El Día de Expiación: La reconciliación con Dios

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El Día de Expiación

La reconciliación con Dios

Ya hemos visto, por medio del significado de la Pascua, que la sangre derramada de Jesucristo es lo que hace expiación por nuestros pecados pasados. La expiación produce reconciliación, y el Día de Expiación representa la reconciliación de toda la humanidad con Dios.

La Pascua nos enseña que somos reconciliados con Dios por medio del sacrificio de Jesucristo. Entonces, ¿por qué es necesaria otra fiesta para enseñarnos acerca de la expiación? Y si ya hemos sido reconciliados, ¿por qué necesitamos ayunar, como se ordena en el Día de Expiación (Levítico 23:27; ver también Hechos 27:9)? ¿Cuál es el significado específico de este día en el plan maestro de Dios para la salvación del hombre?

Tanto el Día de Expiación como la Pascua nos enseñan acerca del perdón del pecado y nuestra reconciliación con Dios por medio del sacrificio de Cristo. Por ahora, la Pascua se aplica personal e individualmente a los que Dios ha llamado en este tiempo, en tanto que el Día de Expiación tiene implicaciones mundiales muy importantes.

Es más, el Día de Expiación tiene un aspecto muy especial que no se encuentra en el significado de la Pascua, y esto es algo que tiene que llevarse a cabo antes de que la humanidad pueda disfrutar de paz. Todo el mundo sufre las trágicas consecuencias del pecado, pero el pecado no sucede sin una causa. Dios aclara cuál es esa causa mediante el simbolismo del Día de Expiación.

Satanás es el autor del pecado

El Día de Expiación tiene que ver no sólo con el perdón del pecado, sino que también representa la eliminación de la causa principal del pecado: Satanás y sus demonios. Hasta que Dios elimine al primer incitador del pecado, la humanidad sencillamente continuará cayendo en la desobediencia y el sufrimiento. Ciertamente nuestra naturaleza humana tiene mucho que ver con nuestros pecados, pero Satanás tiene una gran responsabilidad por ser quien incita a los humanos a que desobedezcan a Dios.

Aunque mucha gente duda de la existencia del diablo, la Biblia revela que Satanás es un poderoso ser invisible que puede dominar a toda la humanidad. En Apocalipsis 12:9 se nos dice que su influencia es tan fuerte que “engaña al mundo entero”.

El diablo ciega a la gente para que no vea la luz de la verdad de Dios. El apóstol Pablo explicó esto a la iglesia de Corinto: “Si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios” (2 Corintios 4:3-4). Este apóstol también nos enseña que Satanás ha influido en todos los seres humanos para que sigan los caminos de la desobediencia. Pablo explica que “en otro tiempo” aquellos que Dios ha traído a su iglesia siguieron “la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia” (Efesios 2:2).

Las Escrituras también advierten que el diablo puede hacerse pasar por justo, “porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. Así que, no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia; cuyo fin será conforme a sus obras” (2 Corintios 11:14-15).

Jesús dijo, en forma enfática, que Satanás es el causante original del pecado y de la rebeldía en el mundo. En Juan 8:44 se lo hizo saber claramente a los que estaban en contra de su enseñanza: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira”.

Al considerar todos estos pasajes juntos, podemos ver el poder y la influencia que ejerce Satanás. Pablo nos advierte que estemos alerta contra las artimañas del diablo: “Temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo” (2 Corintios 11:3).

Los cristianos que se esfuerzan por resistir a Satanás y por dejar de pecar, sostienen batallas espirituales contra el diablo y sus demonios: “No tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:12). En los versículos 13-18 se nos habla sobre las armas que Dios nos da para que podamos resistir la influencia y los ataques de Satanás. Desde luego, Dios es infinitamente más poderoso que el diablo, pero nosotros debemos hacer nuestra parte resistiendo con firmeza a este poderoso enemigo y a los deseos de nuestra carne. El Día de Expiación nos proyecta hacia el futuro cuando Satanás no tendrá influencia sobre la humanidad ni podrá engañarla durante mil años (Apocalipsis 20:1-3).

