Una pregunta bíblica crucial para el Presidente (y para usted)

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Una pregunta bíblica crucial para el Presidente (y para usted)

En los días del antiguo Israel, el rey tenía varios asesores en su corte que le aconsejaban como gobernar la nación, basándose para ello en la Palabra de Dios. Samuel guió a Saúl; Natán aconsejó a David, y el profeta Isaías reveló la voluntad del Eterno a Ezequías. Estos hombres de Dios eran voces independientes que representaban al Todopoderoso ante el rey.

El presidente de los Estados Unidos comenzó un nuevo mandato el 20 de enero de 2013. Si algunos siervos verdaderos de Dios, como Samuel, Natán o Isaías, pudieran entrar al Despacho Oval de la Casa Blanca, ¿qué tipo de preguntas bíblicas le formularían al mandatario norteamericano? ¿Qué interrogantes le plantearía yo, si se me encomendara esa tarea? ¿Qué le preguntaría usted?

Recordemos que Estados Unidos y otras naciones desarrolladas están enfrentando graves problemas. El momento de rendir cuentas comenzó justo después de la elección de noviembre. Déficits descontrolados, un explosivo aumento de los programas de ayuda social y una moral en franco deterioro están llevando a Estados Unidos a un momento crítico.

Las radiantes expectativas de mejoría y cambio se han desvanecido en el país del norte. Lo que el actual presidente prometió no se ha cumplido, y hoy en día el temor es una realidad muy tangible en la vida de los estadounidenses.

El resto del mundo observa atentamente las decisiones que toman los líderes de Estados Unidos. A pesar del enconado y generalizado resentimiento antiestadounidense, la mayoría de la gente sabe que lo que se decide en Washington impacta al mundo entero.

Por estas razones, tanto el presidente de los Estados Unidos como el resto de los líderes y primeros ministros del mundo podrían beneficiarse mucho si gobernaran basándose en la perspectiva bíblica.

La mayor amenaza a los Estados Unidos

Comencemos examinando una pregunta interesante que se les hizo a los dos candidatos presidenciales durante la pasada campaña electoral. A ambos se les preguntó: “¿Cuál es la mayor amenaza a la seguridad nacional estadounidense?” Sus respuestas no fueron ninguna sorpresa. Veamos lo que ellos identificaron como posibles peligros.

En primer lugar, los dos presidenciables mencionaron la tensión existente en el Medio Oriente desde el inicio de la “primavera árabe” en el año 2011. Egipto está pasando por profundos cambios, ya que los fundamentalistas musulmanes intentan imponer la ley islámica. Libia y Siria están en permanente conflicto, y esto amenaza la estabilidad de los otros estados de la región.

En segundo lugar, señalaron la carrera nuclear y armamentista iniciada por Irán. Ningún dirigente respetable cree que un Irán equipado con armas nucleares sea auspicioso para la estabilidad de la región o del mundo. Por lo menos ese es el caso de Israel, que ya ha sido amenazado con la extinción por parte de los líderes iraníes.

El ascenso de China como poder económico y militar acapara los primeros lugares en cualquier listado de amenazas. Estados Unidos le debe a China miles de millones de dólares, y además esta potencia asiática está desafiando la prolongada supremacía estadounidense en Asia.

Finalmente, los candidatos se refirieron a la deuda estadounidense de $16 billones como a una situación altamente peligrosa, que amenaza seriamente la seguridad nacional. Y no cabe duda de que así es, porque hasta las naciones más poderosas pueden gastar de manera tan desmedida, que se ven obligadas a declararse en bancarrota.

Estas amenazas son muy preocupantes, pero ninguna es un peligro real en sí misma. De hecho, todas son síntomas de un riesgo aún mayor, que ningún líder ha identificado.

El peligro más inminente para la seguridad estadounidense, y para cualquier otra nación, no se menciona en ningún medio de comunicación.

