¿Existió Jesucristo realmente?

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¿Existió Jesucristo realmente?

¿Fue Jesús de Nazaret una persona de carne y hueso? ¿Existió verdaderamente? ¿Son ciertas o no las historias que se escribieron acerca de él en la Biblia? Estas preguntas son indudablemente muy importantes, ¡y es crucial que usted descubra las respuestas!

Algunos arguyen que Jesús no pudo haber existido porque no hay registros históricos del primer siglo que lo mencionen. Pero en realidad sí se han escrito biografías contemporáneas de él: cuatro, de hecho, y todas por diferentes autores. Se llaman “los evangelios”, y se encuentran en la Biblia.

Sin embargo, ello no es suficiente para quienes están decididos a no creer en Jesucristo; tales personas insisten en que necesitan más: exigen registros escritos por historiadores del primer siglo que no eran seguidores de Jesús.

Pero al hacerlo, exigen estándares con los cuales muy pocos personajes históricos del mundo antiguo podrían haber cumplido. Después de todo, muy pocos relatos del primer siglo han sobrevivido, y básicamente las únicas obras casi completas de aquel tiempo son un manual sobre agricultura, una comedia de un amigo de uno de los emperadores, y unas cuantas obras misceláneas — ninguna de las cuales tendría por qué incluir alusiones al cristianismo o a Jesucristo.

Historias romanas que mencionan a Jesucristo y al cristianismo

No obstante, los historiadores están bien enterados de unas cuantas obras romanas no cristianas del segundo siglo que sobrevivieron y que sí mencionan a Jesucristo y al cristianismo. Estas incluyen:

Vidas de los doce césares, por Cayo Suetonio Tranquilo, funcionario de la corte romana y secretario en jefe del emperador Adriano, escrita alrededor de 120 d. C.

Cartas de Plinio el Joven, oficial del gobierno romano en la zona norcentral de Turquía, escritas alrededor de 120 d. C.

Anales, por el historiador romano Tácito, escrita alrededor de 115 d. C.

Además de estos, Josefo, el famoso historiador judío del primer siglo, escribió acerca de Jesús y otros personajes mencionados en los evangelios. Nos referiremos a ellos más adelante.

Los seguidores de “Chrestus”, expulsados de Roma

Cayo Suetonio Tranquilo (comúnmente conocido como Suetonio) escribió alrededor de 120 d. C. que el emperador Claudio “desterraba a los cristianos de Roma, porque provocaban continuos conflictos. Chrestus [Cristo] era su líder” (Vidas de los doce césares: Vida de Claudio).

Claudio reinó desde 41 a 54 d. C. En aquel momento de la historia los romanos no veían ninguna diferencia entre los judíos y los cristianos, ya que ambos practicaban y creían más o menos las mismas cosas, así que aparentemente Claudio los expulsó a todos.

Lo más significativo del breve comentario de Suetonio, hecho al pasar, es que algunos judíos en Roma se habían convertido en seguidores de “Chrestus”, que parece ser el nombre mal deletreado de “Christus”, la forma latinizada de “Cristo”. Así, vemos que alrededor del año 50 d. C. ya había una cantidad considerable de cristianos en Roma, y esto estaba provocando conflictos con las autoridades romanas, aunque no sabemos exactamente por qué.

Esta expulsión de los judíos de Roma se menciona en la Biblia, en Hechos 18:2: “Y [Pablo] halló a un judío llamado Aquila, natural del Ponto, recién venido de Italia con Priscila su mujer, por cuanto Claudio había mandado que todos los judíos saliesen de Roma. Fue a ellos”.

Es muy interesante ver la estrecha correlación entre esta breve mención con lo que ya leímos en el libro de Hechos. En el capítulo 2 de este mismo libro encontramos el relato de la fundación de la Iglesia, aproximadamente en 31 d. C. Ahí leemos que había “visitantes llegados de Roma” (v. 10, Nueva Versión Internacional) entre quienes presenciaron los milagrosos acontecimientos descritos en Hechos 2:6-12. En aquella ocasión, gente que hablaba múltiples idiomas y dialectos y que provenía de más de doce lugares del Imperio romano, escuchó a los apóstoles “hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios”.

