Cómo puede resultar algo bueno del sufrimiento

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Cómo puede resultar algo bueno del sufrimiento

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Sigmund Freud trabajó como consejero, tratando de ayudar a las personas que tenían dificultades sicológicas. Sin embargo, fue lo suficientemente honrado como para reconocer que su habilidad para ayudar era limitada. Confesó que “curaba las miserias de los neuróticos tan sólo para llevarlos a la miseria normal de la vida” (Ernest Becker, The Denial of Death [“La negación de la muerte”], 1973, p.271). Freud estaba en lo cierto: no existe la vida totalmente libre de problemas.

Como no podemos evitar todo el sufrimiento, debemos tener en mente que puede en ocasiones producir buenos resultados. Es más fácil soportar el dolor cuando lo vemos como un desafío que cuando pensamos que es una maldición insoportable.

En la cultura occidental se ha reconocido generalmente el principio de que ciertas dificultades son benéficas y que pueden ayudarnos a madurar y a ser mejores personas, y esto es cierto. Sin embargo, el escritor Richard Kyle nos recuerda que, en gran parte, hemos entrado en la era poscristiana, en la cual “el cristianismo ya no es lo que define los valores culturales” (The Last Days Are Here Again [“Los últimos días están aquí nuevamente”], 1998, p.25).

La mente poscristiana rechaza el punto de vista bíblico tradicional según el cual la adversidad y el dolor —aunque no son placenteros y no los deseamos— pueden finalmente producir algo bueno. Expresiones tales como “Si se mantienen firmes, se salvarán” y “Es necesario pasar por muchas dificultades para entrar en el reino de Dios” (Lucas 21:19; Hechos 14:22, NVI), aunque son ciertas, ya no son aceptadas universalmente.

Claramente, la Biblia enseña que la adversidad puede producir buenos resultados. Aunque Jesús fue el Hijo de Dios, “por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (Hebreos 5:8-9). Aun la historia secular nos da muchos ejemplos de personas y naciones que, en ciertas condiciones difíciles, se sobrepusieron a ellas y lograron grandes cosas. Algunas veces una persona decidida ha sido la chispa que la nación necesitaba para sobrellevar momentos difíciles y alcanzar objetivos dignos y loables.

Un primer ministro que sirvió poderosamente a su nación

Sir John Keegan afirmó que esto fue cierto en el caso de Winston Churchill e Inglaterra durante la segunda guerra mundial. En 1940, en medio de las peores horas del conflicto, Churchill trató valientemente de mantener unido al pueblo británico. “En una serie de magníficos discursos apeló al valor de su pueblo y a su grandeza histórica, y sacó adelante a Inglaterra”. Por medio de sus poderosas palabras impuso su “voluntad e imaginación a sus conciudadanos” (revista U.S. News & World Report, 29 de mayo de 2000).

Fortalecidos por la resolución de su primer ministro, los británicos resistieron un feroz embate de la fuerza aérea de Hitler y convirtieron un momento de prueba y derrota inminente en un triunfo que Churchill calificó como “la hora excelsa” de su nación. Keegan escribió que los británicos, bajo la amenaza de la invasión, “dieron un ejemplo íntegro de cómo se debe vivir la hora excelsa. Sacaron de los escombros a los muertos y a los vivos, patrullaron sus playas [y] se apretaron los cinturones” (ibídem).

Will Durant dijo que “un desafío que se enfrenta exitosamente .... eleva el temple y el nivel de la nación y la prepara para afrontar los próximos desafíos” (Durant, ob. cit., p.91).

La experiencia británica demuestra la necesidad de trabajar juntos y respaldarse mutuamente en los tiempos de adversidad. El Dr. Brand nos dice cómo se prepara él para lo peor: “Lo mejor que puedo hacer para prepararme para el dolor es rodearme de una amorosa comunidad que pueda estar conmigo cuando la tragedia me aflija” (Brand y Yancey, ob. cit., p.236). Luego afirma que “el sufrimiento sólo es intolerable cuando a nadie le importa” (ibídem, p.257).