¿De qué peligro estamos hablando? La respuesta está registrada en un libro que se encuentra muy cerca de cada presidente de los Estados Unidos: la Palabra de Dios, la Santa Biblia.

Esto podría parecerles absurdo a muchos, y fácilmente desecharían la Biblia como solución eficaz a los problemas de seguridad nacional. Dirían que este libro no tiene nada que ofrecer para sacarnos del embrollo en que estamos metidos. ¿De veras? ¿Podrían ellos indicarme entonces dónde encontrar la ayuda y guía que necesitamos actualmente? ¿Por qué no volcarnos a la Biblia y hacerles al presidente y a cada líder mundial algunas preguntas directas? Esto podría ser incómodo tanto para nosotros como para ellos, pero tal enfoque sería el comienzo del sendero que conduce a las soluciones.

Cada presidente estadounidense hace un juramento con su mano sobre la Biblia al asumir el mando. La costumbre comenzó con George Washington y continúa hasta nuestros días. ¿Por qué, entonces, no abrir este importante libro y leerlo? Sus páginas nos revelan cuál es la mayor amenaza a la seguridad nacional, no solo de los E.E.U.U., sino también de todas las demás naciones modernas.

El estado moral del país

La mayor amenaza a la seguridad nacional es fácilmente identificable en la Biblia. Se trata de los pecados de usted, de los míos y de los de nuestra nación. La mayor amenaza es el estado moral del país.

Revisemos Deuteronomio 28. En este capítulo, uno de los grandes líderes nacionales de la antigüedad, Moisés, recordó el pacto o acuerdo más importante jamás hecho por un pueblo soberano.

Cuarenta años antes, los padres de esta generación se habían parado sobre el Monte Sinaí y habían hecho un pacto con Dios para vivir de acuerdo a sus leyes, los Diez Mandamientos, como fundamento de su gobierno civil y religioso. Ningún otro pacto entre naciones ha podido imitar la simplicidad, belleza y justicia representada en estos estatutos. Los israelitas prometieron obedecer y adorar a Dios, y él a cambio prometió bendecirlos y protegerlos como su pueblo escogido. “Haremos todas las palabras que el Eterno ha dicho” (Éxodo 24:3).

Aquí, en Deuteronomio 28, Moisés repasa los términos de dicho acuerdo. Veamos lo que él dice y extraigamos de sus palabras algunas preguntas vitales para el mundo de hoy.

“Acontecerá que si oyeres atentamente la voz del Eterno tu Dios, para guardar y poner por obra todos sus mandamientos que yo te prescribo hoy, también el Eterno tu Dios te exaltará sobre todas las naciones de la tierra” (Deuteronomio 28:1).

He aquí la promesa de seguridad nacional, no solo para Israel, sino para cualquier nación que obedezca y adore al Dios de Abraham. Dios deseaba que Israel fuera una nación especial sobre la Tierra y que las otras naciones siguieran su ejemplo.

Ninguna otra nación sería gobernada por las leyes de Dios. Como los israelitas prosperarían debido a las bendiciones, atraerían la atención de otros que querrían imitarlos y ser bendecidos de la misma manera (Deuteronomio 4:5-9). Todos los demás vendrían a Israel a aprender su “secreto”, y a conducirse como lo hacía esta nación.

Continuando en Deuteronomio 28:2, leemos: “Y vendrán sobre ti todas estas bendiciones, y te alcanzarán, si oyeres la voz del Eterno tu Dios”.

¿Qué tipo de bendiciones tendríamos si obedeciéramos a Dios? La lista continúa en Deuteronomio. Pero observemos cuidadosamente por qué y cómo vienen esas bendiciones: por la obediencia a la voz de Dios, a sus mandamientos y enseñanzas.

