Dios confirma su credibilidad ante el mundo entero

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¿Qué es un profeta? ¿En qué consisten su trabajo, su función y su misión? El apóstol Pedro describe a los profetas como “santos hombres de Dios [quienes] hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:21). Pero ¿acaso no hay nada más?

Según el diccionario bíblico de Peloubet, “la voz hebrea nabi, que se traduce como profeta, significa ‘alguien que anuncia o trae un mensaje de Dios’. Nuestra palabra profeta tiene esencialmente el mismo significado: alguien que habla por inspiración divina como intérprete o vocero de Dios, ya sea un mensaje acerca del deber, una advertencia o una predicción de acontecimientos futuros. El doble significado se debe a los dos sentidos de la preposición pro (vocablo griego del cual se deriva la palabra profeta): ‘por’ y ‘antes’. Así, un profeta es alguien que habla por Dios, y alguien que anuncia lo que va a ocurrir antes de que suceda”.

Es importante que entendamos el papel que desempeñaron los profetas bíblicos. Daniel se refiere a ellos como “tus siervos [los de Dios] . . . que en tu nombre hablaron a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres y a todo el pueblo de la tierra” (Daniel 9:6). Eran mensajeros cuyo papel no consistía únicamente en hacer predicciones; ellos también actuaron como instructores, hicieron notar las lecciones de la historia, le recordaron a la gente acerca del pacto que habían hecho con Dios, les mostraron a los reyes y a las naciones sus pecados, y proclamaron el llamado de Dios al arrepentimiento. Como vocero de Dios, la Biblia algunas veces se refiere a un profeta simplemente como “un varón de Dios” (1 Samuel 2:27).

Dios solía revelar su voluntad a los profetas por medio de visiones y sueños. En imágenes mentales ellos veían con claridad lo que Dios quería que dieran a conocer a la gente; por ejemplo: “Lo que vio Isaías hijo de Amoz acerca de Judá y de Jerusalén” (Isaías 2:1). Ellos describían, en sus propias palabras y estilo, lo que habían visto u oído (v. 8). Algunas veces Dios les decía textualmente lo que tenían que decir, de manera que muchos pasajes proféticos comienzan con estas palabras: “Así dice el Eterno . . .” (Isaías 44:6; Jeremías 8:4; Ezequiel 11:5).

Decadencia espiritual

A partir de muy poco tiempo después de la muerte de Josué, hasta la destrucción de Jerusalén en el año 587 a.C., se deterioró la condición espiritual del pueblo israelita. Las antiguas casas de Israel y Judá fueron consideradas naciones relativamente justas y obedientes sólo durante parte del reinado de unos pocos reyes: David, Salomón, Ezequías y Josías.

Bajo el liderazgo de Salomón, Israel alcanzó el pináculo de su expansión territorial, prosperidad y fama. Sin embargo, la pesada carga tributaria que Salomón le impuso al pueblo promovió la miseria y el resentimiento. Al mismo tiempo, la influencia pagana de sus muchas esposas hizo que él se alejara de Dios y se volviera a la idolatría. Debido a la infidelidad de Salomón al pacto con Dios, éste determinó quitarle la mayor parte del reino a su hijo Roboam para dársela a Jeroboam. Dios le advirtió a Jeroboam que no cometiera el mismo error que Salomón (1 Reyes 11:26-40).

Inmediatamente después de la muerte de Salomón, Roboam hizo caso omiso de la recomendación de sus consejeros ancianos, quienes le aconsejaron que revocara la excesiva carga tributaria que Salomón había impuesto sobre el pueblo, ya que esta política amenazaba con dividir el reino. Especialmente las tribus del norte se resintieron por tan pesada carga, y bajo el liderazgo de Jeroboam diez tribus se apartaron y formaron un reino separado tal como Dios lo había dispuesto.

Pero casi de inmediato este nuevo reino, conocido como la casa de Israel, introdujo la idolatría en sus ceremonias religiosas. Judá, el reino del sur, retuvo más fielmente la forma correcta de adoración y en ocasiones experimentó el reavivamiento espiritual bajo reyes justos, entre ellos Ezequías y Josías. Pero aun Judá rara vez impidió la propagación de la idolatría dentro de sus fronteras.

Ambos reinos se degeneraron moral y espiritualmente. Primero, la casa de Israel decayó con rapidez, y luego fue seguida por la casa de Judá, que experimentó una prolongada decadencia. Tanto los gobernantes como los súbditos hicieron caso omiso de su pacto con Dios. Específicamente, Dios condenó su idolatría y su falta de respeto por el sábado, el día que él había santificado para la adoración y el descanso semanal (Génesis 2:2-3; Éxodo 20:8-11; Éxodo 31:12-17).

Muy pronto, Israel y Judá empezaron a experimentar las aflicciones y los castigos por la desobediencia que Dios les había anunciado en Levítico 26 y Deuteronomio 28. Por medio de sus profetas, Dios les rogó durante varios siglos, tanto a la casa de Judá como a la casa de Israel, que se arrepintieran. En su gran mayoría, la gente desdeñó las advertencias de los profetas.