Dios nos revela que el sufrimiento tiene un propósito muy noble: Debe ayudarnos a crecer en amor fraternal. “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo” (Gálatas 6:2). Cuando nuestra preocupación fluye hacia otros, el sufrimiento, por indeseable y doloroso que sea, puede ser una experiencia provechosa. Aprendemos la verdad de que “ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados” (Hebreos 12:11).

Cómo enfrentar dificultades

La creencia de que la aflicción puede traer grandes beneficios ha desaparecido casi completamente en la cultura occidental. Ha sido reemplazada por la idea de que el sufrimiento y las experiencias desagradables son algo injusto y debemos evitarlos a toda costa.

En parte, tal vez hayamos heredado esta idea de una sociedad que todo lo quiere arreglar al instante, y nos enseña que merecemos una píldora para cada dolor y una solución rápida para cada problema. También es en parte por la “mentalidad de víctima” —la negativa a enfrentar la responsabilidad de nuestras acciones o circunstancias— que puede debilitar a la sociedad que sucumba ante ella. Toda sociedad que reconozca que algunas veces la vida no es justa, y que definitivamente no es fácil —y responda valerosamente a este reto— se fortalecerá.

Según la perspectiva actual, el dolor es algo siniestro, un enemigo que debe ser evitado a toda costa. Podemos tener esta perspectiva también, o podemos reconocerlo como una advertencia de que debemos cambiar algo que estamos haciendo. Si no podemos evitarlo, tal vez podamos aceptar su desafío y convertirnos en una persona más fuerte y mejor. De hecho, en ciertas ocasiones lo único que podemos hacer es soportar la dificultad y dejar que ésta refine nuestro carácter. El consejero Norman Wright escribió que “una crisis no siempre es algo malo. Puede producir un viraje decisivo en su vida, para hacer de ésta algo mejor ... [Lleva consigo] la oportunidad de crecimiento y de cambio” (How to Have a Creative Crisis [“Cómo tener una crisis creativa”], 1986, p.15).

La Biblia nos recuerda que en todas las pruebas debemos enfocarnos en el futuro que se extiende más allá de nuestro presente y concentrarnos en los beneficios que éstas nos puedan traer: “Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna” (Santiago 1:4).

No permitamos que las pruebas nos abrumen

No estamos diciendo que debemos sufrir lo que podemos evitar. Pero si no podemos evitarlo, necesitamos aprender a hacer frente al sufrimiento y, si es necesario, aceptarlo. Si no aprendemos a hacer esto, nuestras dificultades pueden convertirse en problemas mayores si como resultado de la ansiedad que generan tomamos decisiones que alteren completamente nuestra vida.

El Dr. Martin escribe: “La tensión emocional y la ansiedad pueden impedir que durmamos adecuadamente y hacernos más proclives a fumar, beber cantidades excesivas de alcohol, comer demasiado las clases de comida que no son tan saludables, no tomar nuestros medicamentos, dejar de hacer ejercicio, consumir drogas nocivas, adoptar un comportamiento sexual peligroso, conducir demasiado rápido, tener un accidente violento y aun suicidarnos” (Martin, ob. cit., p.55).

La tasa tan alta de suicidios en muchas naciones puede ser en parte un reflejo de la inhabilidad de las personas para aceptar que la vida puede ser difícil.

Un mensaje de buenas noticias

La Biblia nos dice que Dios permite el sufrimiento porque tiene un propósito divino. Los cristianos saben que su Salvador, Jesucristo, sufrió y murió por ellos y que ellos deben seguir sus pisadas, lo que incluye el sufrimiento (1 Pedro 2:21). Jesús soportó la agonía y murió para que Dios pudiera perdonarnos nuestros pecados y darnos vida eterna, durante la cual reinaremos con Cristo (Apocalipsis 5:10). Saber esto puede ayudarnos a afrontar mejor los problemas que tengamos en la vida.

Pablo nos recuerda que “si sufrimos, también reinaremos con él” (2 Timoteo 2:12). Cristo va a regresar a la tierra para gobernar y, al final, poner fin a toda tristeza y sufrimiento.

Fundamentalmente, el evangelio fue un mensaje de buenas noticias acerca del Reino de Dios (Marcos 1:14-15), el cual Jesucristo establecerá a su regreso.

