Cómo entender la 'imagen de Dios'

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“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1:27).

En el primer capítulo del primer libro de la Biblia, donde se menciona por primera vez al hombre, se encuentra indeleblemente grabado el propósito para la vida humana: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza . . .” (Génesis 1:26).

Dios creó todos los seres vivos que existen en los reinos vegetal y animal, cada uno “según su género” (vv. 11-12, 21, 24-25); pero los seres humanos, como claramente se nos dice en el versículo 26, fuimos creados según el género de Dios. La imagen de Dios es lo que hace al hombre un ser único dentro de la creación física. Esto es lo que hace a todos los hombres, mujeres y niños verdaderamente humanos.

Nuestro Creador anunció primeramente su gran propósito y luego lo llevó a cabo: “Y Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó” (v. 27, NVI). El capítulo 1 se centra en el propósito básico de la vida humana, mientras que el capítulo 2 nos proporciona datos importantes. Estos dos capítulos iniciales se complementan mutuamente.

Creados para gobernar

Después de expresar su magnífico plan de crear al hombre a su propia imagen, Dios dijo: “Y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra” (Génesis 1:26).

Luego, cuando creó a los dos primeros seres humanos (hombre y mujer) a su imagen, confirmó su intención y aclaró que la descendencia de ellos formaba parte de este maravilloso plan: “Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (v. 28).

Dios creó a la familia humana para que creciera y se esparciera hasta que finalmente llenara toda la tierra. El propósito para la humanidad revelado desde el principio fue que tuviera dominio sobre la creación física; y, a la larga, más allá de este planeta. Dios gobierna todo lo que crea, y el propósito final de la vida humana tiene que ver con el gobierno compartido en la única familia divina.

Pero empezamos en pequeño. Primero aprendemos a gobernarnos y disciplinarnos a nosotros mismos. Luego aprendemos a colaborar con otros y a manejar apropiadamente las circunstancias en las que nos encontremos.

¿Qué es la imagen de Dios?

En la Biblia no se define explícitamente el significado de “la imagen de Dios”. En cierto sentido es un misterio; sin embargo, los misterios y secretos clave de la Biblia pueden ser aclarados por aquellas personas a las que Dios llama, porque a éstas les revela su verdad.

Como dijo Jesús: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños” (Mateo 11:25). La verdad de Dios sólo proviene de él por revelación, no de la sabiduría humana. Sin embargo, ciertos principios de sentido común pueden ayudarnos a entender mejor la Biblia.

Como ya hemos mencionado, algunos pasajes de la Biblia pueden entenderse mejor si tenemos en cuenta su contexto. En Génesis 5 se habla nuevamente de la imagen y semejanza de Dios. Al leer los primeros versículos, empezamos a comprender más su significado. “Esta es la lista de los descendientes de Adán. Cuando Dios creó al hombre, lo hizo parecido a Dios mismo; los creó hombre y mujer, y les dio su bendición. El día en que fueron creados, Dios dijo: ‘Se llamarán hombres’” (vv. 1-2, Versión Popular).

En el aspecto humano, la genealogía de este capítulo se extiende desde Adán hasta Noé y sus tres hijos, lo que abarca un período de más de 1600 años. Pero en realidad empieza con el Creador mismo. En la genealogía de Cristo registrada en el Evangelio de Lucas, éste menciona a Adán como “hijo de Dios” (Lucas 3:38).

Más adelante Pablo escribió que somos “linaje de Dios” (Hechos 17:29). Nosotros procedimos de Dios, no de la manera en que fueron creados los animales terrestres y marinos. Ellos no fueron hechos a la imagen de Dios. ¡Los seres humanos sí lo fuimos! Para dejar esto bien claro, Dios incluyó el término “semejanza”. ¿Qué quiere decir esto?

Una vez más, el contexto nos ayuda. Este es quizá el principio más importante para guiar los estudios bíblicos y fácilmente el que más se utiliza mal. Continuando con la genealogía leemos: “Y vivió Adán [el primer hombre, 1 Corintios 15:45] ciento treinta años, y engendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen, y llamó su nombre Set” (Génesis 5:3).

Teniendo en cuenta el contexto de los versículos 1 y 2, ¿a qué conclusión podemos llegar por lo que leemos en el versículo 3? Es razonable suponer que, aunque Dios es espíritu y no carne (Juan 4:24), el hombre se asemeja bastante a su Creador, lo mismo que Set se asemejaba a Adán su padre.

¿Cómo somos hechos a la imagen de Dios?

