Carta del Presidente: 5 Noviembre 2020

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Carta del Presidente

5 Noviembre 2020

Queridos ciudadanos de la IDU:

“Honrad a todos. Amad a los hermanos. Temed a Dios. Honrad al rey” (1 Pedro 2:17). Hace una semana abordamos esta escritura en la clase de Epístolas Generales que enseño en el Instituto Bíblico Ambassador, y analizamos lo que estas palabras significaban cuando fueron escritas y lo que significan para nosotros actualmente.

Este breve versículo se refiere de manera concisa a nuestra relación con Dios, nuestros líderes, la gente en general y los hermanos en la fe en particular. Estas palabras fueron escritas durante un periodo de gran persecución en la Iglesia, bajo el gobierno del emperador Nerón. Según registra el historiador romano Tácito, Nerón culpó a los discípulos de Jesucristo por el gigantesco incendio de Roma que destruyó gran parte de la ciudad en julio del año 64 d. C., a pesar de que muchos se opusieron a tal afirmación.

Cualquiera haya sido el caso, Tácito señala: “Nerón culpó a un grupo odiado por sus abominaciones, cuyos miembros eran llamados ‘cristianos’ por el pueblo, y le infligió las más terribles torturas”.  Sin embargo, en medio de esta hostilidad, el apóstol Pedro animó a los cristianos a tomar el camino más digno en cuanto a actitud y conducta. Las últimas semanas, e incluso el año pasado, han sido todo un reto a la normalidad. Estados Unidos se halla en medio de una elección presidencial muy polémica que tiene en ascuas a todo el mundo.

Todas las elecciones, sean estas en los Estados Unidos o en otro lugar, a menudo se caracterizan por sus implacables exageraciones. Tanto los candidatos como los grupos de interés especial colman los medios de comunicación y los buzones con afirmaciones e insultos escandalosos. La gente no solo adopta una decisión, sino que se separa en bandos y se vuelve hostil a la oposición. Nuestra nación nunca ha estado tan dividida. Muchos estadounidenses están ansiosos y deprimidos, pero la ansiedad y la incertidumbre no conocen fronteras: se extienden por todo el mundo.

Los psicólogos hablan abiertamente sobre el “trastorno de estrés electoral”. La gente ya estaba fatigada por la interminable pandemia de coronavirus y los disturbios que arrasaron nuestro país hace unos meses, y a esto se suma ahora la incertidumbre de una elección nacional que aún no ha terminado, en la cual ambos bandos se adjudican la victoria o acusan de fraude a su rival.

Y si bien el día de las elecciones estadounidenses fue de relativa calma, el malestar cívico ahora hace estragos en las ciudades estadounidenses, y todo esto tiene un precio. En los Estados Unidos, básicamente el 50 % de la población va a estar descontenta con los resultados finales de las elecciones, e incluso deprimida y enojada, sin importar cual sea el resultado. Este es un momento difícil, ¡y toda esta angustia y ansiedad amenaza el vínculo de amor y paz entre algunos de nuestros hermanos!

Lo que expresamos y nos decimos mutuamente tiene mucho poder y debemos tener cuidado de no convertir en armas nuestras palabras ni dejarnos llevar inadvertidamente por acusaciones y contraacusaciones, juzgándonos, condenándonos y ofendiéndonos unos a otros. Debemos comprender con madurez y sensibilidad que muchas personas --tanto en la Iglesia como fuera de ella-- sufren profundamente en todos los aspectos de la vida humana. Y aunque debemos permanecer fieles a nuestra misión y propósito, también debemos ejercitar discernimiento espiritual, tal como nos exhorta a hacer apóstol Pablo: “Por lo tanto, procuremos que haya armonía en la iglesia y tratemos de edificarnos unos a otros” (Romanos 14:19, Nueva Traducción Viviente).