Inaugurará una época de paz y felicidad universales. Isaías profetizó acerca de la paz y el gozo que imperarán bajo su reinado: “No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento del Eterno, como las aguas cubren el mar” (Isaías 11:9). Cuando el conocimiento de Dios sea restaurado a la humanidad, y quitada toda influencia de Satanás, cesará todo el dolor que resulta de seguirlo a él en lugar de seguir a Dios. (Si desea más información sobre este tema, le recomendamos nuestro folleto gratuito El evangelio del Reino de Dios.) Por fin el mundo entero encontrará la paz duradera.

Un futuro maravilloso

Dios está llamando ahora tan sólo a unos pocos, relativamente, para que sean parte de su iglesia. Los considera las primicias, los primeros frutos de su cosecha espiritual (Santiago 1:18); son escogidos, si es que permanecen fieles, para reinar con Cristo. Pero no está llamando a todos ahora (Romanos 11:7-8, Romanos 11:25-26). “Ninguno puede venir a mí —dijo Jesús—, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero” (Juan 6:44).

Cuando Jesús habló acerca de resucitar a los suyos en el día postrero, estaba hablando acerca de su retorno a la tierra. Pablo nos da más detalles: “Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras” (1 Tesalonicenses 4:16-18).

Cuando entendemos y aceptamos el plan de salvación de Dios, encontramos mucho consuelo en su verdad. Cuando Jesús venga, aquellos que se hayan arrepentido y lo hayan reconocido a él como su Salvador y le hayan rendido sus vidas en sumisa obediencia, tendrán consuelo. Ya no sufrirán más. Dios les dará vida eterna en un nuevo cuerpo —un cuerpo espiritual— que no conocerá el sufrimiento (1 Corintios 15:35-54).

Entonces nos daremos cuenta de algo que sólo podíamos entender en parte mientras estábamos en la carne: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8:18).

Aquellos que lleguen a entender el gran propósito y el llamado de Dios, todavía experimentarán dolor y sufrimiento en esta vida (v.23), pero entenderán por qué. Mirarán hacia la época en la que Dios les dará vida eterna y les permitirá gobernar con Cristo en su reino. Pablo nos exhorta: “Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras” (1 Tesalonicenses 4:18).

Lecciones dolorosas

Pablo aclara que los cristianos, al igual que Cristo, deben sufrir: “Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él” (Filipenses 1:29). Pedro les recuerda a los cristianos que deben esperar sufrir porque Dios puede valerse del sufrimiento para ayudarles a purificarse de algún error. “Puesto que Cristo ha padecido por nosotros en la carne, vosotros también armaos del mismo pensamiento; pues quien ha padecido en la carne, terminó con el pecado, para no vivir el tiempo que resta en la carne, conforme a las concupiscencias de los hombres, sino conforme a la voluntad de Dios” (1 Pedro 4:1-2).

Como Jesús explicó, sus seguidores deben entender que tendrán sufrimiento. Pero Dios algunas veces nos permite sufrir porque el dolor nos enseña a abstenernos del pecado aun bajo las circunstancias más difíciles.

Cuando Dios nos permite sufrir debido a nuestras decisiones erróneas, en realidad está actuando misericordiosamente. ¿Por qué? Porque la consecuencia de que sigamos pecando cuando sabemos la verdad (y no nos arrepintamos), será la muerte eterna.

El escritor del Salmo 119 afirmó: “Antes que fuera yo humillado, descarriado andaba; mas ahora guardo tu palabra” (v.67). Nos dice que el sufrimiento es un recordatorio de las consecuencias del pecado; que el sufrimiento puede producir beneficios a largo plazo que tal vez no podamos discernir mientras estemos afanados con nuestro dolor emocional o físico.

El propósito fundamental del dolor

El Dr. Brand ha trabajado durante varios años tratando pacientes leprosos en la India y en América. Después de años de labor, ha llegado a conclusiones asombrosas en cuanto a la patología de la lepra.