No se nos dice explícitamente cuándo aparecieron los primeros cristianos en Roma, pero no es difícil imaginar que algunos de los que estaban en Jerusalén durante aquel Pentecostés llevaron las asombrosas noticias a Roma, de donde se difundieron entre los judíos y los prosélitos judíos que allí residían. Esto condujo a la expulsión de judíos y cristianos de Roma décadas más tarde.

¿Cómo podían lidiar con los cristianos que no adoraban al emperador como a una divinidad?

Alrededor de 120 d. C., Plinio el Joven, un funcionario del gobierno romano que trabajaba en la zona norcentralde Turquía, le solicitó por escrito al emperador Trajano que le aconsejara cómo lidiar con los cristianos que se negaban a venerar la imagen del emperador romano. Plinio le hizo notar que estos cristianos se reunían regularmente y que cantaban himnos “a Cristo como si fuera un dios” (Cartas 10:96:7).

Dos hechos muy notables saltan a la vista inmediatamente en esta breve mención de los cristianos y el cristianismo: primero, en el norte de Asia Menor había un considerable número de seguidores de Jesucristo, menos de cien años después de su muerte. Segundo, estas personas se congregaban y cantaban himnos a Cristo “como si fuera un dios”.

El primer antecedente es muy relevante, porque este es exactamente el patrón que vemos una y otra vez en el libro de los Hechos: algunos de los primeros maestros cristianos, como Pablo, Barnabás y Apolo, iban de ciudad en ciudad en Asia Menor (la moderna Turquía) y Grecia, proclamando la divinidad y resurrección de Jesucristo y que la salvación solo era posible por medio de él. En ocasiones se encontraban con gran hostilidad; en otras, con un público receptivo, y el cristianismo comenzó a crecer de manera lenta pero segura, a menudo en medio de gran persecución.

El segundo hecho es destacable porque el mensaje de Plinio al emperador muestra que los cristianos con los cuales había tenido contacto consideraban a Cristo como un ser divino. La correspondencia entre ambos revela que las creencias de sus seguidores eran tan firmes, ¡que algunos se rehusaban a renegar de ellas incluso a riesgo de ser castigados con tortura y muerte!

Como ya dijimos, este es el patrón que vemos reiteradamente en el libro de los Hechos — personas tan firmemente convencidas de que Jesucristo era una persona real que había vivido, muerto y resucitado, que estaban dispuestas a morir en vez de renunciar a
tal creencia.

“Christus . . . sufrió el castigo máximo durante el reinado de Tiberio a manos de . . . Poncio Pilato”

La información más completa que tenemos de parte de un escritor romano de este periodo proviene de Publio Cornelio Tácito, un senador e historiador romano que nació alrededor de 56 d. C. y escribió sus obras en la primera parte del segundo siglo. En su calidad de historiador describió el devastador incendio en Roma en 64 d. C., durante el reinado del emperador Nerón. Note lo que él agrega en un comentario pasajero acerca de la culpa atribuida a los cristianos por Nerón, quien los acusó de haber provocado el incendio:

“En consecuencia, para apagar los rumores [de que el mismo Nerón había iniciado el incendio para expandir sus propiedades], Nerón adjudicó la culpa e infligió las más atroces torturas a una clase odiada por sus abominaciones, llamados ‘cristianos’ por el populacho. Christus, del cual derivaban su nombre, sufrió la pena máxima durante el reinado de Tiberio a manos de uno de nuestros procuradores, Poncio Pilato, y una abominable superstición, que se había logrado mantener a raya hasta entonces, reapareció con fuerza no solo en Judea, la fuente principal del problema, sino también en Roma . . .”

¿Qué aprendemos de este relato del historiador Tácito en cuanto a las condiciones en Roma en 64 d. C.? Tome en cuenta que Tácito no era amigo de los cristianos, y que los consideraba despreciables.

Había un grupo en Roma en aquel tiempo –apenas tres décadas después de la resurrección de Jesucristo– al que se conocía como “cristianos”.

Se les dio el nombre de “cristianos” debido a alguien llamado “Christus” (la versión latina de “Christo”).

Su líder, “Christus”, fue ejecutado durante la administración del procurador Poncio Pilato (26-32 d. C.) y el gobierno del emperador Tiberio (14-37 d. C.).

