La toalla de Jesucristo

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La toalla de Jesucristo

Muchos están familiarizados con los famosos libros de la trilogía“El Señor de los Anillos”, del autor inglés J. R. R. Tolkien, los que también fueron recreados en películas. Se trata de un relato ficticio, pero que nos entrega una lección en cuanto al servicio a la manera de Cristo.

La historia se desarrolla en torno a 20 anillos mágicos y a uno de ellos en particular, que tiene varios nombres: Anillo Único, Anillo del Poder, Precioso, o Señor de los Anillos. Este es el más poderoso de todos los anillos, creado por un ser satánico llamado Sauron. El anillo otorga invisibilidad e inmenso poder a quien se lo pone, pero por haber sido diseñado mediante una energía maléfica, finalmente termina corrompiendo a quien lo lleva puesto.

De pronto estalla una guerra, en la cual Sauron es derrotado y le es arrebatado su Anillo Único. El rey victorioso quiere destruir el anillo, pero al final es seducido por su poder. Más tarde el rey es asesinado, y el anillo se pierde. Cuando finalmente lo encuentran, los hombres buenos ya conocen las consecuencias de su uso y se rehúsan a ponérselo. En vista de ello, deciden que Frodo, un hobbit (seres ficticios de una raza humanoide que habitan un universo también ficticio, según J. R. R. Tolkien), debe llevar el anillo a su lugar de origen, donde puede ser destruido. Dicho viaje está lleno de aventuras, mientras Frodo y sus amigos luchan contra los hombres malvados y ven a muchos caer bajo la seducción del poder del anillo. Éste simboliza la aceptación egoísta del poder y de la autoridad desenfrenada.

Tal como Salomón dijo, “nada hay nuevo debajo del sol” (Eclesiastés 1:9). Lucifer fue el primero en codiciar el poder absoluto y quiso derrocar a Dios. Eventualmente lideró una rebelión de ángeles que terminó en una humillante derrota, pero él y sus subordinados están ahora en la Tierra, tentando a la humanidad a seguir sus caminos.

Así se refiere la Biblia a Lucifer: “¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones. Tú que decías en tu corazón: subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo. Mas tú derribado eres hasta el Seol, a los lados del abismo” (Isaías 14:12-15).

Cuando Cristo todavía era hombre, Satanás le ofreció gobernar toda la Tierra (simbólicamente, esto equivalía a ponerse el “Anillo del Poder”), sin embargo, Jesucristo rechazó rotundamente su oferta.

Tal como Lucas 4:5-8 dice: “Y le llevó el diablo a un alto monte, y le mostró en un momento todos los reinos de la tierra. Y le dijo el diablo: A ti te daré toda esta potestad, y la gloria de ellos; porque a mí me ha sido entregada, y a quien quiero la doy. Si tú postrado me adorares, todos serán tuyos. Respondiendo Jesús, le dijo: Vete de mí, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás”.

Todos somos susceptibles de ser tentados por Satanás para que nos pongamos el “Anillo de Poder” y permitamos que nuestro egoísmo se apodere de nosotros. Satanás sabe que su poder aumenta en la medida que uno permite que algo lo corrompa, y se frustra cuando uno se rehúsa a dejarse vencer por él.

Dios creó a propósito la Tierra con grandes riquezas, para que el hombre ejerciera dominio sobre ellas y tuviera que administrarlas, para bien o para mal. Habría abundancia de tierras, petróleo, metales y piedras preciosas, que el hombre podría usar y compartir con generosidad, o acumular con avaricia. Dios creó grandes ríos y vastos océanos para permitir la navegación y proveer alimento y agua, y se propuso observar lo que la humanidad haría con ellos. También dotó a los seres humanos de fortaleza, inteligencia, belleza, sensualidad y carisma en diferentes grados, para ver qué harían con estos atributos tanto hombres como mujeres. ¿Serían utilizados para servir a otros, o para servirse a sí mismos?