La víctima de la lepra generalmente tiene que afrontar el hecho de que sus extremidades —dedos, uñas, pies y aun la nariz y las orejas— se deterioran hasta el punto de que se descomponen completamente y se caen, pero nadie había podido saber por qué ocurría esto. Antes de las investigaciones del Dr. Brand, los médicos simplemente suponían que los leprosos tenían la maldición de tener una “carne deficiente”. El Dr. Brand descubrió que el problema radica en el bacilo de la lepra, que ataca los nervios de diferentes partes del cuerpo y desencadena un proceso degenerativo que finalmente conduce a la muerte de los nervios. Cuando esto ocurre, si el paciente se hiere o aun se quema una parte de su cuerpo que esté afectada por este bacilo, no siente ningún dolor. Como no siente dolor, continúa usando esa parte de su cuerpo, y el uso repetido de la parte afectada agrava aún más el daño tisular. Finalmente, el tejido se daña tanto que la carne se muere y después se desprende.

El Dr. Brand empezó a tratar las heridas de los leprosos, protegiéndolas, algunas veces con yeso. Con frecuencia las heridas sanaban y ya no presentaban mayores problemas. La carne que era protegida sanaba, aunque la persona leprosa nunca volvía a tener sensibilidad en esa zona, porque el tejido nervioso había sido dañado irreversiblemente. Él concluyó que el dolor es un regalo de Dios que nos advierte de que algo anda mal.

El dictamen final del médico se aplica a la mayoría de las enfermedades, no sólo a la lepra. Cuando nos herimos, debemos responder a las señales de nuestro cuerpo y tomar medidas que alivien el dolor y quiten la causa subyacente de éste.

En su conclusión, el Dr. Brand escribió: “No tenía la menor idea de lo vulnerable que se vuelve el cuerpo cuando hay una falla en su sistema de alarma” (Brand y Yancey, ob. cit., p.121).

Lecciones espirituales del sufrimiento

Podemos trazar un paralelo espiritual con el descubrimiento del Dr. Brand. Hay cierto sufrimiento que es el resultado de nuestros propios pecados o necedad. A veces esto desencadena consecuencias negativas y dolorosas en nuestro cuerpo. En ciertas ocasiones Dios permite que pasemos por tales experiencias, y hasta que suframos, para hacer que pongamos atención a lo que estamos haciendo y cambiemos nuestro comportamiento, actitud o convicciones.

Buena parte del dolor físico y mental que padecemos se debe a la violación de los mandamientos de Dios, ya sea que lo hagamos a sabiendas o inadvertidamente. Como dijera un siquiatra: “La mitad de las personas que van a las clínicas quejándose de molestias físicas están diciendo en realidad ‘Lo que me duele es mi propia vida’” (ibídem, p.251).

En ocasiones pecamos pero no sentimos el dolor inmediatamente, aunque quizá Dios nos lo haga sentir después, permitiendo que algún problema o dificultad nos aqueje. “Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo” (Hebreos 12:6). Las Escrituras nos muestran varios ejemplos de hombres y mujeres cuyas vidas ilustran este principio.

Cuando Dios permite que las dificultades nos afecten con el fin de hacernos caer en cuenta de nuestros errores o fallas en nuestro carácter, no está actuando de manera diferente de como actúa un padre amoroso. Los padres y las madres que aman a sus hijos dedican tiempo y esfuerzo enseñándoles lecciones para su propio bien. Dios hace lo mismo porque quiere que aprendamos (Hebreos 12:5-11).

Algunas veces Dios permite que suframos para que aprendamos a diferenciar entre el bien y el mal, que aprendamos a reconocer cuánto dependemos de él y de su instrucción. Por lo tanto, no debe sorprendernos el hecho de que la vida, aun para un cristiano, tiene momentos de dificultad y de prueba (1 Pedro 4:12-13).

En otras circunstancias tal vez el sufrimiento no sea el resultado del pecado, sino porque Dios desea refinar y fortalecer cierto aspecto de nuestro carácter. Tal como un músculo se atrofia si no lo usamos, nuestra fe y nuestro carácter se pueden atrofiar si no se ejercitan adecuadamente.

Pedro habló acerca del valor de las pruebas cuando explicó: “En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos por diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1 Pedro 1:6-7).

