¿Enseña la Biblia que tenemos un alma inmortal?

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¿Enseña la Biblia que tenemos un alma inmortal?

Mateo 10:28

“No temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno”.

En este versículo se nos dice claramente que el alma puede ser destruida. Al advertirnos acerca del juicio de Dios, Jesús nos dice que no debemos temer a aquellos que pueden destruir únicamente el cuerpo físico (soma en griego), pero que sí debemos temer a Dios, quien es capaz de destruir también el alma (psyjé).

En términos sencillos, lo que Cristo está enseñando es que cuando un hombre mata a otro, el resultado es una muerte temporal; Dios tiene el poder para traer a esa persona nuevamente a la vida, bien sea en esta época (ver Mateo 9:23-25; Mateo 27:52; Juan 11:43-44; Hechos 9:40-41; Hechos 20:9-11) o en el futuro. Debemos reverenciar a Dios, quien es el único que puede quitar no sólo la vida física sino también toda posibilidad de una futura resurrección. Cuando Dios destruye a alguien en el “infierno” (gehenna en griego), lo destruye para siempre.

¿Cuál es el infierno al que se refiere este versículo? La palabra griega gehenna se deriva de dos palabras hebreas: ge e hinnom, lo que significa “el valle de Hinom”. El término se refería originalmente a un barranco al sur de Jerusalén donde se efectuaba el culto a dioses paganos. Como este lugar tenía la reputación de ser un lugar abominable, más tarde se convirtió en el sitio donde se quemaban la basura y los desechos. Gehenna era sinónimo de “lugar de incineración”.

Sólo Dios puede destruir totalmente la existencia de un ser humano y quitarle incluso la esperanza de resucitar. En la Biblia él nos revela que en el futuro enviará un fuego que consumirá totalmente a los malvados y los reducirá a cenizas (Malaquías 4:3).

1 Tesalonicenses 5:23 

“El mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo”.

¿Qué quiso decir el apóstol Pablo cuando mencionó “espíritu, alma y cuerpo”?

Con “espíritu” (pneuma), Pablo se refería a la mente humana, que nos da la capacidad de razonar, de crear y de analizar nuestra existencia. Con “alma” (psyjé), Pablo estaba hablando acerca de la vida física y consciente. “Cuerpo” (soma) tiene que ver con la carne, el cuerpo físico. Pablo deseaba que toda la persona —su mente, su energía vital y su cuerpo físico— fuera santificada y sin mancha.

Apocalipsis 6:9-10

“Cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían. Y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra?”

Si queremos entender este pasaje es necesario que analicemos el contexto. El apóstol Juan, estando “en el espíritu” (Apocalipsis 4:2), estaba contemplando una visión. Así, bajo inspiración, él vio simbolizados sucesos que ocurrirían en el futuro. El quinto sello describe en lenguaje figurado un tiempo de tribulación y angustia sin precedentes que ocurrirá antes del regreso de Cristo. En esta visión Juan vio bajo el altar las almas de aquellos que habían sido martirizados a causa de su fe en Dios. Simbólicamente, estas almas clamaban a Dios que los vengara; esto puede compararse con la “voz” de la sangre de Abel que, simbólicamente también, “clamaba” a Dios desde la tierra (Génesis 4:10). Aunque ni las almas ni la sangre pueden hablar realmente, estas frases demuestran que el Dios de justicia no olvida las malas obras que se han cometido en contra de sus fieles seguidores.

Este versículo no se refiere a almas vivientes que han ido al cielo. La Biblia confirma que “nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre [Jesucristo], que está en el cielo” (Juan 3:13). Aun el rey David, un hombre conforme al corazón de Dios (Hechos 13:22), fue descrito por el apóstol Pedro como alguien “que murió y fue sepultado” (Hechos 2:29); no dijo que estuviera vivo en el cielo o en ningún otro lugar o condición.