Lección 5: El escudo de la fe

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Lección 5

El escudo de la fe

En Daniel 3, la Biblia registra la historia del horno de fuego ardiendo:

Los tres jóvenes miraban fijamente el lugar donde serían echados para morir. El edicto había sido promulgado: iban a ser atados y arrojados vivos dentro de un horno que sería calentado siete veces más de lo acostumbrado. Todos los que miraban entendían lo que esto implicaba: esto era una ejecución y era lo que le sucedía a quienes  desobedecían al rey.

Un momento antes, a estos tres hombres se les había dado la oportunidad de evitar este destino fatal. Si hubiesen estado dispuestos a ceder tan solo un poquito, podrían haber salvado sus vidas, pero se habían rehusado a hacerlo. ¿Por qué?

El rey había construido previamente una estatua de oro de 27 metros de altura, y había decretado que varias veces al día, todo habitante debía postrarse y adorar la estatua cuando escuchara sones musicales. En toda la nación, solo tres personas tuvieron la osadía de no obedecer el decreto real. Y por aquel acto de valor, Sadrac, Mesac y Abed-nego morirían.

Cuando el rey Nabucodonosor se enteró de la insubordinación, reprendió a los rebeldes y les dio un ultimátum: “Adoren la estatua o serán echados en medio de un horno de fuego ardiendo”. La respuesta a esta amenaza la encontramos en Daniel 3:16-18: “Sadrac, Mesac y Abed-nego respondieron al rey Nabucodonosor, diciendo: ‘No es necesario que te respondamos sobre este asunto. He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado’”.

La fe de estos tres jóvenes en Dios les permitió enfrentar al hombre más poderoso del mundo y rehusar obedecer sus órdenes blasfemas. Entonces, fueron lanzados dentro del horno y liberados milagrosamente por Dios. Sin embargo, tal vez lo más sorprendente de esta historia fue la inquebrantable dedicación a Dios de estos jóvenes frente a una suerte desconocida. ¡Su fe era tan fuerte, que estaban dispuestos a dar su vida!

Tomando el escudo

Hasta ahora, la descripción que hace Pablo de la armadura de Dios se ha limitado solo a los accesorios que usamos. Nos colocamos el cinturón, la armadura y el calzado, y ellos se sostienen básicamente por sí mismos.

El escudo es algo diferente. Pablo nos dice que el escudo es algo que nosotros debemos sostener y levantar. El solo amarrarlo a nuestro brazo no es suficiente, es necesario que hagamos el esfuerzo de mantenerlo firmemente arriba y  usarlo.

¿Cuál era la función del escudo en el ejército romano?

El escudo romano —el scutum— no era el clásico escudo “tipo medieval” que se nos viene a la mente cuando escuchamos la palabra. Era un escudo muy grande, rectangular y semicurvo, con una pieza de metal cónica y puntuda que se colocaba en la parte central externa (llamada umbo).

El scutum era un elemento de defensa impresionante. Debido a su tamaño (algunos medían más de un metro de alto y casi un metro de ancho), los soldados quedaban muy bien protegidos de sus enemigos. Como era curvo, podía desviar los ataques sin transferir la fuerza total de la embestida al hombre que sostenía el escudo. Debido al umbo, se podían evitar incluso los ataques más despiadados, porque éste tenía además una capacidad ofensiva y de un golpe podía hacer que el enemigo retrocediera.

¿Qué es la fe?

Hebreos 11:1

Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.

Esta es la definición bíblica de la fe que aclara algunos conceptos erróneos. Si la fe es “la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”, entonces esto tiene implicaciones de largo alcance. La certeza es tangible, la convicción es una prueba sólida. Por definición, la fe no es una emoción incierta, sin fundamento real. Esta es una verdad irrefutable. La verdad es real.

Romanos 8:24-25

Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos.

Aunque la fe se basa en evidencia sólida, no significa que ella se produce naturalmente o de forma fácil. Pablo aquí destaca un punto obvio, pero necesario: uno no espera lo que ya tiene. La fe requiere una enorme dosis de confianza. Debemos examinar la evidencia y ver que Dios ha demostrado que él no cambia y es consistente, y después debemos creer firmemente que cumplirá las promesas que nos ha hecho.

¿De dónde nace la fe viva y salvadora?

Efesios 2:8

Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios . . .

1 Corintios 12:9

. . . a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu . . .

Debemos creer en Dios tan pronto iniciamos su camino, ya que después del arrepentimiento y el bautismo él nos da una fe más profunda y viva, que crece mediante su Espíritu Santo.

¿Por qué se asocia el escudo con la fe?

Daniel 3:17:18

He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado.