Aprendamos a depender de Dios

Debemos entender que aunque Dios permite que tengamos pruebas y dificultades en la vida, no es indiferente cuando eso ocurre. Dios es un padre amoroso y compasivo que no encuentra ninguna alegría al vernos sufrir. ¿Cómo se siente Dios hacia nosotros en esos casos? “Depositen en él toda ansiedad, porque él cuida de ustedes” (1 Pedro 5:7, NVI). Estas palabras nos enseñan que en algunas ocasiones Dios es el único en quien podemos confiar pare que nos dé la fuerza que necesitamos para soportar la adversidad.

Cuando padecemos, Dios desea que nos acerquemos a él. Ha prometido ayudarnos cuando lo hagamos así. Pablo escribió que Dios consuela a los humildes (2 Corintios 7:6), pero debemos pedirle su ayuda. Nos promete que no seremos probados más allá de lo que podamos resistir, y que juntamente con la prueba nos dará ya sea el socorro o la fuerza para que podamos soportar (1 Corintios 10:13). Necesitamos creer en Dios y en su promesa, y pedirle que cumpla su palabra, especialmente cuando sentimos que estamos a punto de desfallecer.

Necesitamos entender que Dios con frecuencia protege a los que le buscan. “El Señor afirma los pasos del hombre cuando le agrada su modo de vivir; podrá tropezar, pero no caerá, porque el Señor lo sostiene de la mano” (Salmos 37:23-24, NVI).

Teniendo esto en mente, conviene leer el Salmo 91. Debemos pedirle a Dios que nos proteja y que proteja a nuestros seres queridos. Él escucha las oraciones del justo (Santiago 5:16; 1 Pedro 3:12) y protege y bendice a su pueblo. Sin embargo, nadie es inmune a los caprichos del tiempo y la ocasión. Cuando éstos nos afecten negativamente, debemos pedirle que nos dé un descanso en nuestro sufrimiento de tal forma que éste no exceda nuestra capacidad de perseverar, y que nos dé la fuerza para resistir hasta donde sea necesario.

Dios permanece en control

Las investigaciones han demostrado que la capacidad que una persona tiene para soportar el dolor aumenta al sentir que tiene control sobre él. Debemos hacer todo lo que podamos por relajarnos, manejar la situación y lograr el control de nuestro sufrimiento.Entonces nos daremos cuenta de que no somos juguetes a merced del dolor y que podemos decidir controlar nuestras actitudes y respuestas frente al sufrimiento.

Como siervos de Dios debemos aprender que a fin de cuentas él está en control y que es misericordioso. Desea ayudarnos y librarnos, y puede hacerlo. Sus oídos están atentos a nuestras oraciones (1 Pedro 3:12).

Pero espera que confiemos en su juicio y en el momento que él estime oportuno intervenir, y que confiemos en él incondicionalmente. “Porque hermanos, no queremos que ignoréis acerca de nuestra tribulación que nos sobrevino en Asia; pues fuimos abrumados sobremanera más allá de nuestras fuerzas, de tal modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida. Pero tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos; el cual nos libró, y nos libra, y en quien esperamos que aún nos librará, de tan gran muerte” (2 Corintios 1:8-10).

¿Una vida sin dolor?

Entre tanto, tal vez podamos comprender la sabiduría de las palabras de Santiago: “Hermanos míos, ustedes deben tenerse por muy dichosos cuando se vean sometidos a pruebas de toda clase. Pues ya saben que cuando su fe es puesta a prueba, ustedes aprenden a soportar con fortaleza el sufrimiento. Pero procuren que esa fortaleza los lleve a la perfección, a la madurez plena, sin que les falte nada” (Santiago 1:2-4, Versión Popular).

Las palabras de Santiago quizá suenen irreales a los habitantes del mundo occidental, porque muchos viven con la ilusión de que seremos capaces de abolir el dolor. Santiago vivió en una sociedad en la cual las personas frecuente y regularmente tenían que enfrentarse al sufrimiento. Estaban más acostumbradas a los beneficios del dolor de lo que estamos nosotros.

