Cómo entender a Dios por medio de Jesucristo

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Cómo entender a Dios por medio de Jesucristo

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“El que me ha visto a mí, ha visto al Padre . . .” (Juan 14:9).

La Biblia está llena de claves que a menudo se pasan por alto y que podrían aclarar mucha de la confusión que existe con respecto a Dios y su Verbo. Al leer las Escrituras uno puede percibir vagamente estas cosas, pero a veces no las vemos claramente debido a ciertos conceptos erróneos acerca de la Biblia.

Jesucristo vino para revelar al Padre (Mateo 11:27). No obstante, la cristiandad en general no le presta mucha atención al Padre y se concentra casi exclusivamente en Cristo. Tal actitud definitivamente no provino del Hijo. Él mismo nos instruyó acerca de la forma en que debemos orar: “Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mateo 6:9-10, NVI). Jesús siempre se esforzó por encaminar a la gente hacia el Padre y así pudieran conocerlo.

Al no comprender realmente los cuatro evangelios, la gente tiene un entendimiento sumamente erróneo acerca de Dios el Padre. La realidad bíblica frecuentemente es muy contraria a la forma en que muchos, incluso entre los principales movimientos religiosos, lo visualizan.

El Padre está íntimamente interesado en toda su creación. Él sabe hasta cuando un pajarillo cae a tierra; y Jesús nos dice que los humanos valemos “más que muchos pajarillos” (Mateo 10:29-31). Dios está profundamente interesado en su plan de salvación para toda la humanidad.

Dios da la lluvia y hace salir el sol para todos, justos e injustos. Es benigno con los desagradecidos y malvados. Es misericordioso con esta humanidad rebelde (Lucas 6:35-36). Es paciente con todos nosotros, y siempre está con la esperanza de que nos arrepintamos (2 Pedro 3:9).

Dios el Padre se preocupa particularmente por las “primicias” —aquellos a quienes ha llamado a la vida eterna en este tiempo— y en especial por esos “pequeños” que están en las primeras etapas de la conversión (Mateo 18:6-14). En el versículo 10 se les advierte seriamente a los cristianos más maduros que tengan mucho cuidado de no ofender “a uno de estos pequeños”.

El Hijo, Jesucristo, nos dejó ejemplo claro de cómo vive y piensa el Padre. Realmente vino a revelarnos al Padre. Es por medio de Cristo —su obra, su maravilloso ejemplo, su vida misma— que podemos comprender más ampliamente la naturaleza y carácter del Padre. Muchas personas pasan por alto este principio bíblico.

Cristo es la imagen del Padre

En el Nuevo Testamento se nos aclaran muchas cosas para que podamos entender el Antiguo, sobre todo en cuestiones acerca del Padre y del Hijo.

Como ya vimos en Hebreos 1:2-3: Dios “en estos días finales nos ha hablado por medio de su [o ‘un’] Hijo. A éste lo designó heredero de todo, y por medio de él hizo el universo. El Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que él es . . .” (NVI). Cristo era exactamente como el Padre.

En este versículo se usa el vocablo griego charakter, del cual se tradujo la palabra imagen. El significado de este vocablo “denota, en primer lugar, una herramienta para grabar . . . [o] una estampa o impresión, como sobre una moneda o un sello, en cuyo caso el sello o cuño que hace una impresión lleva la imagen que produce, y, vice-versa, todas las características de la imagen se corresponden respectivamente con las del instrumento que las ha producido” (W.E. Vine, Diccionario expositivo de palabras del Nuevo Testamento, 1984, 2:226).

No es de sorprendernos, pues, que Jesús le haya dicho a Felipe: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9). Cristo es la imagen misma de Dios el Padre. Podemos aprender mucho de una conversación que Jesús tuvo con sus apóstoles. Le había dicho a Tomás: “. . . nadie viene al Padre, sino por mí” (v. 6). Jesús vino a revelar al Padre. Luego continuó: “Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto” (v. 7).

Es fácil leer a la ligera estas palabras y no percibir su gran significado. La Biblia no es un libro para lectura rápida o para darle sólo una ojeada. Para que podamos entender su profundo significado, es necesario meditar y pensar tranquila y cuidadosamente. Debemos acostumbrarnos a reflexionar acerca del significado de lo que estamos leyendo.

Los discípulos aún no estaban realmente convertidos, aún no habían sido engendrados por el Espíritu Santo; por tanto, no podían comprender el fantástico significado de lo que Jesús les estaba diciendo. En otra ocasión, Jesús le había dicho a Pedro: “y tú, una vez vuelto [convertido], confirma a tus hermanos” (Lucas 22:32). Cuando en la celebración de la Pascua Jesús instituyó el lavamiento de pies, le dijo a Pedro: “Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después” (Juan 13:7).

Después de resucitar a Jesucristo, Dios enviaría su Espíritu el día de Pentecostés, y entonces los discípulos empezarían a entender (Juan 14:16-17; Juan 16:12-13). Pero volvamos a la conversación de Jesús con sus discípulos.

