Lo que podría haber sido y lo que será

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Lo que podría haber sido y lo que será

Mi esposa y yo nos sentamos al lado de la pequeña tumba en una loma cubierta de pasto, en el cementerio de East Lawn, en Sugarcreek, Ohio, Estados Unidos. Es la tarde del aniversario número 25 de nuestro pequeño hijo Jonathan, y nos ponemos a meditar una y otra vez sobre lo que podría haber sido y lo que será.

Recordamos demasiado bien cada detalle de aquel doloroso día, cuando colocamos a nuestro hijo de un año en un pequeño féretro para su descanso final. Después de haber visitado a nuestra familia, habíamos sufrido un accidente automovilístico que nos arrebató un tercio de lo más amado y cuidado por nosotros. Ahora que estamos sentados en este atardecer de verano, cuando ya han pasado más de veinte años, nos preguntamos cómo habría sido.

Tres manzanas, el mismo árbol

Sí. “¿Cómo habría sido?” La pregunta parece tan relevante en esta tarde, mientras estamos sentados en silencio haciéndole compañía. El antiguo dicho “La manzana no cae lejos del árbol” puede aplicarse de cierto modo a nuestro caso, porque hay otras dos “manzanas” que son del mismo “árbol”. Tal vez sea posible vislumbrar en que se habría convertido la manzana que falta cuando observamos en qué se han convertido las otras dos.

De todas las bendiciones que Dios nos ha dado, ninguna se compara a la de los hijos que él nos permitió alimentar y criar. Tanto Daniel como Mary Ann estuvieron presentes el día en que su hermanito Jonathan murió. A la tierna edad de dos y cuatro años, aprendieron el significado de perder a un ser querido. A esta corta edad, los dos encontraron consuelo en las promesas verdaderas y tangibles de Dios.

Su fe de niños en la promesa de Dios les permitió convertirse en nuestro gran orgullo a pesar de la tragedia. Hoy en día los dos se han adaptado bien y aportan exitosamente a la sociedad. Ambos son muy empáticos y cuidadosos, valorando la vida de una forma que solo se logra después de haber experimentado una pérdida.

Antes de graduarse con excelencia académica, Daniel se ofreció como voluntario por un año para enseñar computación y habilidades para manejar los problemas diarios a tribus de escasos recursos en las colinas de Tailandia. Él y su esposa se han convertido en nuestros socios comerciales en una compañía que atiende a clientes alrededor del mundo.

Mary Ann es la académica de la familia, que estudió en el país y en el extranjero para poder entender y cuidar a personas de todas las culturas y pueblos. Ella y su esposo se ofrecieron voluntariamente durante su primer año de casados para enseñar inglés y matemáticas en un colegio internacional de Jordania. Ahora ella ha completado sus estudios universitarios y está postulando a un trabajo que ayuda a las personas más desprotegidas de todo el mundo.

¡Cuánto los queremos y en quiénes se han convertido! En esta tibia noche de verano, no podemos evitar preguntarnos a qué se hubiera dedicado el hijo que perdimos. ¿Sería ahora un ingeniero, como su hermano mayor? ¿O habría querido contribuir para que el mundo fuera un poco mejor, como su hermana? Tal vez hubiera sido una combinación de ambos. No podemos saberlo, al menos no aún.

Un mundo de mucho sufrimiento y grandes pérdidas

Esta noche, el vacío que nos dejó nos toca profundamente mientras permanecemos sentados al lado de su sepultura. Mientras meditamos en la bendición en que su hermano y hermana se han convertido, se hace patente que la verdadera tragedia de su pérdida radica en la contribución no realizada delo que podría haber llegado a ser.

El viento susurra en nuestros oídos mientras estamos sentados en la oscuridad, pero nos damos cuenta de que no somos los únicos viviendo esta experiencia. Nuestra pérdida podría ser vista como un microcosmos de la pérdida sufrida por individuos, naciones y el mundo entero desde la creación del hombre. Tanto de lo que podría haber llegado a ser ha sido truncado trágicamente por accidentes, enfermedades, violencia y guerra.