¿Están hechos los hombres, las mujeres y los niños en alguna otra forma a la imagen de Dios? Pensemos en el don mismo de la vida. El Creador sopló en la nariz del hombre el aliento de vida (Génesis 2:7). Obviamente, existe una tremenda diferencia entre estar vivo y estar muerto.

¿Qué tan grande es el abismo que separa al hombre del animal en cuanto a tener conciencia del mundo a su derredor? Reflexionemos acerca de nuestra facultad de imaginar, de pensar de manera sucesiva en palabras e imágenes. La increíble capacidad de imaginación y pensamiento abstracto que tiene el hombre, aunque muchas veces mal empleada, es un aspecto muy importante de haber sido creados a la imagen de Dios. Nuestro Hacedor tiene imaginación y nosotros también imaginamos. Cuando la torre de Babel estaba siendo construida, Dios dijo: “Todos forman un solo pueblo y hablan un solo idioma; esto es sólo el comienzo de sus obras, y todo lo que se propongan lo podrán lograr” (Génesis 11:6, NVI). ¡Qué fantástica declaración acerca de nuestro potencial humano expresada por el Creador mismo!

El lenguaje y la capacidad para comunicarse son otros aspectos muy importantes de la imagen de Dios. Los hombres, las mujeres y los niños tienen esta preciosa facultad para el lenguaje en una forma extraordinaria. Adán y Eva la tenían desde que fueron creados.

El escritor Steven Pinker dice: “El lenguaje no es una invención cultural más de lo que es el andar erecto . . . El lenguaje es una magnífica cualidad única del Homo Sapiens . . . Desde el punto de vista científico, la complejidad de los lenguajes es parte de nuestra herencia biológica” (The Language Instinct [“El instinto del lenguaje”], 1994, pp. 18-19).

La facultad lingüística de Adán y su aptitud mental eran tan grandes que pudo darles nombre a todos los animales (Génesis 2:19). Y se supone que les dio nombres antes desconocidos. En la teoría de la evolución se presenta al hombre primitivo como capaz de emitir sólo gruñidos. ¡Cuán contrario a la verdad de Dios!

Nuestros primeros padres entendieron el principio de causa y efecto: los resultados previsibles de las acciones tomadas en el presente. Aunque la serpiente le dio a Eva información errónea y letal, ella podía discernir los posibles efectos de futuros hechos. Ella pensó que comer del fruto prohibido la haría tan sabia como Dios y permitiría que viviera por siempre.

Pero lo que a Eva le faltaba era la percepción moral para sopesar las implicaciones de sus actos, en particular cómo les afectarían a los descendientes de Adán y ella.

¿Todavía a la imagen de Dios?

La mayoría de nosotros estamos conscientes de los trágicos sucesos que empezaron en el huerto del Edén: cómo Adán y Eva pecaron y fueron expulsados del paraíso y cómo desde entonces fue multiplicándose a lo largo de los siglos la constante desobediencia a la ley de Dios hasta que hubo un solo hombre justo en toda la tierra, el patriarca Noé.

Por medio de la Biblia aprendemos que el pecado mundial puede acarrear destrucción mundial. Así, sólo el justo Noé y su familia fueron salvados del diluvio en una gran nave construida según las indicaciones que Dios le dio. Nuestro Creador decidió empezar de nuevo con Noé y su descendencia.

Pero, para restringir la inclinación del hombre a la violencia, Dios estableció la pena de muerte, que sería aplicada bajo ciertas circunstancias que más adelante serían ampliadas cuando la ley estuviera oficialmente codificada (Génesis 9:5).

Tengamos en cuenta la situación que dio lugar a esta medida. Después del juicio del diluvio, Dios renovó el género humano (v. 7), y pronto empezó una nueva era en la historia del hombre. En ese tiempo Dios le recordó al hombre la fantástica herencia que le había dado: “El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada; porque a imagen de Dios es hecho el hombre” (v. 6).

No obstante la degradación a que había llegado la conducta del ser humano, Dios había creado a todos esos hombres, mujeres y niños a su propia imagen y semejanza, y a su debido tiempo llevaría a cabo su maravilloso plan de salvación. A los ojos de Dios, era como si la redención por medio del sacrificio de Jesucristo ya estuviera cumplida. En Apocalipsis 13:8 leemos que el “Cordero”, Jesús, “fue inmolado desde el principio del mundo” (comparar con 1 Pedro 1:20), aunque el hecho mismo no se realizó hasta miles de años después.

Aunque la humanidad no había vivido a la altura de su maravillosa herencia de haber sido hecha a la imagen de Dios, sino que siempre ha desobedecido las normas divinas (“por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”, Romanos 3:23), nuestro Creador no dejará de cumplir su maravilloso plan para la humanidad.