Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia

Usted está aquí

Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia

Todos cometemos errores. El proverbio “Errar es humano, perdonar es divino” se hizo popular en el siglo XIV y sigue vigente hasta hoy. A decir verdad, nadie es perfecto; frecuentemente cometemos errores, grandes y pequeños. ¿Qué se puede hacer al respecto? La forma en que manejamos este problema puede determinar qué tan bien nos vaya en la vida, y cómo nos responderá Dios cuando necesitemos su misericordia.

Así pues, ¿cómo reaccionamos ante nuestros propios errores y los de otras personas? Una actitud benigna y misericordiosa es parte vital del carácter cristiano.

Un espectáculo deplorable, pero lamentablemente, muy común

Mi hija Michelle, quien hace poco fue testigo de una vergonzosa escena mientras compraba en una tienda, me relató el incidente y me hizo meditar profundamente sobre este tema.

Una niñita empujaba un carro de supermercado, que escasamente le permitía ver por donde iba; su madre se hallaba más adelante en el pasillo, mirando algunos artículos. De repente, Michelle oyó un estruendo, se dio vuelta y vio un montón de galletas volando por todas partes.

La madre corrió hacia su hija y comenzó a regañarla; sus gritos se oían por toda la tienda. La niña, avergonzada por el accidente que había ocasionado al golpear accidentalmente su carro contra el estante de galletas, se agachó para ayudar a su madre a recoger el desparramo, pero ella volvió a regañarla diciendo: “¡No trates de ayudar, que ya has hecho suficiente daño!”

La pequeña comenzó a sollozar y a decir una y otra vez, “¡Fue un accidente!” Sin embargo, la madre la ignoraba y seguía con los regaños.

Lo que sucedió enseguida fue lo que más disgustó a mi hija. Mientras salían de la tienda y la señora seguía gritando, Michelle vio que la niña lloraba y corría detrás de su madre con los brazos abiertos, implorándole: “¡Abrázame, mamita, abrázame!” Pero la señora siguió gritando y haciendo caso omiso de su desconsolada pequeñita.

Si bien hay que ser prudentes al juzgar una situación semejante, pues no conocemos todos los detalles, indudablemente el comportamiento de aquella madre fue incorrecto e inaceptable desde cualquier punto de vista y posiblemente hasta perjudicial para la niña, en especial si esta reacción de su madre es algo habitual. Trágicamente, este tipo de situaciones son comunes en muchas familias.

Recuerdos de otra reacción muy distinta

Cuando mi hija me contó lo acontecido, me vino a la memoria cierta ocasión en que cometí un gran error (¡de hecho, fueron 500 errores!), pero el trato que se me dio fue muy diferente.

Hace varios años trabajé en una fábrica de cortinas. Mi trabajo consistía en cortar la tela que luego transformarían en cortinas. Stan, mi jefe en ese entonces, era un hombre paciente y amable que pasaba mucho tiempo enseñando y ayudando a sus empleados a hacer bien su trabajo. Más tarde pude comprobar cuán buen jefe era.

Cierto día tuve una jornada especialmente productiva. Todo parecía andar bien, y debo haber cortado unas 500 cortinas de baño, todo un récord para mí. Demás está decir que al término de la jornada me fui a mi casa muy contenta.

Las cortinas que corté pasaron a la sección de costura, donde las terminarían antes de enviarlas al departamento de empaque. Sin embargo, ¡dos días más tarde se desató una hecatombe! Se descubrió que la tela cortada tenía cinco centímetros menos de lo debido, ya que se me había olvidado cambiar el patrón de corte con la medida correcta. Sobre los estantes, listas para ser empacadas, había 500 cortinas de baño, ¡todas demasiado cortas! Me sentía terriblemente avergonzada, pues en 1993 una cortina de baño se vendía por lo menos en 10 dólares (equivalentes a 16 dólares en 2013).

Stan, mi jefe, pasó la mayor parte de la mañana reunido con la gerencia discutiendo la situación. Mientras yo lloraba en la planta de producción por mi torpeza, el directorio decidía mi suerte.

Me sentía muy mal por haberle causado a la empresa tan grande pérdida debido a mi descomunal error. Sabía que probablemente me despedirían, pero para mi gran sorpresa y alivio, mi jefe abogó por mí. A la gerencia solo le preocupaba el dinero perdido; sin embargo, mi jefe veía en mí a una empleada valiosa que valía la pena retener, a pesar del error que había cometido.

Pero mi jefe no se conformó con eso: a sabiendas de cómo me sentía, después de la reunión fue a darme ánimo; me dijo que esto no era lo peor que me pasaría en la vida y que podría superarlo.

Mientras me hablaba para alentarme, empezó a ayudarme a deshacer los dobladillos, de modo que pudieran volver a coserse a una mayor longitud. Las cortinas finalmente se vendieron a una tienda liquidadora, y por lo menos la empresa pudo recuperar parte de sus pérdidas.

La interacción entre las personas influye en su percepción de Dios

Yo conservo un grato recuerdo de mi bondadoso jefe, pero ¿qué clase de recuerdo guardará la niñita del supermercado luego del trato que recibió de su madre? ¿Se parecerá en algo al agradable recuerdo que me dejó mi comprensivo jefe?

¿Cómo percibirá ella a Dios cuando cometa un error y necesite su perdón? ¿Sentirá temor de él, imaginándolo como un Dios cruel y despiadado?