Los romanos pensaban que los cristianos creían en “una abominable superstición”.

Los cristianos eran “odiados por sus abominaciones”.

Su movimiento se había originado en Judea (la Tierra Santa) y desde allí se difundió a Roma.

Para el año 64 d. C. ya había una “gran multitud” de cristianos en Roma.

Una vez más, esto es extraordinario porque corrobora exactamente lo que leemos en los evangelios y en el libro de Hechos (incluyendo el marco cronológico de la crucifixión de Cristo durante el gobierno de Tiberio y Poncio Pilato, Lucas 1:2).

¿Cuál era esta “abominable superstición” en la cual creían los cristianos? Tácito no lo aclara. ¿Pudo haber sido que un hombre había sido ejecutado mediante crucifixión y se había levantado de entre los muertos? ¿O que los cristianos creían que ellos mismos serían resucitados de entre los muertos? ¿O que su líder “Christus” vendría nuevamente como Rey de un reino que reemplazaría a Roma y gobernaría sobre todo el mundo?

No lo sabemos, pero la afirmación de Tácito de que este movimiento estaba enraizado en una “abominable superstición” es bastante llamativa, especialmente porque los romanos, con su gran variedad de creencias religiosas paganas, aceptaban casi cualquier cosa, ¡excepto la resurrección de los muertos!

Josefo menciona a Juan el Bautista

Demos un vistazo ahora a otro escritor no cristiano: el famoso historiador judío Flavio Josefo. Él escribió Guerra de los Judíosy Antigüedades de los Judíos a finales del segundo siglo. En Antigüedades de los Judíos, Josefo se refiere a muchas personas mencionadas en el Nuevo Testamento, incluyendo a Jesús, Juan el Bautista y Santiago, el medio hermano de Jesús.

Josefo nació en una familia de sacerdotes en 37 d. C. Era bien educado y, como comandante militar, lideró un destacamento en Galilea durante la sublevación judía en los años 66-70, hasta que fue capturado por los romanos. Al final de la guerra se fue a Roma con el general romano Tito, donde vivió y escribió hasta su muerte, ocurrida aproximadamente en el año 100 d. C.

Esto es lo que Josefo escribe acerca de Juan el Bautista y de quien lo condenó a morir, Herodes Antipas:

“Algunos judíos creyeron que el ejército de Herodes había perecido por la ira de Dios, sufriendo el condigno castigo por haber muerto a Juan, llamado el Bautista. Herodes lo hizo matar, a pesar de ser un hombre justo que predicaba la práctica de la virtud, incitando a vivir con justicia mutua y con piedad hacia Dios, para así poder recibir el bautismo . . . 

“Hombres de todos lados se habían reunido con él, pues se entusiasmaban al oírlo hablar. Sin embargo, Herodes, temeroso de que su gran autoridad indujera a los súbditos a rebelarse, pues el pueblo parecía estar dispuesto a seguir sus consejos, consideró más seguro, antes de que surgiera alguna novedad, quitarlo de en medio, de lo contrario quizá tendría que arrepentirse más tarde, si se produjera alguna conjuración.

“Es así como por estas sospechas de Herodes fue encarcelado y enviado a la fortaleza de Maquero, de la que hemos hablado antes, y allí fue muerto. Los judíos creían que en venganza de su muerte, fue derrotado el ejercito de Herodes, queriendo Dios castigarlo” (Antigüedades de los Judíos, libro 18, cap. 5, sección 2).

Otra vez, este relato tiene estrecha relación con lo que leemos acerca de Juan en los evangelios. Mateo 3:1-10; Marcos 1:1-6 y Lucas 3:1-14 mencionan la popularidad de Juan y su mensaje de arrepentimiento, tal como décadas más tarde lo registrara Josefo. Y Mateo 14:3-12 describe la escena en el palacio de Herodes cuando Juan fue ejecutado por orden de Herodes.

Josefo habla de Santiago, “hermano de Jesús, que se llamó Cristo”

Además de varios gobernantes y miembros de la familia del sumo sacerdote mencionados en los evangelios (y confirmados mediante hallazgos arqueológicos), Josefotambién se refiere a Santiago, el medio hermano de Jesucristo:

“Siendo Anán de este carácter, aprovechándose de la oportunidad, pues Festo había fallecido y Albino todavía estaba en camino, reunió el sanedrín. Llamó al hermano de Jesús que se llamó Cristo; su nombre era Jacobo [Santiago] y con él hizo comparecer a varios otros. Los acusó de ser infractores a la ley y los condenó a ser apedreados” (Antigüedades, libro 20, cap. 9, sección 1).