En la actualidad, la idea de obedecer a Dios como parte del carácter de una nación parece algo arcaico y pasado de moda. No obstante, la nación de Estados Unidos fue fundada sobre principios estrictamente bíblicos. Como dijo John Adams, el segundo presidente de los Estados Unidos: “Nuestra Constitución fue hecha exclusivamente para un pueblo religioso y de buenos principios morales. Es totalmente inadecuada para cualquier otro tipo de gobierno”.

Los padres fundadores de esta nación entendían que la lealtad a los Diez Mandamientos era una forma de hacer que la Constitución funcionara dentro de la sociedad. A pesar de que los Diez Mandamientos no fueron incluidos en dicho documento, no hay duda de que sus artífices, hombres que leían la Biblia, sabían el tipo de carácter moral que se requería para que su nación prosperara. El carácter de las personas debía estar en armonía con la ley espiritual de Dios.

La magnífica ley de Dios

Detengámonos por un momento y meditemos sobre los Diez Mandamientos. Se ha dicho, con mucha razón, que se trata de los “Diez Mandamientos” y no de las “diez sugerencias”. Jamás se ha promulgado una ley superior a ésta, que entrega las pautas para que el hombre se gobierne de manera colectiva e individual. Aplicados en su conjunto, estos mandamientos son una brújula moral para nosotros, la base para una forma de vida capaz de crear un mundo moral y justo. Si cada uno de nosotros se comprometiera a vivir según estas leyes y buscara la ayuda de Dios para hacerlo, el mundo mejoraría radicalmente.

Debemos examinar el significado de estas leyes y hacer de ellas una parte productiva y positiva de nuestra vida. La obediencia a ellas encierra la clave para la seguridad de las naciones. En Deuteronomio se describen las bendiciones prometidas por obedecer los mandamientos de Dios. Vea cómo coinciden con algunos de los graves problemas nacionales que enfrentamos hoy.

“Bendito serás tú en la ciudad, y bendito tú en el campo. Bendito el fruto de tu vientre [hijos], el fruto de tu tierra, el fruto de tus bestias, la cría de tus vacas y los rebaños de tus ovejas. Benditas serán tu canasta y tu artesa de amasar. Bendito serás en tu entrar, y bendito en tu salir” (Deuteronomio 28:3-6).

Esta sección describe los resultados generales y específicos de una estructura social enraizada en la ley espiritual de Dios. El versículo 3 habla acerca de una vida buena y ordenada para todos y de un entorno pacífico y tranquilo donde las personas tienen acceso a la vida, la libertad y la felicidad que buscan. Medite sobre ello.

En la Declaración de Independencia de los Estados Unidos está escrito lo siguiente: “Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.

Esto es exactamente lo que Dios prometió en la Biblia, donde él nos muestra el camino a una existencia feliz, en que las personas puedan trabajar y dar una buena calidad de vida a sus familias.

Pero todo ello comienza con una sólida base moral fundamentada en la ley espiritual de Dios. Pregúntese qué es lo que quiere en la vida. Si usted es como la mayoría, ansía tener buena salud y una vida feliz, pacífica y segura, libre de temores y culpas; libre de todas las inseguridades personales e íntimas que acompañan la experiencia humana. En resumen, ¡usted quiere ser feliz!

En una sesión de consejería que tuve con cierta persona, me di cuenta de que ella estaba luchando contra la infelicidad de toda una vida. “¡Todo lo que quiero de esta vida es ser feliz!”, me gritó. “¡Quiero que Dios, o alguien más, me saque esta tristeza y me haga feliz!”.

Llegué a la conclusión de que nadie puede hacer feliz a una persona si ésta no camina con Dios según el pacto de Deuteronomio: “porque obedeces la voz del Eterno tu Dios”.

El carácter moral impacta directamente la seguridad nacional

Deuteronomio 28:7 nos dice que una de las bendiciones de obedecer a Dios será que “el Eterno derrotará a tus enemigos que se levantaren contra ti; por un camino saldrán contra ti, y por siete caminos huirán de delante de ti”.

