¿Cómo será enseñar el camino de vida de Dios en la segunda resurrección?

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¿Cómo será enseñar el camino de vida de Dios en la segunda resurrección?

¿Habrá alguna época en la historia pasada y futura de la humanidad más fascinante que la segunda resurrección?

¿Cómo será conocer a una persona de 900 años? ¿Puede imaginarse lo que será ver a personas de diferentes épocas y lugares resucitando al mismo tiempo? ¿Cómo se sentirán esas personas de eras tan diversas al mirarse unas a otras — gente de la Antigüedad, del Imperio romano, el Oscurantismo, la Edad Media, el Renacimiento, la Revolución Industrial o la Era Espacial?

Sin embargo, lo que verdaderamente debemos preguntarnos es: ¿cómo será enseñarles acerca de Dios? Esta será su oportunidad de salvación, por lo tanto, ¿cómo podría usted ayudarlos en su proceso de conversión? Estas preguntas tienen y merecen una respuesta; de hecho, podemos extraer una lección de ciertos sucesos muy recientes, acontecidos en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial.

En medio de dicha conflagración, los aviones de reconocimiento australianos que buscaban asentamientos japoneses en la isla de Nueva Guinea descubrieron varias tribus desconocidas para el resto de la civilización. Se tomaron fotografías de las marcas en sus cuerpos, de la vestimenta que usaban y de su ubicación geográfica. Con el paso del tiempo se identificó a diversas tribus, pero solo después del término de la guerra los misioneros pudieron viajar a ese territorio prohibido.

Para los entusiastas jóvenes misioneros que llegaron a Nueva Guinea en los años 50, la respuesta a la pregunta “¿Cómo ingresar al mundo de gente de la Edad de Piedra y guiarlos a la conversión?” no difiere mucho de la respuesta a nuestra pregunta “¿Cómo ayudar a la gran cantidad de personas que se levantarán en la segunda resurrección?”

Romanos 10:13-14 describe lo que siempre ocurre: ¿cómo invocar a un Dios en el cual no se cree?, ¿cómo creer si uno nunca ha oído?, ¿cómo oír si no hay un maestro? Nuestra labor será enseñar, con todo lo que eso conlleva.

El fascinante libro titulado Peace Child [Hijo de la paz] relata en detalle los esfuerzos de Don y Carol Richardson, una joven pareja misionera que inició su trabajo en la selva costera de Nueva Guinea. Al establecerse en las riberas del río Kronkel, los pormenores de su labor fueron muy similares a los de muchos misioneros que los precedieron. A los Richardson se les asignó una tribu que nunca había conocido personas de raza blanca. Tuvieron que localizarla, establecerse cerca de ella, aprender su lenguaje, idear una forma de escritura de dicho lenguaje, enseñarles a leer y, finalmente, traducir la Biblia a su idioma. Solo entonces estuvieron listos para enseñarles acerca de la salvación.

Como hijos de Dios, nuestro trabajo obviamente será más fácil; no obstante, no debemos pensar que Dios agitará una varita mágica, por así decirlo, y eliminará los desafíos propios de nuestra tarea. La mayor parte de los seres humanos que han vivido a lo largo de la historia han sido analfabetos, así que primero deberán aprender un lenguaje escrito que puedan entender, para que la enseñanza que se les dé sea efectiva. Pero a pesar de todo lo que esto signifique en cuanto a estrategia, será la parte más fácil de todo el trabajo.

A la hora de enseñar a alguien, el mayor desafío consiste en conocer su estado mental, emocional y cultural, a fin de identificarse con sus necesidades. Cada uno de nosotros piensa en su propio idioma, así que para poder entender un mensaje es indispensable que lo recibamos en nuestro propio lenguaje. Pablo entendía muy bien este fenómeno; hablando de su ministerio, dijo: “. . . a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos” (1 Corintios 9:22). Así pues, Pablo se puso al nivel de sus oyentes.

En Hechos 17, el ejemplo de Pablo nos da un pequeño indicio de cómo dirigirse a una multitud, tal como él hizo en el Areópago.

El apóstol se dirigió a un público griego en sus propios términos, citando a sus poetas y haciendo alusión a sus monumentos. Al igual que otros grandes maestros, Pablo comprendía que el gran desafío de convertir a las personas consiste en acercarse a ellas de acuerdo a su nivel intelectual y emocional. Nosotros enfrentaremos ese mismo desafío.

Cuando los Richardson se establecieron en las junglas de la costa de Nueva Guinea, entraron en una sociedad cuyo marco mental y valórico era completamente ajeno a todo lo que ellos conocían. Generaciones de hombres y mujeres habían sido entrenadas para pensar de maneras que no podemos ni siquiera imaginar. Desde temprana edad se estimulaba a los niños a ser desafiantes, beligerantes, agresivos y obstinados, dando así el primer paso para convertirse en personas maliciosas y engañadoras, lo cual era de gran estima en la tribu.