Este mismo Santiago es el autor del libro de la Biblia que lleva su nombre. Y aunque era medio hermano de Jesús (ambos hijos de María), inicialmente no creía en su mesiazgo (Juan 7:5), pero después de la muerte y resurrección de Cristo fue uno de los que se reunieron en Jerusalén durante la Fiesta de Pentecostés cuando fue fundada la Iglesia (Hechos 1:14).

Por lo tanto, aquí tenemos tres prominentes personajes del Nuevo Testamento mencionados posteriormente por un historiador judío, en el mismo siglo: Juan el Bautista, el apóstol Santiago y su medio hermano Jesús, quien también era conocido como Cristo o el Mesías. ¿Dice Josefo algo más acerca de Jesús?

Josefo se refiere a Jesucristo

Note lo siguiente(con partes destacadas en negritas para el análisis que sigue a continuación):

“Por aquel tiempo existió un hombre sabio, llamado Jesús, si es lícito llamarlo hombre, porque realizó grandes milagros y fue maestro de aquellos hombres que aceptan con placer la verdad. Atrajo a muchos judíos y muchos gentiles. Era el Cristo. Delatado por los principales de los judíos, Pilatos lo condenó a la crucifixión. Aquellos que antes lo habían amado no dejaron de hacerlo, porque se les apareció al tercer día resucitado; los profetas habían anunciado éste y mil otros hechos maravillosos acerca de él. Desde entonces hasta la actualidad existe la agrupación de los cristianos” (Antigüedades, 18:3:3).

Aunque muchos de los eruditos ponen en duda este pasaje o partes de él, el historiador griego Eusebio lo citó tal como aparece más arriba en fecha tan temprana como 315 d. C., y aparece de la misma manera en todos las copias más antiguas de las obras de Josefo que han sobrevivido.

Pero las partes en negritas parecen muy extrañas viniendo de un escritor judío que aparentemente no era cristiano. La mayoría de los eruditos están de acuerdo en que las secciones en negritas fueron añadidas en algún momento en los siglos segundo o tercero por un escriba que copió el escrito, lo que quiere decir que estas porciones no son palabras auténticas de Josefo. Una versión en idioma árabe de esta porción de los escritos de Josefo, que aparentemente se preservó en su forma más original, parece confirmar esta perspectiva. Dice así:

“En este tiempo existió un hombre de nombre Jesús. Su conducta era buena y era considerado virtuoso. Muchos judíos y gente de otras naciones se convirtieron en discípulos suyos. Los convertidos en sus discípulos no lo abandonaron. Relataron que se les había aparecido tres días después de su crucifixión y que estaba vivo. Según esto fue quizá el Mesías de quien los profetas habían contado maravillas”.

Esto deja fuera las partes aparentemente agregadas más tarde: los milagros que hizo Jesús; que él era el Mesías profetizado por los profetas (solo dice que otros creían que lo era); y que había resucitado de entre los muertos (dice que esto era una simple declaración). Pareciera ser que este manuscrito en idioma árabe fue copiado de lo que Josefo escribió originalmente, antes de que un escriba agregara sus propias ideas al texto. La mayoría de los eruditos que han analizado esto creen que Josefo escribió el párrafo que citamos de Antigüedades acerca de Jesús [sin las secciones en negritas], y que un escriba posteriormente insertó sus propias creencias cristianas en el relato de Josefo.

Pero comoquiera que haya sido, aquí, en el texto más extenso que se preservó sobre la historia de Judea, ¡tenemos la confirmación de la existencia de Jesús y también de Juan el Bautista y Santiago, el medio hermano de Jesús!

También tenemos la ratificación de los puntos claves de los evangelios y del libro de Hechos: que Jesús era un hombre sabio y virtuoso, al cual tanto judíos como gentiles decidieron seguir como su Mesías, que fue crucificado bajo la administración de Poncio Pilato y que, según se decía, había resucitado y se había aparecido a sus seguidores tres días después de su muerte.

