¿Cuándo se acabará el sufrimiento?

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¿Cuándo se acabará el sufrimiento?

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En el capítulo anterior vimos que Dios tiene un propósito que va mucho más allá de esta vida. En su gran designio considera el sufrimiento como algo necesario, algo que cada persona que responda a su llamado tiene que afrontar. Sin embargo, la mayoría de las personas o no están respondiendo a esto, o ignoran totalmente este magnífico propósito. Por lo tanto, en el “presente siglo malo” (Gálatas 1:4) Dios está permitiendo que los seres humanos aprendan lecciones fundamentales.

Él quiere que la humanidad sepa que el pecado produce horribles consecuencias, y que desde el huerto del Edén nosotros mismos nos hemos acarreado mucho dolor porque hemos rechazado sus instrucciones. Aunque hemos sido engañados por la influencia maligna y corrupta de Satanás, los seres humanos tenemos que aceptar toda la responsabilidad por las consecuencias de nuestras acciones. Si el hombre hubiera escogido seguir los caminos de Dios en lugar de seguir los de Satanás, el mundo podría haber sido un lugar de paz, seguridad y felicidad.

Dios se ha propuesto que aprendamos esta lección, por dolorosa que sea. La Biblia registra que en muchas ocasiones él ha querido disuadir a las personas de seguir en sus malos caminos. Pero la inmensa mayoría ha rechazado repetidamente sus mandamientos, tal como lo hicieron Adán y Eva en el Edén.

La reacción del hombre ante los mensajeros de Dios

Por ejemplo, después de que Dios liberara al antiguo Israel de la esclavitud en Egipto, hizo un pacto con los israelitas, quienes prometieron guardar sus mandamientos. Pero ellos rechazaron ese acuerdo.

Después Dios envió muchos profetas, cuyos mensajes fueron preservados para nosotros en la Biblia, para advertirles y exhortarlos. “Mas ellos hacían escarnio de los mensajeros de Dios, y menospreciaban sus palabras, burlándose de sus profetas, hasta que subió la ira del Eterno contra su pueblo, y no hubo ya remedio” (2 Crónicas 36:16).

En lugar de hacer caso, ellos perseguían y hasta mataban a los mensajeros de Dios. Por medio de Isaías Dios habló de cómo repetidamente rechazaron su ayuda: “Extendí mis manos todo el día a pueblo rebelde . . .” (Isaías 65:2).

Como ellos no quisieron responder, Dios los sentenció a un castigo nacional. El Imperio Asirio conquistó Israel y lo llevó cautivó en el siglo octavo antes de Jesucristo (2 Reyes 17:5-8). Cerca de un siglo después, el reino de Judá fue conquistado por Nabucodonosor de Babilonia y llevado al exilio (2 Crónicas 36:15-20).

Años después, parte de la nación de Judá regresó a su patria, y allí fue donde Jesús predicó a los descendientes de Judá cerca de cinco siglos después de su regreso. Cuando ellos oyeron el mensaje de Jesús en el que les exhortaba al arrepentimiento y la obediencia, ¿cuál fue su reacción? La mayoría lo rechazó, tal como habían rechazado a los profetas. Luego ¡lo mataron!

En ciertas ocasiones Dios envió profetas para advertir a naciones gentiles. En toda la historia leemos sólo de un ejemplo en que toda una nación no israelita se arrepintió temporalmente de sus pecados después de recibir la advertencia de Dios. El profeta Jonás le predicó a la antigua ciudad de Nínive, y les dijo a sus residentes: “De aquí a cuarenta días Nínive será destruida” (Jonás 3:4). El rey y el pueblo se arrepintieron de sus pecados y Dios no los destruyó (vv. 5-10). Más tarde, sin embargo, volvieron a su maldad. Como resultado de ello, ejércitos enemigos los conquistaron en el año 612 a.C.

La historia nos muestra que aunque Dios ha ofrecido gratuitamente su ayuda y su guía a las naciones, ellas la han rechazado sistemáticamente, tal como lo hicieron Adán y Eva.

Las mismas actitudes de antes

En la actualidad no somos diferentes. La humanidad todavía rechaza las instrucciones de Dios. La Biblia está disponible en casi todo el mundo. Sin embargo, relativamente son muy pocos los que la leen con regularidad y aún son menos los que la obedecen. No sólo desobedecen sus instrucciones, sino que cada vez hay más personas, entre las que se llaman a sí mismas intelectuales, que la rechazan completamente.