¿Cómo estamos lidiando con todo el alboroto en nuestro medio? La respuesta a esto es de vital importancia, ya que la actitud adecuada frente a ello nos permite plantar nuestros pies sólidamente en la tierra, echar los hombros atrás y permanecer firmes, incluso ante el embate de las tormentas terrenales que se agitan y ululan a nuestro alrededor. En este momento debemos recordar más que nunca nuestro llamado y quiénes somos como cristianos, y no olvidarnos de cuál es nuestra ciudadanía principal. Cuando sometemos nuestra vida a la obediencia al momento de la conversión, se nos concede la ciudadanía en un reino venidero que durará para siempre, un reino que Dios mismo está guardando para nosotros en el cielo, esperando el regreso del Rey de reyes a este planeta desgarrado por los conflictos (Filipenses 3:20).

Sin importar el resultado de esta y cualquier otra elección terrenal, necesitamos grabarnos en la mente, con toda confianza, lo siguiente: ¡Dios sigue estando a cargo! Aferrémonos valientemente a estas palabras: “¡No olviden esto! ¡Ténganlo presente! … Yo soy Dios, y no hay otro como yo. Solo yo puedo predecir el futuro antes que suceda. Todos mis proyectos se cumplirán porque yo hago todo lo que deseo” (Isaías 46:8, 10, NTV). Debemos esforzarnos conscientemente por llegar con palabras y acciones sanadoras a aquellos cuyos corazones pueden ser alcanzados. ¿Edificamos y traemos esperanza? ¿O inflamamos y provocamos división en nuestras relaciones humanas, lo que trágicamente entorpece nuestra misión y propósito?

En los Estados Unidos [y en otros países] actualmente contamos con la bendición de la libertad religiosa. Pero no siempre ha existido esta libertad para el pueblo de Dios, como muchos pueden atestiguar en sus países hoy en día. Como indica la profecía, la libertad religiosa en los Estados Unidos bien puede perderse en un futuro no muy lejano, pero todavía la tenemos. ¿Cuál fue el consejo de Pedro a la gente que vive en estos tiempos peligrosos?

“Procuren llevar una vida ejemplar entre sus vecinos no creyentes. Así, por más que ellos los acusen de actuar mal, verán que ustedes tienen una conducta honorable y le darán honra a Dios cuando él juzgue al mundo” (1 Pedro 2:10, NTV). ¡Este es un llamado difícil y de alto nivel! Esta “conducta honorable” significa que en tiempos como el actual a veces debemos ser diplomáticos cristianos. Como Pedro escribe más tarde, “no es nada vergonzoso sufrir por ser cristianos. ¡Alaben a Dios por el privilegio de que los llamen por el nombre de Cristo!” (1 Pedro 4:16, NTV).

La palabra griega para “cristiano” (usada solo tres veces en el Nuevo Testamento) significa “seguidor del Mesías” (o “Ungido”). ¿Puede la gente ver u oír a Cristo, el Mesías, viviendo en nosotros? Ciertamente hay un tiempo para “gritar a voz en cuello, sin detenerse” (Isaías 58:1), pero también hay un tiempo para demostrar diplomáticamente el modo de vida de Dios como testigos ante el mundo. Como declara Pablo: “Por tanto, imiten a Dios, como hijos muy amados, y lleven una vida de amor” (Efesios 5:1-2, Nueva Versión Internacional).

Se supone que la gente debe ver claramente la esperanza que mora en nosotros, ¡al punto de preguntar de qué se trata! (1 Pedro 3:15). Debemos ser luces para el mundo, y demostrarlo mediante nuestras palabras y comportamiento llenos de esperanza (Mateo 5:14-16). Mientras   vivimos en este mundo agotado por la pandemia y la politiquería, reflejemos abiertamente nuestra ciudadanía divina. Como Pedro escribe, “amados hermanos, esfuércense por comprobar si realmente forman parte de los que Dios ha llamado y elegido” (2 Pedro 1:10, NTV). Y para reiterar sus palabras citadas al principio de esta carta, “Honrad a todas las personas. Amad a los hermanos. Temed a Dios. Honrad al rey”.

 

En servicio a Cristo,

 

Víctor Kubik