Un escudo defiende. Mientras que un escudo nos protege físicamente, la fe puede salvaguardar nuestras vidas espirituales, incluso en medio de pruebas físicas. Cuando Satanás (valiéndose de Nabucodonosor) atacó los valores y creencias de Sadrac, Mesac y Abed-nego, ellos por su fe fueron capaces de enfrentar firme e inquebrantablemente la situación. En su repuesta, ellos expresaron esencialmente “Dios puede librarnos de este destino. No sabemos si lo hará o no, pero eso no es lo relevante. Él nos entregó sus mandamientos y los vamos a guardar sin importar las consecuencias. Sabemos que él puede fácilmente salvarnos de la muerte”.

Efesios 6:16

Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno.

Un escudo desvía cualquier ataque. Satanás siempre nos está arrojando sus ardientes dardos de miedo, duda y preocupación, pero la única vez que pueden alcanzarnos es cuando bajamos nuestro escudo de la fe—cuando dejamos de creer que Dios tiene el control; que está permitiendo que las cosas sucedan por nuestro bien; que sea cual sea el resultado, siempre es para mejor, aunque no parezca ser así.

Mateo 14:28-31

Entonces le respondió Pedro, y dijo: “Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas”. Y él dijo: “Ven”. Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús. Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: “¡Señor, sálvame!” Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?”

El escudo es la primera línea de defensa. Mientras el resto de nuestra armadura nos protege de los asaltos de Satanás, no es lo más adecuado para absorber cada golpe. Por ejemplo, no queremos salir a la batalla a bloquear todo con nuestra cabeza.

Cuando nuestra fe en la omnipotencia y protección de Dios es fuerte, es imposible para Satanás atravesar nuestro escudo y lograr atacarnos. Pero cuando permitimos que la duda nos invada, como le sucedió a Pedro y se distrajo con las olas, nos comenzaremos a hundir. El resto de nuestra armadura terminará maltratada, igual que nosotros. No obstante, un escudo de fe sostenido fuerte y activamente evita esto y, por el contrario, inhibe la fatiga.

Mateo 4:10-11

Entonces Jesús le dijo: “Vete, Satanás, porque escrito está: ‘Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás’”. El diablo entonces le dejó; y he aquí vinieron ángeles y le servían.

Un escudo puede incapacitar. Cuando Jesucristo fue tentado por Satanás, su fe en la Palabra y los mandamientos de Dios repelieron a Satanás por un tiempo (Hebreos 4:15 nos dice que Jesús fue tentado en todo, así que con toda seguridad este no fue el único encuentro que Jesucristo tuvo con el diablo). El umbo (la pieza de metal en el centro) del escudo romano permitía a los soldados desplazar a sus oponentes y aturdirlos lo suficiente como para contraatacar inmediatamente. Nuestra fe en Dios, como Jesucristo lo demostró, puede darle a Satanás un buen empujón y darnos la posibilidad de defendernos haciendo la voluntad de Dios y su obra. Dios nos dice que la fe no puede estar solo en nuestra mente, sino que debe producir frutos —obras de obediencia y servicio (Santiago 2:20).

¿Cómo se puede usar el escudo?

El ejército romano poseía una táctica muy efectiva y original en el uso de sus escudos. Cuando los enemigos lanzaban flechas u otro tipo de proyectiles, los soldados cerraban filas en formación rectangular, llamada testudo o “tortuga”: aquellos que estaban en los bordes de la formación usaban sus escudos para crear una muralla alrededor. Quienes se encontraban en el medio sostenían sus escudos sobre sus cabezas, y de esta manera protegían a todo el grupo de los misiles aéreos. El resultado era un formidable tanque humano, que solo podía ser detenido mediante un tremendo esfuerzo.

Efesios 4:11-16

Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.

Cuando el ejército romano juntaba sus escudos, se convertía en una fuerza casi imparable. Y si nosotros en la Iglesia de Dios unimos nuestros escudos, es decir, nos fortalecemos mutuamente con nuestra fe, construyendo y sirviendo dentro de este cuerpo en la medida de nuestras capacidades, seremos una fuerza muy difícil de detener, capaz de enfrentar cualquier desafío.

Debemos recordar que cuando peleamos, no es simplemente nuestra batalla. Es la batalla de todos nuestros hermanos en la fe, de los que están a nuestro alrededor y en todo el mundo. Y si ganamos, será porque pusimos nuestra fe en Dios y estuvimos juntos, hombro a hombro, manteniéndonos firmes y unidos para “nuestra común salvación . . . por la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Judas 1:3).

Aplicaciones prácticas

Nuestra fe está basada en las promesas de Dios. ¿Cuán familiarizados estamos con estas promesas? ¿Sabe usted qué es lo que Dios le ha prometido?  Si las conocemos profundamente y confiamos plenamente en ellas, nuestra fe será igualmente sólida. ¡Reclame esas promesas y mantenga su escudo en alto!

Próxima lección: El casco de la salvación.