Esta promesa se relaciona directamente con la seguridad nacional. En el convulsionado y violento mundo del siglo pasado, Estados Unidos ha sido defensa y garante de la libertad para muchas naciones. En el siglo veinte, las tropas estadounidenses fueron dos veces a Europa para ayudar a liberar ese continente. Durante la Guerra Fría, el ejército de los Estados Unidos detuvo la expansión del totalitarismo soviético. En la actualidad, las fuerzas navales estadounidenses protegen las aguas oceánicas y permiten que el comercio global prospere.

Sin embargo, el terrorismo continúa socavando la seguridad mundial. Las amenazas de un Medio Oriente nuclearmente armado proyectan una sombra de gran temor en todo el mundo.

¿Qué hay detrás de la maldad y los interminables conflictos mundiales que conducen a la guerra y el sufrimiento? ¿No será que estos problemas derivan de una causa mucho más profunda, que no estamos dispuestos a admitir?

Dios predice que si una nación obedece su ley, sus enemigos huirán por siete caminos. ¿Sucede esto en la actualidad, cuando vemos terroristas atacando impunemente a diplomáticos estadounidenses en Libia? Obviamente, no.

Lo que Dios nos dice aquí es que el carácter moral de un pueblo está directamente relacionado con su seguridad nacional. En otras palabras, él nos enseña que usted y yo tenemos algo que ver con la seguridad de nuestra nación. Efectivamente, mi carácter, el de usted, el de su vecino y el de todos, donde sea que vivamos, incide en la paz y la seguridad de nuestro país. Es tiempo de hablar francamente acerca de este tema y de que cumplamos con la responsabilidad personal que tenemos ante nuestro Creador.

El carácter cuenta

En el capítulo 7 del libro de Josué hay un relato que ilustra la responsabilidad social que tiene cada uno de nosotros. Probablemente usted está familiarizado con la historia de Jericó, sin embargo, lo que la mayoría no sabe es lo que ocurrió después de este hecho.

Josué envió una reducida fuerza de ataque contra otro pueblo más pequeño, llamado Hai. Sin embargo, en vez de obtener una victoria fácil, sus hombres fueron emboscados: 36 murieron, y todos los demás huyeron aterrorizados, completamente derrotados. Lo que en apariencia iba a ser un triunfo aplastante, se había convertido en un humillante desastre.

Josué y sus hombres estaban aterrados y descorazonados. “¿Cómo pudo pasar algo así?”, se preguntaban. “Somos más grandes y poderosos. ¿Cómo pudimos ser derrotados?” Lógicamente, estaban muy preocupados sobre cómo resolver esta grave amenaza a su seguridad.

Pero la respuesta no tenía que ver con la fuerza física. El problema residía en el carácter moral de este pueblo. Dios permitió esta derrota para exponer un pecado que, de seguir oculto, contagiaría a toda la nación durante generaciones. Dios tenía que sacarlo a la luz sin más demora, y esta historia encierra un mensaje muy aleccionador para nosotros en la actualidad. Si no grabamos en nuestros corazones esta lección ni la tomamos en serio, la seguridad nacional de nuestros países está en serio peligro.

Pero, ¿cuál fue ese pecado que amenazaba a Israel? Fue el quebrantamiento del octavo mandamiento: “No hurtarás” (Éxodo 20:15). Un hombre llamado Acán había violado las leyes de Dios en relación a la guerra, robando de entre las ruinas de Jericó oro y otras cosas y desobedeciendo el explícito mandato de Dios de quemar y destruir la ciudad y todo lo que en ella había.

Acán se había encontrado con un tesoro y mientras nadie miraba, lo tomó y ocultó dentro de su hogar. Nadie sabía que él tenía ese botín, excepto Dios. Pero el Todopoderoso no iba a permitir que el pecado de la avaricia y el hurto tuvieran cabida dentro de su pueblo.