¡Aquellos que niegan la existencia de Jesucristo deben explicar no solo las referencias específicas que se hacen de él, sino también las aseveraciones de los historiadores que corroboran los temas y hechos claves de los evangelios y el libro de Hechos!

Sí, Jesús efectivamente vivió, pero ¿qué hay de lo que él dijo?

La Biblia, que afirma ser la Palabra inspirada de Dios, dice que Jesús vivió, murió y volvió nuevamente a vivir, que era el Hijo divino de Dios y Dios en la carne. Se puede demostrar que la Biblia es un compendio histórico auténtico y preciso, que relata las vidas de personas que realmente vivieron y caminaron con Dios y también sucesos que ocurrieron en la forma y el tiempo descritos (para más detalles, lea nuestro folleto gratuito ¿Se puede confiar en la Biblia?).

Como hemos vistoen otras obras de autores muy antiguos, ellos atestiguan que Jesús existió y que en efecto fue un personaje histórico que vivió en el primer siglo. Tanto la historia como la tradición reafirman esta verdad. La siguiente pregunta obvia es: ¿Fue Jesús en realidad quien dijo ser? En otras palabras, ¿fue Jesús Dios? ¿Fue Dios en la carne?

El famoso teólogo británico C. S. Lewis dijo: “Tienen que elegir: o este hombre era, y es, el Hijo de Dios; o un loco, o algo peor. Pueden encerrarlo como a un loco; pueden escupirlo y matarlo como a un demonio; o pueden caer a Sus pies y llamarlo Señor y Dios. Pero no vengamos con tonterías condescendientes de que Él era un gran maestro humano. No nos dejó abierta esa posibilidad. No tenía ninguna intención de hacerlo” (Mero Cristianismo, libro segundo, p. 50, versión en línea).

Los testigos de la vida, muerte y resurrección de Jesús en el primer siglo dicen que él era Dios. O era, o no lo era. (Asegúrese de leer “¿Quién fue Jesús”, comenzando en la página 10).

¿Por qué Jesús tuvo que existir como hombre?

Todo esto nos lleva a una importante pregunta: ¿Por qué Jesús tuvo que vivir como hombre? ¿Por qué Aquel que la Escritura identifica como “el Verbo”, y que era Dios y estaba con Dios (Juan 1:1), tuvo que convertirse en Jesús de Nazaret, hecho de carne y sangre? La respuesta a esta pregunta es muy poco conocida, pero abre la puerta a otra dimensión para entender la naturaleza esencial de Dios y su propósito para crear vida humana aquí en la Tierra.

Comencemos con lo que sabemos acerca del Verbo. El punto de inicio se encuentra en los escritos del apóstol Juan. Juan 1:1 dice: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era [estaba] con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella” (Juan 1:1-5, énfasis nuestro en todo este artículo).

Este pasaje nos dice que antes de que Jesús viniera en la carne, estaba con Dios desde el principio. Todas las cosas fueron hechas por medio de él, y era Dios. El Ser que se convirtió en Jesucristo, llamado aquí “el Verbo”, estaba compuesto de la misma esencia de Dios, lo cual significa que era un espíritu divino; era eterno y coexistía como Dios en la eternidad.

Debemos imaginarnos la “eternidad” como una dimensión existencial diferente, separada del mundo material que habitamos, limitado por el espacio y el tiempo. Dios mora en la dimensión espiritual de la eternidad: “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados” (Isaías 57:15). La eternidad es muy difícil de comprender para nuestras mentes mortales, sin embargo, allí es donde Dios existe.

Dios se autodescribe como alguien que no tiene principio ni fin. Él es espíritu y mora más allá del cosmos que creó. La esencia de Dios es espíritu, pero espíritu santo, que es eterno.

Juan revela que el Ser llamado “el Verbo” creó este mundo. Pablo confirma esto cuando escribe: “Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él” (Colosenses 1:16). Aquel que llegó a ser Jesucristo de Nazaret es revelado como Aquel por medio del cual Dios creó el universo. Este conocimiento fundamental nos ayuda a entender la enorme decisión que Jesucristo tomó para venir en la carne y morar entre los hombres.

¿Qué más necesitamos saber para entender por qué Jesucristo tuvo que venir en la carne?

