Encarcelado y fiel

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Encarcelado y fiel

Imagine por un momento que puede ver lo que sucederá en el futuro. Ve a un hombre llamado Pablo que está muy atribulado. Ya no tiene trabajo porque la economía colapsó hace dos años. Incapaz de poder encontrar una nueva fuente laboral y luego de que sus beneficios de cesantía se acabaran, él y su esposa Stacy, quien también estaba desempleada, no pudieron seguir pagando más el dividendo de su casa.

Como resultado, su casa fue rematada y ellos se vieron obligados a vender muchas de sus posesiones y mudarse a un pequeño departamento. Después de un tiempo la pareja agotó todos sus ahorros y tuvo que cambiarse nuevamente. Ahora, sin un lugar donde vivir, dependen de los insuficientes beneficios del gobierno y de la caridad de otros para tener comida y un lugar donde vivir.

Pablo y Stacy no están solos en sus penurias. Con la economía global sumida en una compleja crisis, millones de personas alrededor del mundo también enfrentan dificultades inimaginables. Sin embargo, esto no sirve de ningún consuelo a la descorazonada pareja. Como cristianos fieles que oraban devotamente, que estudiaban la Biblia y asistían a la iglesia, se sentían seguros de que Dios los protegería de circunstancias traumáticas severas. Pero ahora ellos están profundamente desconcertados y afligidos por la difícil situación que los afecta.

Enfrentados a un futuro austero de pobreza y adversidad, Pablo y Stacy se sienten profundamente atrapados por las circunstancias que los rodean, sin que se vislumbre un final próximo. Expresando serias dudas acerca de su fe, se hacen complejas preguntas: ¿cómo pudo sucedernos esto? ¿Dónde está Dios ahora que lo necesitamos, especialmente después de que hemos sido fieles por tanto tiempo?

Otro Pablo

Continuaremos con la historia de Pablo y Stacy más adelante, pero por ahora enfoquemos nuestra atención en otro hombre también llamado Pablo.

Aunque él vivió en un lugar y una época muy diferentes, también enfrentó dificultades no menores e inesperadas. Él también sirvió a Dios y a la Iglesia por muchos años y luego fue encarcelado por un largo tiempo. Solo que en su caso, la prisión fue real.

¿Quién era este hombre? Nos referimos al apóstol Pablo, del Nuevo Testamento. Repasemos brevemente su historia.

De joven fue educado en las tradiciones de los fariseos, una facción religiosa judía. Pablo creció y se convirtió en un hombre de convicciones firmes (Hechos 22:3). Posteriormente, cuando tanto él como las autoridades religiosas se encontraron con lo que creían era herejía, se opuso fuertemente y persiguió incesantemente a sus adherentes (Hechos 22:4-5). Sin embargo, aproximadamente en el año 34 d.C., y mientras llevaba a cabo la misión de erradicar a los apóstatas en Damasco, experimentó una increíble visión directamente inspirada por Jesucristo. Este evento milagroso llevó al profundo arrepentimiento y conversión de Pablo (Hechos 22:6-16).

Luego de este suceso pasó los siguientes 22 años predicando y enseñando el evangelio acerca de Jesucristo y el reino de Dios. Y aunque durante ese periodo debió enfrentarse a fuertes persecuciones y muchas pruebas, nada parecía realmente amilanarlo ni detenerlo por mucho tiempo (2 Corintios 6:4-5; 11:23-27). Pero el año 57 d.C., después de haber terminado su tercer viaje apostólico, ocurrió algo que lo haría frenar abruptamente.

Es interesante notar que Pablo ya presentía que enfrentaría algo sin precedente en su ministerio. Mientras iba camino a Jerusalén para el día de Pentecostés, dijo a los cristianos de Éfeso: “Ahora, he aquí, ligado yo en espíritu, voy a Jerusalén, sin saber lo que allá me ha de acontecer; salvo que el Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio, diciendo que me esperan prisiones y tribulaciones”.

¿Estaba Pablo temeroso y preocupado?

¿Cuáles eran los sentimientos de Pablo acerca de lo que podía encontrarse? ¿Temía por el futuro? El continuó: “Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios” (Hechos 20:24)

Pablo llegó a Jerusalén y a los pocos días debió enfrentar una virulenta oposición de parte de las autoridades religiosas, quienes ahora lo consideraban un rebelde, profano y alborotador (Hechos 21:28). Cuando Pablo estaba adorando en el templo, fue sacado a rastras y la enardecida multitud se volvió tan violenta, que algunos soldados romanos fueron enviados a apaciguar el gran tumulto (vv. 31-36). El comandante romano dio la oportunidad a Pablo de explicar sus creencias a la turba, pero ésta pronto montó en ira, exigiendo su muerte (Hechos 22:22-23).

El comandante rápidamente ordenó que le metiesen a la fortaleza y que le sacasen la verdad por medio de latigazos (v. 24). No obstante, mientras los soldados se preparaban para azotar a Pablo, él les señaló que era ciudadano romano. Inmediatamente ellos se apartaron de su lado porque sabían cuán severos eran los castigos para quien se atreviera incluso a atar a un ciudadano romano sin justificación adecuada (Hechos 22:29).

Al día siguiente a Pablo se le permitió aparecer frente a los principales sacerdotes judíos y su concilio, para tratar de explicar nuevamente su posición (v. 30). Sin embargo, ciertos eventos posteriores causaron aún más hostilidad contra él (Hechos 23:10). Temiendo que Pablo pudiera terminar gravemente herido o muerto, el comandante ordenó a sus tropas protegerlo una vez más.

