El mundo se parece cada vez más a Babilonia

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El mundo se parece cada vez más a Babilonia

Vivimos en tiempos verdaderamente excepcionales, ¿no cree? Da la impresión de que nos encontramos en un momento histórico decisivo.

Millones de refugiados están invadiendo Europa para escapar de la más sangrienta guerra civil de los últimos tiempos. El Estado Islámico de Irak y Siria (EIIS) sigue ganando terreno en todo el Medio Oriente. Rusia ha comenzado a hacer alarde de su poderío en el escenario mundial oponiéndose más abiertamente a las prioridades de Occidente. La Corte Suprema de los Estados Unidos legalizó el matrimonio entre personas del mismo sexo el verano pasado, y la economía mundial sigue siendo incierta y preocupante.

Como seguidores de Dios, observamos nuestro entorno y nos sentimos cada vez más extraños en este mundo. Hasta hace una o dos generaciones atrás quizá podíamos sentirnos un poco más cómodos entre nuestros vecinos, amigos y compañeros de trabajo, porque compartíamos con ellos valores similares. Pero este sistema (Babilonia) es el mismo que se impondrá, según sabemos, en los tiempos del fin (Apocalipsis 16:17-19).

Últimamente he meditado mucho sobre el profeta Daniel. Tal como nosotros, él vivió en un periodo histórico decisivo, del que salió airoso gracias a su inquebrantable fe. De hecho, durante su vida Daniel experimentó dos hecatombes políticas protagonizadas por imperios mundiales de su generación. Él creció en Jerusalén al servicio de la familia real antes de ser deportado a Babilonia, donde llegó a convertirse en un alto funcionario de gobierno, y todavía vivía cuando (muchos años más tarde) Persia conquistó Babilonia.  

Daniel ha estado presente en mis pensamientos porque al considerar a todos los hombres y mujeres de la Biblia, las circunstancias de su vida son las que más se asemejan a nuestro mundo actual. Él no vivió en Israel, como la mayoría de los personajes bíblicos del Antiguo Testamento, ni en una comunidad de creyentes judíos, como la mayoría de los del Nuevo Testamento. Por el contrario, estaba prácticamente solo (excepto por tres amigos que compartían su fe y cuyos nombres aparecen en la Biblia), en una cultura foránea y reacia a Dios.

Nuestro mundo se asemeja más y más a ese mundo babilónico. El repaso de la historia de Daniel puede ser increíblemente inspirador en tiempos como el nuestro, porque él no solo vivió en la sede misma de la bestia, sino que trabajó directa y ocasionalmente para su rey. Sin embargo, nunca dejó de ser justo ante Dios (Daniel 6).

Veamos tres lecciones de la vida de Daniel que podemos poner en práctica hoy mismo en nuestras vidas:

1.  Daniel se conducía según sus propios principios en una cultura ajena a la suya 

Daniel era uno de los jóvenes nobles de Jerusalén que habían sido seleccionados para ser instruidos y servir al rey Nabucodonosor (Daniel 1:1-4). Como compensación por su trabajo, ellos recibían una parte de la comida del rey (v. 5). Aparentemente esta era inmunda en su mayor parte, porque nos dice que “Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebía; pidió, por tanto, al jefe de los eunucos que no se le obligase a contaminarse” (v. 8, énfasis nuestro).

El momento específico en que sucedió esto es lo que me asombra, ya que aparentemente Daniel solo había estado en Babilonia por poco tiempo. No sé usted, pero cuando yo me encuentro en una situación nueva, tiendo a dejarme llevar por la corriente y a observar lo que hacen los demás hasta familiarizarme con el entorno. Solo cuando me siento cómodo en ese ambiente puedo decidir qué hacer.

Sin embargo, Daniel hizo lo correcto aun antes de entender exactamente cuáles serían las consecuencias. Muchas personas tal vez transan con sus principios la primera  vez, se arrepienten y se proponen no transar nuevamente; pero Daniel actuó correctamente desde el principio, para evitar incluso la posibilidad de encontrarse en tal situación. Uno se pregunta cuántos otros jóvenes judíos (además de Daniel y sus tres amigos) se encontraban allí. La Biblia no los menciona, pero no puedo evitar pensar que ellos, en su mayoría, no tuvieron el valor para actuar conforme a sus principios cuando se vieron enfrentados a una situación anómala.

En nuestro caso, debemos entender que el camino de vida de Dios se contrapone a la cultura moderna, y que tenemos que tener el valor para defender lo correcto conforme la situación alrededor nuestro se vuelve más y más incompatible con nuestros valores.

2.  Daniel actuaba como si todo dependía de él, pero oraba como si todo dependía de Dios

El capítulo 2 de Daniel se refiere al  sueño del rey Nabucodonosor. Ya fuera porque lo había olvidado a la mañana siguiente o porque se hallaba bajo los efectos de su locura, les pidió a todos los magos, astrólogos y encantadores del reino que interpretaran su sueño, y no solo eso, sino también que le dijeran de qué se trataba. Como era de esperarse, ninguno pudo hacerlo, así que los condenó a morir. Leamos el relato: “Y se publicó el edicto de que los sabios fueran llevados a la muerte; y buscaron a Daniel y a sus compañeros para matarlos. Entonces Daniel habló sabia y prudentemente a Arioc, capitán de la guardia del rey, que había salido para matar a los sabios de Babilonia. Habló y dijo a Arioc capitán del rey: ¿Cuál es la causa de que este edicto se publique de parte del rey tan apresuradamente? Entonces Arioc hizo saber a Daniel lo que había. Y Daniel entró y pidió al rey que le diese tiempo, y que él mostraría la interpretación al rey. Luego se fue Daniel a su casa e hizo saber lo que había a Ananías, Misael y Azarías, sus compañeros, para que pidiesen misericordias del Dios del cielo sobre este misterio, a fin de que Daniel y sus compañeros no pereciesen con los otros sabios de Babilonia” (vv. 3-18).

