Todo el mundo bajo el nuevo pacto

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“Todas las naciones que hiciste vendrán y adorarán delante de ti, Señor, y glorificarán tu nombre” (Salmos 86:9).

Cuando Dios confirmó el pacto del Sinaí con la antigua Israel, resumió la forma en que quería que el pueblo respondiera: “Ahora, pues, Israel, ¿qué pide el Eterno tu Dios de ti, sino que temas al Eterno tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que lo ames, y sirvas al Eterno tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma; que guardes los mandamientos del Eterno y sus estatutos, que yo te prescribo hoy, para que tengas prosperidad?” (Deuteronomio 10:12-13).

Este requisito esencial nunca ha cambiado. Al hablar del nuevo pacto, cuyo mediador es Jesucristo, Dios prometió: “Este es el pacto que haré con ellos después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré” (Hebreos 10:16, citado de Jeremías 31:33). La intención final del plan maestro de Dios es transformar los corazones de todas las personas para poderles dar el don de la vida eterna.

Las promesas del nuevo pacto ya están disponibles para personas de todas las naciones por medio de Jesucristo. Pero sólo una “manada pequeña” (Lucas 12:32) está respondiendo con verdadero arrepentimiento en esta época. (Si desea una explicación más profunda acerca de cómo esta “manada pequeña” ha sobrevivido hasta nuestros días, no vacile en solicitar nuestro folleto gratuito La iglesia que edificó Jesucristo. O si lo prefiere, puede descargarlo directamente de nuestro portal en Internet.)

Cuando Jesús regrese y asuma su papel como Rey de reyes, uno de los aspectos cruciales de su misión será el de guiar a todas las personas del mundo al arrepentimiento verdadero. Su intervención directa en los asuntos del hombre comenzará en un momento en que la humanidad estará sumida en el peor conflicto que el mundo haya vivido alguna vez.

Jesús predijo personalmente este período sin precedentes de sufrimiento humano: “porque habrá entonces una angustia tan grande, como no la ha habido desde que el mundo es mundo ni la habrá nunca más. Si no se acortaran aquellos días, nadie escaparía con vida; pero por amor a los elegidos se acortarán” (Mateo 24:21-22, Nueva Biblia Española).

Esta época turbulenta será relativamente corta. Luego, “inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán conmovidas. Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria” (vv. 29-30).

Rey de toda la tierra

A su regreso habrá grandes voces en el cielo que proclamarán: “Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 11:15). Él comenzará a cambiar las actitudes y el comportamiento de las personas en todas las naciones.

Cuando se hayan arrepentido —reconociendo sus transgresiones de la ley de Dios y volviéndose a él— recibirán el Espíritu Santo tal como Dios lo ha prometido en el nuevo pacto. Esto finalmente permitirá que comiencen a obedecer a Dios con todo su corazón.

Sin embargo, traer a las naciones al arrepentimiento no será algo que suceda de la noche a la mañana. Podrá tomar varios años.

Una de las primeras tareas de Jesús será la de reunir a los descendientes modernos del antiguo Israel en la Tierra Santa. Allí los transformará en nación modelo que las demás naciones querrán imitar: “Asimismo acontecerá en aquel tiempo, que el Eterno alzará otra vez su mano para recobrar el remanente de su pueblo . . . Y levantará pendón a las naciones, y juntará a los desterrados de Israel, y reunirá a los esparcidos de Judá de los cuatro confines de la tierra” (Isaías 11:11-12).

A este Israel restaurado le promete: “Y les daré corazón para que me conozcan que yo soy el Eterno; y me serán por pueblo, y yo les seré a ellos por Dios; porque se volverán a mí de todo su corazón” (Jeremías 24:7).

El fruto de un pueblo pacífico que guarda la ley

Este cambio en el corazón producirá resultados duraderos. “Edificarán casas, y morarán en ellas; plantarán viñas, y comerán el fruto de ellas. No edificarán para que otro habite, ni plantarán para que otro coma; porque según los días de los árboles serán los días de mi pueblo, y mis escogidos disfrutarán la obra de sus manos. No trabajarán en vano, ni darán a luz para maldición; porque son linaje de los benditos del Eterno, y sus descendientes con ellos” (Isaías 65:21-23).

Gradualmente, toda la humanidad comenzará a disfrutar de las bendiciones de la paz. Veamos cómo otras naciones, al ver los beneficios maravillosos, comenzarán a responder. “Acontecerá en los postreros tiempos que el monte de la casa del Eterno será establecido por cabecera de montes, y más alto que los collados, y correrán a él los pueblos. Vendrán muchas naciones, y dirán: Venid, y subamos al monte del Eterno, y a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará en sus caminos, y andaremos por sus veredas; porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Eterno . . . no alzará espada nación contra nación, ni se ensayarán más para la guerra” (Miqueas 4:1-3).

En aquella época será evidente el fruto de la ley de Dios al ser escrita en los corazones y mentes de todas las personas. Al demostrar los beneficios de obedecer los mandamientos de Dios de corazón —por medio del ejemplo de toda una nación— Jesucristo podrá llevar la paz a toda la tierra.

“Así dice el Señor Todopoderoso: ‘Todavía vendrán pueblos y habitantes de muchas ciudades, que irán de una ciudad a otra diciendo a los que allí vivan: “¡Vayamos al Señor para buscar su bendición! ¡Busquemos al Señor Todopoderoso! ¡Yo también voy a buscarlo!” Y muchos pueblos y potentes naciones vendrán a Jerusalén en busca del Señor Todopoderoso y de su bendición’” (Zacarías 8:20-22, NVI).

¡Qué mundo tan diferente será éste! No será como el nuestro, en donde la ley de Dios es rechazada y ridiculizada por la mayoría. El mundo entero estará unido bajo el gobierno de Jesucristo, quien le explicó a un joven que buscaba la vida eterna: “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mateo 19:17). Este mensaje nunca ha cambiado. Es el mensaje del nuevo pacto. La ley de Dios entonces será escrita en los corazones de todos aquellos que quieran y estén dispuestos a recibir el don de Dios de la vida eterna.

Aplíquelo en su vida

Sabiendo lo que Dios tiene dispuesto para el futuro, ¿por qué no revisar su relación con él y con su Hijo Jesucristo? ¿Está usted dispuesto a permitir que él escriba su ley en su corazón?

Cuando Dios abre la mente de alguien al entendimiento de sus caminos, él hace responsable a esa persona por lo que sabe y por lo que hace al respecto. “Al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Santiago 4:17).

Cuando entendemos lo que es el pecado, Dios espera que empecemos a cambiar nuestra vida. Como lo expresó el apóstol Pablo: “Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hechos 17:30).

Al examinarnos a nosotros mismos es muy consolador recordar estas palabras: “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia [en ferviente oración], para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:15-16).

Aquellos que sinceramente buscan la ayuda de Jesucristo tienen esta promesa: “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:7).

Con esta confianza podemos esperar el cumplimiento de otra promesa maravillosa: “Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años” (Apocalipsis 20:6).

Usted puede ser uno de los llamados a colaborar con Cristo al escribir la ley de Dios en los corazones de toda la humanidad. Todo esto será posible si usted llega a contarse entre aquellos que, como los describe Santiago 1:22, son “hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores”.