El Señor a su lado

Ahora, ¿pueden imaginarse lo que Pablo estaba pensando justo antes de ser rescatado de la turba? ¡Tal vez llegó el momento de morir! Sin embargo, no era la hora, porque “A la noche siguiente se le presentó el Señor y le dijo: Ten ánimo, Pablo, pues como has testificado de mí en Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma” (Hechos 23: 11).

Aunque Dios reveló esto a Pablo, éste probablemente nunca imaginó que pasaría casi cinco años cautivo en Roma. Después de muchos años de predicar libremente el evangelio, estableciendo iglesias locales, trabajando con nuevos convertidos y capacitando a líderes de la Iglesia, tal vez él se haya preguntado ¿Por qué estoy prisionero y restringido? ¿Mi trabajo terminó? ¿Dios ya terminó conmigo?

Aunque Pablo podría haberse hecho estas preguntas, luego entendió la razón detrás de su situación.

Escribiendo como prisionero en Roma, afirmó: “Quiero que sepáis, hermanos, que las cosas que me han sucedido, han redundado más bien para el progreso del evangelio, de tal manera que mis prisiones se han hecho patentes en Cristo en todo el pretorio, y a todos los demás. Y la mayoría de los hermanos, cobrando ánimo en el Señor con mis prisiones, se atreven mucho más a hablar la palabra sin temor” (Filipenses 1:12-14).

Así es que Pablo se había dado cuenta de que incluso encarcelado, podía ser usado eficazmente por su Salvador.

Superando la desesperanza

Volvamos ahora a la historia de Pablo y Stacy. Como recuerdan, ellos habían perdido casi todo, y como resultado, se sentían prisioneros de su difícil situación. Sin embargo, con el tiempo, aunque sus circunstancias físicas no habían mejorado mucho, habían logrado superar sus sentimientos de desesperanza.

¿Cómo? Orando para seguir el ejemplo del apóstol Pablo y otros personajes de la Biblia que enfrentaron y triunfaron sobre lo que parecían ser dificultades sin solución (ver Hebreos 4:16; Hebreos 11:32-40). Con la ayuda de Dios, Pablo y Stacy restablecieron su fe en él. Confiaron en las Escrituras y en las promesas vitales dadas a quien permanece obediente y dedicado a Dios (Romanos 15:4; Hebreos 11:13).

Tal vez podríamos decir, entonces, que las pruebas del apóstol Pablo y de Pablo y Stacy son ejemplos de luchas aparentemente insoportables que todos podemos padecer, y de hecho padecemos, en algún momento. Eventos traumáticos e inesperados pueden hacernos sentir que estamos atrapados y abandonados (Salmos 38:21; 119:8). Sin embargo, como el apóstol Pablo demostró con sus palabras y acciones, podemos solicitar la ayuda de nuestro Padre Celestial en todas las circunstancias, no importa lo problemáticas o difíciles que estas sean (Salmo 91:1-16).

El ejemplo de Pablo nos muestra que a pesar de que enfrentemos momentos difíciles y no veamos la causa de nuestros problemas ni la salida, Dios nos ayuda a resistir (1 Corintios 10:13). Ya sea que suframos una larga y debilitante enfermedad, hayamos perdido a un ser querido, visto terminar una carrera profesional antes de lo esperado, experimentado un revés económico que nos ha causado complicadas condiciones financieras u otras circunstancias similares, debemos confiar en que Dios nunca nos dejará o nos olvidará (Hebreos 13:5).

Una corona de justicia nos espera

Pablo escribió la segunda carta a Timoteo mientras estaba prisionero en Roma. Aunque él sabía que su vida estaba en peligro, permaneció confiado en la salvación suprema de Dios.

Observemos sus palabras cuando mira más allá de las circunstancias que lo rodean: “Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Timoteo 4:6-8).

Las inspiradas palabras de Pablo pueden ofrecernos una esperanza y tranquilidad al enfrentar cualquier dificultad (2 Corintios 1:8-9; 2 Timoteo 3:11). Él alentó así a Timoteo: “sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo” mientras “te esfuerzas en la gracia que es en Cristo Jesús” (2 Timoteo 2:1-3).

Podemos aferrarnos a esas poderosas palabras, especialmente cuando enfrentamos duras pruebas que parecen insalvables (Salmos 142:7; Daniel 6:27).

Dios nos ayuda a mantenernos fieles

A medida que avanzamos en el camino al reino de Dios, podemos encontrarnos con dilemas y problemas de gran envergadura que no podemos anticipar (Mateo 7:13-14). Sin embargo, la Biblia está llena de advertencias para que permanezcamos fieles y seamos obedientes a Dios y a su camino de vida mientras buscamos “la perla preciosa” (Mateo 13:45-46).

Si usted y yo estamos siguiendo este camino, podemos estar seguros de que Dios nos ayudará a terminar nuestro viaje espiritual, incluso si a veces nos sentimos atrapados por varias pruebas que no tienen una salida fácil (Isaías 26:3; 43:5). Pablo escribió en Filipenses 1:6: “estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”.

Finalmente, las siguientes palabras de Pablo pueden alentarnos a permanecer confiados, obedientes y fieles sin importar el difícil apuro en que nos encontremos. Él escribió: “No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4: 11-13).

Entonces, ¿puede uno enfrentar calamidades como la cárcel, aflicciones y problemas, y seguir siendo fiel a Dios? Con fortaleza, seguridad y guía,¡Claro que sí!  BN