Dios se convierte en siervo

El amor de Dios por su creación no se limitó a poner en movimiento el sol, la luna, las estrellas y los planetas para que ejecutaran su elegante ballet cósmico. Él nunca quiso ser un Creador ausente, y su plan desde la misma fundación del mundo incluyó la necesidad de un sacrificio.

Primero, sería necesario un sacrificio de estatus: de existir al mismo nivel de Dios, a venir a la Tierra como un hombre semejante a la creación humana. Es difícil, si no imposible, empezar siquiera a entender el amor que motivó esta decisión de autosacrificio.

El Verbo se despojó de su divino poder y gloria, retuvo la identidad de Dios y vino a la Tierra como siervo a fin de llevar a cabo un acto esencial para la salvación de la humanidad.

Note lo que Pablo revela en Filipenses 2:6-8: “Aunque era Dios,no consideró que el ser igual a Dios fuera algo a lo cual aferrarse. En cambio, renunció a sus privilegios divinos; adoptó la humilde posición de un esclavo y nació como un ser humano. Cuando apareció en forma de hombre, se humilló a sí mismo en obediencia a Dios y murió en una cruz como morían los criminales” (Nueva Traducción Viviente).

Esto nos ayuda a comprender por qué, durante su última noche con sus discípulos antes de su muerte, él oró así: “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese”(Juan 17:5).

El supremo sacrificio por nosotros

La siguiente parte de su sacrificio fue “como de un cordero . . . ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros” (1 Pedro 1:19-20).

La raza humana se había embarcado en un sendero alejado de Dios por la decisión que tomaron los primeros seres humanos, Adán y Eva, de rechazar el acceso al conocimiento y el entendimiento que Dios les ofreció mediante el árbol de la vida (vea Génesis 2:9). Eso hizo necesario un sacrificio para redimir a la humanidad del pecado. Este plan exigía el derramamiento de sangre mediante el único sacrificio que podría eliminar la pena del pecado, que es la muerte.

La Palabra de Dios tiene mucho que decir acerca de la muerte de Cristo y el derramamiento de sangre para el perdón de los pecados y la redención de la humanidad. Esta es una parte fundamental y esencial del propósito de Dios. Él desea “reunir en él todas las cosas, tanto las del cielo como las de la tierra” (Efesios 1:10, Nueva Versión Internacional).

La muerte de Cristo mediante el derramamiento de su sangre proveyó el único sacrificio necesario para todos los tiempos: “Entonces Cristo ahora ha llegado a ser el Sumo Sacerdote por sobre todas las cosas buenas que han venido. Él entró en ese tabernáculo superior y más perfecto que está en el cielo, el cual no fue hecho por manos humanas ni forma parte del mundo creado. Con su propia sangre –no con la sangre de cabras ni de becerros– entró en el Lugar Santísimo una sola vez y para siempre, y aseguró nuestra redención eterna. Bajo el sistema antiguo, la sangre de cabras y toros y las cenizas de una novilla podían limpiar el cuerpo de las personas que estaban ceremonialmente impuras.Imagínense cuánto más la sangre de Cristo nos purificará la conciencia de acciones pecaminosas para que adoremos al Dios viviente. Pues por el poder del Espíritu eterno, Cristo se ofreció a sí mismo a Dios como sacrificio perfecto por nuestros pecados.

“Por eso él es el mediador de un nuevo pacto entre Dios y la gente, para que todos los que son llamados puedan recibir la herencia eterna que Dios les ha prometido. Pues Cristo murió para librarlos del castigo por los pecados que habían cometido bajo ese primer pacto” (Hebreos 9:11-15, NTV).

Jesucristo “se ofreció a sí mismo a Dios como un solo sacrificio por los pecados, válido para siempre . . . Pues mediante esa única ofrenda, él perfeccionó para siempre a los que está haciendo santos” (Hebreos 10:12, 14, NTV). Su sacrificio (su sangre) es el medio por el cual la humanidad puede reconciliarse con Dios en un pacto eterno que ofrece y garantiza la salvación, la vida eterna y el compartir la existencia divina en la eternidad.