En Juan 14:8 leemos que Felipe le dijo a Jesús: “Señor, muéstranos al Padre, y nos basta”. Obviamente, Felipe no había entendido lo que Jesús le acababa de decir a Tomás (v. 7). “Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre” (v. 9).

Jesús amonestó amablemente a Felipe por su falta de entendimiento, pero también los otros discípulos estaban en la misma situación. Incluso hoy en día mucha gente no alcanza a comprender la magnitud del sentido espiritual de estas palabras de Jesús. Aunque eran dos seres distintos, Jesús era la imagen misma del Padre. Jesucristo era exactamente como Dios el Padre; sin embargo, en la Biblia se nos muestra claramente que ellos eran y son dos seres distintos.

Conocemos a Dios por medio de Jesucristo. Entendemos la naturaleza y el carácter del Padre por medio del Hijo, no por medio de antiguas filosofías o por el conocimiento incompleto y muchas veces equivocado de falibles seres humanos.

Cómo entender la naturaleza del espíritu

Las vivencias de Jesucristo relatadas en los cuatro evangelios arrojan mucha luz sobre la forma en que debemos entender la naturaleza del espíritu cuando la comparamos con la carne de nuestro Salvador.

Pensemos en el mundo espiritual y preguntémonos: ¿Tienen forma los seres espirituales? ¿Tienen cuerpos que puedan percibirse? ¿Tienen personalidad? ¿Tienen cara? ¿Tienen voz?

¿Puede ser visto Dios por ojos humanos? Sí, bajo ciertas medidas de protección, como Dios mismo da testimonio de Moisés: “Él contempla la imagen del Señor” (Números 12:8, NVI). Al analizar todos los pasajes pertinentes, podemos ver que este ser divino era el Verbo preexistente de que se nos habla en Juan 1:1, y no Dios el Padre.

Bajo ciertas condiciones muy especiales, a Moisés le fue permitido ver a Dios de espaldas en su forma gloriosa (Éxodo 33:18-23). Pero no le fue permitido ver la cara de Dios en toda su gloria, ya que ésta resplandece como el sol en toda su fuerza, por lo que Moisés hubiera muerto instantáneamente (v. 20).

En otra ocasión importante, después de que se dieron los Diez Mandamientos, Moisés, Aarón, los dos hijos de Aarón y 70 ancianos de Israel “vieron al Dios de Israel; y había debajo de sus pies como un embaldosado de zafiro, semejante al cielo cuando está sereno” (Éxodo 24:9-10). Es de suponerse que también en esta ocasión el Verbo preexistente los protegió de la plena intensidad de su gloria.

La cara de Dios

Estas preguntas se hacen más fascinantes cuando las asignamos al Padre, “Señor del cielo y de la tierra” (Mateo 11:25), el gran Rey de todo el universo. Cristo nos da una clara idea a medida que buscamos las respuestas, no sólo por su testimonio, sino también por sus apariciones ante los discípulos después de que fue resucitado a la vida espiritual eterna.

Es evidente que los ángeles en los cielos pueden ver al Padre. La clara prueba bíblica se encuentra en Mateo 18:10. Jesús dijo: “Mirad que no menospreciéis a uno de estos pequeños; porque os digo que sus ángeles en los cielos ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos”.

En su libro The Human Face (“El rostro humano”), el escritor Daniel McNeill pregunta: “¿Tiene rostro el Dios cristiano? La Biblia dice que él hizo al hombre a su propia imagen, lo cual sugiere que lo tiene” (1998, p. 140). Esa sería la conclusión a que generalmente llegaría cualquier persona, siempre y cuando antes no hubiera sido adoctrinada con erradas filosofías que datan desde tiempos antiguos.

El apóstol Juan escribió mucho de lo que Jesús dijo con referencia al Padre. Juan 1:18 es un ejemplo: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer”. Como ya lo hemos mencionado, Cristo vino a revelar al Padre. Dios puede ser visto, pero Jesús es el único ser humano que ha podido verlo cara a cara en toda su gloriosa apariencia.

En el mismo evangelio leemos acerca de lo que Jesús le dijo a la mujer samaritana: “Pero se acerca la hora, y ha llegado ya, en que los verdaderos adoradores rendirán culto al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu, y quienes lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad” (Juan 4:23-24, NVI). Dios el Padre no es un ser físico; es espíritu, pero eso no quiere decir que no tenga forma o figura.

Cristo dijo: “El Padre mismo que me envió ha testificado en mi favor. Ustedes nunca han oído su voz, ni visto su figura” (Juan 5:37, NVI). No obstante, en estos pasajes en el Evangelio de Juan claramente se nos muestra que el Padre puede ser visto y oído, pero no por ojos humanos. Él ha sido visto sólo por el Hijo (Juan 6:45-46) y por las huestes angelicales; y, mediante visiones, por unos pocos seres humanos como el profeta Daniel y el apóstol Juan.

Por el hecho de que Jesús dijo: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9), podemos darnos cuenta de que la semejanza entre el Padre y el Hijo es más fuerte en muchas formas que lo que nosotros podríamos imaginarnos. Con todo, son dos seres independientes quienes constantemente dialogan y hablan de sus planes.