Incluso algunos dirigentes religiosos que afirman creer en la Biblia tienen dificultades para aceptar varios pasajes de ésta. Ellos mismos deciden cuáles partes quieren obedecer y a cuáles no tienen que hacer caso.

Salomón resumió acertadamente la condición humana cuando escribió: “Lo torcido no se puede enderezar . . .” (Eclesiastés 1:15). Históricamente, la humanidad ha rechazado las instrucciones de Dios y continúa haciéndolo. Al rechazar la revelación de Dios rechazamos la única solución verdadera y perdurable que tienen nuestros problemas.

Por lo tanto, el dolor y la angustia continúan entre las naciones. Como resultado de ello, desde el primer siglo hasta ahora, Dios ha llamado tan sólo a unos pocos para que salgan del “presente siglo malo” (Gálatas 1:4) y se conviertan en sus siervos fieles.

El resto de la humanidad permanece en tinieblas espirituales. Buscan entendimiento y significado de la vida, pero ignoran las razones por las cuales se enfrentan a tanto sufrimiento. El apóstol Pablo habló de personas que “siempre están aprendiendo y nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad” (2 Timoteo 3:7). Engañada por Satanás y cautiva en el pecado, la humanidad como un todo ha sido cortada del entendimiento de Dios y no se da cuenta de que es el blanco de la ira y el odio del diablo (Efesios 2:3).

El hombre culpa a Dios por el sufrimiento y el mal que hay en el mundo. Pero Dios no es el culpable. La responsabilidad recae directamente sobre nosotros porque hemos decidido rechazar su guía para seguir el camino del pecado, y también sobre Satanás por su engaño a la humanidad.

¿Cuándo terminará todo esto?

Las buenas noticias son que Dios no ha desistido de llevar a cabo su plan de redimir a la humanidad. Así como les dio a Adán y a Eva la libertad de escoger, así también les ha permitido a las naciones y a los hombres seguir sus propios caminos. Permite que el mundo sufra para enseñarnos que no podemos encontrar paz duradera, seguridad y gozo sin él.

Estamos aprendiendo la dura lección de que no podemos gobernarnos a nosotros mismos apartados de Dios y sus leyes. El resultado final de nuestros esfuerzos será que poco antes del regreso de Jesús a la tierra, ¡la humanidad estará al borde de la aniquilación! Él dijo: “Habrá entonces una angustia tan grande, como no la ha habido desde que el mundo es mundo ni la habrá nunca más. Si no se acortaran aquellos días, nadie escaparía con vida . . .” (Mateo 24:21-22, Nueva Biblia Española).

Esta fue una advertencia que hizo Jesús hace casi 2000 años. Sólo en tiempos recientes hemos llegado a poseer el poder necesario para destruir el mundo. Los dirigentes de gobierno, ciencia y religión creen que la única forma en que podemos evitar la destrucción es por medio de un sistema internacional de colaboración.

Michio Kaku, científico, escritor y entrevistador de programas de televisión, escribe que “el poder absoluto . . . de las revoluciones científicas obligará a las naciones de la tierra a colaborar a una escala jamás vista en la historia”. Luego añade: “En el fondo siempre existe la posibilidad de una guerra nuclear, una pandemia mortal o el colapso del medio ambiente” (Visions: How Science Will Revolutionize the 21st Century [“Visiones: Cómo la ciencia va a revolucionar el siglo xxi”], 1998, p. 19).

Jesús profetizó que los esfuerzos de las naciones por alcanzar la colaboración pacífica fallarían. Advirtió que la guerra no se acabaría, sino que se incrementaría (Mateo 24:6-8). El sufrimiento no iba a desaparecer, sino que se intensificaría (vv. 21-22).

Dios está permitiendo que la humanidad trate de gobernarse a sí misma, aunque al hacerlo esté hundiéndose en las tinieblas espirituales. Pero como ha rechazado los mandamientos de Dios, no puede tener éxito. Dios hará que todas las personas lleguen al punto de reconocer que, sin su intervención, no pueden encontrar la paz mundial y terminar con la miseria y el sufrimiento.