Tal vez usted diga: “No es justo; al fin y al cabo, todos robamos alguna vez y nadie es perfecto”. Y tiene toda la razón: muchas personas roban, aunque sean cosas insignificantes.Y por eso mismo es que esta historia se encuentra en la Biblia. Ella encierra una lección crucial para que nosotros aprendamos cómo conducirnos honestamente.

El pecado —el quebrantamiento de la ley espiritual de Dios, los Diez Mandamientos— es parte intrínseca del carácter de todas las naciones del mundo. Debido a esto, tenemos un mundo en conflicto que sufre las consecuencias de quebrantar la perfecta ley de Dios. El Eterno exige que las naciones que dicen honrarlo y representarlo se conduzcan según los estándares establecidos en su ley.

La historia de Acán sobre el pecado oculto y cómo Dios retuvo sus bendiciones como consecuencia de ello, nos enseña exactamente lo que leemos en Deuteronomio: si lo honramos y obedecemos, nuestros enemigos huirán por siete caminos; pero si lo deshonramos y desobedecemos, si pisoteamos su ley y pretendemos ser algo que no somos, el resultado será confusión, sufrimiento y amenazas. Usted y yo sí tenemos un rol importante en la seguridad nacional de nuestro país.

¿Qué significa todo esto para nosotros?

Dios tiene una pregunta que hacernos. ¿Dejaremos de pecar? ¿Comenzaremos a obedecer los Diez Mandamientos y a seguir su camino de vida?

Estas preguntas encierran el mensaje principal de todos los profetas bíblicos, comenzando con Moisés en Deuteronomio. Cada uno de nosotros tiene la responsabilidad ante Dios de vivir de acuerdo a su ley, que debe ser el centro de toda cosa buena que queramos hacer en la vida.

¿Cuál es la mayor amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos y del mundo en general? Es el carácter moral de las personas. A nosotros nos toca decidir qué tipo de personas queremos ser ante nuestro Creador y Juez del mundo.

Nuestro carácter nacional, la fibra moral de las personas, es crucial para recibir la bendición y la protección de Dios. Estados Unidos tiene el potencial de ser un pueblo bueno y grandioso, pero necesita un examen cuidadoso bajo la lupa de la ley de Dios. ¿Es realmente Estados Unidos una nación bajo Dios? ¿Lo es Gran Bretaña? ¿Canadá? ¿Australia? ¿El Estado de Israel o cualquier otra nación del mundo? Estas son preguntas bíblicas para el presidente, los primeros ministros y nosotros.

Si una nación coloca en su moneda la frase “En Dios Confiamos”, como es el caso de Estados Unidos, pero se rehúsa a obedecer y confiar en Dios, ¿cómo puede esperar que él le ofrezca su protección y bendición? Esta es otra pregunta bíblica para el presidente y para nosotros.

Los problemas mencionados por nuestros líderes como amenazas a la seguridad nacional son solo síntomas de un conflicto mucho mayor. El carácter moral de la nación se ha paralizado debido a que ésta no ha respetado los acuerdos del pacto con Dios según se describe en Deuteronomio. La promesa de Dios de otorgarnos seguridad nacional si lo seguimos, es la base para la única relación válida entre Dios y cualquier nación, en cualquier época de la historia. Si no se cumple el pacto, hay consecuencias. ¡No debe extrañarnos, entonces, la gran cantidad de peligros que amenazan nuestra seguridad nacional y personal!

Reiteramos, la mayor amenaza a la seguridad nacional de Estados Unidos y de los demás países es la condición espiritual y moral de sus habitantes ante Dios. Cuando violamos sus mandamientos y las condiciones de su pacto, sufrimos las consecuencias.

Estamos acercándonos rápidamente al momento en que cada nación tendrá que enfrentar este tema. Sin embargo, usted y yo no tenemos que seguir por este peligroso camino que el mundo está tomando. Podemos cambiarlo, buscar a Dios y obedecer y disfrutar de las más grandes bendiciones. BN