Aunque estas pérdidas en general causan gran conmoción, nuestra experiencia y la historia del mundo indican que tal vez hayamos pasado por alto la verdadera dimensión de ellas.

Consideremos la gran cantidad de vidas que se perdieron durante las pasadas guerras mundiales en el siglo recién concluido. Incontables millones de seres humanos fueron masacrados en los campos de batalla. Millones más perecieron en los campos de concentración. Y aquellos que sobrevivieron fueron sometidos a indescriptibles dolores, pérdidas y sufrimiento. Otros millones murieron de hambre o a causa de enfermedades.

Sin embargo, la verdadera tragedia no radica solamente en las vidas que se perdieron, sino en el potencial desconocido que podrían haber alcanzado todos esos millones de personas. ¿Cuánta tecnología no se inventó, cuánta música no se escribió, cuánto arte no se pintó, producto de que muchas vidas fueron interrumpidas por bombas, artillería y gases que mataron a estas personas de forma prematura?

Solo podemos reflexionar en lo que podrían haber llegado a ser.

En este atardecer, sentados ya en la oscuridad, la esperanza de “lo que será” está latente en nosotros. Recordamos cómo la esperanza que nos ha acompañado desde ese día, 24 años atrás, nos ha mantenido a mí y a mi familia en una senda positiva desde entonces. Recuerdo haber sostenido a mi hijo en brazos en la escena del accidente, cuando las palabras de Cristo en Juan 5:28-29 acudieron a mi mente con un nuevo significado y propósito: “Porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz”.

La promesa de Cristo sobre una futura resurrección dejó de ser simplemente un concepto teológico alentador. Se convirtió en una cita con el destino que me permitiría encontrarme nuevamente con mi hijo, a quien le estaba dando un doloroso adiós.

Esa convicción nos ha llevado por un camino positivo hasta hoy. Un día, “lo que podría haber llegado a ser” se  transformará en lo que será cuandolos sepulcros sobre el que nos sentamos hoy se abran y nuestro hijo se levante, como Jesucristo lo prometió.

Una promesa de vida más allá de la tumba

A medida que va oscureciendo, mi esposa y yo nos paramos y nos alejamos de la tumba, donde nos habíamos detenido a recordar la corta vida de Jonathan y  a reflexionar sobre su futuro. Hoy, una vez más lo dejamos atrás, como lo hemos hecho cientos de veces. Pero lo dejamos con la misma confianza, esperanza y convicción que teníamos hace 24 años. ¡La certeza de lo que será es tan fuerte, que eclipsa el dolor de lo que podría haber llegado a ser!

Mientras caminamos, vamos conversando de por qué esta convicción ha significado tanto para nuestra familia todos estos años, pero más importante, del significado que tiene para toda la humanidad. “Nuestra reunión familiar con Jonathan”, como le llamamos, no es del todo “nuestra”, porque se extiende a todoslos que tienen familias incompletas.

Repasamos la promesa de las resurrecciones (plural, porque la Biblia revela que hay más de una) y la razón de por qué ellas son la última esperanza que tiene la humanidad. Dios tiene un plan en el que nadie es olvidado o dejado atrás.

“Los que son de Cristo” serán traídos a la vida “en su venida”, en una gran resurrección a la vida eterna (1 Corintios 15:23). Pero, ¿qué sucederá con el resto que vivió sin saber de Jesucristo, incluyendo a los que murieron prematuramente? ¿Qué pasará con Jonathan? ¿Qué será de él?

Recordamos la esperanzadora y fascinante profecía hecha por Zacarías acerca de un tiempo futuro, cuando “las calles de la ciudad estarán llenas de muchachos y muchachas que jugarán en ellas” (Zacarías 8:5). ¿Jonathan estará a salvo? ¡Jugando en la calle! Este pensamiento es tan fascinante como reconfortante.