Como el Dios viviente y justo que es, nuestro Creador no permitirá que el mal y la injusticia continúen indefinidamente. No dejará que nos aniquilemos. Enviará a Jesús a la tierra para gobernar como Rey de reyes (Apocalipsis 19:16). El Mesías intervendrá en el momento de la crisis más grave de la humanidad (Daniel 12:1).

De hecho, Dios tendrá que terminar todo y empezar de nuevo. Cuando sobrevenga la destrucción mundial descrita en los capítulos 6 al 19 del Apocalipsis y en otras profecías bíblicas, Cristo intervendrá para establecer un reino justo y recto, y empezará a corregir la injusticia y la iniquidad en el mundo.

Cómo encontrarán finalmente la paz los que sufren

El plan de Dios incluye una forma de redimir a todos los que han sufrido y han muerto en el pasado sin entender por qué sufrían. Miles de millones de seres humanos han vivido y han muerto a lo largo de la historia sin conocer a Dios, sin entender su propósito. La gran mayoría no oyó hablar de Cristo durante su vida; vivieron y murieron en ignorancia acerca de él y sin comprensión alguna del plan de Dios.

La Biblia revela que después de mil años del regreso de Cristo, Dios volverá a la vida a aquellos que vivieron pero no recibieron entendimiento del propósito de Dios. Los resucitará a una vida física, temporal, y les dará la oportunidad de ejercitar su libre albedrío. Pero vivirán en el mundo de Dios, no en el mundo que Satanás mantiene cautivo, y entenderán el verdadero conocimiento espiritual.

En esa época tendrán que escoger el camino de vida de Dios, o rechazarlo deliberada y conscientemente, con pleno conocimiento. Su elección determinará si recibirán vida eterna o si perecerán en el lago de fuego (Apocalipsis 20:15).

Esta será su verdadera oportunidad de conocer a Dios y recibir la salvación, porque anteriormente estaban apartados de Dios debido al engaño del diablo (2 Corintios 4:3-4; 1 Juan 5:19; Apocalipsis 12:9).

Cegados por Satanás, nunca pudieron comprender el propósito divino. Pero cuando Dios los resucite, vivirán en un mundo en el que su verdad estará libremente disponible para todos (Jeremías 31:34; Isaías 11:9). Podrán reflexionar acerca del inmenso sufrimiento que el pecado ha causado a lo largo de la historia y podrán escoger un camino distinto, con pleno entendimiento de las consecuencias del pecado y del sufrimiento que trae. La mayoría de las personas harán la elección correcta y se someterán a Cristo como su Señor y Salvador; este es un camino que, cuando lo escojan, las llevará a la vida eterna.

En Apocalipsis 20:12 se describe esta resurrección: “Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras”.

Dios resucitará a estas personas y después serán juzgadas de acuerdo con los patrones bíblicos, según la forma en que respondan al entendimiento espiritual que entonces habrán recibido por primera vez. (Si desea mayor información al respecto, le recomendamos tres folletos gratuitos: ¿Qué sucede después de la muerte?, Las fiestas santas de Dios y El cielo y el infierno: ¿Qué es lo que enseña realmente la Biblia?)

El presente mundo malo no es justo y nunca lo será. Como hemos visto, es el mundo de Satanás, no el mundo de Dios. Pero Dios es perfectamente justo, santo, recto y misericordioso. En su plan incluyó un tiempo en el que va a transformar al mundo y le va a dar a la humanidad la oportunidad de ser redimida. Cuando todo esto suceda, todo el sufrimiento será borrado.

En Apocalipsis 21:3-4 se describe el momento en que ya no habrá más sufrimiento: “Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron”. ¡Qué palabras más alentadoras!

¿Qué debe hacer usted?

Actualmente, muchas personas tienen un concepto erróneo que también era muy común en los días de Jesús. En esa época la gente suponía que la salud y la riqueza de la persona eran un indicativo de su justicia o de su culpabilidad. Se creía que aquellos que tenían una vida cómoda y próspera habían sido bendecidos por Dios, en tanto que aquellos que sufrían de pobreza, enfermedades y otras adversidades habían sido maldecidos divinamente por sus pecados.

