El reinado milenario de Jesucristo

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El reinado milenario de Jesucristo

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Cuando Jesucristo regrese a la tierra, dará inicio a “los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo” (Hechos 3:21). Esos profetas les aseguraron continuamente a los pueblos de Israel y Judá que un Rey justo restauraría el gobierno de Dios en la tierra.

Los profetas revelan el sitio exacto al que regresará el Rey ungido de Dios: “Se afirmarán sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos, que está en frente de Jerusalén al oriente. . .” (Zacarías 14:4). Empezando con Jerusalén como su ciudad capital, extenderá su dominio sobre toda la tierra (v. 9).

Cuando el gobierno de Dios sea establecido sobre el pueblo de Israel, Cristo les pedirá a todas las naciones que envíen delegados a Jerusalén para recibir instrucción en las leyes de Dios. Los convocará a Jerusalén para que asistan a la Fiesta de los Tabernáculos, una de las siete fiestas bíblicas: “Todos los que sobrevivieren de las naciones que vinieron contra Jerusalén, subirán de año en año para adorar al Rey, al Eterno de los ejércitos, y a celebrar la fiesta de los tabernáculos” (v. 16).

No todas las naciones responderán en forma positiva. Recordemos que Satanás habrá organizado a estas mismas naciones para pelear contra Cristo a su regreso. No lo aceptarán de buena gana, aun después de que Satanás sea atado; por lo tanto, Cristo “juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos. . .” (Isaías 2:4). Al comienzo de su reinado, aún le será necesario adoptar medidas enérgicas para convencer a algunas naciones de que Dios no puede ser burlado (Gálatas 6:7).

¿Cómo les hará entender esto con claridad, especialmente a las naciones que rehúsen asistir a la Fiesta de los Tabernáculos? Les comunicará su mensaje en formas muy persuasivas. Simplemente les demostrará que él controla las fuerzas de la naturaleza: “Y acontecerá que los de las familias de la tierra que no subieren a Jerusalén para adorar al Rey, el Eterno de los ejércitos, no vendrá sobre ellos lluvia” (Zacarías 14:17).

Las naciones aprenderán muy pronto que su supervivencia depende de las bendiciones de Dios. El buen clima y las cosechas abundantes son bendiciones que provienen de él. De ahí en adelante, únicamente las naciones que obedezcan a Dios disfrutarán de tales bendiciones; las demás no las recibirán. Este sistema será muy convincente; con el tiempo, todas las naciones responderán de manera positiva.

Examinemos ahora algunos aspectos específicos del reinado de Jesucristo como Rey de reyes.

La recompensa de los santos

Jesús ha prometido recompensar a la gente que a lo largo de los siglos lo ha servido fielmente (Apocalipsis 11:18; Apocalipsis 22:12). Notemos la parte que ellos tendrán en su reino: “Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años” (Apocalipsis 20:6).

Desde el principio del Milenio, los siervos fieles de Dios —entre ellos, muchos que habrán sufrido severa persecución y martirio— serán maestros y administradores en ese maravilloso mundo venidero. Ayudarán a Cristo en la labor de enseñar a las naciones los caminos de paz y justicia. Esto será el cumplimiento de la promesa que Jesús les ha hecho a sus siervos fieles: “Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono” (Apocalipsis 3:21).

El profeta Daniel predijo lo mismo: “Y que el reino, y el dominio y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo, sea dado al pueblo de los santos del Altísimo, cuyo reino es reino eterno, y todos los dominios le servirán y obedecerán” (Daniel 7:27).

A la segunda venida de Cristo, los que hayan sido fieles siervos de Dios serán resucitados o transformados instantáneamente de carne y hueso a espíritu inmortal; así podrán ayudarlo en la reeducación del mundo. El apóstol Pablo nos explica: “Esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción. He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad” (1 Corintios 15:50-53).

Estos seres transformados en espíritu se sentarán con Cristo en su trono y servirán con él como maestros y administradores durante su reinado milenario. (Si desea más información sobre el increíble futuro que Dios tiene planeado para la humanidad, por favor escríbanos solicitando los folletos titulados Nuestro asombroso potencial humano, ¿Qué sucede después de la muerte? y El evangelio del Reino de Dios. Para obtenerlos gratuitamente, sólo tiene que solicitarlos a cualquiera de las direcciones que aparecen al final de este folleto.)

La restauración de Israel

Hace mucho tiempo Dios prometió también: “He aquí que vienen días, dice el Eterno, en que levantaré a David renuevo justo, y reinará como Rey, el cual será dichoso, y hará juicio y justicia en la tierra. En sus días será salvo Judá, e Israel habitará confiado. . .” (Jeremías 23:5-6).

