¡Adelante!: ¿Alzar nuestra voz o lamentarnos y llorar?

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¡Adelante!

¿Alzar nuestra voz o lamentarnos y llorar?

Mientras viajo con nuestro equipo del programa Beyond Todaya diferentes ciudades para las presentaciones de Estados Unidos: ¡El momento es ahora!, es aleccionador y maravilloso ver los rostros de nuevas personas cuando oyen el mensaje bíblico que advierte y al mismo tiempo anima a muchos.

A veces se nos pregunta acerca de nuestro “mensaje de advertencia”. ¿Cuál es ese mensaje? La Biblia claramente declara: “Porque no hará nada el Eterno el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas” (Amós 3:7). Poseemos ese precioso mensaje profético que los profetas bíblicos, apóstoles, e incluso Jesucristo mismo nos entregaron, el cual proclamamos con vigor hoy en día.

Pero nuestro mensaje de advertencia es mucho más que una descripción gráfica de los terribles eventos profetizados que ocurrirán. Nuestro mensaje de advertencia se enfoca en las consecuencias del pecado, el resultado colectivo de quebrantar o ignorar lo que Dios nos ha ordenado a todos. Pedro nos dice cuál es el resultado y propósito de la profecía bíblica: “Amados, esta es la segunda carta que os escribo . . . para que tengáis memoria de las palabras que antes han sido dichas por los santos profetas” (2 Pedro 3:1-2).

Nuestro mensaje de advertencia se centra en lo que actualmente ocupa el corazón y la mente de la humanidad. Es una advertencia en cuanto al pecado, en cuanto a las consecuencias de lo que pasa cuando el arrepentimiento es menospreciado y el pecado es recompensado.

Por lo tanto, preguntémonos: ¿Cuál es la voluntad de Dios en todo esto? Pedro nos dice que Dios no desea “que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9, énfasis nuestro en todo este artículo).

¿Qué significa esto?

Citando directamente a Jesús, el apóstol Pablo declaró: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Nosotros, quienes estamos en la Iglesia, somos parte de las primicias (Santiago 1:18), los primeros en ser llamados hijos de Dios. Como primicias, debemos proclamar y demostrar hoy el camino de vida de Dios, para que nuestros futuros hermanos y hermanas espirituales –literalmente miles de millones de personas– reciban una advertencia tangible y sean testigos de las terribles consecuencias de ignorar el propósito de Dios, muy específico y de amplio espectro, el cual Pablo describe como “todo el consejo de Dios” (Hechos 20:27).

Mientras predicamos “venga tu reino”, hablamos abiertamente de las horrendas cosas que han sido profetizadas para el futuro. Nuestra tarea es ardua y requiere que nos pongamos de pie y hablemos con voz clara, una voz que declare sin temor lo que ocurrirá y, aún más importante, por qué ocurrirá.

Pero aunque entreguemos este mensaje de advertencia, aunque observemos cómo el mundo se desmorona a nuestro alrededor, aunque millones clamen angustiosamente, también debemos llorar. El profeta Ezequiel registró esta notable profecía:
“. . . y le dijo el Eterno: Pasa por en medio de la ciudad, por en medio de Jerusalén, y ponles una señal en la frente a los hombres que gimen y que claman a causa de todas las abominaciones que se hacen en medio de ella” (Ezequiel 9:4).

La antigua Jerusalén ya había sido demolida, y Ezequiel era un judío cautivo en Babilonia cuando esto fue escrito, por lo que obviamente esta profecía se refiere a un tiempo posterior a 593-571 a. C.

No somos una “organización de predicciones”. Hay muchas organizaciones religiosas que solo se enfocan en la profecía como su misión principal.

Hemos sido bendecidos por Dios al poder descifrar cómo los eventos proféticos comienzan a encajar. Sin embargo, no debemos jactarnos por el hecho de “saber” lo que vaya o no a ocurrir, ya que esto no es lo que importa. Lo que sí importa es nuestro precioso entendimiento de por qué estas cosas están ocurriendo y cómo podemos compartir el enfoque de Dios frente a los eventos profetizados que se llevarán a cabo: “Tan cierto como que yo vivo, dice el señor Soberano, no me complace la muerte de los perversos. Solo quiero que se aparten de su conducta perversa para que vivan. ¡Arrepiéntanse! ¡Apártense de su maldad . . . ¿Por qué habrían de morir?” (Ezequiel 33:11, Nueva Traducción Viviente).

Cuando su ministerio en la Tierra llegaba a su fin, Jesús mismo reflexionó apasionadamente en cuanto a esta actitud: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!” (Mateo 23:37).

Sí, es devastador ver cómo nuestro mundo va de mal en peor. El Internet está inundado de sarcasmo inútil y cáustico por los resultados de la elección presidencial en Estados Unidos. La gente ataca a perfectos desconocidos por temas sociales en los medios de comunicación virtuales. Leemos acerca de la corrupción a los más altos niveles en Brasil, Siria, Venezuela, Rusia, Singapur y también Estados Unidos. Vemos a la gente burlándose y peleando.

¡Pero no debemos responder de la misma manera!

Nuevamente, tal como Pedro declaró, a medida que veamos la inminencia de los potenciales eventos proféticos, debemos “andar en santa y piadosa manera de vivir” (2 Pedro 3:11).

¿Nos lamentamos y lloramos por el camino que este mundo ha escogido? Veamos lo que Pablo nos dice cuando describe el patrón de conducta que se espera de nosotros:

“Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto” (Colosenses 3:12-14),

Así es, Dios le dio como misión a su Iglesia que proclamemos con estruendo su mensaje de advertencia. De hecho, en Isaías 58:1 leemos: “Clama a voz en cuello, no te detengas”. Pero al llevar a cabo tal proclamación, debemos hacerlo en el entendimiento de que hemos de llevar una “santa y piadosa manera de vivir” mientras nos lamentamos y lloramos por las abominaciones innecesarias que se han manifestado durante los últimos días de este presente siglo malo.  EC