Jesús mencionó este concepto cuando la gente le contó acerca de una tragedia que había conmovido a los habitantes de Jerusalén. Bajo las órdenes del gobernador romano, varios hombres habían sido brutalmente asesinados mientras ofrecían sacrificios en el templo.

Jesús les preguntó: “¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes, si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lucas 13:2-3).

Para aquellos que escucharon las palabras de Jesús era totalmente incompresible que semejante tragedia pudiera ocurrir mientras alguien estaba haciendo algo bueno. No lograban comprender por qué Dios podía permitir semejante desastre.

Jesús les aclaró que nadie está exento de las altas y bajas de la vida. ¿La lección? A menos que nos arrepintamos, todos pereceremos. Luego reforzó esta lección con otro ejemplo: “O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (vv. 4-5).

Tales muertes prematuras y trágicas fueron simplemente la consecuencia de estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. Las víctimas no eran más pecadoras que otras personas; fueron víctimas ocasionales de eventos fortuitos. Pero sí eran pecadores, y como ocurre con todos los pecadores, estaban destinados a morir.

Esto también se aplica a nosotros. Tal vez no seamos víctimas de la violencia o del colapso de un edificio, pero somos pecadores y tarde o temprano nuestra vida llegará a su fin. Cuando entendemos esto, la advertencia de Jesús debería penetrar profundamente en nuestra conciencia: “Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”.

Sabiendo que vivimos en un mundo lleno de miseria, en el que la tragedia puede ocurrir en cualquier momento, ¿no deberíamos tomar en serio la advertencia de Jesús de arrepentirnos y empezar a poner en armonía nuestra vida con la de él? Como Jesús le dijo al hombre al que sanó de una enfermedad que había sufrido por muchos años: “. . . no peques más, para que no te venga alguna cosa peor” (Juan 5:14).

Cristo espera que nos arrepintamos y nos volvamos a Dios. De hecho, “Dios . . . ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hechos 17:30). Sabiendo que nuestra vida es corta, sería mejor que nos concentráramos en las cosas que son más importantes para él. (Si desea estudiar más a fondo el tema del arrepentimiento, le recomendamos dos folletos gratuitos: El camino hacia la vida eterna y Transforme su vida: La verdadera conversión cristiana.)

Cuando uno sufre

Si usted está sufriendo, ¿qué debería hacer? ¡Lleve su problema delante de Dios en oración con fe, y pídale que le dé consuelo y fortaleza! En el libro de los Salmos leemos cómo en muchas ocasiones el rey David le pedía a su Creador que lo librara de sus aflicciones.

Uno de los propósitos de Jesucristo fue aliviar nuestro sufrimiento. Él no es ajeno al sufrimiento, y les ofrece su consuelo, su ayuda y esperanza a todos aquellos que sufren. “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mateo 11:28-29).

No debemos desanimarnos por el mal que domina al mundo. Saber que el sufrimiento ocurre por razones válidas nos ayuda a enfrentar la pregunta de por qué Dios permite el sufrimiento en primer lugar. Él es soberano y es finalmente quien está al mando. Ha prometido liberar al mundo del sufrimiento; no ahora, sino cuando Cristo regrese para establecer el Reino de Dios. Jesús nos dice que debemos orar por la llegada de ese reino, perseverar en el camino de Dios y esperar pacientemente hasta que ocurra (Mateo 6:9-10; Mateo 24:13; Lucas 21:19). Sólo entonces terminará el sufrimiento.

En cuanto a usted y su vida, asegúrese de haberse rendido a Dios en arrepentimiento genuino, tal como Jesús nos ordenó (Lucas 13:3, Lucas 13:5). Cuando Cristo vivió en la tierra como Hijo de Dios, hace casi 2000 años, entendió que había venido a un pueblo que gemía por las injusticias y el dolor. Hablando de ese mundo, en Mateo 4:16 se nos dice: “El pueblo asentado en tinieblas vio gran luz; y a los asentados en región de sombra de muerte, luz les resplandeció”. Esa luz era Jesús mismo y la verdad de Dios que revelaba.

Jesús le dijo a la gente que su responsabilidad era volverse a Dios: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (v. 17). Esto es lo que tenemos que hacer por encima de todo. No podemos evitar el sufrimiento en un mundo lleno de maldad, pero si nos volvemos a Dios podemos experimentar el consuelo y la esperanza de aguardar un mundo libre de dolor.