Los nativos del interior de la costa de Nueva Guinea eran cazadores de cabezas y caníbales. El engaño era para ellos la virtud más sublime. La hazaña más grandiosa en su vida tribal consistía en convencer a alguien de un clan vecino de que fuera a cenar, solo para convertirlo en el plato principal. Pero cuando todos persiguen los mismos objetivos, ¿cómo se puede engañar a alguien? Pues, ¡siendo extraordinariamente astutos! En su caso, la estrategia se denominaba “engordar con sutileza”. Entre más astucia y capacidad de engaño demostraba la persona, más respeto se ganaba, y quienes se destacaban de esta manera ostentaban el preciado título de “Hacedores de leyendas”. Alrededor de las fogatas nocturnas en las chozas donde se reunían los miembros de la tribu, se repetían las historias de las proezas de los “Hacedores de leyendas” a una audiencia llena de admiración.

¿Cómo superar un abismo cultural semejante? Para asombro de Don Richardson, cuando les contó la historia de la traición de Judas a Jesús, sin proponérselo les creó un nuevo héroe: Judas, el astuto traidor que entregó a la muerte a su maestro. ¡Judas se convirtió para ellos en su súper héroe!

La eliminación de diferencias culturales y modos de pensar tan malsanos como éste ha sido y será el mayor reto para llevar a la gente a la conversión. Pablo enfrentó tal desafío en el Areópago, y su manera de dirigirse a la audiencia ateniense ha sido adoptada por el mundo cristiano moderno con el título de “Analogía de la Redención”, es decir, el proceso de buscar similitudes para construir puentes entre la forma de pensar del oyente y el camino de Dios. El enfoque de Pablo atrajo incluso a algunos pensadores escépticos presentes en el Aerópago de Atenas (Hechos 17:32-34).

Mientras trabajaban entre los Sawi, los Richardson no se daban cuenta de que eventualmente las circunstancias les brindarían la mejor analogía sobre la redención.

Inicialmente se dedicaron de lleno a aprender — primero el idioma de los nativos, luego su gramática y posteriormente el cómo y el porqué de su forma de ser. En su intento por aprender el idioma, en un principio invertían diez horas diarias escuchando a los hombres de la tribu y hablando con ellos. Para sorpresa de Don, descubrió un fascinante contraste: un pueblo de la Edad de Piedra con un lenguaje muy sofisticado.

A medida que se fortalecía la relación entre los Richardson y los Sawi, tres de sus tribus decidieron trasladarse junto a la cabaña de los Richardson y establecer nuevas aldeas. Pero los resultados fueron desastrosos.

Se encontraron en medio de una lucha sin fin. La más leve provocación terminaba en gritos, pleitos, golpes, y hasta en lluvias de lanzas y flechas. Se les curaban y atendían las heridas leves, pero las rencillas no cesaban. Hubo catorce batallas solo en los primeros dos meses. En vista del interminable caos, los Richardson concluyeron que no tenían más que una opción para evitar que las tribus se mataran unas a otras: deberían abandonarlos, para que cada tribu regresara a su sitio de origen. Tan pronto Don y Carol comenzaron a empacar, los líderes de las tribus, ante la inminente partida de la pareja, les rogaron que se quedaran prometiéndoles que arreglarían el problema con “el Hijo de la Paz”.

En lo más profundo de las raíces culturales de los Sawi había una herramienta de supervivencia reservada para situaciones críticas. En una ceremonia muy emotiva, un padre tomaba a uno de sus hijos más pequeños, y llevándolo tiernamente en sus brazos hacia la otra tribu, lo colocaba en los brazos de un hombre de la tribu enemiga. Esto era algo realmente desgarrador: las madres lloraban desconsoladas por la pérdida de sus hijos, y los padres también lloraban mientras entregaban sus hijos al enemigo.

Pero para los Sawi era un último y desesperado esfuerzo por la paz. Cada tribu que recibía un Hijo de la Paz tenía la responsabilidad de proteger la vida de su nuevo ciudadano. Su honor dependía de ello, al igual que la paz, así que se garantizaba la buena convivencia entre las tribus mientras el niño viviera.

Los Richardson, que no habían podido romper las barreras culturales de una sociedad llena de engaño, finalmente encontraron una luz de esperanza, una analogía redentora: el Hijo de la Paz.Habían visto que aquella práctica estaba muy enraizada en las tribus, y cuando la usaron para explicar que Jesucristo fue ofrecido por su Padre con el fin de hacer la paz con nosotros, las barreras empezaron a caer. Aquel Jesús, quien había sido víctima del falso “héroe” Judas, se convirtió en el Hijo de la Paz al que todos podían honrar y respetar. Los oídos de los Sawi por fin pudieron comprender, y entonces empezaron a producirse cambios.

Anticipándonos a la segunda resurrección, incontables generaciones esparcidas por todo el mundo a lo largo de los siglos se levantarán de entre los muertos. Todas las culturas habidas y por haber volverán a la vida. Al igual que con todos los que los precedieron, la conversión no puede ser impuesta a nadie: primero deberá penetrar los corazones de las personas, para que sus oídos sean abiertos. Los que enseñen deberán tener la capacidad de entender todos los patrones de pensamiento de cada época, a fin de establecer puentes entre ellas y Dios. ¿Qué analogías redentoras planea usar usted? ¿Cómo piensa enseñar acerca del verdadero y único Hijo de la Paz a hombres y mujeres de todas las épocas?