Lo que me sorprende en este relato es que cuando Daniel se enteró de que había que interpretar un sueño y de que iba a morir, acudió al rey y le pidió más tiempo para que Dios contestara su oración. Su estrategia rindió buenos frutos, ya que el sueño de Nabucodonosor procedía de Dios, quien había planeado revelar su interpretación. Pero Daniel no lo sabía y, sin embargo, tomó aquella decisión valientemente, apoyado únicamente en su fe.

Volvamos al primer capítulo, donde dice que el rey le solicitó al jefe de sus eunucos traer de Jerusalén a un grupo de jóvenes (entre los que se encontraba Daniel) “en quienes no hubiese tacha alguna, de buen parecer, enseñados en toda sabiduría, sabios en ciencia y de buen entendimiento” (Daniel 1:4). También dice que Dios concedió a Daniel y a sus tres amigos “conocimiento e inteligencia en todas las letras y ciencias; y Daniel tuvo entendimiento en toda visión y sueños” (v. 17).

Vemos que Daniel contaba con educación y sabiduría, talentos que le habían sido dados por Dios y que había desarrollado mediante la instrucción y capacitación que había recibido. Pero una de sus habilidades especiales era la interpretación de sueños y visiones, así que cuando se le presentó esta oportunidad de interpretar el sueño del rey, ya tenía experiencia en el asunto. No obstante, de nada le servía contar con semejante aptitud si ni siquiera sabía de qué se trataba el sueño; por lo tanto, tuvo que confiar en Dios para que se lo revelara y con ese propósito oró y ayunó junto a sus amigos.

La lección que podemos aprender de esta historia es que debemos desarrollar los talentos que Dios nos ha dado, y usarlos a diario. Y no solo eso, sino que debemos ser buenos conocedores de las Escrituras, porque contienen palabras de vida y sabiduría. Tenemos el deber de vivir según sus enseñanzas cada día, siendo un ejemplo aun cuando nadie nos esté mirando. Así, cuando surja algún problema, podemos poner en acción nuestras  habilidades, sabiduría, conocimiento y preparación para resolverlo.

Pero aunque nuestras cualidades sean más que suficientes para enfrentar con éxito un desafío, siempre debemos pedirle ayuda a Dios. Él puede revelarnos cosas que ignoramos, y cuando no estemos seguros de estar capacitados para resolver un problema, él puede usarnos de maneras impensadas si nos ponemos en sus manos con fe y denuedo.

Piense en esto: ¡tenemos el Espíritu Santo! ¡Entendemos misterios espirituales de los cuales Daniel solo tuvo un pequeño atisbo! Se nos ha dado la esencia y el poder mismo de Dios y podemos enfrentarnos a los hombres, armados con la fuerza de ese poder.

3. Cuando Daniel sintió miedo, decidió actuar por fe en vez de sucumbir al temor

Meditemos sobre todas las historias de Daniel y pongámonos en las situaciones que le tocó vivir. Poco después de haber sido deportado a Babilonia, él se acercó al jefe de los eunucos para solicitarle una exención en cuanto a la comida. Después, cuando llevaba menos de dos años viviendo allí, se acercó al capitán de la guardia real y luego al mismo rey, pidiéndoles que le dieran tiempo para conocer e interpretar el sueño del monarca. Mucho más tarde, cuando ya era anciano, oró a Dios con la ventana abierta cuando en Persia era ilegal hacer tal cosa (Daniel 6:10-11).

Todas estas situaciones fueron aterradoras, y exigieron gran valentía de parte de Daniel para hacer lo correcto. No tengo ninguna duda de que su corazón latía aceleradamente cuando fue arrojado al foso de los leones. Y estoy seguro de que estaba muy asustado cuando, siendo todavía un adolescente, tuvo que pedirle a su jefe que hiciera una excepción con él y sus compañeros en cuanto a su dieta.

Siempre vamos a experimentar algún temor: a morir, a ser lastimados, a lo desconocido, a lo que puedan pensar los demás de nosotros, al fracaso, a ser humillados enfrente de todos, a ser abandonados, etc.

El temor es algo natural y en ocasiones  hasta benéfico; pero podemos aprender de Daniel que cuando se trata de hacer lo correcto, debemos encarar al miedo de frente y vencerlo mediante la fe. Tenemos que esforzarnos por no sucumbir al temor y actuar valientemente, sabiendo que Dios nos apoyará.

Tal como Ananías, Misael y Azarías dijeron antes de ser arrojados al horno ardiente, “He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado” (Daniel 3:17-18). Aun cuando no se nos obligue a adorar literalmente a un gigantesco ídolo pagano de oro, como fue el caso de ellos, hacer lo correcto a riesgo de recibir castigo o humillación exige mucho carácter y valentía.

En nuestras vidas cotidianas, la gente que nos rodea puede o no compartir valores similares a los nuestros. Después de celebrar una magnífica Fiesta de Tabernáculos en la cual convivimos y fortalecimos nuestras relaciones con el pueblo de Dios, podemos sentirnos un poco extraños al volver a la rutina, y desconectados de los demás. Pero cuando surjan situaciones que nos desafíen a hacer lo correcto, recuerde que podemos dejar que nuestra luz brille, o esconderla bajo una caja y simplemente seguir la corriente.

¿Será usted como Daniel?   EC