Al principio, los profetas hicieron uso únicamente de la palabra hablada para condenar la corrupción moral y espiritual de las dos naciones. Les suplicaron que se arrepintieran. Elías y Eliseo fueron los dos profetas prominentes durante este largo período de decadencia moral y espiritual. Leemos acerca de su trabajo casi al final de 1º de Reyes y en los primeros capítulos de 2º de Reyes. Finalmente los profetas comenzaron a proclamar sus advertencias proféticas no sólo con súplicas orales sino con mensajes escritos también.

La profecía escrita vino a ser necesaria

Israel y Judá siguieron hundiéndose en la degradación moral y espiritual, de manera que Dios pronto intensificaría el castigo por sus pecados. Envió a sus profetas para que anunciaran a ambas naciones una grave advertencia: A menos que se arrepintieran de todos sus pecados —particularmente de su codicia, idolatría y profanación del sábado y de las fiestas de Dios— muy pronto su destino sería el cautiverio y el exilio. Conquistadores extranjeros invadirían sus fronteras, destruirían sus ciudades y se llevarían a los sobrevivientes a tierras lejanas.

En aquellos tiempos los imperios frecuentemente amenazaban con invadir a los reinos menores, y de esta manera los intimidaban y los obligaban a someterse. Por lo general, los países más débiles accedían a convertirse en estados vasallos de los monarcas poderosos, quienes les exigían absoluta lealtad. Mientras los estados vasallos pagaran el tributo requerido y se mantuvieran leales, generalmente se les permitía gobernarse a sí mismos. Pero cualquier insubordinación era aplastada de inmediato, y se les imponían más restricciones. Si los estados vasallos intentaban sacudirse otra vez del control de la potencia superior, eran demolidos por medio de la fuerza militar y los sobrevivientes eran llevados en cautiverio.

¿Por qué era la amenaza de exilio para Israel y Judá tan importante para Dios que quiso que se registrara por escrito para las generaciones futuras? ¿Por qué decidió que el mundo entero debía saber por qué y cómo desheredaría temporalmente a su pueblo escogido? Al fin y al cabo, Dios había prometido dar esta tierra a los descendientes de Abraham para siempre. ¿Cómo podía quitársela sin menoscabar su propia credibilidad?

Dios cumple sus promesas

Dios quiere que el mundo entero sepa que él siempre cumple sus promesas. Él les prometió a Abraham y a David que sus descendientes, su simiente, heredarían y tendrían dominio sobre una tierra específica, la tierra de Canaán, para siempre. Pero después, por medio de los profetas, les dijo a Israel y Judá que los expulsaría de esa tierra. Esto requería una explicación.

¿Cómo podía Dios expulsar a su pueblo de la Tierra Prometida, permitir que fuera llevado al cautiverio y exilio, y aun así cumplir sus promesas? ¿Abandonaría Dios sus promesas y sus pactos? ¿Cesaría la dinastía de David?

Dios determinó contestar estas preguntas por adelantado. No quería que ningún burlador tuviera motivo legítimo para acusarlo de haber quebrantado sus promesas y violado sus pactos. Él decidió consignar de manera permanente la razón por la que estaba enviando al exilio a ambos reinos de los descendientes de Israel.

Así que Dios envió a sus profetas no sólo para advertir sino también para poner por escrito lo que planeaba hacer para que todo el mundo pudiera leer, por adelantado, sus planes de restaurar a Israel como un solo reino. Uno de los primeros profetas que escribió acerca del inminente exilio del reino de Israel exclamó: “No hará nada el Eterno el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas” (Amós 3:7). Dios comisionó a tales profetas no sólo para advertir acerca de los desastres inminentes, sino también para explicar que Dios cumpliría más adelante todas las promesas que había hecho.

Por estos antecedentes podemos ver que Dios dispuso que los profetas escribieran para todas las generaciones sobre lo que traería el futuro. Ciertamente, esto es historia escrita por adelantado.

Las mismas profecías que predijeron la caída de los reinos de Israel y Judá, también predicen de manera específica la venida del Ungido de Dios y la restauración del trono de David. Estas profecías explican que Jesucristo —siendo el hijo de David y el Hijo de Dios— restaurará, en su segunda venida, el reino de Israel bajo su propio reinado universal.

Por medio de estas profecías, Dios le proporciona a la humanidad pruebas de la veracidad de sus promesas y sus pactos. De esta manera, la profecía viene a ser un fundamento de la credibilidad y fidelidad de Dios para todos los que aceptan su Palabra por lo que es y dedican tiempo al estudio de la misma.

Justamente como Dios demostró con anterioridad —mediante la milagrosa liberación de Israel de la servidumbre en Egipto— la veracidad de sus promesas hechas a Abraham, Isaac y Jacob de que ellos llegarían a ser una nación independiente, así también demostrará la absoluta veracidad de su palabra por medio del cumplimiento de todo lo que ha declarado por la boca y la pluma de sus profetas. Por medio de ellos, Dios reveló los aspectos buenos y malos del futuro de Israel, y que estas cosas afectarían profundamente el futuro de la humanidad.

