Transformando vidas mediante el amor de Dios

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Transformando vidas mediante el amor de Dios

En nuestra Conferencia General de Ancianos realizada en mayo recién pasado, el tema de nuestras charlas fue “Transformando vidas mediante el amor de Dios”, tomado de Juan 6:63. Mi presentación se centró en la importancia del amor sublime de Dios en el proceso de cambiar vidas.

El amor de Dios (ágape, según el griego usado en el Nuevo Testamento) es el primer fruto del Espíritu Santo (Gálatas 5:22). Se trata de un amor por los demás, incluso nuestros enemigos, leal y exento de enemigos. Jesús dijo: “Oísteis que fue dicho: ‘Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo’. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos.  Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos?” (Mateo 5:43-46). Y Jesús también dijo: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él” (Juan 3:16-17).

El apóstol Juan escribió: “El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros . . . Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (1 Juan 4:8-11, 20).

Jesús dejó muy en claro que el mayor mandamiento de todos es el de amar a Dios y a nuestro prójimo: “Acercándose uno de los escribas, que los había oído disputar, y sabía que les había respondido bien, le preguntó: ¿Cuál es el primer mandamiento de todos? Jesús le respondió: El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es.  Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos” (Marcos 12:28-31).

Si amamos a Dios, le obedeceremos y guardaremos sus mandamientos. “Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (1 Juan 5:3). Si amamos a los demás, los serviremos y no pecaremos contra ellos. “El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor” (Romanos 13:10).

El apóstol Pablo escribió que si no estamos motivados por el amor de Dios, nada de lo que hacemos vale la pena: “Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve” (1 Corintios 13:2-3). Pero cuando recibimos el amor de Dios, éste transforma nuestras vidas y nos da la motivación para servir generosamente a los demás: “y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:5).

El amor de Dios es una poderosa fuerza que nos ayuda a sobreponernos al miedo en nuestras vidas: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7). El apóstol del amor escribió: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor” (1 Juan 4:18).

Sí, el amor de Dios transforma la vida de las personas. ¡Oremos los unos por los otros, por todo el pueblo de Dios, y pidámosle más de su gran amor!