Nos acordamos de las palabras de Isaías describiendo un mundo nuevo y diferente, un reino de Dios  gobernado por él mismo,  en el que “el niño de pecho jugará sobre la cueva del áspid, y el recién destetado extenderá su mano sobre la caverna de la víbora” (Isaías 11:8). ¡Este sí será un mundo diferente!

¿Qué más?  “Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará” (Isaías 11:6).

“Lo que será” nos da convicción y esperanza: “No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento del ETERNO, como las aguas cubren el mar” (Isaías 11:9).

La fascinante profecía de Ezequiel sobre la resurrección de los muertos

El profeta Ezequiel entrega detalles muy precisos respecto a cómo sucederá “lo que será”. El cementerio por el que caminamos no estará “llenos de huesos  de hombres muertos” sin esperanza de vida. Las palabras de Ezequiel hacen eco en nuestras mentes: “Y me dijo: Hijo de hombre, ¿vivirán estos huesos? (Ezequiel 37:3).

La respuesta a esta buena pregunta es: “Huesos secos, oíd palabra del Eterno.  Así ha dicho el Eterno Señor a estos huesos: ‘He aquí, yo hago entrar espíritu en vosotros, y viviréis’” (Ezequiel 37:4-5).

Lo que dice a continuación llega a nosotros a través de los siglos, con una claridad convincente en la tranquilidad del oscuro cementerio: “Profeticé, pues, como me fue mandado; y hubo un ruido mientras yo profetizaba, y he aquí un temblor; y los huesos se juntaron cada hueso con su hueso. Y miré, y he aquí tendones sobre ellos, y la carne subió, y la piel cubrió por encima de ellos; pero no había en ellos espíritu” (Ezequiel 37: 7-8).

La promesa de esta profecía es magnífica. Es muchísimo “lo que será” y lo que sucederá aquí mismo. El futuro de Jonathan no está perdido y tampoco el de la familia González, Ramírez, Pérez, Aguilar, Martínez, y cientos de otros nombres que acuden a nuestra memoria en la noche. ¡Sus cuerpos serán reconstituidos, cubiertos con músculos y carne y preparados para conocer a su creador!

“Por tanto, profetiza, y diles: Así ha dicho el Señor: He aquí yo abro vuestros sepulcros, pueblo mío, y os haré subir de vuestras sepulturas, y os traeré a la tierra de Israel. Y sabréis que yo soy el Eterno, cuando abra vuestros sepulcros, y os saque de vuestras sepulturas, pueblo mío. Y pondré mi Espíritu en vosotros, y viviréis, y os haré reposar sobre vuestra tierra; y sabréis que yo el Eterno hablé, y lo hice, dice el Señor” (Ezequiel 37:12-14).

Las palabras parecen palpables en el aire nocturno. Nos detenemos, pensamos, titubeamos. Luego damos la vuelta, salimos del cementerio y caminamos hacia la calle que nos lleva a casa. Entonces “lo que será” adquiere mucho más sentido. Se extiende más allá del futuro de nuestro querido hijo, más allá de los nombres que recordamos en la noche, más allá incluso de los hijos de Israel de quien Ezequiel habló, porque Jesucristo extiende la promesa a todos los que alguna vez vivieron.

Un tiempo venidero en que “no habrá más muerte, ni llanto, ni dolor”

Llegamos a casa en paz. Cualquier cosa “que podría haber llegado a ser” es superada con creces por “lo que será”, tanto, que nuestra pérdida parece mínima ante la esperanza del día descrito en Apocalipsis:

“Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas” (Apocalipsis 21:3-5).

Que Dios acelere el día del cumplimiento de estas magnificas profecías, cuando “lo que será” se convertirá en “lo que ahora es”, y la alegre reunión que él ha prometido por fin tendrá lugar. Y, más importante aún, podemos creer y vivir de acuerdo a sus palabras de verdad hasta ese grandioso día.