En los escritos proféticos, los siervos de Dios predijeron una y otra vez que todas las tribus de Israel serían restauradas como una sola nación bajo el reinado de Cristo: “Así ha dicho el Eterno el Señor: He aquí, yo tomo a los hijos de Israel de entre las naciones a las cuales fueron, y los recogeré de todas partes, y los traeré a su tierra; y los haré una nación en la tierra, en los montes de Israel, y un rey será a todos ellos por rey; y nunca más serán dos naciones, ni nunca más serán divididos en dos reinos” (Ezequiel 37:21-22).

“Y con todo, ahora así dice el Eterno Dios de Israel a esta ciudad, de la cual decís vosotros: Entregada será en mano del rey de Babilonia a espada, a hambre y a pestilencia: He aquí que yo los reuniré de todas las tierras a las cuales los eché con mi furor, y con mi enojo e indignación grande; y los haré volver a este lugar, y los haré habitar seguramente; y me serán por pueblo, y yo seré a ellos por Dios. Y les daré un corazón, y un camino, para que me teman perpetuamente, para que tengan bien ellos, y sus hijos después de ellos” (Jeremías 32:36-39).

Puesto que Cristo designará a Jerusalén como capital de su gobierno, el pueblo del restaurado reino de Israel será el primero en experimentar los efectos de su reinado. Siendo su Rey, inmediatamente establecerá con ellos un vínculo estrecho: “Haré con ellos pacto de paz, pacto perpetuo será con ellos; y los estableceré y los multiplicaré, y pondré mi santuario entre ellos . . . y seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y sabrán las naciones que yo el Eterno santifico a Israel, estando mi santuario en medio de ellos para siempre” (Ezequiel 37:26-28).

También Israel ayudará

El pueblo de Israel desempeñará un papel muy importante en ayudar a otras naciones para que aprendan y sigan los caminos de Dios. Cuando Dios haya perdonado sus pecados, Cristo empezará a utilizar a un Israel humilde y arrepentido para promulgar el conocimiento de la ley de Dios entre las demás naciones. Con el tiempo, el mundo entero vendrá a estar bajo la administración de un código de ley unificado, la ley de Dios. Jesús se encargará de coordinar todo esto mientras reina sobre las naciones desde Jerusalén. El mundo aprenderá finalmente a obedecer la ley de Dios.

Con relación a la restauración de la nación de Israel durante el reinado milenario de Cristo, Dios dice: “He aquí que yo les traeré sanidad y medicina; y los curaré, y les revelaré abundancia de paz y de verdad. Y haré volver los cautivos de Judá y los cautivos de Israel, y los restableceré como al principio. Y los limpiaré de toda su maldad con que pecaron contra mí; y perdonaré todos sus pecados . . . Y [Jerusalén] me será a mí por nombre de gozo, de alabanza y de gloria, entre todas las naciones de la tierra, que habrán oído todo el bien que yo les hago; y temerán y temblarán de todo el bien y de toda la paz que yo les haré” (Jeremías 33:6-9).

A medida que el pueblo de Israel aprenda a seguir los caminos de Dios, su ejemplo inspirará a otras naciones a buscar a Dios y a que deseen cosechar las mismas bendiciones: “Vendrán muchos pueblos y fuertes naciones a buscar al Eterno de los ejércitos en Jerusalén, y a implorar el favor del Eterno . . . En aquellos días acontecerá que diez hombres de las naciones de toda lengua tomarán del manto a un judío, diciendo: Iremos con vosotros, porque hemos oído que Dios está con vosotros” (Zacarías 8:22-23).

Las naciones verán que obedecer la ley de Dios definitivamente trae bendiciones. Vendrán a Jerusalén para aprender cómo pueden aplicarla en sus propios territorios: “Vendrán muchas naciones, y dirán: Venid, y subamos al monte del Eterno, y a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará en sus caminos, y andaremos por sus veredas; porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Eterno” (Miqueas 4:2). Finalmente “la tierra será llena del conocimiento del Eterno, como las aguas cubren el mar” (Isaías 11:9).

El fruto del conocimiento correcto

Con Jesucristo como Rey, Jerusalén será el centro de aprendizaje para el mundo. La Palabra de Dios, la Biblia, será el fundamento sólido de la educación y de la producción de información y conocimiento.

“Así será mi palabra que sale de mi boca . . . será prosperada en aquello para que la envié. Porque con alegría saldréis, y con paz seréis vueltos; los montes y los collados levantarán canción delante de vosotros, y todos los árboles del campo darán palmadas de aplauso. En lugar de la zarza crecerá ciprés, y en lugar de la ortiga crecerá arrayán; y será al Eterno por nombre, por señal eterna que nunca será raída” (Isaías 55:11-13).

La prosperidad aumentará y el crimen y la corrupción cesarán: “En vez de bronce traeré oro, y por hierro plata, y por madera bronce, y en lugar de piedras hierro; y pondré paz por tu tributo, y justicia por tus opresores. Nunca más se oirá en tu tierra violencia, destrucción ni quebrantamiento en tu territorio. . .” (Isaías 60:17-18).