Desafortunadamente, desde el tiempo de Adán y Eva muchos se han corrompido por codiciar “el fruto prohibido”, un símbolo que encaja bien con el Señor de los Anillos.

Hace varios meses atrás terminamos de celebrar la Pascua y los Días de Panes sin Levadura. Recordamos lo que Jesús hizo por la humanidad y vivimos siete días evitando todo producto leudado, consumiendo en vez pan sin levadura, que simboliza ser humildes y no estar inflados de vanidad, como también permitir que Cristo viva en nosotros. Esto nos enseña una lección: la de resistir los pecados de vanidad, orgullo, avaricia, codicia y envidia, que son manifestaciones de lo que es llevar puesto este anillo de señorío mundano.

Veamos ahora el contraste: lo que Cristo tiene para ofrecernos. Él no nos presenta un anillo mundano para corrompernos, sino que en vez, nos ofrece su toalla para servir a otros.

Él simbolizó la forma en que sirve a los demás tomando una toalla durante la Pascua. Juan dijo que Jesús “se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido . . . Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió. Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis” (Juan 13:4-17).

Para evitar caer en la tentación de tomar egoístamente el “anillo de señorío”, debemos:

1. Analizar los motivos por los cuales hacemos las cosas – ¿es para que otros nos vean y nos alaben, o lo hacemos de forma genuina ante Dios?

Como Pablo explica: “no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo, de corazón haciendo la voluntad de Dios; sirviendo de buena voluntad, como al Señor y no a los hombres, sabiendo que el bien que cada uno hiciere, ése recibirá del Señor, sea siervo o sea libre” (Efesios 6:6-8).

2. Contribuir humildemente en todo lo que podamos para agradar a Dios.

Cuando consideramos lo que Jesucristo hizo por todos nosotros, lo que hacemos para servir a Dios es muy insignificante en comparación, y por lo tanto, debemos mantenernos humildes.

Como Jesús dijo: “¿Quién de vosotros, teniendo un siervo que ara o apacienta ganado, al volver él del campo, luego le dice: Pasa, siéntate a la mesa? ¿No le dice más bien: Prepárame la cena, cíñete, y sírveme hasta que haya comido y bebido; y después de esto, come y bebe tú? ¿Acaso da gracias al siervo porque hizo lo que se le había mandado? Pienso que no. Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos” (Lucas 17:7-10).

3. No se avergüence de hacer tareas de menos importancia; tome la toalla de servicio y simbólicamente lave los pies de sus hermanos.

Pablo nos exhorta: “Sea puesta en la lista sólo la viuda no menor de sesenta años, que haya sido esposa de un solo marido, que tenga testimonio de buenas obras; si ha criado hijos; si ha practicado la hospitalidad; si ha lavado los pies de los santos;si ha socorrido a los afligidos; si ha practicado toda buena obra” (1 Timoteo 5:9-10, énfasis añadido).

Pero Dios el Padre y Jesucristo no nos están ofreciendo un anillo de poder y prestigio que terminará por corrompernos, sino que una toalla de servicio, la misma que ambos tomaron antes que nosotros.

Como dice Juan: “El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su hijo en propiciación por nuestros pecados. Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros” (1 Juan 4:8-11).

Dios el Padre y Jesucristo nos están ofreciendo un reino, pero uno muy distinto a los caminos de este mundo y su tentador anillo de poder. Debemos rechazar ese sistema de vida y convertirnos en cambio en los servidores reales de Dios, poniendo en práctica sus caminos ahora y tomando humildemente la toalla de Cristo.

Finalmente, quiero compartir un gráfico que muestra cómo la levadura de la doctrina falsa se infiltró en la iglesia tradicional. Este gráfico cubre 68 eventos claves que muestran cómo la doctrina falsa se diseminó por todo el cristianismo convencional. Cada hecho histórico está respaldado por su fuente correspondiente. Lo reduje a una sola página (por ambos lados), por si algunos desean doblarla y pegarla al final de su Biblia.