Lo más importante de esto es que, a final de cuentas, Dios habrá demostrado que él y sólo él tiene el poder para controlar lo que nos sucederá. Habrá confirmado sin sombra de duda las siguientes palabras: “Yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho . . . Yo hablé, y lo haré venir; lo he pensado, y también lo haré” (Isaías 46:9-11).

Dios demostrará que él es Dios

Por medio del profeta Ezequiel, Dios explica el gran propósito de los acontecimientos que nos ha revelado: “Pondré mi gloria entre las naciones, y todas las naciones verán mi juicio que habré hecho, y mi mano que sobre ellos puse. Y de aquel día en adelante sabrá la casa de Israel que yo soy el Eterno su Dios. Y sabrán las naciones que la casa de Israel fue llevada cautiva por su pecado, por cuanto se rebelaron contra mí, y yo escondí de ellos mi rostro, y los entregué en manos de sus enemigos, y cayeron todos a espada. Conforme a su inmundicia y conforme a sus rebeliones hice con ellos, y de ellos escondí mi rostro. Por tanto, así ha dicho el Eterno el Señor: Ahora volveré la cautividad de Jacob, y tendré misericordia de toda la casa de Israel . . . cuando los saque de entre los pueblos, y los reúna de la tierra de sus enemigos, y sea santificado en ellos ante los ojos de muchas naciones. Y sabrán que yo soy el Eterno su Dios, cuando después de haberlos llevado al cautiverio entre las naciones, los reúna sobre su tierra, sin dejar allí a ninguno de ellos” (Ezequiel 39:21-28; compárese con Éxodo 6:7).

Dios puso estas profecías por escrito para que toda la humanidad pueda entender y creer en su gran poder y justicia y fidelidad. Todos los pueblos tendrán entonces prueba incontrovertible de que pueden confiar en él como el Dios fiel y verdadero. Si Dios dejara de cumplir una sola promesa, no se podría confiar en su palabra. La profecía nos explica cómo cumplirá él sus promesas, tanto para castigar a quienes pecan contra él como para bendecir a quienes lo obedecen.

Dios se valdrá de sus profecías —y su asombrosa exactitud— para demostrarles a todos que él ciertamente es el Dios de verdad. Todo el mundo llegará a comprender la veracidad de la declaración de Jesús cuando le dijo a su Padre: “Tu palabra es verdad” (Juan 17:17).

Dios confirmará su credibilidad

Debemos tener en mente las promesas hechas a Abraham y David, así como el pacto que Dios hizo con Israel. Dios se compromete a sí mismo a ser fiel a su palabra. Por lo tanto, se ha obligado a restaurar toda la herencia y las bendiciones que quitó en el exilio de Israel y Judá.

De nuevo el Eterno dijo: “He aquí, yo tomo a los hijos de Israel de entre las naciones a las cuales fueron, y los recogeré de todas partes, y los traeré a su tierra; y los haré una nación en la tierra, en los montes de Israel, y un rey será a todos ellos por rey; y nunca más serán dos naciones, ni nunca más serán divididos en dos reinos. Ni se contaminarán ya más con sus ídolos, con sus abominaciones y con todas sus rebeliones; y los salvaré de todas sus rebeliones con las cuales pecaron, y los limpiaré; y me serán por pueblo, y yo a ellos por Dios” (Ezequiel 37:21-23).

Tan convincentes serán las pruebas de la realidad de Dios, que el resultado será un arrepentimiento verdadero, acompañado de un cambio profundo en la manera en que el pueblo de Israel le responderá: “Vendrá el Redentor a Sion, y a los que se volvieren de la iniquidad en Jacob, dice el Eterno. Y este será mi pacto con ellos, dijo el Eterno: El Espíritu mío que está sobre ti, y mis palabras que puse en tu boca, no faltarán de tu boca, ni de la boca de tus hijos, ni de la boca de los hijos de tus hijos, dijo el Eterno, desde ahora y para siempre” (Isaías 59:20-21).

Siglos más tarde el apóstol Pablo reiteró este concepto: “No quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles; y luego todo Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de Sion el Libertador, que apartará de Jacob la impiedad” (Romanos 11:25-26).

No habrá ningún motivo para dudar de la existencia y confiabilidad de Dios. Las pruebas de que Dios es real y que su Palabra es verdad perdurarán de manera abrumadora e irrefutable.

Cuando los descendientes del antiguo Israel acepten las innegables pruebas de que Dios ha inspirado y cumplido fielmente las profecías escritas en su Palabra, Cristo comenzará a enseñarles esta misma verdad a las demás naciones hasta llevar a toda la humanidad al verdadero arrepentimiento. Los libros proféticos de la Biblia proporcionarán las pruebas irrefutables de que Dios puede predecir con exactitud el final desde el principio.