Un Dios de amor

La esencia del carácter de Dios es amor (1 Juan 4:8, 16). De todos los apóstoles que Cristo preparó, Juan parece haber sido el único que detectó este importantísimo detalle de Aquel por quien abandonó todo para seguirlo. En el conocido pasaje de Juan 3:16 escribió: “Pues Dios amó tanto al mundo que dio a su único Hijo, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (NTV).

Juan también citó a Jesús en otro discurso trascendental, diciendo: “Solo el Espíritu da vida eterna; los esfuerzos humanos no logran nada. Las palabras que yo les he hablado son espíritu y son vida” (Juan 6:63, NTV). La vida que anticipamos es la vida eterna espiritual con Dios, quien es Espíritu (Juan 4:24).

Este es el gran amor del que nos hablan las Escrituras, y que llevó a Dios el Padre y al Verbo (quien se convertiría en Jesús) a decidir que iban a compartir lo que ellos eran con otros seres creados y que no pertenecían al ámbito angelical: los seres humanos. Por haber sido creados a la imagen de Dios y dotados de una mente y una naturaleza a las cuales Dios podía conferirles su Espíritu, tendrían el potencial de heredar la vida eterna espiritual.

(Debe tenerse en cuenta que la vida espiritual no significa existencia como una energía amorfa, según algunos imaginan. Los que pertenecen al mundo espiritual tienen forma y substancia, pero como cuerpos espirituales).

Los seres humanos son creados a la imagen de Dios pero no poseen la misma esencia espiritual. El hombre es físico, creado de los elementos de la Tierra (aunque con un espíritu humano compuesto de intelecto, emoción y personalidad como parte de su constitución). Debido a que tenemos libre albedrío podemos pecar, y de hecho lo hacemos, pero como hemos visto, Dios ha proporcionado a los seres humanos un medio para que se reconcilien con él mediante el sacrificio de Jesucristo.

Antes de la fundación de este mundo, el Verbo y Aquel que sería el Padre concibieron el plan de redención para la humanidad. Un versículo que citáramos parcialmente más arriba dice “fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación,ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros” (1 Pedro 1:18-20).

Ese plan exigía que el Verbo se convirtiera en carne, mostrando así que el espíritu eterno podía unirse a un ser humano. El Verbo, el Ser espiritual que había existido eternamente y que era Dios junto con el Padre, fue enviado a la Tierra para convertirse en Jesús de Nazaret: Dios en la carne. Él se convirtió en carne y luego, mediante su resurrección, volvió a su condición espiritual para que a los seres humanos creados a la imagen de Dios se les abriera la posibilidad de llegar a ser seres espirituales en el Reino de Dios.

Por eso es tan crucial saber que Jesús verdaderamente existió y por qué vino. La evidencia genuina de la existencia histórica de Jesús sobre la Tierra en el siglo primero es fundamental para que la primera fase del plan de Dios pueda llevarse a cabo.

Sin la vida, muerte y resurrección de Jesucristo no tenemos esperanza de una vida eterna junto a Dios. La Biblia nos revela no solamente que hay un Dios, sino también cuál fue su propósito para crear vida humana. El gran significado de la vida es que los seres humanos creados a la imagen de Dios pueden llegar a ser miembros glorificados y espíritus divinos de la inmortal familia de Dios y de su reino.

¿Qué hará usted?

La resurrección de Jesucristo y su regreso a la existencia espiritual lo convierte en el primer miembro del plan de salvación de Dios para la humanidad (vea Romanos 8:29; 1 Corintios 15:20, 23; Colosenses 1:18). Los seguidores de Cristo que han muerto y aquellos que todavía estén vivos a su venida serán transformados de mortales a inmortales en un glorioso instante (versículos 50-54). Una vez transformados para compartir la existencia espiritual con Cristo y el Padre, van a heredar el Reino de Dios. Esta esperanza de vida eterna está revelada en las Escrituras.

Jesucristo existió en la carne como el Hijo de Dios, y hoy existe como nuestro Sumo Sacerdote y Rey venidero. Él está vivo, y es el medio para la reconciliación y la salvación.

Es fundamental conocer esta verdadera y cautivante faceta de Jesucristo para poder recibir la vida eterna en el Reino de Dios. Las palabras del apóstol Pedro en Hechos 2:38 resuenan claramente en la actualidad: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo”.     BN