El simbolismo en el Antiguo Testamento

En Levítico 16 vemos las instrucciones que Dios dio al antiguo Israel con respecto al Día de Expiación. Aunque después del sacrificio de Cristo ya no se requiere el sacrificio de animales, este capítulo amplía considerablemente nuestra comprensión del plan de Dios.

Observemos que el sacerdote tenía que seleccionar dos machos cabríos para ofrenda por los pecados del pueblo, y debía presentarlos ante el Eterno (vv. 5, 7). Aarón, el sumo sacerdote, debía echar suertes para escoger uno “para el Eterno”, el cual sería ofrecido como sacrificio (vv. 8-9). Este macho cabrío simbolizaba a Jesucristo, quien sería sacrificado para pagar la pena por nuestros pecados.

El otro macho cabrío tenía un propósito totalmente diferente: “Mas el macho cabrío sobre el cual cayere la suerte por Azazel, lo presentará vivo delante del Eterno para hacer la reconciliación sobre él, para enviarlo a Azazel al desierto” (v. 10). Notemos que este animal no debía ser sacrificado. “Y pondrá Aarón [el sumo sacerdote] sus dos manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo, y confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, todas sus rebeliones y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío, ylo enviará al desierto por mano de un hombre destinado para esto. Y aquel macho cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades de ellos a tierra inhabitada; y dejará ir el macho cabrío por el desierto” (vv. 21-22).

El sumo sacerdote echaba suertes “sobre los dos machos cabríos; una suerte por el Eterno, y otra suerte por Azazel” (v. 8). Muchos eruditos consideran que Azazel es el nombre de un demonio que moraba en el desierto (Interpreter’s Dictionary of the Bible [“Diccionario bíblico del intérprete”], 1:326). El macho cabrío de Azazel simboliza a Satanás, quien es el principal responsable de los pecados de la humanidad (v. 22) debido al engaño en que la ha hecho caer.

El sumo sacerdote ponía sus manos sobre la cabeza de este macho cabrío y confesaba sobre él toda la maldad, rebeldía y pecados del pueblo. ¿Por qué hacía esto? Porque el diablo, como el perverso dios de este mundo, es culpable de haber seducido e incitado a la humanidad a pecar. “El destierro del macho cabrío cargado de los pecados . . . representaba la eliminación de todos los pecados del pueblo y la transferencia de los mismos, por decirlo así, al espíritu malvado a quien pertenecían” (The One Volume Bible Commentary [“Comentario bíblico en un solo tomo”], p. 95).

El simbolismo del macho cabrío vivo hace un paralelo con el castigo que se les aplicará a Satanás y sus demonios, a quienes Dios quitará de en medio antes de que Jesucristo establezca su gobierno sobre todas las naciones. En Apocalipsis 20:1-3 se habla de este acontecimiento: “Vi a un ángel que descendía del cielo, con la llave del abismo, y una gran cadena en la mano. Y prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, y lo ató por mil años; y lo arrojó al abismo, y lo encerró, y puso su sello sobre él, para que no engañase más a las naciones, hasta que fuesen cumplidos mil años”.

De esta manera, el diablo y sus demonios que por miles de años han estado incitando a la humanidad a todo tipo de maldad, serán declarados culpables y serán restringidos por completo. La reconciliación total del hombre con Dios no podrá efectuarse hasta que Satanás —la causa de tanto pecado y sufrimiento— sea atado y restringido.

La aplicación actual de esta fiesta

Veamos ahora las instrucciones específicas acerca de cuándo y cómo debemos celebrar esta fiesta. Dios dice: “A los diez días de este mes séptimo será el día de expiación; tendréis santa convocación, y afligiréis vuestras almas . . .” (Levítico 23:27). ¿Cómo “afligimos nuestras almas”? Esta expresión se utiliza en relación con el ayuno (ver Salmos 35:13; Salmos 69:10 y Esdras 8:21). Ayunar es privarse de comida y de bebida (Ester 4:16).