Solo pensemos en lo mal que nos sentiríamos si falláramos o cometiéramos un error y fuéramos rechazados por Dios. ¿Cómo nos sentiríamos si clamáramos perdón a nuestro Padre y tan solo recibiéramos de él gritos e indiferencia?

Felizmente, nuestro Padre celestial no es así. ¿Cuál de estos dos ejemplos enseñará mejor a sus hijos o a otras personasacerca de la forma en que Dios nos trata? ¿La forma cruel y despiadada en que esta madre trató a su hija, o la actitud paciente y misericordiosa de mi ex jefe?

¿Qué lección podemos aprender de estos dos ejemplos?

Reflexionemos sobre algunas de las valiosas lecciones que estos relatos nos enseñan en cuanto a la forma de manejar los errores de otras personas:

1) Pídale a Dios que le dé un corazón misericordioso. Toda buena dádiva proviene de Dios, así que ¿por qué no pedirle que nos dé un corazón magnánimo y comprensivo? Sea humilde y no menosprecie a los demás cuando cometan un error del que realmente estén arrepentidos. Es ahí donde entra en juego la misericordia.

2) No reprenda en público.¡La madre de aquella niñita la menospreció y avergonzó delante de todos! Trate a los demás como usted quisiera ser tratado. Nadie quiere ser humillado públicamente.

3) Perdone y conceda segundas oportunidades.La niña quería el perdón y el consuelo de su madre, quien además rechazó su ayuda para enmendar el error. ¿Qué dice la Escritura? “Sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como también Dios en Cristo os perdonó” (Efesios 4:32). “La cordura del hombre detiene su furor; y su honra es pasar por alto la ofensa” (Proverbios 19:11).

4) Castigue la rebeldía, no los verdaderos errores.Evite castigarse a sí mismo o a los demás cuando se comentan errores. Mi jefe no tuvo necesidad de castigarme; él ya sabía que yo tenía suficiente con mi autocastigo. Él pudo haberme despedido y reemplazado por alguien más, o haberme humillado; sin embargo, pasó por alto mi error y sutilmente procuró evitar que volviera
a cometerlo.

5) Anime a los demás.Procure alentar a los demás cuando cometan errores. Tristemente, la madre del relato fracasó rotundamente en este aspecto y no intentó comprender a su hijita aterrada y avergonzada. Este incidente pudo haber sido una gran oportunidad para enseñarle a su hija sobre el perdón y el amor. En mi caso, la gran misericordia de Stan cuando intercedió por mí animándome y ayudándome a enmendar mi error, fue un gran estímulo que me impulsó a esforzarme aún más para ser una buena empleada.

6) Perdone.“Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, vuestro Padre celestial también os perdonará a vosotros. Mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6:14-15).

Dios siempre nos espera con los brazos abiertos para aceptarnos y perdonarnos. Jesucristo, aun cuando estaba siendo escarnecido y crucificado, oró por sus verdugos: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).

Entonces, ¿cómo reaccionamos ante los errores de otras personas? ¿Las avergonzamos o las alentamos? ¿Cómo reaccionamos ante nuestros propios errores? ¿Nos sentimos desfallecer o, por el contrario, nos perdonamos y aprendemos de ellos? Mike Ditka, un famoso entrenador de fútbol estadounidense, dijo una vez: “Solo te conviertes en perdedor cuando dejas de esforzarte”.

7) Trate a los demás como Dios nos trata. Él conoce nuestra condición y nuestra fragilidad. Nuestro Padre no llamó a los poderosos del mundo, sino a gente moldeable con la que pudiera trabajar, aquellos que admiten que sin Dios no son nada.

Dios se enfoca en nuestro potencial y no en nuestros errores. Él nos consuela y anima a seguir adelante. No se deshace de nosotros, no nos regaña, rechaza ni reemplaza por alguien más. Dios nos da una oportunidad tras otra, siempre que tengamos un corazón arrepentido y sigamos esforzándonos.

Estos puntos resumen y demuestran la misericordia y la ternura de Dios para con nosotros. Él nos enseña que debemos tratar a los demás así como él nos trata a nosotros: “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de longanimidad; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros” (Colosenses 3:12-13).

Recuerde ser amable y misericordioso

Así pues, la próxima vez que usted o alguien que conozca se equivoque, tenga paciencia, sea amable y dele ánimo. ¡Procure resolver el problema y no se dé por vencido! Trate a los demás con el trato que usted quisiera recibir cuando cometa un error. Esfuércese por mejorar y no olvide perdonar, porque a pesar de nuestros errores, algún día todos podremos estar en el Reino de Dios.

Pero, por sobre todo, sea compasivo con sus hijos y con quienes lo rodean cuando cometan errores. Tenga siempre presente cómo nos trata Dios cuando fallamos. “Como el padre se compadece de sus hijos, se compadece el Eterno de los que le temen. Porque él conoce nuestra condición; se acuerda que somos polvo. El hombre, como la hierba son sus días, florece como la flor del campo; que pasa el viento por ella, y perece; y su lugar no la conoce más. Mas la misericordia del Eterno es desde la eternidad y hasta la eternidad sobre los que le temen, y su justicia sobre los hijos de los hijos” (Salmos 103:13-17).

Y recuerde las palabras de Jesús en Mateo 5:7: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”.