Una vida sin dolor es imposible. Necesitamos enfrentar la realidad de que Dios puede enseñarnos lecciones invaluables por medio de nuestro sufrimiento. Esto no significa que el sufrimiento deba parecernos placentero. Aunque reflexionemos acerca del dolor y tratemos de prepararnos, cuando éste llega la experiencia es algo que nos despierta bruscamente. El dolor llega a nuestras vidas y se instala como una realidad sobrecogedora. Es un enemigo indeseado, o al menos así nos parece.

Pero el sufrimiento y las pruebas pueden ser de mucha ayuda, en el sentido espiritual, al prepararnos para el propósito que Dios tiene de llevarnos a su reino. Algunas veces nuestra reconciliación con el sufrimiento ocurre mucho después del hecho, después de haber perseverado y entendido la madurez espiritual que puede producir en nosotros.

La liberación final del dolor y de las dificultades proviene de Dios, de orar y confiar en él. Poco antes de sufrir el suplicio de la crucifixión, Jesús oró así: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26:39).

Pedro nos recuerda los frutos positivos de afrontar la adversidad: “Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca” (1 Pedro 5:10).

Enfoquémonos en el futuro

Cuando entendemos los beneficios que se pueden derivar del sufrimiento, podemos soportarlo mejor. Victor Frankl, un sicoterapeuta que sobrevivió al campo de concentración de Auschwitz en la segunda guerra mundial, descubrió la importancia de encontrarle sentido a la vida, especialmente en medio de las peores circunstancias. Se dio cuenta de que los prisioneros que se mantenían enfocados en una meta eran mucho más proclives a sobrevivir.

Aunque nos parezca muy difícil ver los beneficios espirituales del sufrimiento, podremos comprenderlos cabalmente cuando recibamos la vida eterna en el Reino de Dios (2 Pedro 1:11).

En ese reino ganaremos muchísimo más de lo que hayamos perdido por el sufrimiento en esta vida. Como Pablo lo explica: “De hecho, considero que en nada se comparan los sufrimientos actuales con la gloria que habrá de revelarse en nosotros” (Romanos 8:18, NVI). Y nos recuerda que “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (v.28). Dios inspiró a Pablo para que escribiera esto, ¡y nosotros debemos creerle!

El sufrimiento nos ayuda a alcanzar nuestro potencial de ser hijos de Dios (1 Juan 3:1). Con su ayuda, podemos tener buenos resultados de ello. Un poeta lo expresó así:

A cada uno se le ha dado una bolsa de herramientas,
una roca sin forma y un libro de reglas.
Cada uno debe hacer, mientras aún tenga vida,
una roca de tropiezo o una piedra para escalar.

La piedra para escalar es el camino al Reino de Dios.

Nuestra herencia

Pablo nos dice que además de ser hijos de Dios, también somos “herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Romanos 8:16-17). Si somos herederos, entonces tenemos una herencia. La Biblia revela que nuestra herencia no será un futuro de ocio y holgazanería, sino algo de gran responsabilidad.

Las Escrituras nos revelan que, de una manera real, heredaremos las propiedades del Padre y sus ocupaciones. Tenemos mucho que aprender de nuestro Padre, y él nos da tiempo para que crezcamos y progresemos. Quiere enseñarnos lo que necesitamos para poder desarrollar el carácter que busca en nosotros.

No existe ningún atajo. El conocimiento por sí solo no es suficiente. El carácter no se puede desarrollar de la noche a la mañana. Por eso Pablo nos dice que seremos herederos “si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (v.17). Así como Jesucristo aprendió y fue perfeccionado por el sufrimiento (Hebreos 5:8-9), así también nosotros nos perfeccionamos por medio de las dificultades a fin de poder heredar juntamente con él en el Reino de Dios.

La increíble promesa de esta herencia conjunta —ser hijos de Dios en su familia eterna (Romanos 8:14-23)— nos ayuda a explicar por qué debemos sufrir. Si nuestro futuro fuera simplemente descansar en el cielo y contemplar a Dios eternamente, él podría tomarnos ya o dejarnos aquí y protegernos de toda forma de adversidad y dolor. Semejante futuro no exigiría nada de nosotros.

Pero nuestro futuro es muchísimo más grande que esto. Mientras más grandes sean las responsabilidades que Dios nos tiene preparadas, más grandes serán los desafíos que tendremos que afrontar para poder cumplirlas.