¿Por qué nos dice Dios que ayunemos durante estas 24 horas específicamente? El ayuno demuestra nuestro deseo de acercarnos a Dios con humildad. El Día de Expiación representa un tiempo futuro durante el cual —con Satanás desterrado y con el mundo devastado por los horribles acontecimientos que conducirán a ese tiempo— la humanidad humillada y arrepentida será por fin reconciliada con Dios.

Muy pocos entienden los motivos correctos del ayuno. El ayuno no es para que Dios haga nuestra voluntad; no ayunamos para recibir algo de él, a excepción de su infinita misericordia y su perdón de nuestros pecados. El ayuno nos ayuda a recordar lo efímera que es nuestra existencia. Sin comida ni agua, pronto moriríamos. El ayuno nos ayuda a darnos cuenta de cuánto necesitamos a Dios como el dador y sustentador de la vida.

En el Día de Expiación siempre debemos ayunar en una actitud de arrepentimiento. Notemos el ejemplo que el profeta Daniel nos dejó en este aspecto: “Volví mi rostro a Dios el Señor, buscándole en oración y ruego, en ayuno, cilicio y ceniza. Y oré al Eterno mi Dios e hice confesión . . .” (Daniel 9:3-4).

La iglesia apostólica celebraba el Día de Expiación. Más de 30 años después de la muerte y resurrección de Jesucristo, Lucas aún hacía referencia a los tiempos y las sazones en relación con las fiestas de Dios. En cierta ocasión escribió: “Siendo ya peligrosa la navegación, por haber pasado ya el ayuno . . .” (Hechos 27:9). “El ayuno” es una referencia inequívoca al Día de Expiación, y así se reconoce en casi todos los comentarios y diccionarios bíblicos.

Pero hay otra lección importante que podemos aprender por medio del Día de Expiación. Ya vimos que el sacrificio del macho cabrío simbolizaba el sacrificio de Cristo, quien pagó la pena de muerte a que nos hacemos merecedores por nuestros pecados. Mas él no permaneció muerto, sino que volvió a la vida. ¿Qué nos enseña el Día de Expiación acerca del papel de Cristo después de su resurrección?

En Levítico 16:15-19 se habla de una ceremonia que se llevaba a cabo sólo una vez al año, en el Día de Expiación. Después de sacrificar uno de los machos cabríos, el sumo sacerdote debía llevar la sangre dentro del Lugar Santísimo —el lugar más sagrado del tabernáculo— y al propiciatorio. El propiciatorio era un símbolo del trono mismo del omnipotente Dios. El sumo sacerdote representaba el papel que Cristo desempeña por los que se arrepienten. Habiendo derramado su propia sangre, Jesús ascendió al trono de Dios donde ahora intercede por nosotros, como lo ha hecho desde su resurrección, como nuestro Sumo Sacerdote.

En Hebreos 9:11-12 se explica esto claramente: “Estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención”.

Debido al sacrificio de Cristo tenemos acceso al verdadero propiciatorio: el trono mismo de nuestro amoroso y misericordioso Creador. Esto fue mostrado en forma dramática y milagrosa cuando, al momento en que murió Jesús, “el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo” (Mateo 27:51; Marcos 15:38). Cuando se partió este gigantesco telón que cubría la entrada al Lugar Santísimo, fue un tremendo testimonio del acceso que ahora tenemos al trono de Dios.

En la Epístola a los Hebreos hay muchos versículos que mencionan el papel que Cristo desempeña como nuestro Sumo Sacerdote que intercede por nosotros. Debido a su sacrificio, podemos acercarnos “confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:16). Así pues, el Día de Expiación representa la reconciliación amorosa que tenemos con Dios, la cual es posible sólo por medio del sacrificio de Cristo. También nos muestra la extraordinaria verdad de que Satanás, el autor del pecado, finalmente será atado y quitado de en medio, de manera que toda la humanidad pueda por fin alcanzar la reconciliación con Dios.

El Día de Expiación es un paso preparatorio de vital importancia para la siguiente etapa en el glorioso plan de Dios, representada hermosamente por la Fiesta de los Tabernáculos.