No obstante, para que haya armonía, colaboración y paz duraderas, el conocimiento por sí solo no es suficiente. Se necesita también un cambio espiritual. Será ese cambio espiritual en el pueblo de Israel lo que inspirará a las otras naciones a admirar su modo de vivir y a querer emularlo: “. . . Oh casa de Israel . . . por causa de mi santo nombre . . . yo os tomaré de las naciones, y os recogeré de todas las tierras, y os traeré a vuestro país. Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ezequiel 36:22-27).

La restauración espiritual de la humanidad es la transformación más importante que va a ocurrir durante el Milenio. El Espíritu de Dios capacitará a la gente para obedecerlo de manera voluntaria y entusiasta: “Este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Eterno: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo” (Jeremías 31:33; Hebreos 8:10).

El Espíritu de Dios operará un cambio prodigioso en las personas, que en su gran mayoría obedecerán la ley de Dios, serán honradas y disfrutarán de una sociedad estable: “Restauraré tus jueces como al principio, y tus consejeros como eran antes; entonces te llamarán Ciudad de justicia, Ciudad fiel” (Isaías 1:26).

Los cambios serán permanentes: “Tu pueblo, todos ellos serán justos, para siempre heredarán la tierra . . . para glorificarme. El pequeño vendrá a ser mil, el menor, un pueblo fuerte. Yo el Eterno, a su tiempo haré que esto sea cumplido pronto” (Isaías 60:21-22).

Cada nueva generación continuará con esta tradición de justicia: “Todos tus hijos serán enseñados por el Eterno; y se multiplicará la paz de tus hijos” (Isaías 54:13). En todo el mundo, la gente se fijará en el ejemplo de Israel y lo respetará: “La descendencia de ellos será conocida entre las naciones, y sus renuevos en medio de los pueblos; todos los que los vieren, reconocerán que son linaje bendito del Eterno” (Isaías 61:9).

Se derrumbarán las barreras

A medida que la gente de otras naciones vea lo que sucede en Jerusalén y sus alrededores, ellos también querrán servir al Dios viviente: “A los hijos de los extranjeros que sigan al Eterno para servirle, y que amen el nombre del Eterno para ser sus siervos; a todos los que guarden el día de reposo para no profanarlo, y abracen mi pacto, yo los llevaré a mi santo monte, y los recrearé en mi casa de oración . . . porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos” (Isaías 56:6-7).

Finalmente, se derrumbarán las barreras entre Israel y las demás naciones. Esto ocurrirá porque con el tiempo todos llegarán a entender la verdad que está consignada en Gálatas 3:28: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”.

Bendiciones físicas

A medida que todos empiecen a obedecer la ley de Dios y a seguir sus caminos justos y buenos, empezarán a experimentar una prosperidad material sin precedentes: “He aquí vienen días, dice el Eterno, en que el que ara alcanzará al segador, y el pisador de las uvas al que lleve la simiente; y los montes destilarán mosto, y todos los collados se derretirán . . . y edificarán ellos las ciudades asoladas, y las habitarán; plantarán viñas, y beberán el vino de ellas, y harán huertos, y comerán el fruto de ellos” (Amós 9:13-14).

Isaías compara este tiempo a una fiesta perpetua con lo mejor de todo: “El Eterno de los ejércitos hará en este monte a todos los pueblos banquete de manjares suculentos, banquete de vinos refinados, de gruesos tuétanos y de vinos purificados” (Isaías 25:6).

Notemos esta inspiradora descripción de las bendiciones que vendrán en el maravilloso mundo del mañana: “Edificarán casas, y morarán en ellas; plantarán viñas, y comerán el fruto de ellas. No edificarán para que otro habite, ni plantarán para que otro coma; porque según los días de los árboles serán los días de mi pueblo, y mis escogidos disfrutarán la obra de sus manos. No trabajarán en vano, ni darán a luz para maldición; porque son linaje de los benditos del Eterno, y sus descendientes con ellos. Y antes que clamen, responderé yo; mientras aún hablan, yo habré oído. El lobo y el cordero serán apacentados juntos, y el león comerá paja como el buey; y el polvo será el alimento de la serpiente. No afligirán, ni harán mal en todo mi santo monte, dijo el Eterno” (Isaías 65:21-25).

Este cuadro de cómo será el mundo bajo el reinado de Cristo no es una ilusión sino la promesa de una realidad venidera. Jesús regresará a la tierra para transformar espiritualmente a la gente y establecer la utopía, un verdadero paraíso. Los efectos de quitar la influencia de Satanás, de darle a la humanidad el Espíritu Santo y de enseñarle al mundo las leyes y los caminos de Dios, serán mil años de paz y una sociedad bendecida más allá de sus sueños más fantásticos.

Pero, por increíble que parezca, la profecía revela que habrá una época futura que será aún más asombrosa.