado de tener una visión y un propósito compartidos, un propósito por el cual todos trabajamos activamente! Para alcanzarlo, debemos estar en armonía con la oración de Jesús en Juan 17 y diligentemente, como individuos, esforzarnos por apoyar y lograr ese propósito colectivo como un cuerpo, todos unánimes.

Analicemos también la forma en que Pablo introduce este tema. Él nos exhorta urgentemente a “[andar] como es digno de la vocación con que fuisteis llamados” (Efesios 4:1). ¿Cómo podemos hacer tal cosa? “Sean siempre humildes y amables. Sean pacientes unos con otros y tolérense las fallas por amor” (v. 2, Nueva Traducción Viviente).

Y este es el principal llamado a la acción que nos hace Pablo: “Hagan todo lo posible por mantenerse unidos en el Espíritu y enlazados mediante la paz” (v. 3, NTV). ¿Por qué escribe esto Pablo? Porque hay “un solo cuerpo y un solo Espíritu . . . una esperanza gloriosa para el futuro . . . un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo . . . un solo Dios y Padre de todos” (vv. 4-6. NTV). ¡Esto refleja claramente la esencia de la oración de Cristo por todos nosotros!   

La paz no es únicamente la ausencia de conflicto; trabajar por nuestro gran propósito y apoyarlo como una asamblea espiritual –predicando el poderoso evangelio del Reino de Dios y preparándonos para entrar en él como verdaderos hijos de Dios—exige gran esfuerzo y dedicación de cada uno de nosotros. ¡Cuando así procedemos, cuando estamos bien dispuestos y motivados, podemos tener paz y unidad!

La paz es el elemento esencial que se necesita para crear un vínculo espiritual. Jesús dijo: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9). Tenemos que estar dispuestos a procurar la paz en lugar de la guerra en nuestras vidas diarias. Desde luego, la búsqueda de la paz representa un desafío mucho más difícil, porque es más fácil destruir que edificar; pero vale la pena el esfuerzo. Con la ayuda de Dios podemos superar los instintos más bajos de nuestra naturaleza humana. Podemos eliminar la ira, la envidia y el orgullo, estados espirituales que nos hacen decir cosas que lastiman y ofenden.

Esta condición de unidad, de unanimidad, es algo que no debemos dar por sentado. Esta importantísima condición espiritual debe ser cultivada, desarrollada y mantenida de manera continua y vigorosa.

Cuando Pablo les dijo a los filipenses “completad mi gozo”, ¿cómo esperaba él que se lograra tal cosa? El apóstol lo explica en detalle: “sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa” (Filipenses 2:2). ¿Cómo podemos llegar a ese punto? “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo” (v. 3). ¿Cuál debe ser nuestro enfoque principal? “No mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros” (v. 4).

Es fácil escribir y leer estos preceptos, pero hacerlos realidad requiere esfuerzo y dedicación. La congregación griega en Corinto tenía algunos problemas; ¿cómo aconsejó Pablo a los hermanos para que los resolvieran? Con la misma autoridad de Jesucristo, les ordenó lo siguiente: “Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer” (1 Corintios 1:10).

Ahora que nos acercamos al Día de Pentecostés, redediquémonos a nuestro maravilloso propósito, hagamos todos nuestra parte para ser un cuerpo verdaderamente unificado, una Iglesia unida compuesta por aquellos que Dios está llamando.

Oro para que todos ustedes tengan un maravilloso, satisfactorio, triunfante y enriquecedor Día de Pentecostés, en el cual recordamos el establecimiento de la ley real de Dios, la promesa del Espíritu Santo y el resultado de “estar todos unánimes juntos”, que representa la verdadera unidad de la Iglesia.

Gracia y paz a todos ustedes de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.